Cinco apuntes (y una
reflexión inconclusa) para enseñar la Transición
Las
libertades se arrancaron con sacrificio y se pagaron con sangre y dolor
FERNANDO
HERNÁNDEZ SÁNCHEZ. Ctxt, 19-07-2017
A
las nuevas generaciones se les debe un relato veraz, no un cuento de hadas. Las
libertades no se regalaron con un simbólico apretón de manos en la cumbre, se
arrancaron con sacrificio y se pagaron con sangre y dolor.
Los
aniversarios redondos son propicios a la melancolía. El cuadragésimo de la
celebración de las primeras elecciones tras idéntico tiempo de dictadura no se
ha hurtado a este axioma. Estamos ante un ensayo general con todo de lo que el
año próximo será el homenaje al mismo periodo de vigencia de la segunda
constitución del siglo XX. Unos actos de perfil discreto, un desfile de viejas
glorias --algunas con biografía cuestionable y carne de proceso judicial-- y la
polémica por determinadas ausencias emblemáticas han contribuido a evidenciar
que el imaginario de la Transición, nacido de la necesidad de dotar de un
referente identitario compartido a una comunidad nacional dividida por la
guerra civil y la dictadura, va camino de fosilizarse como el relato biográfico
de una generación en rampa de salida. El mito que se fundamentó en la apertura
política, la consolidación de las libertades, la modernización social y
económica y la definitiva inserción de España en el concierto internacional
lleva un lustro experimentando una erosión que los analistas demoscópicos
pretenden explicar por una desafección de las nuevas cohortes demográficas
hacia las instituciones emanadas de aquel ya remoto proceso histórico. Conviene
recordar que, tomando como base las cifras de población por edad del INE del
año 2017, 46.557.008 habitantes, el 43,0% de la población nació después de la
promulgación de la Constitución de 1978 y el 40,7% de los actualmente mayores
de edad ni tuvo ocasión de refrendarla ni ha sido llamado a avalar reforma
alguna con su voto. Si, a pesar de la ralentización que supone el
envejecimiento, esta inercia paralizante persiste, podría llegar a cumplirse
aquella paradoja que los demócratas radicales anglosajones denunciaron como
rasgo indeseable del Antiguo Régimen: que se acabe encomendando a los muertos
el gobierno de los vivos.
Una
conmemoración reducida al autoaplauso de una minoría solipsista ha demostrado
sus limitaciones para apelar a una ciudadanía digna de tal nombre. En los
alrededores del Congreso de los Diputados no había ciudadanos, sino
curiosos. El ritual tuvo bastante más de
refuerzo de autoestima corporativo que de celebración colectiva. La propia
selección de los denominados protagonistas de la Transición --padres constituyentes
supervivientes, exministros, exdiputados de las Cortes fundacionales, ex de
ambos regímenes, como Martín Villa-- dejó fuera de cuadro a los otros
protagonistas, los que ensancharon con su lucha cotidiana los espacios de
libertad e hicieron inviable la perpetuación del franquismo --sindicalistas,
presos políticos, torturados, represaliados--, lo que revela, al fin, los
contornos de un relato hegemónico: el protagonizado por unas élites preclaras
con una misión determinada --el de la Ley a la Ley de Torcuato Fernández
Miranda; la pizarra de Suresnes; la Operación Promesa del SECED…-, estimuladas
por la voluntad de superar el viejo trauma colectivo cainita, con la Corona
como mediadora taumatúrgica al mando de una nave diestramente pilotada entre la
Escila del golpismo inmovilista y el Caribdis del terrorismo etarra.
Un relato
plano y teleológico con el que no se pretenderá seducir a unas generaciones más
acostumbradas a los protagonistas poliédricos a lo Blue Detective o Breaking
Bad y a los duelos de ambición de Mad Men o House of Cards que a la simpleza
binaria de Heidi o a la mediocridad middle class de Verano azul.
