jueves, 29 de diciembre de 2016

"Un digno heredero... del franquismo", por Xabier Lapitz



Un digno heredero... del franquismo

XABIER LAPITZ - Deia, Miércoles, 28 de Diciembre de 2016

LOS defensores tibios del mensaje del rey, diga lo que diga, han empleado un argumento que me parece un tanto flojo para justificar su irrupción anual en televisión. Decía un destacado socialista que se trata de algo “banal” y que por la propia naturaleza de la Monarquía es tan estrecho su recorrido que no cabe esperar grandes titulares y, por lo tanto, tampoco merece que perdamos tiempo en comentarlo. Si así fuera, si tan banal y previsible resultara, la pregunta es para qué un mensaje. Y si me apuran, para qué un rey que no puede decir nada de interés público.

Sin embargo, Felipe VI ha conseguido algo bastante complicado y muy torpe: decir muy poco y enfadar mucho. Siempre se puede argumentar que en realidad no es el Borbón el que habla, sino que lo hace el Gobierno en boca del monarca, puesto que es el ejecutivo el que da el visto bueno al dichoso mensaje. Y entonces, volvemos a la casilla de salida: si va a hablar el Gobierno, nos ahorramos discurso y rey.

De los doce minutos que duró su intervención, once fueron poliespán, ese corcho blanco que inunda la caja donde se guarda algo pequeño que es donde está el objeto preciado que no debe romperse. Porque todo era hueco cuando instaba a la audiencia (a la que tuteó sin permiso) a trabajar mejor, a estudiar más, a esforzarse al máximo, etc... En fin, que lo diga alguien que de cuna le viene todo resuelto no es precisamente muy ejemplar.

Y el minuto de oro, ese que era el único que importaba, fue un compendio de imprudencia e insoportable ejercicio autoritario. No porque defienda la unidad de España, en ello le va el cargo, sino por cómo desautoriza a los que legítimamente aspiran a otro modelo territorial ¿Qué es eso del “empobrecimiento moral” de quienes cuestionan las normas actuales? Más bien aprecio pobreza intelectual en sus palabras. El rey tiene un serio problema, porque una buena parte de los que a día de hoy forman parte del reino quieren dejar de ser españoles, y otra buena parte cuestiona su figura porque son republicanos. Cerrar los ojos a esa realidad hace más débil al rey.

Pero donde fue realmente ofensivo fue cuando llamó a que “nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”. Así, sin contexto, no habría nada que objetar. Pero resulta que esa misma frase la ha empleado el PP para descalificar los esfuerzos para recuperar la memoria histórica y reparar a las víctimas del franquismo. En su literalidad lo dijo Acebes (8-10-2007) o Esperanza Aguirre (6-5-2016), pero hay infinidad de pronunciamientos similares.

Si el rey va a declarar las heridas cerradas, como pretende el Gobierno del PP dejando sin dotación económica este capítulo durante toda la legislatura, y considera que es agitar viejos rencores reclamar justicia, dará la razón a la historia: es heredero directo del franquismo que colocó a su padre en el lugar que él ahora ocupa.


"Olvidaos ya, ¡pesaos!", por Barbijaputa

Olvidaos ya, ¡pesaos!

Barbijaputa. El Diario.es,  27/12/2016

Esta fingida equidistancia no es más que un posicionamiento político en la ya conocida derecha española, un mensaje hostil disfrazado de paz para esos que guardan “viejos rencores”, que diría Felipe. Porque el anuncio de Campofrío y el mensaje del rey están basados en lo mismo: “Olvidaos ya, ¡pesaos!”

Campofrío, un año más, ha vuelto a encumbrarse. Ya lo hizo hace unos años, e Iñigo Sáenz de Ugarte lo analizó de manera impecable aquí.

En el anuncio de estas Navidades han ido un paso más allá. Un despropósito a todos los niveles donde han tocado todo el espectro de opresiones habidas y por haber, mezclando opresores y oprimidos, y comparando el resultado con meras opiniones personales, tan banales como ser del Sevilla o del Betis. Es como si hubieran contratado de publicistas a un miembro de Ciudadanos, otro de la Falange y al torero Francisco Rivera.

El vídeo comienza con un rojo y una fascista gritando “fascista” y “rojo” respectivamente. Luego añaden a una vegetariana y un consumidor de carne, una nacionalista española y un nacionalista catalán, una manifestante y un antidisturbio, una taurina y un antitaurino, un hombre de izquierdas y una mujer de derechas, una creyente y un ateo, y un sevillista y una bética.

“En este país, las personas de diferente ideología, credo o forma de vida, están condenadas al desacuerdo”, dice el anuncio, y a continuación empiezan a lanzarse términos despectivos los unos a las otras haciendo referencia a su característica principal.

Lo aberrante, además de que compara ser de una u otra cosa como meras opiniones inocuas y sin ningún tipo de consecuencias, es que el anuncio acaba mostrando cómo esas personas que se insultaban son, en realidad, parejas. Parejas todas heterosexuales y blancas, no se vayan a creer que se han basado en el siglo XXI para rodar el spot.

Insinuar que ser fascista es lo mismo que ser rojo, que son compatibles o comparables y, por tanto, personas de ambas ideologías se pueden entender y hasta amar, es directamente un insulto a la inteligencia y a la memoria de nuestro país. Decir que es bello centrarse en lo bueno de alguien e ignorar lo malo -como si el fascismo fuera un defectillo como la tacañería- es invisibilizar que en nuestro país existen familias que aún buscan a sus muertos, precisamente porque fueron asesinados y enterrados por los fascistas. Es reírse de ellos, y también reírse de la mitad del país que intentó frenar su golpe de estado y que fueron represaliados, encarcelados, torturados y asesinados.

Presentar a un antitaurino que está en contra del maltrato, del abuso y del asesinato de animales -para la fiesta de unos pocos-, y equipararlo a una persona que disfruta de cómo acuchillan entre vítores a un toro es un insulto sólo dirigido al primero, y una clara apología de la negación del derecho a la vida de los animales. Es un “¿No te gustan los toros? No vayas”. Como si no salieran del bolsillo de todos los antitaurinos las subvenciones para que la tauromaquia siga viva.

Lo mismo pasa con la vegetariana y el consumidor de carne. Meras opciones sin ningún tipo de consecuencias. Como si la industria cárnica no fuera la culpable de contribuir al calentamiento global en un 18%. Como si el consumo de carne no escondiera un sufrimiento animal aberrante completamente innecesario para tener una alimentación sana en el primer mundo.

