Suso
de Toro. El Diario.es, 11/03/2015
De
cuando en cuando aparece en las noticias algún apellido que me sobresalta y me
lleva momentáneamente a un pasado tétrico. De repente oigo el apellido del
coronel que, al mando de la guarnición de artillería, ocupó mi ciudad el 20 de
Julio de 1936 o el de quien había sido alcalde por la CEDA, luego conspirador
golpista, luego nuevamente alcalde, luego juez del Tribunal Supremo…Y es que,
literalmente, nos gobiernan las mismas estirpes. (“Estirpe” esa palabra tan
querida por nuestros gobernantes) No se trata de la estirpe genética pero sí
familiar e ideológica, se transmitieron los frutos de la victoria.
Es
natural, hubo familias que desaparecidas por asesinato o por el exilio pero las
personas de aquellos apellidos ni murieron ni se exiliaron, por el contrario
reinaron. En aquel momento efectivamente hubo dos Españas, una en hueco, la de
aquellas personas que desaparecieron de un modo o de otro de la faz de esta
tierra, esos fueron los apellidos que desaparecieron y que no aparecen en las
noticias. Muchos de esos apellidos siguen enterrados en cunetas. Y hubo otra España en relieve, la de los
golpistas, los asesinos y, también, los supervivientes bajo su mando, quienes
se esforzaron en sobrevivir. ¿Además de sobrevivir se podía conservar la
dignidad? Depende, a veces.
Franco
fue, tras el ensayo de Primo de Rivera,
finalmente el “cirujano de hierro” que llevaban invocando tanto los
regeneracionistas como las clases más reaccionarias y ese cirujano extirpó sin
anestesia piernas, brazos, ojos, pulmones y entrañas. Su colega Millán Astray
fue la metáfora gesticulante de aquella España que no fue ni roja ni rota, solo
un despojo torturado.
Nadie
escoge a sus padres, no está en nuestras manos y por tanto no es nuestra
responsabilidad. No hay culpa en ser hijo o hija de nadie pero, más allá de los
afectos, un cierto sentido del deber nos conduce a comprender los actos de
nuestros padres y, frecuentemente, a justificarlos aunque sean injustificables.
Tratar con el pasado es complicado pero si hay voluntad de verdad y de corregir
los errores siempre se encuentra el modo. Sin embargo, tanto la reparación de
los daños como la corrección de errores del pasado no es posible en España
porque en la práctica nos está prohibido conocer. No probaremos la fruta del
conocimiento porque los amos de este paraíso nos condenan a la inocencia, una
inocencia perversa como la de Peter Pan.
Al
no haber habido ruptura democrática, se nos dio un cambio de régimen, pero el
franquismo perduró y se transmite. Está en las estructuras profundas del Estado
y en la cultura política que forma a muchos de sus funcionarios y está
empapando toda la vida pública. Ya no hablo de que estemos gobernados por un
partido dirigido por personas de corrupción probada y que creó una red de
corrupción de ámbito estatal. De lo que hablo es de que en un país con cultura
democrática, eso que llamamos con bastante optimismo “un país normal”, sería
imposible que un partido que gobierna escogiese a sus candidatos electorales
por designación del jefe político. Lo que acaba de ocurrir en el PP madrileño.
Solo se puede explicar porque, efectivamente, el pasado de ese partido es el
franquismo y sigue estando en su presente. Solo eso explica que tampoco eso
cause escándalo social.
Es
la presencia del franquismo entre nosotros lo que permite que cuando decimos
esto siempre aparezca alguien para negar esa evidencia, es la presencia del
franquismo lo que permite a “la oposición responsable” actuar simulando
ignorarlo para poder seguir con enjuagues y trapicheos.
Y
está en todos nosotros, en nuestras familias, en nuestros vecinos, en una grada
de un campo de fútbol que anima a un maltrador a seguir abusando de su mujer a
la que llaman “puta”. En la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre que acaba de
lanzar una moneda conmemorativa, “Setenta años de paz”. Cuando Franco conmemoró
los veinticinco años de su victoria Fraga le organizó unos portentosos fastos…,
el Estado sigue contando los “años de paz”. A aquellos le llamaron “años de
paz”, se lo siguen llamando.
Es
la presencia del franquismo lo que impidió que la Ley de Memoria Histórica, con
sus limitaciones, pudiera cumplir su función reparadora. De ese franquismo
actuante es de donde vinieron, primero, las críticas y los ataques a un
gobierno que "quería reabrir las viejas heridas fratricidas” y luego la
asfixia de la ley.
Y
es la misma presencia del franquismo lo que perdura también en mí cuando lo
reconozco en tantas cosas, tener que seguir levantando esa acta a estas alturas
es la prueba de esa presencia actuante. Sé que me moriré y esa presencia
fantasmal seguirá viva y, siento decirlo, también les ocurrirá lo mismo a
muchos de ustedes. Así es la vida por aquí.