El día que sacamos a
Franco del Valle de los Caídos
Isaac Rosa. El Diario, 08/05/2017
Y
llegó por fin el día de sacar a Franco del Valle de los Caídos. Ha costado
años, leyes de memoria, recomendaciones de expertos, proposiciones
parlamentarias, ofrecimientos de
asociaciones, resistencias judiciales y del gobierno de turno, pero por fin en
esta mañana primaveral se va a proceder a la exhumación del dictador, para
entregar su cuerpo a la familia. Un día histórico, todo el país pendiente de
televisores y redes sociales, numerosos curiosos se han acercado a la Basílica
y cientos de nostálgicos franquistas cantan el 'Cara al Sol'.
Los
operarios hacen palanca en la enorme lápida y a la de una, a la de dos y a la
de tres, ¡plop! Todos los presentes se sorprenden al oír lo que parece un
descorche o una lata de refresco al abrirse. Retirada la lápida, queda a la
vista la sepultura como un enorme agujero negro, se diría sin fondo. De pronto
empieza a temblar el suelo. ¿Un terremoto en la sierra madrileña? También las
paredes, arcos y capillas tiemblan, y aquí y allá se van soltando piedras,
losas, ladrillos, cruces, mientras todos salimos a la carrera de la Basílica.
Pues sí, parece un seísmo.
El
edificio, deteriorado por los años y la humedad, se resquebraja, caen los muros
y bóvedas, y los pedazos de granito empiezan a girar alrededor de la tumba
abierta, como el remolino de un desagüe. Por el agujero de la sepultura van
desapareciendo todos los elementos arquitectónicos que se desprenden sin
tregua, pues tras la basílica también se derrumban la abadía, la escolanía y la
hospedería, cuyos restos son engullidos por el sumidero en espiral.
Ante
el asombro de los telespectadores, el agujero se traga todo lo que hay
alrededor: las estatuas de Juan de Ávalos, la Piedad descomunal, los
evangelistas, las cuatro virtudes cardinales, los cuatro jinetes del
apocalipsis, todos de cabeza al hoyo. y entre los restos de la cripta también
los huesos de los combatientes franquistas cuyos familiares no quisieron
retirarlos, incluidos los de José Antonio, presente.
Los
monjes benedictinos huyen a la carrera, aunque alguno es arrastrado por el
torbellino en el que también han quedado atrapados los cientos de franquistas
que habían acudido a rendir honores, y muchos otros ultraderechistas que desde
kilómetros a la redonda son atraídos como por un potente imán. Fíjense, ahí va
también la Fundación Francisco Franco al completo, todos brazo en alto mientras
son tragados por el irresistible vórtice.
De
pronto, la gran cruz de granito, la más alta de la cristiandad, se desploma con
estruendo, y sus pedazos giran un instante alrededor de la tumba abierta antes
de desaparecer. Hay un momento de calma, no queda una sola piedra alrededor que
no haya sido tragada (eso que nos ahorramos en dinero público y en dinamita), ya no queda nada que
resignificar ni centro de interpretación ni
"Valle de la Paz" posible, pero ¿han oído eso? Por todas
partes se oye un chirrido insoportable: el de cientos de piedras arrastrándose
hacia este epicentro. Desde todos los pueblos de España llegan cruces de los
caídos, placas de calles, rótulos de caídos por Dios y por España, y hasta el
Arco de la Victoria se desliza desde Moncloa por la carretera de la Coruña para
lanzarse al fondo de la tumba.
Como
una inundación, oleadas de tierra removida desembocan en el Valle desde todos
los rincones y se vierten al interior del agujero: es la tierra que cubría las
fosas comunes y que una vez retirada ha dejado en su sitio miles de cadáveres
para ser identificados, entregados a sus familiares y honrados como merecen.
El
tsunami franquista no termina, la capacidad de esta tumba para tragar restos
fascistas no parece tener fin: en el remolino manotean los últimos torturadores
vivos de la dictadura (incluido Billy el Niño), y no pocos torturadores de la
democracia que aprendieron en aquella escuela. Junto a ellos, empresas que
hicieron fortuna con el saqueo de la posguerra, con la mano de obra prisionera
o con el favor de la dictadura, corruptos de entonces y de ahora, unos cuantos
jueces y fiscales herederos del viejo TOP, aristócratas ennoblecidos por la
dictadura, médicos y monjas que robaron niños, varios académicos de la
Historia aferrados al diccionario
biográfico, Martín Villa de la mano de unos cuantos elefantes de la Transición,
una parte del Partido Popular con Rafael Hernando pidiendo que "dejen a
los muertos descansar en paz", obispos reaccionarios y el mismísimo
concordato vaticano, los últimos restos de franquismo sociológico y, como esto
no se pare, igual arrastra hasta la monarquía, vaya usted a saber.
Qué
espectáculo, lo nunca visto. Ahora se entiende la resistencia que algunos han
mostrado durante décadas para impedir que Franco salga del Valle de los Caídos.
Pensábamos que su tumba era la clave de bóveda del franquismo y resulta que era
el tapón del desagüe, la pieza cuya retirada iniciaría el desguace definitivo
del franquismo.
Una
vez tragado todo, los operarios proceden a recolocar la lápida y dan unos
saltitos sobre ella para asegurar que está bien cerrada. Vámonos a casa.