La Cruz de Espartaco
Arturo Peinado
Cano, presidente de la Federación Estatal de Foros por la Memoria.
@apces
Publicado en "Siempre es 26", 30 de Julio de 2018
Han pasado casi
43 años desde la muerte del dictador Francisco Franco, y sus restos siguen
enterrados en este enorme monumento que ordenó construir para honrar su memoria
y exaltar la victoria del fascismo sobre la democracia en España. Cuarenta y
tres años sin que el Estado español haya sido capaz de garantizar la rendición
de cuentas por las violaciones de derechos humanos cometidas durante la guerra
civil y la dictadura franquista. El mayor símbolo de esa impunidad es el Valle
de los Caídos.
Financiado por
todos los españoles, el dictador fue allí enterrado rodeado de honores y de
miles de republicanos, que fueron primero asesinados y cuyos restos fueron
impunemente robados y hoy descansan
junto a su verdugo, y junto al fundador del partido fascista Falange Española,
José Antonio Primo de Rivera. El coste económico de la construcción del
mausoleo fue inmenso para un país asolado por tres años de guerra, en el
contexto de la guerra mundial posterior, y del aislamiento internacional de la
posguerra.
El Valle de los
Caídos, un recordatorio gigantesco del fascismo en su variante
nacional-católica española, sólo ha empezado a ser cuestionado a partir de las
protestas de los colectivos de memoria histórica y de víctimas del franquismo. El movimiento memorialista lleva denunciando
cada 20-N desde 2007, frente a las puertas del Valle, la existencia de este
conjunto monumental levantado a mayor gloria de quien se sublevó matando y
murió matando, aniquiló a sus oponentes ideológicos y de clase, y cuya dictadura de
40 años significó asesinatos, prisión, tortura, campos de concentración y
exilio.
De todos los
grandes monumentos construidos como símbolos por los regímenes fascistas del
siglo XX, solamente el Valle sobrevive. Tras la victoria de los aliados, la
Cancillería del Reich en Berlín o la gran cruz gamada del estadio de Nüremberg
fueron destruidas y luego reutilizados sus restos en monumentos erigidos para
recordar a sus víctimas o para celebrar su derrota. Cuelgamuros es el único
caso en Europa en el que los restos de un golpista criminal descansan en un
monumento de titularidad pública que fue construido para celebrar y rememorar su
victoria sobre el Pueblo.
El diseño inicial
del conjunto del Valle permanece: no se ha pensado en desmantelar las
estructuras del monumento, ni los frescos que glorifican el 18 de Julio; la
orden sacerdotal consagrada al respeto de la memoria del dictador sigue allí,
como siguen los miles de cuerpos que llenan las criptas del valle. El Valle de
los Caídos se mantiene prácticamente intacto en su concepción original, tanto
la obra ciclópea construida en la Sierra de Guadarrama, como en la idea que inspiró
la construcción de la gran cruz que preside el conjunto.
La gigantesca Cruz
del Valle de los Caídos, situada en el
centro de la península, en un enclave escogido para que pueda ser vista desde
muchos kilómetros de distancia, tiene poco de símbolo de perdón y salvación; esa
cruz es ante todo una advertencia amenazadora de la muerte infame y dolorosa
que aguarda a los que se rebelan contra el poder. Supone un recordatorio
permanente a los desposeídos de su completa derrota en 1939, y del inmenso
coste que les supuso haber soñado con un país y con un mundo mejor, haber osado
cuestionar un poder político, social y económico detentado por los mismos
durante siglos. En ese sentido, la de Cuelgamuros no es una cruz cristiana, es
la Cruz de Espartaco.
Los símbolos
religiosos que Franco mandó construir no representan el Cristianismo sino el
nacional-catolicismo más ortodoxo. Desde esa ideología, el Estado franquista sometió
a trabajos forzosos a miles de defensores y defensoras de la legalidad
democrática republicana y bendijo la ejecución de miles de hombres y mujeres,
muchos de los cuales terminaron enterrados junto a la tumba del dictador. Por
ese motivo, es inaceptable que se emplee la religión para legitimar la
existencia del Valle. El monumento es un símbolo de la bochornosa complicidad
de la Iglesia con la dictadura franquista, y su pervivencia no hace sino
perpetuar el recuerdo de esa herencia.