No contentos con eso, representan la opresión policial y el derecho a manifestarse en forma de otro matrimonio. Porque es loable que una mujer, que se manifiesta para defender unos derechos constantemente cercenados por el Gobierno, se enamore de aquel miembro de la UIP que carga de forma desproporcionada e innecesaria contra manifestantes pacíficos. Y sí, cualquiera de los que hemos estado en manifestaciones estos años tiene la experiencia y pruebas de todos los colores de que las intervenciones policiales han sido en su mayoría gratuitas y exageradas. “Me gusta el orden en las calles”, dice el antidisturbios. Una vez más, se disfraza la opresión en forma de gustos personales, como si dependiera de preferencias, como si la calle fuera de él y tuviera el derecho a disolver manifestaciones a su antojo sólo porque le gusta.

Como guinda del pastel, aparecen dos personas de diferentes equipos de fútbol, equiparando todo lo anterior con esta opción personal, que no oprime a nadie ni abusa de ningún colectivo ya oprimido.

Esta fingida equidistancia no es más que un claro posicionamiento político en la ya conocida derecha española, un mensaje hostil disfrazado de paz para esos que guardan “viejos rencores”, que diría Felipe. Porque el anuncio de Campofrío y el mensaje del rey están basados en lo mismo: “Olvidaos ya, ¡pesaos!”. Pero, claro, que olvidemos los rojos, por supuesto, los que pelean en la calle, los que luchan por los derechos de los animales, los que protestan y quieren un mundo mejor, sin opresiones, sin abusos y con justicia. Porque ellos no tienen nada que olvidar: ellos gobiernan, ellos son reyes, ellos son ciudadanos sin familiares desaparecidos, ellos son españoles sin más necesidad que la de que esta otra mitad dejemos de dar la lata y les dejemos disfrutar de su perpetua paz y comodidad sin interrupciones.

Felipe nos invitó a no reabrir viejas heridas, como si las heridas de este país alguna vez se hubieran cerrado. Es una falacia cruel donde -como Campofrío- da a entender que ya sanamos y que, quien busca justicia social, simplemente está trayendo dolor donde ya no lo hay.

Tanto el anuncio como el discurso están dirigidos a nosotros, a nosotras, a lo rojos, a las personas que alzan la voz y que no quieren reconciliarse con lo irreconciliable. Porque entenderse y amar a quienes sólo piensan en su propio bienestar por encima del sufrimiento de otros es relegar al olvido a esos otros, abandonarlos, ya sean familiares en cunetas, manifestantes en Sol intentando no perder derechos, toros siendo lanceados con nuestros impuestos o animales siendo descuartizados mientras nos cargamos el planeta.


jueves, 15 de diciembre de 2016

"El antifascismo, una memoria sepultada", por Manuel Guerrero Boldó



En los últimos años se ha intensificado el debate sobre un pasado reciente, que ha llegado a las instituciones y que ha incluido el cuestionamiento de los monumentos erigidos en honor del dictador.


Diagonal, 14/12/16

Una Europa que ha conocido a Hitler, Mussolini y Franco, no debería confundir el rechazo apolítico al compromiso con una forma de sabiduría histórica. Fascistas, nazis y comunistas son rechazados por igual como causantes de la barbarie totalitaria del siglo XX. Dicho compromiso apolítico sería más bien una categoría ética o moral que, además, interesa a un determinado sector político. Debemos, pues, superar este tipo de categorías y transformarlas en categorías históricas, reemplazar el juicio moral por un análisis serio y riguroso de la historia. Hemos de realizar un esfuerzo necesario por historizar nuestro pasado reciente.

Como nos recuerda Enzo Traverso, se establece una simetría antitotalitaria perfecta cuando se transforma la igualdad de las víctimas en la igualdad de las causas por las que lucharon. Sin embargo, la igualdad de las víctimas, señalaba Claudio Magris en Il Corriere della Sera, “no significa la igualdad de las causas por las que murieron. Los alemanes que murieron en el bombardeo de Dresde no son menos dignos de memoria y respeto que los caídos americanos e ingleses, pero no se puede pasar por alto, en una conciliación fraudulenta […] la diferencia sustancial entre la Inglaterra de Churchill y la Alemania de Hitler”.

La noción de política de totalitarismo aplasta todas las diferencias, identifica comunismo y nazismo como dos caras de una misma moneda y no los reconoce como fenómenos discrepantes, lo cual resulta epistemológicamente absurdo. Trata de ocultar antes que esclarecer el pasado, ya que, al manejar esta categoría, no podemos historizar y comprender los objetivos y orígenes de estos movimientos políticos.

De este modo, el antifascismo, entendido como parte de esa herencia totalitaria, ha sido revisado en Italia y Alemania; llegando a ser presentado como una operación propagandista comunista con el fin de proporcionar cierto barniz democrático a sus partidos. Sin pretender aquí obviar los intentos de apropiación de los partidos comunistas de todo el legado de dicho movimiento, reducir el antifascismo a una campaña de marketing comunista, nos impediría ver la verdadera complejidad y pluralidad del fenómeno. El consenso antitotalitario, podría considerarse pues, un consenso antitotalitario liberal y anti-antifascista.

Desde determinadas tribunas políticas, retomando el esquema clásico de Max Weber, utilizado también por Enzo Traverso, se opone la “ética de la responsabilidad” a la “ética de la convicción”. La “ética de la convicción” que habrían representado los brigadistas o los partisanos que lucharon contra en fascismo, conduciría necesariamente a la catástrofe.
Sentaría las bases totalitarias, ya que los partisanos estarían dispuestos a perder la vida por su causa, lo que les convertiría en fanáticos dispuestos a todo por liberar al hombre y construir un mundo mejor. El fin justificaría los medios para lograr el triunfo en nombre de una ideología.

En contraposición, encontraríamos la deseable “ética de la responsabilidad”. Sus objetivos serían más modestos, ya que sus representantes tendrían en cuenta las consecuencias de cada acción que pudieran llevar a cabo. Perseguirían salvar inocentes y contribuir a mitigar los efectos devastadores de la guerra, sin pretender construir un orden social nuevo. Esta ética es privilegiada en los últimos tiempos para denostar el compromiso ideológico en la izquierda, igualado, en último término, al fascismo o al nazismo.

El siglo XX estuvo marcado por una dialéctica del progreso y la reacción y hoy, en nombre de la condena a la violencia y debido a la estigmatización que han sufrido las ideologías, construimos una democracia amnésica. Tras la caída del muro de Berlín, la memoria del “socialismo realmente existente” se equiparó, como elementos indisociables a la memoria del pasado fascista y nazi, desde la dimensión criminal de ambos. Para este fin, sirvió la categoría política de totalitarismo como clave interpretativa. Al ser el nazismo y el comunismo los grandes enemigos de Occidente, ya solo nos quedaría como opción válida el liberalismo, que se erige como su redentor.

