Olvidaos
ya, ¡pesaos!
Barbijaputa.
El Diario.es, 27/12/2016
Esta
fingida equidistancia no es más que un posicionamiento político en la ya
conocida derecha española, un mensaje hostil disfrazado de paz para esos que
guardan “viejos rencores”, que diría Felipe. Porque el anuncio de Campofrío y
el mensaje del rey están basados en lo mismo: “Olvidaos ya, ¡pesaos!”
Campofrío,
un año más, ha vuelto a encumbrarse. Ya lo hizo hace unos años, e Iñigo Sáenz
de Ugarte lo analizó de manera impecable aquí.
En
el anuncio de estas Navidades han ido un paso más allá. Un despropósito a todos
los niveles donde han tocado todo el espectro de opresiones habidas y por
haber, mezclando opresores y oprimidos, y comparando el resultado con meras
opiniones personales, tan banales como ser del Sevilla o del Betis. Es como si
hubieran contratado de publicistas a un miembro de Ciudadanos, otro de la
Falange y al torero Francisco Rivera.
El
vídeo comienza con un rojo y una fascista gritando “fascista” y “rojo”
respectivamente. Luego añaden a una vegetariana y un consumidor de carne, una
nacionalista española y un nacionalista catalán, una manifestante y un
antidisturbio, una taurina y un antitaurino, un hombre de izquierdas y una
mujer de derechas, una creyente y un ateo, y un sevillista y una bética.
“En
este país, las personas de diferente ideología, credo o forma de vida, están
condenadas al desacuerdo”, dice el anuncio, y a continuación empiezan a
lanzarse términos despectivos los unos a las otras haciendo referencia a su
característica principal.
Lo
aberrante, además de que compara ser de una u otra cosa como meras opiniones
inocuas y sin ningún tipo de consecuencias, es que el anuncio acaba mostrando
cómo esas personas que se insultaban son, en realidad, parejas. Parejas todas
heterosexuales y blancas, no se vayan a creer que se han basado en el siglo XXI
para rodar el spot.
Insinuar
que ser fascista es lo mismo que ser rojo, que son compatibles o comparables y,
por tanto, personas de ambas ideologías se pueden entender y hasta amar, es
directamente un insulto a la inteligencia y a la memoria de nuestro país. Decir
que es bello centrarse en lo bueno de alguien e ignorar lo malo -como si el
fascismo fuera un defectillo como la tacañería- es invisibilizar que en nuestro
país existen familias que aún buscan a sus muertos, precisamente porque fueron
asesinados y enterrados por los fascistas. Es reírse de ellos, y también reírse
de la mitad del país que intentó frenar su golpe de estado y que fueron
represaliados, encarcelados, torturados y asesinados.
Presentar
a un antitaurino que está en contra del maltrato, del abuso y del asesinato de
animales -para la fiesta de unos pocos-, y equipararlo a una persona que
disfruta de cómo acuchillan entre vítores a un toro es un insulto sólo dirigido
al primero, y una clara apología de la negación del derecho a la vida de los
animales. Es un “¿No te gustan los toros? No vayas”. Como si no salieran del bolsillo
de todos los antitaurinos las subvenciones para que la tauromaquia siga viva.
Lo
mismo pasa con la vegetariana y el consumidor de carne. Meras opciones sin
ningún tipo de consecuencias. Como si la industria cárnica no fuera la culpable
de contribuir al calentamiento global en un 18%. Como si el consumo de carne no
escondiera un sufrimiento animal aberrante completamente innecesario para tener
una alimentación sana en el primer mundo.
No
contentos con eso, representan la opresión policial y el derecho a manifestarse
en forma de otro matrimonio. Porque es loable que una mujer, que se manifiesta
para defender unos derechos constantemente cercenados por el Gobierno, se
enamore de aquel miembro de la UIP que carga de forma desproporcionada e
innecesaria contra manifestantes pacíficos. Y sí, cualquiera de los que hemos
estado en manifestaciones estos años tiene la experiencia y pruebas de todos
los colores de que las intervenciones policiales han sido en su mayoría
gratuitas y exageradas. “Me gusta el orden en las calles”, dice el
antidisturbios. Una vez más, se disfraza la opresión en forma de gustos
personales, como si dependiera de preferencias, como si la calle fuera de él y
tuviera el derecho a disolver manifestaciones a su antojo sólo porque le gusta.
Como
guinda del pastel, aparecen dos personas de diferentes equipos de fútbol,
equiparando todo lo anterior con esta opción personal, que no oprime a nadie ni
abusa de ningún colectivo ya oprimido.
Esta
fingida equidistancia no es más que un claro posicionamiento político en la ya
conocida derecha española, un mensaje hostil disfrazado de paz para esos que
guardan “viejos rencores”, que diría Felipe. Porque el anuncio de Campofrío y
el mensaje del rey están basados en lo mismo: “Olvidaos ya, ¡pesaos!”. Pero,
claro, que olvidemos los rojos, por supuesto, los que pelean en la calle, los
que luchan por los derechos de los animales, los que protestan y quieren un
mundo mejor, sin opresiones, sin abusos y con justicia. Porque ellos no tienen
nada que olvidar: ellos gobiernan, ellos son reyes, ellos son ciudadanos sin
familiares desaparecidos, ellos son españoles sin más necesidad que la de que
esta otra mitad dejemos de dar la lata y les dejemos disfrutar de su perpetua
paz y comodidad sin interrupciones.
Felipe
nos invitó a no reabrir viejas heridas, como si las heridas de este país alguna
vez se hubieran cerrado. Es una falacia cruel donde -como Campofrío- da a
entender que ya sanamos y que, quien busca justicia social, simplemente está
trayendo dolor donde ya no lo hay.
Tanto
el anuncio como el discurso están dirigidos a nosotros, a nosotras, a lo rojos,
a las personas que alzan la voz y que no quieren reconciliarse con lo
irreconciliable. Porque entenderse y amar a quienes sólo piensan en su propio
bienestar por encima del sufrimiento de otros es relegar al olvido a esos
otros, abandonarlos, ya sean familiares en cunetas, manifestantes en Sol
intentando no perder derechos, toros siendo lanceados con nuestros impuestos o
animales siendo descuartizados mientras nos cargamos el planeta.