Bartolomé
Clavero. El Diario.es, 16/02/2016
Envueltos
en pseudoinformación tendenciosa, abundan los intelectuales que desechan las
causas del constitucionalismo democrático en holocausto de sus intereses
partidarios.
Para
ellos, calles franquistas y titiriteros, más que urgir memoria democrática y
una justicia con garantías, revelan tinglados académicos y excesos
poscomunistas.
Un
veterano comentarista político (Antonio Elorza) publica en prensa un artículo
titulado Calles, placas y títeres en Madrid donde, sin venir mucho a cuento,
deja caer que los sucesos a los que alude (cambio frustrado de denominaciones
de las calles madrileñas de resabio franquista, tratamiento represivo
desorbitado de los titiriteros que han acabado satirizando en carne propia usos
policiales, judiciales y políticos del antiterrorismo…), “encajan en una
mentalidad que ha ido extendiéndose entre la juventud disconforme desde el fin
del comunismo y de la que Contrapoder fue ejemplo y vivero”. Más no aclara.
Contrapoder
fue la divisa de un grupo universitario. Hoy es el distintivo de un grupo de
opinión que publica en este medio, el diario.es, y ha sido además el título del
libro que el mismo colectivo ha publicado en vísperas de las pasadas elecciones
generales levantando acta del devastador efecto de las políticas del último
gobierno sobre el orden constitucional de derechos y garantías, así como del
reto pendiente en cantidad de asuntos respecto al necesario cambio de rumbo:
Contrapoder. Desmontando el régimen (Roca Editorial, 2015). Elorza parece
referirse sólo a aquel grupo, pero todo lo segundo representa una
materialización viva de la consigna que cuadra igualmente como diana de la
insinuación. Interesa más ahora el ataque mismo y el contexto desde luego en el
que se comprende.
Elorza
comienza relatándonos que este último verano aceptó la invitación de la Cátedra
de Memoria Histórica del Siglo XX de la Universidad Complutense a El Escorial
significándose ante la concurrencia por defender sin éxito la “ponderación” de
tomar en cuenta no sólo el genocidio franquista, sino también el republicano:
“Cité Paracuellos”. Dice que se le discutió y es cierto. Por mi parte alegué
que no estábamos con casos ya investigados, sino con los de la justicia
pendiente sobre crímenes masivos de víctimas, a estas alturas, aún
desaparecidas con las responsabilidades consiguientes del Estado conforme al
derecho internacional de los derechos humanos. Elorza respondió eludiendo el
argumento. No se dignó asistir al resto de unas jornadas en las que no dejó de
profundizarse en dicha vertiente jurídica. Vino sólo a soltar su discurso.
Ahora
eleva el tiro dirigiéndolo contra la misma Cátedra de Memoria Histórica, esa
“extraña cátedra”. Le parece todo un engendro que poco menos que se dedica a
malversar fondos universitarios, “un montaje confuso que margina recursos de la
Universidad”, consecuencia a su juicio nada menos que del “viejo defecto de una
izquierda corporativa que, como ahora vemos en el Ayuntamiento de Madrid (…),
se encapsula en la asignación de puestos y recursos por afinidad”. Cito
literalmente entre comillas porque de otro modo parecería que exagero.
Recordemos que Antonio Elorza es catedrático emérito de Historia del
Pensamiento Político de la misma Universidad Complutense a la que pertenece la
Cátedra de Memoria Histórica.
A
su respecto Elorza saca de su arsenal algo todavía más grave. Nos dice que sus
reservas frente a la concesión de recursos a dicha cátedra nunca las ha
ocultado. Ha llegado a comunicarlas por escrito en más de una ocasión al rector
mismo de la Complutense sin haber recibido respuesta. Mientras tanto, acepta la
invitación de la Cátedra de Memoria Histórica. Por tiempos estalinistas era
frecuente tal combinación de colaboración y delación. Ahora intenta Elorza dar
la puntilla aprovechando la fabricación y el hinchamiento de un escándalo.
Me
refiero al provocado por la filtración de un borrador de lista de trabajo de
medios de la Cátedra de Memoria Histórica sobre nombres franquistas del
callejero de Madrid con independencia de que concurran méritos no políticos en
los sujetos afectados, algo que, en todo caso, encierra un interés de memoria
democrática siempre que se tenga una mínima sensibilidad al propósito. Bien
lejos de este ánimo, los acontecimientos que Elorza contempla, éste de las
calles y el de los títeres, se emplean como simples excusas a fin de arremeter
contra una cátedra refractaria a sus enfoques y de pegar al paso un pellizco a
una movida que, por poscomunista según dice, le pone por lo visto de los
nervios.
