La sombra del 18 de
Julio es alargada
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
Ctxt,19 DE JULIO DE 2016
La
estela del golpe de 1936 llega hasta el 26J. Algunos dirigentes políticos,
enarbolando los esquemas simplistas del comunismo, el laicismo, las dictaduras
bolivarianas y otras impurezas argumentales, han hecho mella en el electorado
Existen
muchas personas, en este país, para las que el 18 de Julio de 1936 es una
efeméride que se mantiene como un obelisco que
nos recuerda una etapa de nuestro pasado que ha sido superada, sin haber
dejado huella en nuestro presente. Me permito disentir de tan optimista
conclusión. Como las ondas, en un estanque agitado, se extienden hasta nuestros
días.
Hace
ahora ochenta años que una parte del Ejército que había jurado fidelidad al
sistema democrático instaurado por la Constitución republicana de 1931,
apoyada, en gran parte, por la oligarquía financiera y agraria de nuestro país
y alentada por los regímenes nazis y fascistas de Alemania e Italia, se puso al
frente de un golpe militar cuyo objetivo, previamente programado y expresamente
reconocido por sus protagonistas, no era otro que el de exterminar y erradicar
el sistema democrático, que había instaurado la Segunda República.
La
Constitución republicana suponía un avance espectacular en el reconocimiento de
los derechos y libertades de todos los ciudadanos y de los sectores más
desprotegidos, como los niños y las personas de edad. Se incorporaba al sistema
internacional de derechos humanos y pretendía conseguir que el sistema
educativo rompiese con el anquilosado programa, que ignoraba las conquistas de
la Ilustración, combatiéndolas con las rancias recetas que proporcionaba un
catolicismo que tenía como referente el concilio de Trento y nuestro pasado
histórico.
Es
cierto que durante el periodo republicano se produjeron incidentes y tensiones
que hacían difícil la convivencia pero, en todo caso, permitieron una
alternancia en el poder y el gobierno de las derechas por un sistema
impecablemente democrático. La aparición de movimientos fascistas como Falange
Española, responsable, entre otros, de los asesinatos del magistrado Manuel
Pedregal y del teniente Castillo, la permanencia del sentimiento ancestral y
tradicionalista de los carlistas y las reticencias de muchos sectores
económicos y de la Iglesia generaron tensiones que en muchas ocasiones
desembocaron en violentos enfrentamientos e incluso en un intento de revolución
inspirada en los movimientos sociales y políticos de nuestro entorno. La República
tuvo que compartir su experiencia de gobierno con el advenimiento del nazismo y
del fascismo en Alemania e Italia, con la revolución soviética, con los frentes
populares de varios países del entorno y con movimientos revolucionarios en
gran parte del mundo.
Cualquiera
que sea la posición que se adopte sobre los orígenes y el desenlace del
levantamiento militar del 18 de Julio de 1936, es irrefutable que su objetivo
no era otro que erradicar los valores republicanos y constitucionales,
exterminando a la mayoría de los que llegaron al poder legitimados por las
urnas. Basta con leer las declaraciones del general Franco a un periodista
norteamericano, valorando la posibilidad de tener que eliminar a la mitad de
los españoles si era necesario, o conocer la expresiva contestación que el
general Mola dio al presidente del Congreso de los Diputados, Diego Martínez
Barrios, Gran Oriente de la Masonería española, la noche del 17 de julio,
cuando recibió su llamada pidiéndole que se hiciese cargo de la cartera de
Gobernación para restablecer el orden manteniendo los principios democráticos.
Su
respuesta fue lapidaria. Más o menos vino a decir que lo sentía pero que
rechazaba la propuesta porque el golpe militar se había dado para instaurar una
España nueva que liquidase cualquier atisbo de democracia. Su posición era
inequívoca e irreductible, no quería un sistema democrático sino una “nueva
España” que rescatase los valores eternos de la religión católica tridentina y
del nuevo hombre auténticamente hispano, temeroso de Dios y sumiso ante los
poderosos.
Así como Francia, en un momento de convulsión,
tuvo a un general De Gaulle dispuesto a
recuperar el orden republicano, sin alterar sustancialmente sus bases,
principios y libertades inmutables como la igualdad y fraternidad, los
militares españoles encarnados fundamentalmente en los generales Mola y Franco
sólo tenía en su mente el propósito de exterminar los presupuestos básicos de
la democracia, sustituyéndolos por un fascismo totalitario, autoritario y sanguinario.