Pero no se trata solo de un problema que pueda
ser explicado por la demografía y la arterioesclerosis. Una vez más, hay que
evaluar el déficit formativo derivado de una insuficiente transmisión de
conocimiento histórico del pasado reciente en el ámbito del sistema educativo
básico. La LOMCE prescribe para la materia de Historia en 4º de ESO --el último
curso común para todos los futuros ciudadanos, trabajadores, contribuyentes y
votantes-- un bloque de contenidos, el relativo al mundo reciente entre los
siglos XX y XXI, en cuyo apartado 3 se aborda “La transición política en
España: de la dictadura a la democracia (1975-1982)” y la Constitución de 1978.
La cronología queda estrictamente acotada entre la muerte del dictador y la
victoria electoral del PSOE. Siete años que estremecieron al mundo. Los
estándares de aprendizaje que todo estudiante deberá aprehender son: “3.2.
Enumera y describe algunos de los principales hitos que dieron lugar al cambio
en la sociedad española de la transición: coronación de Juan Carlos I, Ley para
la reforma política de 1976, Ley de Amnistía de 1977, apertura de Cortes
Constituyentes, aprobación de la Constitución de 1978, primeras elecciones generales,
creación del estado de las autonomías, etc. 3.3. Analiza el problema del
terrorismo en España durante esta etapa (ETA, GRAPO, Terra Lliure, etc.):
génesis e historia de las organizaciones terroristas, aparición de los primeros
movimientos asociativos en defensa de las víctimas, etc”.
Estos
son los mimbres con los que, en caso de llegar al bloque de contenidos 8,
sorteando las proverbiales excusas sobre lo apretado de los temarios y la
escasez de horario semanal, los estudiantes del curso final de la ESO tendrán
que construir su interpretación de la España en que nacieron sus padres y en la
que fraguaron los fenómenos sociopolíticos, económicos y culturales de los
ellos que serán protagonistas en breve plazo. Un proceso vertiginoso en el que
toda una superestructura muta en su contraria como al conjuro de un
abracadabra. Un proceso a ritmo de BOE solo acechado por violentos de un solo
signo que ocasionan una sola clase de víctimas.
¿Cabría una visión alternativa capaz de proporcionar los elementos para la
elaboración de una narrativa sintética --en la propia lengua de palo lomciana--
de carácter contrahegemónico? Aquí van cinco apuntes y una reflexión
inconclusa.
1/
La cronología: si transición, según la primera acepción del DRAE, es la acción
y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto, ¿entre qué dos
fechas debe horquillarse el proceso de tránsito de la dictadura a la
democracia? En un principio, se apostó por un tiempo corto, 1975-1978, el
comprendido entre la muerte del dictador y la aprobación de la Constitución. El
vértigo del cambio era su mejor autopropaganda legitimadora. Una vez
consolidado el sistema, fueron proponiéndose secuencias temporales en las que
se atrasaba el hito inicial hasta 1973 para incluir el inicio de la crisis del
tardofranquismo y se prolongaba el final a 1982, culminando en la primera vez
que la izquierda ganó de nuevo unas elecciones. Una propuesta de tiempo largo,
que pretendiera explicar las contradicciones en el seno del bloque de poder de
la dictadura en torno a la inserción de España en las estructuras
internacionales del capitalismo fordista y la toma de posiciones de la
desigualmente influyente oposición antifranquista debería situar el arranque
del recorrido transicional en 1969, con la promulgación de la Ley de Sucesión
en la Jefatura del Estado (1969). La
meta sería 1986, fecha del referéndum para la permanencia de España en la OTAN
tras la adhesión previa a la Unión Europea en un mundo que se sumía en la
contrarrevolución conservadora, y de la primera ocasión en que un gobierno de
centro-izquierda se sucedió a sí mismo sin sufrir la intromisión de una
intervención militar o un golpe reaccionario. La Transición, el intervalo
convulso entre dos estabilidades, es todo lo que quedó en medio.
