Julián
Vadillo, Fernando Hernández Sánchez. Diagonal, 24/07/16
Cómo se gestó el golpe del 18 de
julio
Lejos de la
visión de una República caótica, salvada por unos militares patriotas, lo
cierto es que la derecha política tuvo como objetivo, desde el primer momento,
derrocar la República. Repartir responsabilidad, como hacen los
"revisionistas", es una auténtica temeridad a tenor de las nuevas
investigaciones.
Las
interpretaciones dadas al golpe de Estado del 18 de julio de 1936 han sido de
lo más variopintas desde el momento en que se produjo. Y desde ese momento se
ha generado un intento de justificación de la razón por la que un grupo de
militares, con apoyo de algunos elementos civiles, se sublevaron contra la
República legítimamente constituida.
El difícil
primer bienio (1931-1933) tuvo como objetivo matar la República. El ambiente de
festividad que trajo la Segunda República fue acompañado por los primeros
movimientos para derrocarla. Cierto que Alfonso XIII marchó al exilio. Cierto
que las fuerzas de orden público no hicieron nada para impedir la proclamación
de la República. Pero figuras monárquicas, algunas de las cuales habían tenido
cargos importantes durante la dictadura de Primo de Rivera, se reunieron en la
misma noche del 14 de abril de 1931 en la casa del Conde de Guadalhorce.
A dicha
reunión, junto con el propio conde que había sido ministro de la dictadura,
acudieron el Marqués de Quintanar, José Calvo Sotelo, Ramiro de Maeztu, José
Antonio Primo de Rivera, Yanguas Messía y Vegas Latapié. En dicha reunión ya se
juró como objetivo liquidar la República lo antes posible. Aquí se entiende la
agitación que los monárquicos tuvieron en los primeros momentos de la
proclamación republicana en contra del propio régimen.
Gracias a
las leyes de libertad de asociación republicana, esos conjurados pronto
constituyeron un Círculo Monárquico, cuya sede estuvo en la calle de Alcalá. Y
muchas personalidades partidarias del rey destronado le visitaron en Roma (Juan
Ignacio Luca de Tena, el conde Gamazo, Gabriel Maura, etc.).
Tampoco se
puede decir que la Iglesia actuara para dar paz en la República. El cardenal
primado de Toledo, Pedro Segura, llegó a decir que "la maldición bendita
caiga sobre España si llega a consolidarse la República".
Frente a
unas medidas moderadas en materia religiosa por parte del gobierno republicano,
la Iglesia le plantó batalla a la República desde el primer momento a través de
sus asociaciones (Acción Española) o desde sus medios de comunicación (El
Debate).
Hablar de
violencia anticlerical antes de la guerra es complicado, teniendo en cuenta que
sólo durante la movilización en Asturias en 1934 se produjeron asesinatos de
sacerdotes
La
laicización del Estado y la sociedad, así como de la educación, bastión de la
Iglesia católica, no fue bien acogida por la mayoría del catolicismo español.
Hablar de violencia anticlerical antes de la guerra es complicado, teniendo en
cuenta que sólo durante la movilización en Asturias en 1934 se produjeron
asesinatos de sacerdotes. En el resto del periodo no hubo víctimas en el clero.
La Guerra Civil marcó un cambio en este aspecto.
Tampoco
extraña la virulencia con la que los cuerpos de seguridad de la República
actuaron contra las movilizaciones obreras, motivadas por la lentitud de las
reformas y la premura de la búsqueda de soluciones.
Las fuerzas
de orden público no fueron depuradas por las instituciones republicanas y en su
seno actuaban elementos represores que venían de otras épocas. Aquí hay que
inscribir los sucesos de Arnedo (La Rioja) o Castilblanco (Badajoz).
Para
remediarlo, la República promulgó la creación de la Guardia de Asalto. Pero en
ese cuerpo acabaron personajes como el capitán Rojas Feijespán, elemento
derechista y ejecutor de la masacre de Casas Viejas.
La
Sanjurjada
El hecho
más destacado del primer bienio fue el intento de golpe de Estado que el
general Sanjurjo encabezó el 10 de agosto de 1932. En dicha conspiración
participaron viejas glorias monárquicas: Barrera, Cavalcanti, Fernández Pérez,
Sáinz de Lerín, etc.