El siglo XX estuvo marcado por una dialéctica del progreso y la reacción y hoy, en nombre de la condena a la violencia y debido a la estigmatización que han sufrido las ideologías, construimos una democracia amnésica. Tras la caída del muro de Berlín, la memoria del “socialismo realmente existente” se equiparó, como elementos indisociables a la memoria del pasado fascista y nazi, desde la dimensión criminal de ambos. Para este fin, sirvió la categoría política de totalitarismo como clave interpretativa. Al ser el nazismo y el comunismo los grandes enemigos de Occidente, ya solo nos quedaría como opción válida el liberalismo, que se erige como su redentor.
En Italia, en los últimos tiempos, se ha rehabilitado y reivindicado el fascismo como parte de la historia nacional, mientras que, a su vez, se ha ido denostando el antifascismo, considerado como una posición ideológica causante de disenso y “antinacional”. En 2001, el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, conmemoraba conjuntamente a soldados, judíos, resistentes y fascistas de forma indiferenciada por su estatus común de víctimas. El Estado esquivaba así cualquier responsabilidad respecto a los valores dispares que sustentan todas estas memorias que se estaban homenajeando. Se ponía al mismo nivel, además, a víctimas y verdugos. Como si fueran memorias simétricas y compatibles.

La utilización del antifascismo en la República Democrática Alemana (RDA) como ideología de Estado, impidió que se integrara la memoria del holocausto en la sociedad. Además, perdió su potencialidad como legado de un movimiento de resistencia. Sometido a un fuerte control ideológico en la RDA, el antifascismo, tras la reunificación alemana, fue rechazado por considerarse la ideología de un estado totalitario y, con él, la tradición historiográfica de la RDA que lo sostenía.

En España se eligió una transición amnésica que ha provocado que el trabajo de reparación de la memoria de los vencidos, que incluye exhumar los restos de cientos de miles de republicanos, comunistas y anarquistas fusilados y sepultados en fosas comunes, se haya visto entorpecido o directamente imposibilitado hasta la actualidad.

En los últimos años se ha intensificado el debate sobre un pasado reciente, que ha llegado a las instituciones y que ha incluido el cuestionamiento de los monumentos erigidos en honor del dictador. Así como otras referencias a su causa, y proyectos de renombramiento de un callejero con numerosas referencias al pasado franquista y sus protagonistas durante la guerra civil.

En España también se ha pretendido escenificar la reconciliación haciendo desfilar el 12 de octubre de 2004 a un exiliado republicano de la División Leclerc y a un ex miembro de la División Azul como si, una vez más, fueran memorias simétricas y compatibles. En mayo de 2013, la ex delegada del gobierno del Partido Popular en Cataluña, María de los Llanos de Luna, participó en un homenaje a la División Azul en un acto de celebración del aniversario de la Guardia Civil. Podríamos encontrar más ejemplos similares sin demasiada dificultad.

La amnistía, pese a resultar una herramienta eficaz para implementar una política de reconciliación, en España ha conllevado la negación de la memoria de las víctimas. Además, ha ido acompañada de un pacto del olvido que ha impedido la actuación de la justicia provocando la indignación y el resentimiento de los familiares de las víctimas. En España, como destaca Julián Casanova, tenemos el componente añadido de que no ha habido un proceso de “desnazificación" o “desfascisticización” como el europeo, en el que la derecha, desde su derrota, se ha visto obligada a condenar ese pasado.

Esto tiene implicaciones significativas de cara a implementar políticas que busquen la reparación de la memoria de las víctimas del bando republicano. Desde las instituciones, la derecha puede o bien utilizar el socorrido “y tú más”, mencionando Paracuellos y/o a Santiago Carrillo; o legitimar el pacto del olvido apoyándose en un supuesto sentido de la responsabilidad frente a los que siempre están dispuestos a reabrir heridas. Como si tal cosa fuera posible cuando no han sido cerradas.

https://www.diagonalperiodico.net/saberes/32522-antifascismo-memoria-sepultada.html

"Impunidad académica: sobre comillas, cita americana y rectores", por Ignacio Sánchez-Cuenca

La comunidad universitaria debe presionar al máximo para que el rector de la Universidad Rey Juan Carlos dimita. Su caso reúne circunstancias extraordinarias que hacen que todo el sistema se tambalee

IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA

El Rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Fernando Suárez, Catedrático de Historia del Derecho, ha sido pillado en plagio masivo. Ha plagiado en al menos siete trabajos académicos. La noticia saltó mediante una denuncia anónima en el digital Cuarto Poder y luego eldiario.es se ha encargado de desarrollarla y darle publicidad. La información sobre el plagio ha corrido como la pólvora a través de medios digitales y de las redes sociales, a pesar de que los periódicos tradicionales en papel no han querido hacerse eco del asunto.
No es un caso único en la academia. Recientemente, Jorge Urdánoz descubría otro plagio masivo y descarado en la tesis doctoral de Francisco Camps. A su vez, el actual Director del Instituto de Estudios Fiscales, José Antonio Martínez Álvarez, que es Profesor Titular en la UNED, publicó en 2010 un libro con abundante plagio. Si se bucea en internet se pueden encontrar otros muchos ejemplos.

Fuera del ámbito universitario, los casos de plagio son múltiples. Se ha descubierto plagio en obras firmadas por, entre otros autores, Arturo Pérez-Reverte, Lucía Etxebarria, Luis Racionero y Luis Alberto de Cuenca.

La característica común de todos estos casos es que el plagio no tiene consecuencias de ningún tipo. Plagiar no supone apenas coste alguno para el plagiario más allá de una efímera atención mediática.
El caso del Rector de la Universidad Rey Juan Carlos  reúne circunstancias extraordinarias, tanto por la magnitud de plagio (a estas alturas cabe dudar de que haya hecho una sola investigación sin plagiar a nadie) como por la delicada posición que ocupa como responsable máximo de una Universidad. Si el Rector plagia, todo el sistema se tambalea.