A
partir de ese momento se puso en marcha una
maquinaria de exterminio de todas las personas, cualquiera que fuese su
ideología, que permanecieron fieles a la República y defendían sus postulados.
El exterminio fue brutal y planificado desde el comienzo del golpe militar,
prolongándose durante varios años y una
vez terminada la Guerra Civil, se perpetuó en un régimen autoritario,
ultracatólico, que odiaba como disolventes de la España eterna las ideas y los
principios democráticos.
Como
les advirtió Unamuno, quizá vencerían pero nunca convencerían. Vencieron y declararon cautivos a los fieles a la
República. Dispusieron, sostenidos por los intereses militares de los
norteamericanos y la indiferencia de las democracias vecinas, de la posibilidad
de exterminar a los vencidos, atemorizar a los que albergaban sentimientos
democráticos, reprimir cualquier atisbo de disidencia con la cobertura del
Tribunal de Orden Público y finalizar su etapa con cinco condenas a muerte en
Consejos de Guerra sumarísimos. Una
propaganda monótona y machacona dejó marcada para siempre a gran parte de la
sociedad española.
Los
restos persistentes del pasado no han permitido configurar una derecha
asimilable a la de los países líderes en Europa, como Alemania y Francia. El
reconocimiento de la labor salvadora del golpe militar que supo vencer a las
hordas marxistas está profundamente arraigado en gran parte de nuestra derecha
política que se resiste a reconocer los crímenes cometidos y a favorecer la
reparación y reconocimiento de los que murieron, cualquiera que fuese su
ideología, por los ideales republicanos.
Es
justo reconocer que esta tendencia no es exclusiva de España, sin ir más lejos,
en Francia, nuestro país vecino, en estos momentos duramente castigado por el
terrorismo, existe un número importante de franceses que añoran y veneran al
general Pétain. Ahora bien, con una lógica coherencia política, todas estas
personas se han agrupado en torno a un partido de extrema derecha liderado por
Le Pen. En nuestro país los panegiristas de la ideología franquista no sólo son
partidarios de mantener sus símbolos y la iconografía, sino que se oponen de
forma despiadada y antidemocrática al reconocimiento de las víctimas y al
restablecimiento de la verdad y la justicia. Es suficiente con que demuestren
un mínimo de sensibilidad para que se recuperen los cadáveres de sus
conciudadanos que yacen en las cunetas y en los campos, asesinados por la
ideología fascista.
Que
la sombra del 18 de Julio es alargada lo hemos podido comprobar en las
recientes elecciones del 26J. Algunos dirigentes políticos, enarbolando los
esquemas simplistas del comunismo, el laicismo, las dictaduras más o menos
bolivarianas y otras impurezas argumentales, han hecho mella en el electorado.
El Partido Popular, donde cohabitan los partidarios de Le Pen y los devotos del
general Franco, con personas que, sin participar de este entusiasmo, identifican a la
izquierda con el "desorden republicano", es incapaz de enfrentarse,
de manera sensata y democrática a la realidad.
Lo
urgente y lo que demandan los ciudadanos pasa por afrontar los problemas reales
y graves que tiene planteada la sociedad española con un veinte por ciento de
paro y con millones de personas en el umbral de la pobreza. Mientras se
perpetúan políticas educativas que nos han retrasado con respecto a nuestros
vecinos europeos. Los logros en sanidad, educación y dependencia se han
derrumbado ante un realismo descarnado que prefiere mantener políticas de
austeridad y desigualdad, frente a la solidaridad como una forma de fraternidad
según la perenne declaración de los revolucionarios franceses.
No sé si llegaremos a unas terceras
elecciones, lo que, en contra de algunas opiniones, no me parece ninguna
tragedia ni ningún ridículo. Me preocupa mucho más que haya personas jóvenes,
como la que he escuchado recientemente en televisión, contestando de manera
abrupta al entrevistador. Sostenía que era un derroche gastar cuarenta millones
de euros en papeletas. Creo que debe meditar sobre sus palabras. Las papeletas
sólo pueden ser sustituidas por las armas. Desgraciadamente no resulta una
opinión aislada sino un sentimiento extensamente arraigado en muchos sectores
de la sociedad española. Estas y otras semejantes son las sombras alargadas del
18 de Julio.
AUTOR
José
Antonio Martín Pallín, es abogado de Lifeabogados. Magistrado emérito del
Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas
(Ginebra).