Elorza
se refiere a más asuntos pretendiendo que los colaciona para “superar la
anécdota”, pero sin ofrecer el contexto que pudiera ayudar a hacerlo. La imagen
que con esto se transmite es la que cunde por los medios en campaña contra el
Ayuntamiento de Madrid. Así ocurre con su alusión a la equivocación enseguida
rectificada de la retirada de una placa conmemorativa de frailes asesinados en
el terrible verano del 36 en Madrid. Nada dice Elorza sobre la razón hoy principal
para que dicha lápida deba respetarse tal cual, la de que su lenguaje es
respetuoso sin permitirse expresiones de discurso de odio como la habitual en
el caso de “hordas marxistas” y demás.
No
falta otra alusión aún menos contextualizada, ésta al “penoso anticlericalismo
visible en la toma de la capilla” sin añadir más. Se refiere obviamente al
procesamiento de la portavoz del Ayuntamiento de Madrid por haber participado
en una ocupación pacífica de la capilla católica de la Universidad Complutense
reivindicándola como espacio universitario. Nada dice Elorza sobre el problema
de fondo de que el código penal español siga tipificando como delito, ahora
encubiertamente, lo que la iglesia católica considera sacrilegio. Tampoco tiene
reparos Elorza sobre el desvío de recursos universitarios para objetivo menos
justificable que el de la memoria democrática de los crímenes contra la
humanidad de la dictadura franquista. Mejor estaría el inmueble de la capilla
destinado a sede de la Cátedra de Memoria Histórica elevada a Fundación.
No
entremos sin embargo al trapo poniéndonos a debatir aquí y ahora proyectos y
logros en la trayectoria de la Cátedra de Memoria Histórica desde los tiempos
de Julio Aróstegui y bajo la dirección actual de Mirta Núñez. Todo tiene su
tiempo y su sede. Lo que no guarda sentido es la arremetida de un compañero de
claustro académico contra una iniciativa plausible de cooperación entre la
Universidad y asociaciones civiles, como es el caso de dicha cátedra, y que se
haga además con la excusa de un escándalo cocinado por el propio medio
periodístico donde el agresor escribe. Elorza se comporta como cooperador
innecesario de la envenenada embestida periodística. Si acudiésemos a la
discusión en base a tanto dato sesgado seríamos también cómplices gratuitos.
Confieso
que, con toda la consideración que merece el Elorza universitario, no me
explico su actual papel periodístico. No sé si le guía el rencor personal o la
inquina política. Otras explicaciones no diviso. Tampoco es que, con aprecio y
todo, la cuestión personal me desvele. Llega un momento en el que la simpatía
humana se agota. Elorza descubre últimamente los estudios sobre genocidio sin
molestarse en conocer lo que otros llevamos tiempo trabajando ni interesarse
por casos actuales con cuota de responsabilidad española, tanto de Estado como
de empresas. Lo que le preocupa ahora es “el genocidio” republicano como
contrapeso del franquista.
El
problema entiendo que no radica en la penosa deriva intelectual de una persona,
sino en la cerrazón política más que individual frente a la toma de conciencia
sobre los problemas surgidos del estancamiento y la regresión constitucionales
en curso, de esa conciencia que hoy puede representar entre tantas otras
iniciativas ciudadanas, Contrapoder, tenga conocimiento o no Elorza de éste de
eldiario.es. La agresión obsesiva a la memoria democrática reputándola
unilateral resulta piedra de toque.
Elorza
no es en efecto un caso singular. Hay un conjunto de intelectuales hijos de la
inmediata posguerra y padres de la demediada transición, situados entonces y
luego en posiciones de izquierda institucionalizada, contagiados hoy por un
síndrome de contrapoderofobia con viraje descontrolado hacia la derecha… Digo
lo mismo. El problema no parece de infatuación de individuos, sino de
discapacidad de grupo.
Permítaseme
todavía un par de toques. La práctica de comentar sin ningún escrutinio crítico
la ficción transmitida por los órganos de prensa que están convirtiendo la
información misma en opinión descarada (calles, placas, títeres, capillas…)
tampoco es exclusiva de algún que otro individuo, sino característica de un
grupo generacional, sería injusto decir que de una generación por entero.
Finalmente
no olvidemos que una portavoz y unos titiriteros (Rita Maestre, Raúl García Pérez
y Alfonso Lázaro) están procesados bajo imputaciones de fondo político. Los
comentaristas que dan por ciertos unos montajes periodísticos no están ayudando
a su defensa ni a la nuestra, la de las libertades amenazadas de toda la
ciudadanía.