Lo lógico habría sido una dimisión fulminante del Rector plagiario. Mi impresión es que acabará dimitiendo, aunque sólo sea porque sus padrinos políticos en la Comunidad de Madrid preferirán que no les salpique el escándalo, pero el problema es que si admite, aunque sea implícitamente, que su obra se basa en un plagio sistemático, debería ser desposeído de su plaza de Catedrático.
Los mecanismos de control son tan endebles en las instituciones españolas que a pesar de la evidencia incontestable del plagio, el Rector se resiste a reconocer la falta cometida y a abandonar el cargo. Desde un punto de vista formal, la única manera de reemplazar al Rector consiste, en el caso de la Universidad Juan Carlos I, en que dos tercios del Claustro Universitario (formado por 300 miembros) así lo decidan.

Por el momento, la estrategia de defensa del Rector ha consistido en el silencio y la negación. La única reacción ha sido una declaración institucional ante el Consejo de Gobierno de la Universidad escrita en un estilo surrealista. Atribuye las acusaciones a una oscura conjura orquestada por “los de siempre” y se revuelve con tecnicismo jurídicos absurdos. Un plagio es un ilícito penal, qué duda cabe, pero es también una violación máximamente grave de la ética académica. Si median denuncias de los plagiados, los tribunales establecerán si el Rector cometió un delito con sus plagios. Pero, al margen de lo que decidan los tribunales, la evidencia del plagio es tan incontestable que el máximo responsable de la Universidad no puede sino dimitir. ¿Se imagina alguien a un profesor pillado en plagio en una universidad norteamericana de prestigio que diga que hasta que no resuelvan los jueces él no se da por enterado?

Es típico de una sociedad civil débil que los conflictos tengan que resolverse judicialmente porque no hay un consenso suficientemente sólido sobre la valoración que merecen ciertas prácticas. En el caso del Rector, este se aprovecha de la manga ancha que todavía existe en España con el plagio. De ahí que, en su comunicado, escrito en un estilo lamentable, confuso y espeso, el Rector se permita el lujo de decir algo  similar al clásico “cariño, esto no es lo que parece”. La declaración es en algunos momentos ridícula, como cuando se mete en consideraciones sobre cómo citar trabajos:

“Lo que se cuestiona en su caso son usos y costumbres en el modo de hacer referencia a los autores de los trabajos que se manejan, esencialmente de base bibliográfica, y estos son muy variados, la nota al pie, la nota americana, francesas, uso de comillas, etc. etc., que están en constante cambio y que no tienen relevancia jurídica.”

Parece que esto de la cita académica tenga tantas variaciones nacionales como las otras citas, las que se ofrecen en los clasificados de la prensa. Que si hago cita francesa, que si hago cita americana.
ES NECESARIO QUE LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA PONGA LA MÁXIMA PRESIÓN PARA QUE FERNANDO SUÁREZ DIMITA

En cuanto a las dichosas comillas, quedan reducidas a uno de esos usos y costumbres “en constante cambio”, de manera que unas veces se usan y otras no. El Rector es un moderno, que prescinde de las comillas, no como sus colegas, que están anclados en el tradicionalismo más rancio. El desprecio a las pobres comillas es un recurso al que los plagiarios acuden con frecuencia. En su día, el plagiario Luis Alberto de Cuenca declaró: “la divulgación científica está fundada en el resumen de varias fuentes, y todo el mundo sabe cómo se manejan las fuentes en ese tipo de artículos. Se zurce, se teje, se corta, se añade, como los rapsodas. Y no puedes estar poniendo comillas a cada rato. También Homero zurció, y se hizo así hasta el Renacimiento, sin problemas. Luego vino toda esta cosa moderna de la Propiedad Intelectual”.

Hay otro párrafo en la declaración del Rector que, en su imprecisión y ambigüedad, da pistas sobre lo  que puede haber sucedido en este caso:

“Es posible que se hayan podido producir disfunciones, porque soy humano, y porque trabajamos con mucho material de aluvión y en equipos de investigación, pero rechazo el alcance que se está dando a esta cuestión”.

Ajá, ahora empezamos a entender. El Derecho es una de las disciplinas académicas en las que las relaciones feudales de vasallaje han sobrevivido hasta el día de hoy. No digo que sólo pase en Derecho ni, por supuesto, que todos los profesores de Derecho hagan estas cosas, pero es indudable que en el Derecho estas prácticas siguen existiendo: un Catedrático tiene a un equipo de gente joven que trabaja para él (lo que eufemísticamente llama “equipos de investigación” y que podríamos traducir como “negros a sueldo”) con “materiales de aluvión” (es decir, cogiendo textos de aquí y allá en la elaboración de un refrito). El Catedrático de turno pone su firma en el trabajo final y, si es poco generoso, deja fuera a los vasallos, que ya serán recompensados con la promoción en algún momento futuro. En el caso del Rector, parece que los “negros” se la han jugado, como se la jugaron en su día a Ana Rosa Quintana.

Llegados a este punto, es necesario que la comunidad universitaria ponga la máxima presión para que Fernando Suárez dimita de su cargo y, si es posible, abandone la Universidad y monte una empresa de materiales de aluvión. Esa presión debe incluir a los otros Rectores, quienes deberían abstenerse de sentarse en la misma mesa que el Rector plagiario, al Claustro de la Universidad Rey Juan Carlos, a los profesores de aquella Universidad y de todas las demás, a los estudiantes, que deberían sentirse avergonzados de estudiar en una Universidad cuyo Rector plagia, y más en general a los poderes públicos y los medios de comunicación, que de momento, y salvo honrosas excepciones, no han hecho lo suficiente, como si el asunto no tuviera apenas importancia. Es esa dejadez lo que, en última instancia, hace posible la impunidad académica.

AUTOR

Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y Atado y mal atado. El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia (Alianza, 2014).
http://ctxt.es/es/20161130/Firmas/9870/Ignacio-Sanchez-Cuenca-plagio-Universidad-Rey-Juan-Carlos-Madrid-academia-profesores.htm

viernes, 9 de diciembre de 2016

«El historiador debe ayudar a la gente a pensar», Entrevista a Josep Fontana


«El historiador debe ayudar a la gente a pensar»
Entrevista a Josep Fontana

Francesc Arroyo. Mientras Tanto, 10/11/2016


Josep Fontana (Barcelona, 1931) está en plena forma. Su último libro, El futuro es un país extraño (Pasado y presente), aún está casi caliente cuando prepara ya un nuevo título, El siglo de la revolución (Crítica) que llegará a las librerías en febrero. Son obras que, en cierto sentido, dan continuidad al trabajo que representó la monumental Por el bien del imperio (Pasado y presente). En todas ellas el historiador hace acopio de bibliografía y aporta material para que el lector pueda pensar por su propia cuenta, para combatir, explica, los prejuicios. La entrevista que sigue es fruto de dos charlas con el historiador. La primera, apenas aparecido El futuro…; la segunda, hace unos días.