La conspiración
fue un fracaso. Sólo en Sevilla el golpe tomó visos de triunfo. Pero la
movilización obrera y el fracaso del resto del plan hicieron caer las
pretensiones de los militares golpistas. La República se había salvado.
¿Fue el
único intento? No. Los monárquicos alfonsinos y carlistas tenían en mente
golpes y conspiraciones que no llegaban a fraguar. Nombres como los de Burgos y
Mazo, Víctor Pradera, Esteban Bilbao, el Conde de Rodezno, Lamamié de Clairac,
etc., estaban metidos en dichas conspiraciones.
Además, en
ese tiempo comenzaron a emerger los grupos de carácter fascista o fascistizante
que, como el Partido Nacional Español de José María Albiñana, las Juntas de
Ofensiva Nacional-Sindicalistas de Ramiro Ledesma Ramos o la Falange Española
de José Antonio Primo de Rivera, tenían como objetivo prioritario matar a la
República.
Victoria
del Frente Popular
Que la
República era una democracia normal lo demuestra que cuando en noviembre de
1933 se celebraron elecciones generales, las candidaturas de derechas
representadas por la CEDA y el Partido Radical obtuvieron la victoria.
Y aunque la
trayectoria republicana de los radicales era innegable, la lealtad republicana
de la CEDA está en entredicho. El bienio de la derecha intentó derogar parte de
las medidas del primer bienio.
El hito
represivo del momento fue la huelga general de octubre de 1934. La intervención
del Ejército de África en la represión en Asturias, con el beneplácito del
Gobierno, marcaba un macabro precedente.
Militares
que serán protagonistas en julio de 1936 ya participaron en dicha represión.
Francisco Franco o López Ochoa son ejemplo de ello.
La derecha,
en vez de depurar responsabilidades por las barbaridades que el Ejército
cometió en la represión asturiana, continuó con la tarea de presentar a la
izquierda como golpista, encarcelando a sus dirigentes y militantes y
presentando la huelga general y los sucesos de Asturias como el precedente del
"bolchevismo en España".
A esta
política represiva se unió una serie de escándalos de corrupción que acabaron
con el gobierno de la derecha y la victoria del Frente Popular en febrero de
1936. Un Frente concebido como coalición electoral, pero en el que los partidos
obreros no iban a tener incidencia en el gobierno.
El Gobierno
que salió de esas elecciones estuvo en manos de partidos republicanos como
Izquierda Republicana o Unión Republicana, nada sospechosos de bolcheviques o
anarquistas.
Lo que sí
se dio en aquel momento fue una aceleración de los procesos que, como la
Reforma Agraria, eran una asignatura pendiente.
Movilizaciones
entendidas y manipuladas por parte de la derecha como el antecedente de una
revolución comunista para predisponer a la población a la necesidad de un golpe
de Estado.
El caldo de
cultivo
No hubo que
esperar a la confirmación oficial del triunfo del Frente Popular para que la
derecha pintara la nueva situación con tintes apocalípticos.
La CEDA
había alertado de que, si triunfaba la izquierda, las consecuencias serían
"armamento de la canalla, incendio de bancos y casas particulares, reparto
de bienes y tierras, saqueos, reparto de vuestras mujeres".
Tras las
elecciones se publicaron panfletos apócrifos con listas negras de gentes de
orden a las que se aplicarían las guillotinas ocultas en las Casas del Pueblo. Hubo
amenazas de cierre patronal, se detectaron fugas de capitales y retirada de
fondos bancarios.
El general
Franco solicitó al jefe de Gobierno saliente, Portela Valladares, que no
entregase el poder a los ganadores. Contrariados en sus propósitos, los militares,
con Emilio Mola como "director", activaron la maquinaria de un golpe
de Estado con seguro a todo riesgo: cada uno de sus cabecillas recibió del
banquero-contrabandista Juan March la promesa de un millón de pesetas
depositado en una cuenta extranjera si la intentona fracasaba.
El peso
fundamental de la trama civil corrió a cargo de los monárquicos. Su líder, José
Calvo Sotelo, no era, como se dice, el jefe de la oposición. Renovación
Española sólo tenía doce de los 473 diputados de las cortes republicanas, es
decir, un pobre 2,5 %.