En los últimos
años se ha tratado de justificar la pervivencia del Valle de los Caídos por ser
un lugar de culto, y se ha tratado de convertir la cuestión de la exhumación de
Franco como un asunto privado sobre el que hay que pedir permiso a la familia
del dictador. En 2011 el gobierno alemán de Ángela Merkel demolió la tumba del
lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, incineró sus restos y los arrojó al
Báltico, para impedir que el enterramiento se convirtiera en un lugar de
memoria y peregrinación neonazi. Al mismo tiempo, el Gobierno español anunciaba
su pretensión de negociar el futuro del Valle de los Caídos con el Vaticano.
El nuevo gobierno
ha anunciado la inminente exhumación y salida del Valle de los restos del
dictador Francisco Franco. Por fin parece que las instituciones consideran
necesario hacer frente y dar una solución a este legado indeseable. En el mismo
origen de esta medida política, que se supone sacará al dictador de su plácido mausoleo para
alegría de todos y todas los demócratas,
está el esfuerzo reivindicativo y la lucha perseverante de algunas
asociaciones memorialistas y de víctimas del franquismo.
La exhumación de
los restos de Franco y Primo de Rivera no es un asunto privado, que competa al
ámbito familiar, sino un asunto de trascendencia pública e importantes
implicaciones políticas. Independientemente de cuál sea la opinión de sus
familias, los restos deben salir, y el Valle debe convertirse en un Memorial
donde recordar y homenajear a las personas que padecieron la represión
franquista, y no a sus verdugos. Además, el Estado pretende hacer una excepción
con los restos de Primo de Rivera, cuando los miembros de la organización por
él fundada fueron los ejecutores materiales de docenas de miles de crímenes.
El Valle de los
Caídos ha sido hasta ahora la muestra más palpable de la connivencia del Estado
español con la herencia del franquismo. El Gobierno español adjudicó el 18 de
julio de 2013, el contrato para restaurar la basílica del Valle, después de la
inversión en la reparación de las estatuas dañadas por el clima y los años, una
inversión que podría suponer hasta 13 millones de Euros. Se escatima dinero
para sanidad y educación, o para desenterrar a los miles de demócratas
asesinados y sepultados en fosas clandestinas, pero no para restaurar el
mausoleo del tirano. La excusa ha sido favorecer el Valle como atracción
turística, aunque Patrimonio Nacional reconoce que el número de visitantes a
Cuelgamuros se ha ido reduciendo de manera constante, mientras aumentan en el
resto de monumentos gestionados por Patrimonio.
Además, buena
parte de esas visitas al Valle están vinculadas a homenajes y actos fascistas. Hoy,
cuando es palpable en todo el mundo el resurgir de la serpiente, el avance del
discurso y el acceso al poder político de quienes proclaman el odio y defienden
el racismo, el autoritarismo, el integrismo religioso y la desigualdad, el
Valle de los Caídos se ha convertido en un lugar de peregrinación del fascismo
internacional. Hemos visto cómo el pasado 14 de julio se consentía que cientos
de nostálgicos de la dictadura y sus crímenes se manifestasen con absoluta
impunidad en Cuelgamuros, incumpliendo de modo flagrante el artículo 16 de la
vigente Ley de Memoria Histórica.
Entre las
reclamaciones sobre el Valle que las organizaciones memorialistas y de víctimas
del franquismo venimos planteando públicamente están:
·
La
exhumación de los restos de Franco y Primo de Rivera, y para ser entregados a
sus familias.
·
La eliminación
de cualquier símbolo de exaltación fascista en el Valle.
·
La
basílica debe ser desacralizada, esto es, no debe consentirse ni por un día más
que se emplee la religión para legitimar un lugar infame como ese, construido
para dar sentido y legitimidad al golpe del 36, la guerra y la dictadura. La
orden religiosa custodia del Valle debe ser disuelta o trasladada a otro lugar.