P. El futuro es un país incierto es una mirada al presente, pero incluye también una reflexión sobre el papel del historiador.

R. La historia es un pozo sin fondo donde hay de todo. Y cada uno va a pescar aquello que cree que es útil para entender las cosas, para comprender lo que pasa. Ahora bien, se puede ir a pescar con las finalidades más diversas. Basta con ver los disparates que se dicen estos días. Por ejemplo, que España es una nación desde Indíbil y Mandonio. Sin entender que la nación es algo muy moderno, reciente. Se ve también en las formas en las que se ha utilizado la historia en la enseñanza o en el uso público que los gobiernos hacen de la misma en las conmemoraciones. Si se toma el plano de París se puede ver que transmite una imagen de la historia de Francia: la Revolución, Napoleón, las victorias. Se proyecta una visión determinada. Son usos que producen un conjunto de convicciones no razonadas que resultan terribles.

P. ¿No razonadas?

R. Sí y contra ellas es difícil razonar. Cualquier ciudadano tiene un conjunto de sentimientos, más que de nociones históricas, que hacen mucho daño. El papel del historiador, sobre todo en momentos de cambio, es ayudar a la gente a pensar. Resulta difícil y no siempre se consigue. En especial, si el razonamiento va contra las convicciones. Una gran parte de lo que pensamos es prejuicio, tópico, con muy poca reflexión. El papel del historiador es mostrar las cosas, darlas a la gente para que las interprete. No se trata de explicar la verdad sino de discutir verdades establecidas que son dudosas y ofrecer elementos para trabajar con ellos y ver qué se puede sacar de los mismos.

P. ¿Es eso lo que se proponía con su, de momento, última obra?

R. En ese libro y también en el anterior, he hecho un acopio de documentación. Los he cargado con una amplia base bibliográfica porque quería poder justificar cada afirmación, mostrar de dónde procedía lo que digo. Quería cargarme de razón para inducir a la gente a que piense. Creo que eso es lo más importante. En este sentido, hay muchas cosas que consiguen desmontar la visión histórica establecida. Esa, me parece, es la función del historiador. La que he aprendido de mis maestros, Vicens Vives, Pierre Vilar, Ferran Soldevila.

P. ¿Pensar el pasado o pensar el presente?

P. Desde el primer momento, buscaba que se pensara que lo que está pasando hoy no es una crisis económica que será superada y luego, volverán a ser las cosas como eran antes. Estamos en una crisis muy seria, y que puede ser permanente, del sistema social en el que vivíamos y que creíamos que íbamos a seguir teniendo. El uso de la historia, de lo que Vilar llamaba “pensar históricamente”, es decir, con una cierta perspectiva crítica, puede tener utilidad. Sobre todo si se evitan las visiones globales y esquemas simplistas y se atiende a la realidad viva. Ya Thompson proponía ir a las cosas concretas: lo que pasa y cómo pasa. Cómo vive las situaciones la gente, cómo las siente. Esto, claro, es lo contrario de lo que hacen la mayor parte de los llamados “científicos sociales” que trabajan con grandes modelos interpretativos. Ése es el modo en el que intento ser socialmente útil: incordiando. Acostumbra a provocar reticencias, pero si no te importa, resulta más satisfactorio: no les gustas, pero te respetan.

P. De modo que su libro debería ser útil para entender la crisis. ¿También para superarla?

R. Éste es un libro sobre la crisis, entendida como crisis social. Había un mundo en el que se suponía que había alternativas. Y en la medida en que era así, era imprescindible el juego de la negociación y la concesión. Hoy no hay alternativa y lo que se avecina es un periodo de reconquista del pasado. Quizás un día termine la crisis, pero no sabemos cómo será la salida de ella, no sabemos si se recuperarán los puestos de trabajo que se han perdido. Probablemente lo que se verá es que se han perdido muchas cosas que se habían ganado y que habrá que volver a conquistarlas. La reforma laboral significa la anulación de décadas de lucha para asegurar condiciones de negociación sobre el trabajo. Habrá que rehacer esas condiciones, si es que es posible. Hay que insistir en que ésta no es sólo una crisis económica. Eso sirve para argumentar la austeridad: ahorremos y volveremos a estar como antes. No. Nada volverá a ser como antes. La sanidad privatizada hasta extremos indignos abre un mundo diferente en el que se habrá perdido la ilusión del progreso y de la mejora de la situación a través de la negociación.

P. ¿Qué hacer?

R. No sé lo que hay que hacer. Si miro a mi alrededor, lo que veo como más estimulante son los movimientos de base.

P. ¿Por qué?

R. Porque implican toma de conciencia. Son gente que experimenta la degradación de sus condiciones y articula una forma de resistencia. Tenemos una extraña situación: los jóvenes protestan en la plaza de Catalunya o la Puerta del Sol, pero los padres votan al PP o a la antigua Convergència. ¿Qué se puede esperar de esto? Nada. Porque apenas hay conciencia. En cambio, los movimientos de base a partir de los propios problemas me parecen más interesantes. ¿Cómo se articula luego esto? De momento hemos visto la respuesta de Italia: “Váyanse todos a hacer puñetas. Todo está podrido. Todos son unos chorizos”. Bien, pero a partir de ahí, que es la disolución del sistema, no se hace nada. Los movimientos de base, vecinales, etcétera, son otra cosa. El franquismo cayó, en parte, por el miedo a estos movimientos, incluyendo, claro, los sindicatos. No eran los partidos los que daban miedo. A la gente se la está castigando cada vez más, pierden derechos. Acabarán por protestar. El problema será articular la protesta para darle forma de alternativa política. Esto, hoy, no está nada claro. Y es un mal asunto porque mientras no haya la amenaza de una alternativa será muy difícil obtener concesiones. Ni siquiera se logrará que los que han de ceder se avengan a negociar. No tienen por qué. Hoy, el nivel de protesta es controlable: basta la policía. No hacen falta concesiones.

P. Sus críticas coinciden con las de quienes sostienen que los partidos tradicionales responden más a intereses financieros que a los de la población.

R. Eso es algo muy claro. Llega la crisis y ¿qué se hace? Salvar a los bancos. Pero no se salva a los de las preferentes ni a los desahuciados. No. Se salva a los bancos y se les deja seguir igual. Un día me preguntaron qué opinaba sobre unas detenciones, creo que de ETA y respondí: “Mientras no me digan que han metido a Rato en la cárcel, esto no me impresiona”. La impunidad de los mecanismos financieros para hacer lo que quieren es total. Y, finalmente, se ha empezado a criminalizar la protesta.