2/
La diferenciación entre la transición en sí y la transición para sí: basta
acudir a las hemerotecas digitales para comprobar la distancia entre los
acontecimientos y la memoria oficial. La realidad fue mucho más compleja,
inestable, indeterminada, dramática y abierta de lo que se desprende del relato
canónico. A las nuevas generaciones de españoles se les debe un relato veraz,
no un cuento de hadas. Las libertades no se regalaron ni se materializaron a
partir de un simbólico apretón de manos en la cumbre: se arrancaron con
sacrificio, se pagaron con sangre y dolor. Y para ello hay que resituar una de
las premisas principales, aquella que se ha exaltado como el logro de un éxito
colectivo y que viene a fundamentarse sobre la teoría de la evitación: por
primera vez en nuestra Historia Contemporánea, logramos no matarnos los unos a
los otros. Se trata de una premisa falsa, porque a las alturas de los años 70
del siglo XX no había posibilidad alguna de guerra civil. Lo que sí pesó sobre
el proceso fueron dos condicionantes que limitaron enormemente su alcance: que,
a imitación de lo que ocurría en aquella misma época en la Latinoamérica del
Plan Cóndor, los unos nos matasen a los otros, y que en virtud de una
estrategia deliberada de acción-reacción, unos terceros consiguieran empujar a
los unos a ejecutarnos a todos los que pudieran. Como ha analizado Xavier
Casals, el voto ignorado de las armas tuvo un peso nada desdeñable en el
devenir de la transición española.
3/
Recordar a todas las víctimas: hablar de transacción pactada bajo la amenaza de
la pistola de unos aparatos duros del Estado, crispados por un terrorismo al
que identificaban como hijo bastardo de la democracia, es como denominar
transferencia de numerario a lo que realiza el cajero de un banco al que un
sujeto con una media en la cabeza apunta con un revólver. En el caso de la
Transición, ni siquiera fue necesaria la media. Valorar lo que costó alcanzar
un estadio superador de aquellos años de caqui y plomo supone rescatar la
memoria de las víctimas, comenzando por reconocer la existencia de todas y de
la violencia tous azimuts: la de los grupos de inspiración nacionalista o
ultraizquierdista, pero también la de la extrema derecha y la del Estado.
Paloma Aguilar e Ignacio Sánchez Cuenca elaboraron una base de datos con todas
las víctimas mortales de la violencia política en el periodo 1975-1982. En ese
periodo, 665 personas fueron víctimas mortales de la violencia política. De
ellas, 162 (el 24%) corresponden a la actividad represiva del Estado. El resto,
503, cayeron víctimas de la violencia terrorista nacionalista y de
ultraizquierda. Como concluyen los autores, “la transición española resultó
mucho más sangrienta que la griega o la portuguesa, ambas iniciadas en 1974,
unos meses antes de la española”. Habida cuenta de que, en cuarenta años de
democracia, todavía está pendiente la reparación y la dignificación de las
víctimas, doblemente perdedoras, que lo fueron por oponerse al derribo manu
militari del anterior sistema democrático del siglo XX: la Segunda República
española.
4/
Ganadores y perdedores: la Transición se ha abordado como eso que las escuelas
de negocios han denominado modelo win-win, un juego donde dos partes contrarias
diseñan una solución de la que ambas se beneficiarán mutuamente. Todos ganan.
Sin embargo, al aplicar el análisis al tiempo largo y a la multiplicidad de
transiciones, se aprecia que el resultado final se aproxima más a los juegos de
suma cero, donde lo que gana uno lo pierde el otro. Cierto es, qué duda cabe,
que el diseño del espacio político resultante fue incomparablemente más
respirable de lo que había sido el opresivo corsé de hierro de la dictadura.