·
Es
indispensable que se investigue y aclare el número y origen de los allí sepultados.
Debe ser cuantificado e interpretado porque son la prueba de la guerra y
señalan a sus responsables, pero también acreditan los crímenes y la represión
consustanciales a la dictadura franquista. No se trata de un problema de ubicación de
huesos, sino de saber y de dar a conocer cómo se construyó aquel osario y cuál fue
su origen. Los restos de los republicanos que fueron trasladados al Valle
clandestinamente tienen que ser ineludiblemente devueltos a sus familias. Ni
por un día más pueden seguir sirviendo como trofeo a su verdugo.
·
La
gran cruz debe ser desmantelada; de ninguna forma puede consentirse que se siga
alzando hacia el cielo ese símbolo de muerte y venganza. No es un símbolo del
cristianismo sino de la complicidad de la Iglesia con el franquismo, y una
amenaza permanente contra el conjunto de la sociedad.
·
El
espacio del Valle, sus instalaciones y la Basílica han de ser íntegramente reconvertidos
en un centro Memorial dedicado a las
víctimas del franquismo y los fascismo europeos, para solventar una deuda pendiente que tiene la democracia con quienes
defendieron la legalidad republicana. De un lugar de exaltación fascista
debe transformarse en un lugar de memoria democrático, como Auschwitz, la ESMA
de Buenos Aires, o el Museo del Holocausto de Jerusalén; un lugar para
homenajear y recordar a las víctimas, y no a los verdugos.
·
El
futuro memorial del Valle debería dar un tratamiento preferente al recuerdo y
homenaje a los presos políticos que construyeron el monumento como trabajadores
forzados, con el fin de recuperar la memoria, en términos de verdad, justicia y reparación, de los miles
de republicanos presos que trabajaron para redimir penas en la construcción del
monumento que Franco encargó en 1940 e inauguró en 1959, veinte años después de acabada la
guerra.
·
Las
empresas y grandes fortunas que se lucraron con la construcción del Valle y el
empleo masivo de los esclavos del franquismo, deben ser investigadas y sus
nombres publicados. Además de proveer un fondo para la reconversión del Valle,
han de ser obligadas a pagar indemnizaciones a los supervivientes de esos trabajos
y a sus familias, tal y como hicieron el
Estado, instituciones y empresas alemanas con los trabajadores que fueron
deportados para sostener el esfuerzo de guerra nazi.
·
El
Valle no puede seguir siendo publicitado por la propaganda turística de la
Comunidad de Madrid, que actualmente, de forma indecente, lo sitúa como una
parte de la llamada Ruta Imperial que une enclaves históricos; este simple
hecho, esta consideración como «imperial» del monumento fascista, nos muestra
la degradación y la insensiblidad de esos responsables políticos.
Sabemos que la impunidad premia el delito e incita a su repetición. Es necesario hacer pedagogía pública de
los crímenes franquistas y de la necesidad de actuar de forma contundente y
clara en el Valle de los Caídos. Por higiene democrática y por respeto a la
dignidad de las víctimas del franquismo, venimos urgiendo año tras año, a las instituciones, y a todas las fuerzas
políticas y sociales, para que tomen una decisión definitiva que ponga fin a
esta situación.
El nuevo Gobierno debería abrir con urgencia un debate y un intercambio
de opiniones con los colectivos defensores de la memoria histórica y de
víctimas del franquismo representativos, para dar una solución definitiva y
satisfactoria al Valle de Cuelgamuros. Políticas de componendas y de gestos
puntuales por muy simbólicos que puedan ser, resultarían políticamente
rentables a corto plazo, pero perpetuarían la injusticia y sólo retrasarían la
ineludible solución definitiva del problema.
Las futuras generaciones merecen que todas las instituciones se desliguen
del pasado fascista representado por el monumento del Valle. Es necesario un
verdadero estado democrático y de derecho, comprometido con los derechos
humanos, y ello pasa inexorablemente por el desmantelamiento del sistema de
impunidad del franquismo y de sus símbolos. Y Cuelgamuros es el más importante
de ellos.
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