P. Rato ya está al borde de la cárcel.

R. Habrá que verlo y, aún si entra, por cuánto tiempo. Los que se dedican a la corrupción a lo grande, sobre todo si tienen conexiones políticas, acostumbran a salirse con penas leves. Y luego, además, se les reducen con rapidez. Carlos Fabra, el de Castellón, no sé cuánto tiempo ha pasado en la cárcel. Mucho no. Pero lo peor no es cómo actúa la justicia, sino la absoluta indiferencia de la gente respecto al problema. Me explicaba hace unos días un amigo mallorquín que en Baleares están decididos a volver a votar al PP y que si se les reprocha la corrupción replican que los otros también tienen, el PSOE, por ejemplo, en Andalucía. Y no sirve de nada citarles el caso Matas. Se lo quitan de encima diciendo que ya no es de los suyos. Es decir, la forma en que el PP ha pasado sin castigo por una ola de acusaciones de corrupción es impresionante. Porque en la lista de Bárcenas aparece Rajoy como receptor de sobres. Lo grave es que la gente ha terminado por asumir que la corrupción es algo normal. Como mucho, cuando alguien es afectado directamente, como en el caso de las preferentes, acude a los juicios a gritar, pero aparte de eso no parece tener más consecuencias.

P. Y esa corrupción, ¿es un problema judicial o sistémico?

R. Evidentemente, sistémico, por eso sorprende que haya habido una cierta reacción por parte de servicios policiales y judiciales. Es un hecho asombroso y también que no hayan podido pararlo desde arriba. Aunque es posible que, precisamente, la multiplicación de casos sea lo que ha hecho que la gente acabe por pensar que la corrupción es algo normal. Incluso en Podemos, cuando se produjo el caso de Ramón Espinar, que vendió un piso con ciertas plusvalías, la respuesta fue decir que cualquiera hubiera hecho lo mismo, pasando por alto las complicidades asociadas, desde un padre dirigente de Bankia a los demás factores que tuvieron que darse para que pudiera hacer ese negocio. Que la gente de Podemos considere eso normal es absolutamente escandaloso. A los pocos días leí un artículo del Gran Wyoming en el que reflexionaba diciendo que con eso el PP ya podía estar tranquilo. Es lamentable ver que el asunto se usa a veces para reclamar ejemplaridad y también que la multiplicación de casos lleve a pensar que se trata de conductas normales.

P. ¿Cuál es, en todo esto, el papel de los medios de comunicación?

R. Los medios de comunicación, y especialmente la radio y la televisión que son los medios que alcanzan a más gente, muy por encima de los de papel, tienen un función fundamental en la creación de opinión, aunque sólo sea porque dan información. Información que seleccionan. Un ejemplo: las informaciones que recibe un español normal sobre la guerra en Siria están totalmente filtradas y preparadas para dar determinada imagen. Es posible acceder a otras fuentes, pero es difícil para el ciudadano medio llegar a ellas porque ni siquiera las conoce. La opinión se forma con los medios más generales. Y ¿qué es lo que pasa? que los medios más potentes están condicionados, primero, por sus propietarios; segundo, y más importante, por la dependencia de esos propietarios de las instituciones financieras. Esto afecta a radio y televisión y también al papel. Los medios de papel dependen, en general, de créditos y de los grandes anunciantes. Las dos grandes televisiones privadas, que son las que difunden informaciones que crean opinión, es obvio que actúan de forma polarizada. Dan la noticia de que se han creado x puestos de trabajo y se quedan tan tranquilos sin precisar qué tipo de puestos de trabajo. Hay informaciones críticas, pocas, pero son marginales. Los informativos están muy condicionados. La gente habla de la libertad informativa que supone internet, pero esas informaciones carecen de garantías. Así las cosas, el papel de los medios es determinante en configurar lo que la gente acaba pensando y, con ello, lo que la gente vota.

P. ¿Habrá que plantearse la posibilidad de unos medios públicos que no acaben siendo gubernamentales?

R. El problema es lograr que los medios públicos no sean gubernamentales. Sería una gran cosa, pero no estimula ver lo que ha ocurrido con TVE, que ha llegado a tal grado de descrédito que ya ni siquiera tiene influencia. Hubo un momento en el que los grandes partidos tenían sus propios medios que eran leídos por parte de la población, y el resultado era una pluralidad informativa. Pero eso fue devorado por la potencia de los grandes medios. Parecía que internet sería la solución y, de hecho, yo sigo algunos diarios de la red, pero me pregunto cuánta gente depende de ese tipo de información.

P. Es cierto que los partidos, sobre todo los comunistas, tenían sus propios medios, pero ni L’Humanité ni L’Unità eran modelos de objetividad.

R. Es que tenían que jugar a la defensiva, en la medida en que los otros medios jugaban contra ellos. Y el resultado es que se han perdido las culturas sectoriales. No hace mucho leí una tesis sobre la CNT en la que se explicaba que había un lector sindicalista que encontraba en el diario del sindicato, en el círculo que frecuentaba, en el ateneo popular, unas informaciones diferentes. Esta cultura sectorial se la ha comido la máquina del espectáculo. Y los medios de comunicación han perdido, a la vez, función crítica. Me refiero a los que tienen posibilidades de llegar a la mayoría.

P. ¿Significa esto que el debate ideológico queda circunscrito a las élites?

R. En las informaciones que llegan al ciudadano medio, el debate ideológico no existe. Tampoco parece reclamarlo nadie. A veces hay cosas interesantes. Por ejemplo, cuando se produjo el debate sobre el Brexit se publicaron algunos textos de interés. Leí uno en el que se explicaba que la gente, antes del referéndum, había llegado a un alto grado de indiferencia respecto a las elecciones porque se consideraba que todos los políticos eran iguales. Y esa gente vio en el referéndum la posibilidad de hacer sentir su voz, de oponerse a esas élites que les decían lo que tenían que pensar, lo que tenían que hacer. En ese momento, Tony Blair escribió un artículo alarmado por esos grupos que, decía, mezclaban cosas de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Pero lo que de verdad le preocupaba es que se erosionaba a las élites (con el funcionamiento bipartidista de una derecha conservadora y una socialdemocracia asimilada: Clinton, Blair, Felipe González) y que éstas perdieran el crédito que les permitía mantener las reglas del juego. Blair clamaba contra el rechazo de las élites. Ése es también el problema que se da en Estados Unidos: la negativa a aceptar la dirección de las élites que son las que piensan por todos y se preocupan también por todos. Además, hay pensadores de todo tipo para que se pueda elegir lo que uno quiera. El descrédito de esta forma de hacer política es un asunto serio. La cuestión es qué saldrá de esta desconfianza.