Pero
contaba con el apoyo de Mussolini a través del exrey Alfonso XIII. Los
falangistas, sin representación parlamentaria, crearon mediante el terrorismo
contra militantes izquierdistas, magistrados y oficiales de los cuerpos de
seguridad el clima de alarma propicio para una intervención militar.
Gil Robles,
cuyas Juventudes de Acción Popular se estaban pasando en masa a la Falange,
remitió a los conspiradores medio millón de pesetas del remanente de su
presupuesto electoral.
El
asesinato de Calvo Sotelo, el 13 de julio, se invocó tradicionalmente como el
Rubicón de los conjurados. Sin embargo, se sabe que la primera directriz de
Mola para la planificación del golpe tenía fecha del 25 de mayo; que Franco
había sido encargado de dirigir la conspiración en Canarias el 24 de junio; que
el 1 de julio, el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez firmó contratos con la
Società Anonima Idrovolanti Alta Italia para el suministro de unos 40 aviones
–cazas, bombarderos e hidroaviones– con su combustible, 12.000 bombas de dos a 50 kg , ametralladoras y
munición por valor superior a 39 millones de liras, aportadas por March; y que
el 9 de julio, el periodista de ABC, Luis Bolín, contrató el Dragon Rapide y
los servicios de su piloto, un espía británico, para llevar a Franco desde Gran
Canaria a Tetuán y liderar la sublevación en el protectorado de Marruecos.
Un solo
obstáculo se interponía en su camino entre Tenerife, donde Franco se encontraba
alejado por el gobierno, y el norte de África. Se trataba del general Amado
Balmes, gobernador militar de Las Palmas, contrario a sumarse al levantamiento.
Pero el 16
de julio Balmes murió a consecuencia de un absurdo accidente durante unas
rutinarias prácticas de tiro. Franco pretextó su asistencia al entierro para
viajar sin levantar sospechas. Da que pensar si fue esta oportuna y sospechosa
muerte la que jalonó el inicio de su marcha hacia el poder absoluto tras otras
desapariciones azarosas –las de Sanjurjo y el propio Mola– y la masacre contra su
propio pueblo en una guerra larga e inclemente.
Mitos sin
fundamento
Los
golpistas siempre pretextaron que la sublevación fue la respuesta al clima de
violencia del periodo republicano y a un inminente levantamiento comunista.
Respecto a
lo primero, los estudios más recientes estiman en 2.629 las víctimas de la
violencia social y política entre 1931 y el 18 de julio de 1936, una media de
casi 1,5 muertes diarias. Pero no se produjeron a un ritmo constante.
El periodo
en que gobernaron los partidos de derecha fue el más mortífero: 1.550 víctimas
no fueron causadas por las milicias marxistas o los grupos de acción ácratas,
sino por las fuerzas de seguridad del Estado que, a su vez, sufrieron 455
bajas.
Ello
desmiente que la República fuera tolerante con la violencia política. De los
530 individuos cuya afiliación se ha identificado, dejando aparte octubre de
1934, 484 pertenecían a partidos o sindicatos de izquierda. El Estado, pues,
conservó el monopolio de la violencia y lo empleó contra aquellos que pusieron
en cuestión el orden establecido. Con mayor eficacia, por cierto, que contra
quienes conspiraban para derribarlo.
Finalmente,
el 18 de julio una parte del Ejército, en complot con parte de la sociedad
civil, dieron un golpe de Estado que dio inicio a la Guerra Civil y que terminó
con la victoria golpista y la instauración de una dictadura que sumió a España
en una larga noche.
La lucha
izquerdista desde el 31
¿Hubo
violencia política por parte de la izquierda? Sí. Pero en ningún caso se podía
establecer como algo conspirativo. Las movilizaciones obreras vinieron dadas
por la lentitud o insuficiencia de las reformas republicanas.
Los
libertarios, que participaron en la llegada de la República, fueron
beligerantes con ella a través de movilizaciones que pretendían proclamar el
comunismo libertario. Una quimera de objetivo que los propios libertarios
reconocieron como error en su congreso de 1936.