Sin embargo, los condicionantes a los que se ha hecho referencia anteriormente
limitaron en su momento la consecución de horizontes más amplios --forma
republicana del Estado, federalismo territorial, fortaleza del sector público,
laicismo--, sin que se haya avanzado hacia ellos ni siquiera desde que la doble
argolla forjada por el golpismo y el terrorismo desapareciera. Visto desde la
perspectiva del tiempo largo, la Transición tuvo unos ganadores efectivos,
empezando por los agentes que intervinieron en su diseño, el personal político
de la dictadura que se autoamnistió y los sectores financieros cuyo poder
permaneció intacto. Los menos afortunados o los claramente perdedores fueron
diversos, pero quizás la más destacada entre ellos fue una clase obrera
industrial que pasó de ser vanguardia de la lucha contra la dictadura a sector
residual por efecto combinado del desarbolado de sus herramientas de presión
sindical y la implantación del posfordismo, la atomización de los centros de
producción y la deslocalización. Unas heridas que la posterior gestión
económica del consenso en torno al mercado --mucho más sólido y desprovisto de
facetas que el político, desde los Pactos de la Moncloa a la reconversión
industrial-- contribuyeron a profundizar, desagregándola y desactivándola como
sujeto político influyente.
5/
Transición o transiciones: la Transición no fue solamente la transformación de
la superestructura política de una dictadura originaria del fascismo residual
en una democracia parlamentaria homologable a las europeas. Fue una
constelación de procesos de transformación económica, social y cultural de la
sociedad española. Como ha puesto de relieve Germán Labrador, el periodo fue
escenario de un conflicto intergeneracional que “reconfiguró profundamente el
sistema de valores morales del país en ámbitos como la religión, la política y
la moral, en lo que constituyen las mayores transformaciones de la transición
democrática”. El autor destaca cuatro metamorfosis estructurales esenciales que
marcaron una ruptura con los significantes culturales del régimen franquista:
el radical proceso de secularización que ha llevado a España a ser una de las
sociedades menos religiosas de Europa; una acelerada revolución sexual que
modificó roles de género, marcos jurídicos, costumbres arraigadas e
instituciones sociales como el matrimonio y la maternidad; una profunda crisis
del nacionalismo de Estado, artefacto con el que la dictadura impuso su
concepción patrimonial, excluyente y castiza de patriotismo, que quebró con el
proceso de descentralización y la eclosión de fidelidades identitarias
alternativas; y un extendido pacifismo de tipo humanista y antimilitarista cuya
expresión fueron el movimiento de objeción de conciencia y las movilizaciones
contra la OTAN y las guerras del Golfo. Quizás han sido estos los únicos
terrenos donde se produjo una verdadera ruptura con lo precedente. Una
auténtica ruptura que se logró a pesar de y, en la mayor parte de las veces, en
contra del famoso espíritu de la Transición. ¿O hay que recordar la persecución
judicial de la objeción, las campañas de la derecha, gobernante u opositora,
contra la autonomía andaluza --con represión policial y muertes incluidas--,
contra el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual?
La
reflexión última queda inconclusa, a expensas de que el lector la complete. Una
sociedad civil madura recurre de manera periódica a la conmemoración de su
pasado para recordar de dónde viene y rendir homenaje a los que hicieron
posible un presente mejor. Un sistema democrático sano educa a sus jóvenes en
el conocimiento de su historia reciente para dotarles de las claves con las que
interpretar el mundo actual. Eso supone mirar al pasado, aunque una jaculatoria
muy querida por determinados sectores políticos lo juzguen inoportuno e incluso
peligroso. ¿No será que en algunos anide la intención de proceder ahora a
reescribir los capítulos en los que resultaron desbordados durante aquella
Transición que, por otra parte, erigen en tótem? ¿Será casualidad que, en los
últimos tiempos, se esté ejerciendo una presión disciplinaria sobre la libertad
de expresión, las manifestaciones de laicismo o las tendencias políticas no
acomodaticias? ¿Habrá algo más que retórica tras el aliento de un discurso
renacionalizador en el que subyace la amenaza de la coerción dura contra las
tentaciones centrífugas? ¿Se estará buscando revertir aquella parte incómoda de
la publicitada fiesta de la libertad en la que se fue mucho más allá de la zona
de confort de la ideología conservadora?
Como
se decía en los años 70 y 80: “Al loro…” .
Fernando
Hernández Sánchez. Profesor de Didáctica de las CCSS, Facultad de Educación
UAM.
http://ctxt.es/es/20170719/Firmas/13941/transicion-democracia-constitucion.htm