P. Este descrédito, ¿está relacionado con la subordinación de los partidos a la economía?

R. La subordinación de los partidos a los podres económicos se debe a diversos factores. El primero es que dependen de ellos para subsistir. Se puede ver perfectamente en un caso, el de Unió Democràtica de Catalunya. ¿Qué pasa cuando un partido pierde su capacidad de influir? Estalla, se comprueba que detrás deja una deuda insoportable y nadie quiere hacer donativos porque ese partido ya no aporta nada. Hace un tiempo, un amigo de un ayuntamiento cercano a Barcelona me explicó que el consistorio, dominado por ERC, estaba pensando en tomar ciertas medidas que afectaban a algún negocio de la Caixa. La entidad les recordó amablemente que el partido tenía una deuda por pagar. Esto por un lado. Por otro, los políticos, necesitan asegurarse la tolerancia para cuando terminen su función pública. Lo de las puertas giratorias no es una broma. Desafiar al sistema sería una locura. Por esa vía se llega a situaciones delirantes, como en Estados Unidos, donde los generales y almirantes se incorporan a las empresas de armamento en cuanto dejan el servicio activo. Esto provoca grandes condicionantes respecto a las inversiones en armas. Paralelamente, como ya hemos visto, los medios de comunicación dependen de los poderes económicos, de forma que los partidos saben que recibirán un trato u otro según cómo traten a esos poderes. Es evidente, por ejemplo, que los de Podemos saben que prensa, radio y televisión los van a tratar mal. En cambio, la televisión trata de una forma muy diferente a ese empleado en excedencia de la Caixa que se llama Albert Rivera. Los de Podemos, cuando salen en los medios, es para ser criticados. Nada que ver con los masajes a Rivera.

P. ¿Esto es lo que el marxismo clásico llamaba la determinación económica en última instancia?

R. Hay muchas pruebas de que se da esa influencia de la economía sobre la política. Una de ellas es que, cuando se produjo la crisis y las empresas, tanto en Estados Unidos como aquí, fueron víctimas de sus propias especulaciones, sus problemas se resolvieron con dinero público. El dinero que hubiera tenido que servir para servicios sociales, fue utilizado para rescatar bancos. Y hay un ejemplo aún más claro: la impotencia de los gobiernos, tanto en América como en Europa, para conseguir que paguen impuestos las grandes empresas. Es un escándalo, tanto por la tolerancia en la evasión hacia paraísos fiscales como por lo poco que pagan todas ellas. Pagan mucho menos que cualquier ciudadano normal y eso se debe al control de la política por las empresas.

P. ¿Frente a eso habla usted de inventar un mundo nuevo?

R. Bueno, con esto me refiero a cómo salir de la situación presente. Es evidente que la vieja fórmula de la socialdemocracia está agotada. No hablo sólo del PSOE, pasa lo mismo con los socialistas en Francia; los laboristas, en Inglaterra, el Partido Demócrata, en Estados Unidos, que en la época de Roosevelt o Johnson era otra cosa. Hoy la socialdemocracia se muestra impotente para hacer leyes que sometan a la gran empresa. El problema es encontrar una solución. Aquí se han apuntado soluciones de futuro. Una de ellas es la que dio la alcaldía de Barcelona a Ada Colau y otras alcaldías a Podemos. Consistió en apoyarse directamente en las organizaciones sociales, vecinales… entidades que expresan las necesidades de los de abajo y que no encuentran acogida en los partidos tradicionales. El problema de esto es la falta de un programa sistemático, de modo que puede ser útil en algún momento, pero resulta difícil el control para dirigir una acción política continuada. Hemos podido ver como a Podemos se le escapan de las manos las actuaciones en Cataluña, en Valencia, en Galicia. Hay una fuerza real que está en los de abajo pero que resulta difícil de articular en un proyecto. Esto, tal vez, sugiere que hay que buscar otro tipo de propuestas. ¿Qué puede sustituir el papel que tradicionalmente han jugado los partidos? No lo sabemos, pero sí sabemos que el conflicto social sigue vivo. En todo el mundo, aunque con mayor fuerza en el mundo subdesarrollado que en Occidente, donde las cosas están más controladas.

P. ¿Por ejemplo?

R. Hay movimientos campesinos que luchan por mantener los derechos sobre la tierra y sobre el agua. Hay trabajadores que se enfrentan a las reformas laborales. Hay todo un mundo que emerge en una protesta que los partidos no recogen. Lo hicieron en el pasado, pero hoy ya no son capaces. Esto cuaja en proyectos más amplios. Los movimientos campesinos, por ejemplo, enlazan proyectos de relación entre ellos. En Honduras, el pasado año mataron a un montón de dirigentes campesinos (campesinos e indígenas allí son lo mismo). Los campesinos tienen problemas con las multinacionales; algunas, por cierto, de China. Son gente que mantiene vínculos con Vía Campesina, una fuerza de protesta emergente que aún no es una amenaza real, pero es una esperanza. Algunos economistas críticos sostienen que la reforma ya no es posible y que hace falta una transformación profunda que liquide el Estado en su funcionamiento actual, dando pie a una alianza transnacional. No es seguro que las cosas evolucionen por ese camino, pero es más probable que la solución salga de abajo que de arriba. Nadie sabe cómo será el futuro, pero sí sabemos que habrá que reinventar muchas cosas para que se produzcan los cambios necesarios. De todos modos, los de arriba vigilan y los nuevos medios de comunicación les ofrecen grandes posibilidades. Las modernas tecnologías son totalmente vulnerables al control. Por eso hemos podido oír las expresiones más íntimas de algunos sospechosos, porque estamos en un mundo donde el grado de control es muy considerable. De todas formas, habrá cambios porque hay un problema grave: la desigualdad. Nos hallamos en una situación de estancamiento económico; al menos eso dicen las previsiones y nadie sugiere que haya esperanza de salir de ese estancamiento.

P. Estancamiento económico más nuevas tecnologías no sugieren la creación de empleo.

R. Las nuevas tecnologías minimizan los costes salariales y aumentan los beneficios. Un economista estadounidense señala que lo importante ya es saber quién será el dueño de los robots, es decir, a quién deben beneficiar las nuevas tecnologías. En estos momentos, el estancamiento está generando miedo porque seguimos en una situación de burbuja en la que se combinan precios altos, tanto en el sector inmobiliario como en la bolsa, con tipos muy bajos. Esto puede producir un nuevo estallido, entre otros motivos porque, sobre todo en Estados Unidos, la banca ha vuelto a las andadas. En el mundo construido tras la segunda guerra mundial, en el que crecía la propiedad, crecían los salarios, en el que los sindicatos cooperaban con la política económica y las empresas lo aceptaban porque las cosas iban bien, cabía una perspectiva de futuro en el que todo iba rodado. Pero esto se acabó en los setenta. Cuando se vio que desaparecía la amenaza de un estallido revolucionario, los empresarios decidieron que ya no necesitaban seguir pagando una cuota para que todo funcionara y que se podía volver al viejo orden, cuando el dueño era el dueño y los trabajadores doblaban la cabeza y trabajaban sin más. Y ahí estamos, pero la solución ya no es volver atrás. ¿Qué pueden hacer los gobiernos? Es evidente que la escasez de recursos para los servicios sociales está relacionada con la escasez de ingresos vía impuestos. La parte de león debería proceder de los impuestos que pagasen las empresas, pero éstas tienen, todas, filiales en el extranjero, lo que les permite llevarse los beneficios. Y la solución que aplican los gobiernos es la austeridad que afecta sobre todo a los de abajo. El futuro no puede seguir siendo igual, pero no se ven propuestas claras.

P. ¿Radica ahí la crisis de la socialdemocracia?

R. La socialdemocracia tiene el problema de que exige convencer a los que tienen el dinero de que perder algo evitará una ruptura total. Esto funcionó mientras se dio la amenaza del comunismo. En los setenta se vio que los comunistas de los países occidentales no tenían capacidad transformadora. Tampoco voluntad: en el 68 los sindicatos, tras conseguir un aumento de sueldo, se fueron a casa; en Checoslovaquia no se aceptaron los cambios transformadores. Al mismo tiempo se vio que la Unión Soviética no era ninguna amenaza real, de hecho, nunca lo había sido. En ese momento, los empresarios decidieron que ya no había que seguir pagando factura alguna. En los años veinte Karl Kraus escribió un texto precioso. Decía que a él el comunismo le daba igual pero que bienvenido fuera mientras representara una amenaza para los capitalistas, una amenaza que no les dejaba dormir tranquilos. Desde los años setenta duermen a pierna suelta. En 1978, con Jimmy Carter de presidente y los demócratas controlando las dos cámaras, los sindicatos propusieron una reforma de las relaciones laborales que defendiese a los trabajadores de la ofensiva que sufrían por parte del empresariado. La ley superó el Congreso pero se estancó en el Senado por las embestidas empresariales y nunca llegó a ser aprobada. Entonces, un dirigente sindical del sector del automóvil renunció a su puesto en los órganos de mediación social y denunció que se estaba produciendo una guerra de los empresarios contra los trabajadores. Los cambios estaban en marcha, luego siguieron en Europa con Margaret Thatcher, para extenderse más tarde a toda Europa, especialmente tras la crisis de 2008. Se impusieron los discursos que sostenían que la sociedad no existe, que sólo hay individuos. De modo que nos encontramos en un mundo con reglas nuevas. ¿Tienen capacidad de respuesta los sindicatos? ¿Tienen parte de culpa en la situación? Es evidente que algo hicieron mal cuando todo iba sobre ruedas. En Alemania, cuando todo era una balsa de aceite, los socialdemócratas tenían crédito, los empresarios no se oponían a cesiones económicas, los sindicatos eran tan felices que creyeron que lo suyo era gestionar la situación. Luego se produjo la crisis, los empresarios se negaron a seguir colaborando y los sindicatos ya no tenían capacidad de respuesta porque habían renunciado a mayores avances, se habían contentado con lo que les daban sin percatarse de que eran dádivas. Hoy la respuesta es difícil. En España, la reforma laboral desarboló a los sindicatos. Por completo. ¿Se habían acomodado? Quizás sí, pero no sólo ellos. Fue todo el sistema el que se acomodó porque había el convencimiento de que todo seguiría siempre igual y no ambicionaron más cambios. ¿Caben parches para recomponer la situación? No lo parece.

P. ¿El socialismo, no el Partido Socialista, es una alternativa?

R. Socialismo quiere decir hoy que los otros deben temer que haya una alternativa y que alguien pueda organizarla. Eso, hoy no existe. La socialdemocracia tenía como objetivo el cambio dentro del sistema. Y consiguió no pocas cosas, por ejemplo, el estado del bienestar. Pero cuando llegó ahí, se quedó sin programa porque no pretendían cambiar la sociedad. Y, lo que es peor, en medio, sus dirigentes se aflojaron y consintieron retrocesos de los sindicatos, permitieron las derivas económicas que han llevado a la crisis. La relajación de los controles sobre el sistema financiero la protagonizan Clinton, Blair, González. Es cierto que crearon una estructura de derechos sociales, pero luego resultó que no se podía pagar. No sé si el socialismo se replantea el futuro. Los sindicatos están muy debilitados. Además, su función no es la lucha sino la negociación. Lo que falta es la capacidad de presentarse como alternativa a un sistema corrompido y depredador. Esta alternativa no puede ser ni una socialdemocracia que se ha acomodado y podrido ni el socialismo identificado al mundo soviético, que también falló. La prueba es que, cuando se hunde la Unión Soviética, detrás no deja nada. Así, pues, hay que reinventar el socialismo. Hay que recuperar la idea de que cabe la esperanza de un sistema sin los vicios de éste.

jueves, 1 de diciembre de 2016

"Fidel", por Eduardo Galeano


Fidel 
Extraído de Espejos, de Eduardo Galeano.


"Sus enemigos dicen que fue rey sin corona y que confundía la unidad con la unanimidad. Y en eso sus enemigos tienen razón.

Sus enemigos dicen que si Napoleón hubiera tenido un diario como el “Granmma”, ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo. Y en eso sus enemigos tienen razón.

Sus enemigos dicen que ejerció el poder hablando mucho y escuchando poco, porque estaba más acostumbrado a los ecos que a las voces. Y en eso sus enemigos tienen razón.

Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para la Historia que puso el pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó a los huracanes de igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a 637 atentados, que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una colonia en patria, y que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a 10 presidentes de los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzársela con cuchillo y tenedor. Y sus enemigo no dicen que Cuba es un raro país que no compite en la copa mundial del felpudo.

Y no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose mas alto y mas ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse.

Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta.

Y sus enemigos no dicen que esa hazaña fue obra del sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla."