domingo, 25 de noviembre de 2012

"La desvergüenza de la banca española", Juan Torres López


La desvergüenza de la banca española

Juan Torres López, Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
Público, 23 nov 2012

Las declaraciones del portavoz de la banca española (y antiguo subgobernador del Banco de España, por cierto) con motivo de las normas recién aprobadas por el gobierno sobre desahucios muestran que los banqueros españoles están perdiendo ya los niveles mínimos de responsabilidad, decencia y vergüenza.

Jueces y expertos y, por supuesto, las personas y familias afectadas, han puesto de relieve que se trata de una reforma muy tímida y que de ninguna manera va a evitar la inmensa mayoría de los desahucios tan injustos e inhumanos que se vienen produciendo, además de ser muy beneficiosa para la banca: los supuestos que contempla son muy restrictivos y ni siquiera todos los de gran necesidad, no tiene carácter retroactivo, solo se refiere a los expedientes promovidos por la banca, y permite que se sigan acumulando intereses cuando se suspendan temporalmente, lo que evita que los bancos pierdan dinero y que tengan que cargar ahora con viviendas de difícil salida al mercado en estos momentos. Pero, a pesar de ello, los banqueros dicen que es muy negativa, que “pone en riesgo la buena cultura de pago que existe en nuestro mercado hipotecario” porque puede hacer que la gente deje de pagar caprichosamente las hipotecas, e incluso que se puede cerrar el grifo del crédito se si aprueba.

Parece mentira que los españoles tengamos que oír esto de la banca, como si fuésemos estúpidos. Si nuestros bancos y banqueros se jactan de ser los mejores del mundo, ¿qué es lo que explica entonces que aquí tenga que haber condiciones hipotecarias (y en general bancarias) más asimétricas que en los demás países de nuestro entorno? ¿Por qué la banca española no puede operar en las mismas condiciones que la francesa, la alemana, la inglesa o la de Estados Unidos, si en esos países compite en igualdad de condiciones con otros bancos? ¿Qué tipo de razón financiera es la que justifica que aquí haya pervivido una legislación casi decimonónica tan favorable a ellos? ¿Son razones económicas, de eficiencia financiera y de mercado, o sencillamente que los banqueros han tenido aquí más poder que en otros lugares y que se han podido hacer fuertes en sus privilegios, entre otras cosas, porque fueron el soporte principal de la dictadura fascista de Franco?

Si tuvieran vergüenza, los banqueros hablarían claro y dirían que si se oponen a esta reforma es simplemente porque quieren seguir teniendo los privilegios de siempre que les hacen estar entre los bancos con más rentables del mundo sin ser los que mejor financian y tener un poder político y social mucho mayor que en casi todos los demás países.

Y es igualmente desvergonzado que los banqueros aludan, aunque formalmente no utilicen esta expresión, al llamado riesgo moral que en su opinión conlleva la reforma. Es decir, que afirmen que crea un incentivo que puede permitir que los individuos trasladen su responsabilidad hipotecaria a los bancos, convirtiéndose voluntariamente en malos pagadores, como si la gente estuviera deseosa de perder sus viviendas caprichosamente.

Parece mentira que sean los banqueros los que digan eso cuando son precisamente los bancos los que deben el dinero que ha puesto a la economía española a los pies de los caballos por su gestión avariciosa e irresponsable y lo que ha provocado que tengamos que ser rescatados, haciendo que el conjunto de los españoles tengamos que asumir su deuda con los bancos extranjeros. Son los banqueros y no las familias ni los pequeños y medianos empresarios los que se han aprovechado de la información privilegiada que tienen para trasladar sus responsabilidad a los demás, encareciendo artificialmente la financiación, haciéndola más difícil de obtener, y provocando una rémora inmensa a la actividad productiva en nuestro país.

El auténtico y más negativo riesgo moral que puede influir sobre nuestra economía es el que está haciendo que los propietarios y directivos de las entidades financieras que la han hundido, que han volatilizado el dinero de sus clientes en operaciones especulativas muy arriesgadas, que han estafado a miles de clientes y que les hacen pagar comisiones y gastos muy por encima de los habituales en otros países de alrededor, se vayan de rositas y no den cuenta ante la justicia de los daños que han producido.

El mal ejemplo para millones de españoles es comprobar que los banqueros que han cometido delitos son indultados graciosamente cuando son condenados, y que esto último sea algo excepcional porque los fiscales y los jueces raramente actúan contra ellos, como demuestran tanto casos de crisis y quiebras bancarias que se han saldado con costes enormes para los contribuyentes y aire fresco para quienes las han provocado.

Lo que paraliza a la economía y destroza a las empresas que crean riqueza es que los banqueros utilicen su poder para echar por alto la imprescindible financiación de la actividad económica al convertir el negocio bancario en el motor que alimenta las burbujas, la especulación, la evasión fiscal, la fuga de capitales a los paraísos fiscales y los negocios más sucios que existen. O que hoy día estén ganando miles de millones generando más deuda para todos los españoles a base de recoger dinero barato del Banco Central Europeo y de rentabilizarlo comprando los bonos que luego le permiten ofrecer condiciones inmejorables a los grandes poseedores de liquidez, y todo ello racionando la financiación que necesitan urgentemente las empresas.

Y lo que es una barbaridad y nos lleva al desastre no es que se tomen medidas de justicia elemental para proteger a los débiles frente a los poderosos, como dicen los banqueros, sino que éstos utilicen su poder para seguir tratando de imponer un modelo productivo caótico, depredador e insostenible. El portavoz de la banca lo ha dicho claro: “hay que dar más créditos y crear más casas”. Eso es lo que se le ocurre proponer a los banqueros en un país en donde hay casi cinco millones de viviendas vacías, urbanizaciones enteras sin utilizar consumiendo recursos naturales y energía sin cesar, y la experiencia de una burbuja que ha enriquecido a unos pocos pero que ha dejado desolada a nuestra economía llevándose por delante la posibilidad de modernizarla y de situarla en la vanguardia de las naciones. Tienen a miles de empresarios carentes de financiación, reclamando crédito urgente y asequible para crear empleo y riqueza y lo que quieren es destinar el dinero a mover otra vez cemento y a dar pelotazos a base de corrupción y barbaridades urbanísticas. Están locos y esto es la mejor prueba de que hay que combatir la irresponsabilidad y la desastrosa gestión de los recursos que hacen nuestros banqueros.

Si los españoles queremos de verdad salir de esta crisis provocada por la banca no podemos seguir manteniendo el sistema financiero tal y como lo están moldeando el anterior y el actual gobierno con las reformas que han realizado. Hay que acabar con los privilegios y con el poder político y mediático de los bancos si es que no queremos que los banqueros acaben con la democracia. Es imprescindible disponer de una banca pública, bien dirigida y estrictamente controlada, que no pueda financiar sino a las empresas y consumidores que lo necesiten para hacer que crezca la generación de riqueza y no las actividades especulativas. Una banca firmemente asentada en principios éticos (y no, como quería el gobierno en “buenas prácticas” de asunción voluntaria), y en un compromiso radical con el desarrollo económico y social y con el equilibrio medioambiental, lo que significa, sobre todo, que no se puede dedicar, como hacen los bancos actuales, a financiar la corrupción, modelos productivos insostenibles y la creación constante y artificial de deuda.


http://blogs.publico.es/dominiopublico/6140/la-desverguenza-de-la-banca-espanola/

martes, 20 de noviembre de 2012

"Se vende ciudadanía", por Ignacio Escolar


Se vende ciudadanía
Ignacio Escolar

El Diario.es, 20/11/2012

Una ecuación sencillita: amnistía fiscal para el dinero negro + permiso de residencia para extranjeros que compren pisos = una gran oportunidad de negocio para las mafias. A las claras: dice el Gobierno que esta ideaca que ha parido la FAES está diseñada para " el mercado chino y ruso". Como ninguno de esos dos países queda precisamente a mano, cabe preguntarse por qué se piensa en ellos. Es una pregunta retórica. Tenemos que ser competitivos y, siguiendo el precedente de Eurovegas –toda ley está en venta y todo BOE sumergido en dinero experimenta un empuje hacia arriba equivalente a la pasta que desaloje–, el Gobierno ha decidido subastar también la ciudadanía. Es coherente, a su manera.

La primera cifra que barajó la FAES fue de 250.000 euros por un piso y los papeles. Ahora son 160.000, tal vez porque la detención del muy honorable emprendedor Gao Ping ha afectado a los cálculos previstos. Más allá de la indecencia moral de ligar el permiso de residencia a la compra de una vivienda, cabe preguntarse también su utilidad práctica y a quién beneficia la medida. Ahora que los pisos están bajando de precio, ¿debe el Gobierno actuar para que tal catástrofe no se produzca? ¿Qué parte del artículo 47 de la Constitución –ese que dice que la vivienda digna es un derecho y que el Gobierno debe impedir la especulación– no he entendido? ¿No vale con el rescate público al ladrillo a través del banco malo que además hay que ayudar concediendo los papeles para mejorar la oferta inmobiliaria? Si compras un piso de medio millón de euros, ¿te dan dos pasaportes y un tercero envuelto para regalo?

La gran pregunta, aún por contestar, es qué modelo de país tiene el Gobierno en mente: cuál es su apuesta estratégica para recuperar la economía; cuál es su diseño de país para los próximos años. ¿La respuesta? No lo dicen en voz alta, pero basta con enumerar algunas de sus medidas. 1. Amnistía fiscal para el dinero negro. 2. Promocionar la inversión exterior en España vendiendo que nuestros impuestos ni se notan. 3. Abaratar el despido y los salarios. 4. Recortar en I+D y en educación superior. 5. Poner una alfombra roja a Eurovegas. Y por último: vender el permiso de residencia por 160.000 euros. ¿El futuro de España? Queda claro: la apuesta estratégica no parece estar en las energías renovables –un sector donde somos punteros y que el Gobierno está podando con motosierra–, ni en la industria ni la ciencia ni en las nuevas tecnologías.... El modelo económico de futuro está claro: vamos a ser un paraíso fiscal de saldo.

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P.D. Al fin sabemos en qué consiste el "contrato para inmigrantes" del que tanto habló el PP durante la campaña electoral. Era un contrato de compraventa.


http://www.eldiario.es/escolar/vende-ciudadania_6_70752951.html

jueves, 15 de noviembre de 2012

"La huelga no paralizó el país", por Isaac Rosa



La huelga no paralizó el país
15 DE NOVIEMBRE DE 2012

Isaac Rosa

“La huelga general no ha paralizado el país”, repite el piquete de la derecha desde ayer, con tono triunfal. Frente a la consigna, caben dos respuestas: una es entrar al trapo, jugar en su terreno y con sus reglas, con su lenguaje y sus parámetros para medir huelgas, y perdernos así en una discusión de cifras, porcentajes, consumo eléctrico, comparaciones históricas, etc.

Pero cabe otra respuesta: ignorar las necedades del piquete antihuelga (sí, necedades, qué otra cosa puede decirse de quien cuenta más manifestantes en Santander que en Madrid), no perder un minuto en rebatirlo, y mejor contestarle: “Claro que no paralizó el país. Todo lo contrario: lo movilizó.”

Un país paralizado es lo que ellos pretenden: un país paralizado de miedo, una sociedad quieta y callada, atemorizada por la triple tenaza: la crisis (miedo al paro y a la exclusión); la reforma laboral (miedo al patrón, al que la reforma laboral dio todo el poder); y la represión (miedo a los porrazos y multas).

Pero ayer ocurrió todo lo contrario, y esa es nuestra victoria: el país no se paralizó, sino que se movilizó, se echó a la calle masivamente y aireó la protesta durante todo el día. Lo importante de ayer no es si los supermercados abrieron ni si el consumo energético fue mayor o menor. Lo decisivo fue que durante veinticuatro horas, desde la madrugada previa hasta la noche, millones de personas tomaron las calles de mil formas, tanto en el centro como en los barrios: piquetes (de trabajadores, estudiantiles, vecinales, ciclistas o yayoflautas), derivas espontáneas, cortes de tráfico, sentadas, encierros, pasacalles y el remate de las mayores manifestaciones en muchos años en la mayoría de ciudades. La imagen resultante no es la de un país paralizado, sino masivamente movilizado, que llenó de gritos, silbatos y lemas unas calles que, además, tenían aspecto y sonido de domingo en muchos momentos.

¿Y la huelga como tal? ¿No se trataba de dejar de trabajar un día? Sí, claro: y descontados los parados y los más precarios, los servicios mínimos, los sindicatos esquiroles (CSIF y algún otro) y los sindicatos despistados (los nacionalistas vascos, que no supieron ver la dimensión europea de la protesta), lo cierto es que aquí paró todo el que de verdad puede parar: la industria, el transporte y buena parte de los servicios públicos. Es decir, los sectores con más fuerza y tradición de lucha colectiva. También en eso la huelga fue un éxito, y es necedad entrar al juego tramposo de las cifras y las comparaciones con otras huelgas que nada tienen que ver (pues nada tienen que ver la sociedad y los problemas de entonces con los de ahora).

Así que permítanme que lo diga con todas las letras, en voz alta y sin ceder un milímetro a quienes tenían preparada la portada del “fracaso” desde días antes: la huelga general del 14-N fue un éxito. Lo sabemos nosotros, y lo más importante: lo saben ellos.

 (*) Isaac Rosa es escritor y columnista.

http://www.cuartopoder.es/tribuna/la-huelga-no-paralizo-el-pais/3576

lunes, 12 de noviembre de 2012

"Yo apoyo la huelga del 14N", por Ignacio Escolar, en El Diario



Ignacio Escolar


11/11/2012 

Pues claro que es una huelga general política, por supuesto que sí. Es una jornada de protesta contra las políticas injustas y equivocadas del Gobierno, que no solo no nos están sacando de la crisis, sino que están agravando las peores consecuencias para una sociedad que está a punto de estallar. La palabra política no sobra: es una huelga contra esa política y por una política distinta; es una protesta para cambiar ese futuro que nos quieren robar aquellos que presentan su política como una inevitable decisión técnica, como si no hubiese otra opción. Por eso resulta indignante que sean los propios políticos conservadores –empezando por la "funcionaria" Esperanza Aguirre, esa liberada del PP– quienes utilicen la palabra "política" como si fuese un insulto, como una forma de descalificar la huelga e incluso pedir su ilegalización.

Por mucho que le moleste al PP, y a Esperanza Aguirre aún más, la política no es solo cosa suya. No es su monopolio. No son ellos los únicos privilegiados que pueden opinar e intentar influir en lo que afecta a la polis: a toda la sociedad. Ni siquiera la mayoría absoluta les da esa potestad porque la democracia no solo consiste en votar y callar. La huelga no es solo un derecho. En las circunstancias que vivimos, es casi una obligación.

Frente al tópico de que no sirve de nada, claro que las huelgas y las manifestaciones sirven para transformar la realidad. Fueron efectivas incluso en el franquismo, durante una dictadura, y en democracia lo son todavía más. Está quedando otra vez claro estos días, con los dos grandes partidos forzados por el malestar ciudadano a parar a toda prisa los desahucios antes de que sean ellos los desahuciados. Su actual urgencia por resolver esta tragedia insoportable no es solo por los recientes suicidios, las últimas gotas que han desbordado el vaso. Antes de esas muertes ha habido miles de personas –especialmente esa Plataforma de Afectados por la Hipoteca a la que tanto debemos como sociedad– que han dicho basta en vez de callarse y han preferido luchar. Porque la peor derrota de todas es la de quienes se rinden sin más.

http://www.eldiario.es/escolar/apoyo-huelga_6_67953213.html

viernes, 9 de noviembre de 2012

Entrevista: Josep Fontana y Enric González o qué ocurre en Cataluña



Entrevista. Noviembre de 2012

Josep Fontana y Enric González o qué ocurre en Cataluña

Josep Fontana (Barcelona, 1931) es uno de los más prestigiosos historiadores españoles. Fue discípulo de Jaume Vicens Vives y se especializó en historia económica contemporánea. Militó en el PSUC de la clandestinidad, pero se distanció de él durante la Transición. Ahora se declara favorable a la independencia de Cataluña bajo ciertas condiciones. Esta conversación se desarrolla en su domicilio, un piso muy cercano al Paralelo barcelonés.

Usted fue discípulo de Jaume Vicens Vives.

Sí, entre otros.
En las próximas elecciones catalanas, ¿qué cree usted que votaría Vicens Vives?

Es difícil saberlo. Por extracción social y por manera de pensar, la lógica dice que habría votado por CiU. Pero si hubiera vivido todos estos años habría pasado por tal cantidad de desengaños y cabreos que dudo mucho que lo tuviera claro.

Hablando de desengaños, ¿tiene alguna cosa que ver el colapso de las alternativas revolucionarias con lo que está ocurriendo en Cataluña?

El colapso de las alternativas tiene que ver con todo. Es un factor determinante. El sistema establecido se siente seguro y tranquilo porque por primera vez desde 1789 puede dormir bien, no hay ninguna amenaza global que parezca que pueda desmontar el sistema. Sin este fracaso de quienes pensaban que era posible una alternativa es evidente que todo habría ido de manera muy diferente, especialmente la forma en que se hace el reparto de los beneficios entre unos y otros. Entre 1945 y 1975 se vive una etapa feliz en los países desarrollados, porque el reparto equitativo de los beneficios de la productividad permite mejorar los salarios, el nivel de vida y el consumo. Pero llega un momento, en 1968, que demuestra que ni en Occidente (el Mayo de París) ni en Oriente (la Primavera de Praga) existe la posibilidad de cambiar las cosas desde abajo. El mundo empresarial y financiero decide que no hace falta hacer más concesiones. Y con Ronald Reagan y Margaret Thatcher comienza la lucha contra los sindicatos; lo que Paul Krugman llama “la gran divergencia”, que sigue vigente actualmente, entre los ingresos de los de abajo y las clases medias y los ingresos del 1%, los más ricos. Esto lo determina todo.

En el caso de Cataluña se plantea un proceso…

Lo que quiero decir es que esto determina en buena medida el proceso de lo que llamamos crisis. La crisis es un momento en un proceso más largo, que es este que llamaba de la divergencia, que comporta la destrucción de los servicios sociales y el Estado del Bienestar. Es evidente que nadie es inmune a este proceso, que, por otro lado, explica el retroceso de las izquierdas. La socialdemocracia ya se había adaptado previamente. Puede decirse que la actuación del grupo formado por Bill Clinton, Tony Blair y Felipe González tiende a favorecer el proceso. Las medidas que más propician la especulación que desemboca en la crisis de 2008 se dan durante la etapa de Clinton, cuando se anulan las leyes que impedían usar los depósitos bancarios para especular. Y a la izquierda de la socialdemocracia… quizá lo más serio que queda con cierta capacidad de movilización son los sindicatos, que en Europa aún tienen alguna importancia —aunque mucha menos que antes—, pero en Estados Unidos están casi destruidos: solo quedan los sindicatos de los trabajadores públicos, como los de profesores, que son los más perseguidos y abominados, como toda la educación pública.

Volviendo a Cataluña: solía decirse que el nacionalismo es de derechas.

Estamos confundiendo cosas. En primer lugar, es difícil definir qué es eso de “nacionalismo”. Por ejemplo, en este momento hay tres planos diferentes. Por un lado, los que se manifestaron el 11 de septiembre como una respuesta popular bastante espontánea, estimulada por el malestar general ante la crisis pero que retomaban, evidentemente, un sentimiento identitario. Este sentimiento existe, no lo han creado ni la escuela ni los partidos, y está ahí desde el siglo XVIII. Una de las cosas que señala el historiador Pierre Vilar es la repetición en la historia de Cataluña de momentos en que, ante diversas circunstancias, los catalanes tienden a afirmar su identidad. Un caso concreto: cuando en 1840 se produce el primer derrumbe de las murallas de la Ciudadela [la fortaleza creada por Felipe V para dominar Barcelona tras la Guerra de Sucesión] y Espartero reacciona bombardeando la ciudad, surge un grupo de miembros de las Milicias que protestan y explican que han demolido la Ciudadela porque era una acción de la tiranía que usurpó unos terrenos que pertenecían a la gente y acaban diciendo: “Lo hemos hecho porque somos libres, porque somos catalanes.” Por lo tanto, hay un plano que es este: la existencia de un sentimiento de identidad, al cual la incomprensión por parte de la mayor parte de los estamentos dirigentes de la política española no hace más que ofender continuamente.

Después está el plano del uso de todo esto de cara a unas elecciones. Este es otro plano, sin otra finalidad que conseguir la mayoría absoluta partiendo de unas afirmaciones que no se creen quienes las efectúan. Lo digo porque estos días he tenido ocasión de hablar con un dirigente importante de uno de los dos partidos [de la coalición Convergència i Unió] y acabó reconociendo que lo máximo que se podía esperar, se hiciera lo que se hiciera, era ganar algunos derechos. Pero evidentemente a las elecciones se va con un mensaje equívoco, para que los próximos cuatro años transcurran entre negociaciones sobre alguna forma de consulta con la absoluta certeza de que no se podrá ir más allá.

Y un tercer plano consiste en un planteamiento serio de la opción de ir hacia la formación de un Estado [catalán], si es que eso tiene sentido en estos momentos en que, hablando de independencia, uno tiene dudas muy serias de que España sea un país independiente. Si el presidente del Gobierno español anuncia una semana y otra determinados propósitos y a la semana siguiente ha de rectificar porque así se lo mandan… ¿qué medida de independencia es esta? Dejando esto de lado, se puede partir del hecho de que existe una doctrina del derecho de autodeterminación que se supone que está escrita en las listas de derechos reconocidos por las Naciones Unidas, pero que nadie ha dejado nunca que funcionara excepto cuando les convenía. Lo ofensivo es que durante la Transición tanto el PCE como el PSOE se llenaban la boca…

Con el “derecho a la autodeterminación de los pueblos de España”.

Es una de las cosas más sangrantes. Habría que hablar de eso. Hace poco se publicó un libro de memorias de un exdirigente de los servicios de inteligencia donde se explicaba que, en la época en que el PSOE negociaba su legalización, Felipe González dejó claras dos cosas: que de ninguna manera permitiría un concierto económico para Cataluña, porque era algo que según él solo interesaba a la alta burguesía catalana, y que nunca toleraría un partido socialista catalán que fuera independiente del PSOE. Eso lo decía en privado mientras en público defendía el derecho de autodeterminación.

En gran medida la Transición fue eso: un juego de doble lenguaje.

En realidad lo es habitualmente toda la política, de manera que uno se pregunta: “¿Qué debemos creernos?” Yo tengo tendencia a creer muy poco.

Si las fuerzas políticas dominantes en Cataluña creen que esto no tiene un más allá y determinadas circunstancias indican que, efectivamente, es difícil que vaya más allá, ¿no se corre el peligro de generar más frustración, tanto en la sociedad catalana como en gran parte de la sociedad española?

Quienes más hablan saben que no hay nada que hacer, pero existe un pequeño grupo de la izquierda, con menos intereses oscuros, que sí cree. Aquellos para quien esto puede ser importante, muy especialmente CiU, son perfectamente conscientes de que tendrán que inventar una forma de negociar sobre la consulta que les dure unos cuantos años para, por un lado, resultar incómodos y presionar al Estado; y, por otro lado, conseguir alguna cosa sin dejar de aparecer como víctimas porque no se quiere atender una propuesta tan simple como la consulta. Y vivirán de esto durante una buena temporada esperando que el tiempo cambie y las cosas se presenten mejor. El ejercicio de engaño que se ha practicado con el tema de Escocia es alucinante. Esto de explicar a la gente que el Gobierno británico ha aceptado que en Escocia se haga un referéndum vinculante… es una absoluta mentira. Seguramente, si nos fijamos bien, nadie lo ha acabado de decir de manera clara y concreta, pero se ha dejado entender que era así dentro de una especie de fábula que venía a decir que tenemos que hacer lo mismo y conseguir un referéndum cuyos resultados nos permitirán negociar cómo separarnos.

El caso de Escocia es diferente porque sigue siendo un reino distinto al de Inglaterra, aunque compartan reina.

Sí, pero en estos temas los orígenes históricos son difíciles de utilizar como instrumento legitimador. La historia sirve para recordarla y se usa como conviene. No creo que este sea el problema. El problema auténtico y real es que no hay nada más que la propuesta de un referéndum, que supongo que los ingleses confían en que levante tantos miedos que quede en nada. Cuando en los últimos tiempos de la Unión Soviética, ya con Gorbachov, se planteaban cómo organizar consultas de este tipo de cara a la independencia de los países bálticos, las reglas que se querían usar exigían no solo un referéndum con una alta aprobación, sino también una aprobación por parte del resto de los ciudadanos de la Unión Soviética. Se supone que un acuerdo de este tipo tendría que ser consentido por ambos bandos. Todo ello implica un grado tal de complejidad que resulta difícil tomárselo en serio. Aparte de que si estás metido en unos sistemas como son la Unión Europea y la OTAN, los grados de independencia son más bien de escasa entidad.

¿Por qué España ha fracasado en su intento de homogeneizar nacionalmente su territorio, a diferencia de Francia, que supo hacerlo muy bien?

Cuando se produce la anexión (cosa que ocurre después de 1714, porque hasta aquel momento el Principado era un Estado que tenía leyes propias y un sistema político diferente al de la Corona de Castilla, que funcionaba con unas Cortes que aprobaban las leyes con algo muy moderno como era una Hacienda que controlaban las instituciones y no el monarca), se hace entre sociedades que tienen grados de desarrollo diferentes.

Cataluña en aquel momento no era soberana.

Hasta 1714 es un Estado que forma parte de una monarquía dentro de la cual la única cosa en común es el soberano.

Pero el Estado de aquella época no es el Estado como lo entendemos ahora.

No, pero el país funciona como un Estado. No es una provincia, es un Estado que vota y tiene sus leyes. En las Cortes las leyes se votan en principio de acuerdo con el rey y con los estamentos, pero así como Castilla funciona con Reales Órdenes Pragmáticas, en Cataluña no existe eso, sino que la legislación se negocia. Además es un proceso que se ha ido democratizando y transformando en las últimas décadas del siglo XVII. En los últimos momentos de la Guerra de Sucesión los planteamientos ya son netamente republicanos. Se llega a decir que lo importante es el voto en las Cortes y que eso del rey no cuenta para nada. Otro asunto es que lo que se pretende en la guerra es extender este sistema [catalán] al conjunto del territorio español. En los momentos más duros del final de la guerra aquí se dice que se combate por España y por la libertad de todos los españoles. La evolución de Castilla hacia una forma de sociedad más avanzada fue estrangulada por la monarquía. En los siglos XVI y XVII, cuando la monarquía necesitaba dinero, Cataluña era muy poca cosa y Castilla era el lugar de donde se podía sacar dinero, de manera que mientras que allí se les apretaba y el sistema de representación por Cortes queda fosilizado, a los catalanes se les dejaba bastante tranquilos. Es decir, que cuando se produce la anexión estas sociedades ya son relativamente diferentes. Eso explica que durante todo el siglo XVIII, una sociedad catalana que está implicada en formas de comercio internacional con la exportación de aguardiente y que tiene un mercado interior complejo y articulado, desarrolla un crecimiento agrario considerable y puede iniciar la industrialización, porque funciona en un marco social diferente. Aunque ya hubiera unas leyes comunes, lo que define el funcionamiento de una sociedad no es el poder real. Por ejemplo, aquí la enfiteusis permite que las tierras sean cultivadas y da trabajo a muchos brazos, pero desde la Corona de Castilla esto se entiende tan poco que se inventa el mito de la laboriosidad de los catalanes. Comienzan a decir que los catalanes trabajan mucho. Incluso surge aquel dicho que reza: “El labriego catalán de las peñas saca pan”, cosa que demuestra que no entendían nada. Lo que sacaba no era pan, era vino. No entienden nada de lo que pasa. Hay un momento en que las condiciones que podrían haber generado un proceso de desarrollo global fallan y la industrialización solo afecta a Cataluña. Es más, hasta bien entrado el siglo XIX los políticos españoles son contrarios a la industrialización. Lo consideran un mal que genera vicios y ansias revolucionarias. Piensan que afortunadamente España es un país agrícola donde la gente es moderada, consume poco y no pide cosas extrañas, y se resignan a que la industrialización sea una cosa para Barcelona y poco más. Existe toda una literatura anticatalana durante los siglos XIX y XX, y que continúa el XXI, en la base de la cual está la absoluta imposibilidad de entender que hay una gente que realmente es distinta.

Anecdóticamente, el nacionalismo sabiniano vasco también rechaza la industria.

Eso es retórica. La idea anti industrializadora solo es propia de sociedades agrarias que no quieren admitir cambios sociales. Un nacionalismo puede ser perfectamente industrialista. El primer nacionalismo claro que existe en Europa seguramente es el británico. Son los primeros que en el siglo XVIII tienen un auténtico himno nacional, el Rule Britannia. Por lo tanto, la industrialización y la nación funcionan perfectamente bien juntas.

No funciona cuando existen sociedades diferentes con culturas diferentes y las partes tienen dificultad para entender esas diferencias. En el siglo XIX, el historiador Joan Cortada escribe el folleto Cataluña y los catalanes en el que se esfuerza en explicar que los catalanes son diferentes, cosa que no quiere decir ni superiores ni inferiores, y que lo que quieren es convivir tranquilamente. Pero esta posibilidad es mal vista y negada, y llegamos a momentos como el actual, con un analfabetismo que permite que ABC y medios así publiquen afirmaciones como esa de Esperanza Aguirre, según la cual la nación española deriva de la Prehistoria, o que ya son 500 años de historia en común, confundiendo una unión de soberanía sobre territorios dictada por un matrimonio con la existencia de una nación. Entre la boda de Fernando e Isabel [1469] y 1714, Cataluña dispone de unas leyes, una lengua, una moneda y un sistema político propios. Incluso en la legislación castellana hay unas leyes que perduran hasta la Novísima Recopilación, un código de leyes del siglo XIX, que prohíben, por ejemplo, llevar vino cuando se cruza la frontera entre los reinos de Aragón y de Castilla con unas penas que establecen la confiscación del vino, la confiscación del carro y los caballos si hay reincidencia, y en caso de acumulación de delitos, la pena de muerte. Esto de la nación española se inventa en el siglo XIX. Y es lógico, porque “nación” es un concepto que no tiene sentido más que con un tipo de gobierno liberal parlamentario, ya que lo anterior es un poder que emana de Dios y es transmitido al soberano. La idea de nación nace cuando no hay súbditos, sino ciudadanos que se supone que son iguales. No son realmente iguales porque durante todo el siglo XIX, excepto durante la revolución de 1868, el sufragio es censatario, es decir, solo votan los que tienen dinero para votar y son muy pocos. En 1835, en las Cortes de Madrid, se afirma que lo que debe hacer España es convertirse en nación, porque hasta ese momento no lo ha sido nunca.

¿Y por qué se fracasa? Vuelvo al caso de Francia.

Francia ha tenido algo, la revolución, que establece unas condiciones diferentes. Una de ellas, fundamental, es que en Francia, a diferencia de lo que pasará en Inglaterra o España, los campesinos salvan una parte más grande de su propiedad. Durante todo el siglo XIX, Francia es un país de pequeños propietarios, cosa que determina cambios considerables.

Por ejemplo, cuando la agricultura latifundista fracasa a finales del siglo XIX, millones de alemanes, italianos, españoles o ingleses tienen que emigrar a América. En Francia no se da esta ola migratoria, es un país diferente. Y Francia, que debía de ser una de las monarquías más heterogéneas porque en la época de Luis XIV solo una tercera parte de la población hablaba francés, hace un esfuerzo deliberado para homogeneizar con un instrumento tan importante como la escuela. Francia utiliza la escuela como un sistema de asimilación. Aquí, en el siglo XIX, la escuela pública dependía aún de los ayuntamientos y no había nada que se pareciera a un esfuerzo de escolarización. Los niveles de analfabetismo eran considerables y todo el sistema educativo sufría una pobreza miserable. Los franceses, que quizá son más conscientes que nadie del problema de las diferencias, hacen un esfuerzo muy serio para nacionalizar mientras que en España no se preocupa nadie. Aquí el problema de la diferencia de los catalanes se ve como una molestia, como una rareza, y se dice que lo que se debe hacer es pasarlos por la piedra. Esto se agudiza después de 1898, cuando se pierde Cuba. Hay textos de la época que dicen que entre las aspiraciones nacionalistas españolas no solo está la asimilación total de Cataluña, sino también la anexión de Portugal, algo que los falangistas siguieron reivindicando en la época de Franco. Estos textos decían que había que prohibir el portugués, porque no era más que un dialecto del gallego y no merecía ningún respeto. Lo único que parecen entender algunos pensadores castellanos, y no sé si es porque el suyo es un país de conquista, es la imposición.

También París impuso el francés en la parte norte de la Marca Hispánica, la Cataluña que quedó en su territorio.

En Francia ha sido más importante la escuela que las prohibiciones.

Si nos ponemos en el lugar de una persona de Zamora, por ejemplo, podemos interpretar que las autoridades catalanas piden un pacto fiscal, es decir, hablan de dinero. Y que cuando eso se les niega pasan inmediatamente a reclamar una consulta sobre la independencia.

Esa persona de Zamora, si no se trata de alguien con una poderosa inteligencia crítica, lleva más de dos siglos sufriendo un lavado de cerebro y escuchando: “Allí hay personas que solo quieren apoderarse del dinero de todos porque es gente avara”. Hace un tiempo leía unas memorias no publicadas de un militar castellano que, en los años de la República, se mostraba totalmente indignado porque estaba convencido de que el dinero de que disponía el Estado español se dedicaba totalmente a satisfacer las necesidades de Cataluña y el País Vasco. Y una buena parte de los ciudadanos españoles actuales creen más o menos lo mismo. Creen que existe una situación privilegiada que en realidad es una situación que deriva de pedir más que nadie y recibir más que nadie. De manera que aquí hay muchas cosas que son complicadas. Supongo que al pacto fiscal se llega por un conjunto de incidentes determinados. Pero quiero subrayar eso que se plantea el 1976, cuando se desarrollan las conversaciones entre Felipe González y el teniente coronel Casinello: González afirma que de ninguna manera admitirá un concierto económico para Cataluña. Es decir, que el sistema aceptado y lícito en el País Vasco es inaceptable en el caso catalán.

Esa excepción vasca, ¿se debe a la tradición foral, a la presión de la violencia…?

Se debe a diversas cosas. La primera, que el peso de la posible contribución vasca a la fiscalidad española es muy inferior al peso de la fiscalidad catalana. Es decir, que de aquello se puede prescindir, pero de esto no. Existe el argumento de que durante la guerra civil Navarra es “leal” y por lo tanto no se le quitan los privilegios, pero el País Vasco no había sido nada “leal”. Seguramente aquí también se equivocaron cuando negociaban en la Transición, pero da igual, no habrían conseguido nada porque, insisto, desde el momento fundacional no estaban dispuestos a ceder en este tema. Por lo tanto, efectivamente se puede generar la idea de que Cataluña solo va a por la “pela” y que una vez no se consigue el pacto fiscal se amenaza con la secesión.

Es que Artur Mas pasó de una cosa a otra en cuestión de días.

Sí, pero no hace falta preocuparse demasiado porque hay más de 200 años de literatura catalanofóbica basada en malentendidos perfectamente asentados. Por ejemplo, cuando estábamos negociando con el Gobierno el tema de los papeles de Salamanca y yo formaba parte de la Comisión de Archivos (después Esperanza Aguirre me echó), había gente, como Santos Juliá, que encontraba lógico y correcto el traslado de documentos a Cataluña, y había otros, como un par de individuos, catedráticos de universidad, que boicoteaban el acuerdo. Uno de ellos me dijo: “Me opongo porque cuando a los catalanes les dan algo se lo quieren llevar todo”. Y este era un catedrático, un humanista. Da igual lo que diga Artur Mas porque harían falta siglos de pedagogía para disipar los malentendidos. Y hay muy poca predisposición por la otra parte a aceptar la diferencia. Me refiero a que en ambas partes hay imbéciles, podríamos intercambiarlos.

No me estará hablando de deportaciones mutuas.

Hombre, si pudiéramos exportar a nuestros imbéciles para que hicieran daño en cualquier otro sitio tampoco estaría mal, pero no estoy pensando en cosas de este tipo ni en nada que se le parezca. Estoy diciendo que la comprensión mutua no es fácil. Y muy posiblemente muchas veces nosotros, los catalanes, no la hacemos fácil. En una ocasión un grupo de amigos míos propuso que me invistieran doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona y fui vetado por razones políticas. Unos meses más tarde me hicieron doctor honoris causa en la Universidad de Valladolid. Y no es que yo haya dado muestras de afinidad con el PP o con Ciutadans.

Ahora dejemos al señor de Zamora y pongámonos en la piel de un señor de Sant Celoni que ha sido toda la vida de izquierdas y que habla catalán, pero no tiene ganas de votar con la bandera catalana como único valor político. ¿A quién puede votar?

En principio, en lo que queda de la izquierda no todo el mundo está planteando las cosas en esos términos. Como es lógico, yo ya he tenido suficientes decepciones. La primera de ellas fue la decepción de la Transición. A mediados de los años 50 me apunté a un partido clandestino de izquierdas, y lo hice porque los partidos tenían programas que decían cosas. Cuando llegó el momento de la Transición los partidos se olvidaron por completo de lo que habían estado prometiendo, de los principios por los que mucha gente había asumido riesgos muy graves, y pactaron por mucho menos. Yo entendía perfectamente que las circunstancias que se daban en 1976, 1977 y 1978 no permitían realizar los objetivos que planteaban aquellos programas, pero me parecía lógico y decente que mi partido siguiese defendiendo los mismos principios y luchando para que algún día, si no todos, al menos una parte de esos principios pudieran conseguirse. En cambio, se arrinconó lo esencial.

¿De qué partido hablamos?

No había más que uno, el PSUC [el Partido Comunista en Cataluña], los otros eran grupitos de amigos. Uno se sintió traicionado, y eso no solo nos afectó a los del sector intelectual y catalanista, sino a una infinidad de militantes obreros. Es necesario recordar que quienes participaban en las manifestaciones del 11 de Septiembre en los últimos años del franquismo, en Sabadell y Terrassa, eran básicamente trabajadores inmigrantes, y que esa gente gritó lo de “Llibertat, amnistia i estatut d’autonomia”. Ellos también fueron traicionados. Una vez, cuando el pobre Gregorio López Raimundo [histórico dirigente del PSUC] iba ya en silla de ruedas, dije que había que distinguir muy claramente entre lo que había sido la conducta de los dirigentes y lo que había sido la conducta de los militantes. Y que la conducta de los militantes comunistas durante el franquismo merecía todo el respeto. Gregorio tuvo la habilidad de decirme que no se había molestado porque le había criticado como dirigente pero le había elogiado como militante. Dicho eso, Gregorio era de los más decentes que conocía de entre ese personal. Se puede ser perfectamente de izquierdas y ser partidario de una libertad en convivencia: libertad para ti y libertad para los otros. Por eso mismo yo ahora me niego a participar en cualquier tipo de apuesta que tenga como objetivo plantear cuestiones que en estos momentos no tienen más que una dimensión preelectoral que no me interesa. Por lo tanto, si hay que votar, se puede votar, mal que mal, a ICV [Iniciativa per Catalunya-Verds], que son relativamente moderados. No es que me provoquen entusiasmo. De la gente de la CUP [Candidatures d´Unitat Popular, independentistas], pese a ser jóvenes y seguramente honestos, me preocupa mucho que se planteen ya temas como el de los Países Catalanes. Vamos por partes, es una cuestión que a mí me causó disgustos cuando se me ocurrió decir que primero lo que se ha de hacer es preguntar a los otros. Parecía que eso era una traición. Una cosa es la identidad cultural, que efectivamente existe, y otra es lo que piensa la gente. Debemos tener en cuenta, además, que desde un punto de vista histórico, cuando hablo del desarrollo de un Estado, este proceso avanzado que ha ido creando una especie de cultura y sociedad diferentes solo estaba presente en el Principado. Un aspecto muy importante de esta cultura cuando pierde sus instituciones es el auge de las formas de asociación horizontal, un asociacionismo que genera grupos de interés. La vida política de este país hasta 1936 en buena medida se desarrolla en entidades que son clubes, centros y ateneos. Estas características se dan también en cierta medida en la Comunidad Valenciana, pero son, sobre todo, importantes en Cataluña. Insisto, hay que preguntar a los otros qué quieren.

Hablando de consultar y preguntar, hay quien considera que la parte soberanista de Cataluña en estos momentos habla mucho y, en cambio, la parte no soberanista habla muy poco.

La parte soberanista tiene un mensaje. La otra tiene recelos, miedos y dudas, y eso no es un mensaje, por lo tanto no invita a hablar de la misma manera que lo hace el tenerlo. Decir “Independencia” es un mensaje. Decir “Queremos ser un Estado” es un mensaje.

Decir “Amo España” es un mensaje.

Sí, pero es un mensaje muy difícil en un contexto en el que las reticencias al nacionalismo español son considerables y justificadas. La primera vez que vi la bandera española fue el 25 de enero de 1939, cuando en la casita de Valldoreix donde estaba con mi madre entró un moro con un fusil en la mano haciéndonos abrir los armarios. A partir de entonces, para mí aquella bandera está identificada con los 40 años del franquismo. De manera que pedirme que lleve la bandera española o cosas así es obsceno.

Acotémoslo más. Ahora se plantean unas elecciones catalanas plebiscitarias en las que básicamente se formula una pregunta sobre la hipótesis soberanista. Pero hay un sector de la población catalana que tradicionalmente no vota en las elecciones autonómicas y que ahora, posiblemente, seguirá en silencio.

Ahora estarán más desconcertados. Yo no diría que en 1975 o 1976 una actitud de desinterés fuese demasiado general ni en el “cinturón rojo” de Barcelona ni en ningún otro sitio.

Hablo de estos últimos años.

Sí, ahora es distinto. Supongo que lo que hará una gran parte de esta gente es abstenerse, pero lo que afortunadamente no hará será votar al PP o Ciutadans. Yo siempre he creído que a votar se tiene que ir siempre, pero no para votar a favor sino para votar en contra. Se tiene que ir a votar para que el PP y esa gente no tengan más votos. Ya les votarán las monjas.

Ignorando el tema de las banderas, ¿no cree que hay muchas similitudes ideológicas entre el PP y CiU?

De entrada, con todos sus defectos, Jordi Pujol fue a la cárcel mientras Manuel Fraga encarcelaba. Es una diferencia. Digamos que en el origen hay diferencias.

Pero si hablamos de cuadros intermedios encontraremos mucha gente que medraba en el franquismo, en un lado y en el otro.

Seguro. Pero yo no recuerdo haber votado jamás a CiU, de manera que no tengo problemas. Entiendo perfectamente que un partido de derechas es un partido de derechas, que se parecen mucho el uno al otro y que ambos utilizan las banderas. No niego que puedan tener conciencia, pero normalmente utilizan las banderas para lo que les conviene. En realidad estas elecciones me parecen de una importancia minúscula. Son importantes solo por una cuestión que se ha visto ya en Galicia y en el País Vasco y que se verá aquí: la destrucción del PSOE. Es el fin del sistema político de la Transición. Aquel sistema se establece sobre la base de que el PSOE acepta ejercer como alternativa de izquierda a las fuerzas de derechas, que son las que heredan el franquismo. Este sistema ha funcionado bien bastantes años, pero ahora se ha derrumbado. La cuestión es qué pasará. Y es un problema porque se parece a lo que ocurrió durante los años 20 del siglo pasado, cuando se agotó el sistema de turnos de la Restauración entre conservadores y liberales. Entonces se aguantó unos años con una dictadura militar pero llegó un sistema nuevo con la República.

¿Hasta qué punto las fuerzas políticas hegemónicas (en Cataluña lo ha sido CiU desde la Transición) tienen responsabilidad en este aparente desengaño?

Hay muchos culpables. El primero es que el sistema del Estado autonómico español es una trampa que se establece sobre la base de prometer derechos que después no se conceden y se recortan o recuperan a cambio de permitir un uso descentralizado del dinero, lo que crea entusiasmo en todas partes. Es lo que ha permitido que las ciudades se rehagan, que haya teatros o equipamientos deportivos que no existirían si no hubiera habido esta descentralización del dinero. El entusiasmo dura hasta que se acaba el dinero. Entonces se ve que hay sitios, como Castilla-La Mancha, donde dicen que se cargarán la autonomía porque no sirve para nada. Desde el punto de vista de los que se lo han tomado en serio y han creído que podía ser un camino para ir consolidando derechos, es evidente que el sistema ha resultado un engaño.

¿Qué hicieron mal quienes aceptaron esto? Pujol a veces ha dicho que se equivocaron al no basarse en la reclamación de los derechos históricos, como vascos y navarros. Es una revisión que se tendrá que hacer para saber si podrían haber conseguido más cosas y en cuántas cosas se equivocaron. Evidentemente, la situación política del país depende en gran medida del cambio que provocó la crisis de 2008. La crisis de 2008 no fue, como todavía se dice, el resultado de un exceso de gasto público, porque la deuda del Estado era insignificante. Fue culpa de un enorme gasto privado especulativo hecho sin ningún control. Aquí sí se tendrán que depurar responsabilidades. Por lo que sea, esto no ha sido un problema en el País Vasco. Seguramente porque aquello tampoco se prestaba a burbujas inmobiliarias.

Pocos alemanes pasan allí sus veranos.

Ni tan siquiera los vascos, que se van a veranear a Santander. En cualquier caso, resulta que estamos pagando esta deuda privada por las tonterías que se hicieron. Es verdad que como en Caja Madrid no se hicieron en ningún sitio, pero…

¡Hombre, en Caixa Catalunya tampoco eran mancos!

También, sí, pero no creo que hicieran cosas como dar 1.000 millones de crédito a Martinsa-Fadesa, que después se esfumaron. No sé, es un proceso que debe estudiarse con mucha atención y yo no lo he hecho. Desde el punto de vista de querer saber qué pasó yo me he quedado en la Transición. El resto no lo he estudiado, y si no lo estudias ni entras a fondo…

Entonces lo dejamos para los historiadores del futuro.

Sí, que intenten ellos explicar qué ha pasado.

http://www.jotdown.es/2012/11/josep-fontana-y-enric-gonzalez-o-que-ocurre-en-cataluna/

"El mejor motivo para hacer huelga: no poder hacerla", por Isaac Rosa




El mejor motivo para hacer huelga: no poder hacerla
Isaac Rosa. El Diario, 08/11/2012

Puede que haya quien no se ha enterado a estas alturas de que el próximo miércoles hay huelga general. Y no será por culpa de los convocantes, que hacen todo lo que pueden por difundirla, sino más bien del piquete antihuelga, que esta vez parece más discreto que otras veces.

Sorprende el poco ruido que la derecha mediática, política y empresarial está haciendo con la huelga del 14-N, en comparación con lo activos que estuvieron en las últimas convocatorias. No he encontrado en la última semana ni una sola portada protagonizada por los sindicatos. Nada de liberados, subvenciones, restaurantes de lujo, cruceros; nada de la munición con que el piquete antihuelga atacó a CCOO y UGT en las dos últimas huelgas generales.

Como estamos a sólo cinco días del 14-N, se me ocurren varias explicaciones a ese perfil bajo que el piquete antihuelga ha elegido esta vez: a) que se hayan dado cuenta de que sus ataques consiguen el efecto contrario, movilizan más gente (como se vio el 25-S); b) que estén tan entretenidos en sacudir a Artur Mas que no les quedan fuerzas para más golpes; c) que estén muy ocupados preparando la portada del día después, que sin sorpresa dirá “Fracasa la huelga”: o d) que piensen que esta vez no hace falta mucho piquete antihuelga, porque bastante difícil es ya para la mayoría hacer huelga, y no hace falta insistir.

Supongo que es por una mezcla de todo lo anterior, pero me quedo con esta última razón, pues flota en el ambiente de esta huelga, más que en las anteriores: la dificultad de cada vez más ciudadanos para secundarla. Una vez más se cumple eso de que cuanto más justificada está una huelga, más difícil es participar en ella.

Habrá quien piense que no puede hacer huelga porque no tiene trabajo al que faltar: cerca de seis millones de parados a los que nadie podrá descontar un día de sueldo. Otros no se atreven a secundarla, por miedo a represalias en su empresa, ya que desde la última reforma laboral es más fácil y más barato despedir, y está también en manos del empresario cambiar las condiciones de trabajo o reducir el sueldo al margen del convenio. Y en línea con esto último, hay un tercer sector de trabajadores cuya penuria económica les hace muy cuesta arriba perder un día de sueldo, pues bastante justos andan ya.

Tres motivos posibles para no hacer huelga: estar en paro, tener miedo, pasar estrecheces. Son exactamente los tres principales motivos por los que sí hay que hacer huelga el miércoles; tres razones de peso para unirse a la movilización del 14-N.

En primer lugar, el paro. Huelga contra una política económica que sigue sumando parados de cien mil en cien mil sin mover un dedo; contra una reforma laboral que ha puesto alfombra roja para los despidos en masa; contra un gobierno que renuncia a intentar otra cosa, acepta que 2013 sea un año perdido, y nos condena a años de elevado desempleo.

En segundo lugar, el miedo. Si en la huelga anterior conocimos muchos casos de coacción empresarial contra trabajadores para que fuesen a trabajar, hoy es todavía más poderoso el chantaje, hasta el punto que muchos trabajadores ni siquiera lo necesitan, pues lo han interiorizado, como pasa con la censura en los regímenes autoritarios. Entre la presión del elevado paro, y una reforma laboral que puso en la mano de la empresa todo el poder, el miedo ambiental es mayor que nunca. Y contra eso es más necesario protestar, porque si hoy no haces huelga por miedo, puede que no tengas más oportunidades en el futuro, seguirás perdiendo derechos.

En tercer lugar, la penuria. Una huelga general contra el empobrecimiento generalizado de los trabajadores, contra el aumento de la desigualdad y la exclusión; y contra la transferencia descarada de riqueza desde la clase trabajadora hacia el sector financiero, la gran empresa y las rentas altas, mediante rescates bancarios, banco malo y el desmantelamiento y privatización de lo público.

Hay muchos más motivos, pero esos tres ya justifican hacer huelga. Además, los parados deben saber que sí pueden secundarla, pues no sólo es laboral, también de consumo y de usuarios de servicios públicos, además de poder participar en las movilizaciones de ese día. Por su parte, quienes tienen miedo deben pensar que cuantos más seamos, más podremos protegernos unos a otros, a la manera en que los ciudadanos hemos acompañado a tantos colectivos en lucha últimamente. Y quienes se ven ya demasiado pobres como para perder un día de sueldo, que sepan que aún se empobrecerán más si no conseguimos detener a los fabricantes de miseria.

Quienes más motivos tienen para hacer huelga el 14-N son precisamente quienes más difícil tienen participar. Y por paradójico que parezca, no poder hacer huelga es el mejor motivo para hacerla.

http://www.eldiario.es/zonacritica/huelga_general_crisis_paro_trabajadores_6_66903319.html

jueves, 8 de noviembre de 2012

"Los motivos de la eurohuelga", Por Vicenç Navarro. Público, 08 nov 2012


Los motivos de la eurohuelga

Vicenç Navarro. Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra

Partidos conservadores y neoliberales están gobernando, tanto en España como en la mayoría de países de la Unión Europea, incluyendo los de la Eurozona, implementando políticas públicas que tienen como consecuencia: 1) la realización de reformas laborales que conllevan la disminución de los salarios y el aumento del desempleo; 2) el descenso de la población activa; 3) la reducción de la  protección social; 4) el recorte del gasto público social; 5) la privatización de las transferencias y de los servicios públicos del Estado del Bienestar; 6) la reducción de los derechos laborales y sociales; 7) la disminución y privatización de las pensiones públicas; y 8) el debilitamiento de la negociación colectiva y de los sindicatos. La evidencia de que esto está ocurriendo es robusta y claramente convincente (ver sección Economía Política en www.vnavarro.org).

Donde tales políticas han alcanzado su máximo desarrollo ha sido en los países periféricos de la Eurozona, y muy en particular Grecia, Portugal y España. No es por casualidad que estos tres países sean los países donde las fuerzas conservadoras han sido más poderosas e influyentes en sus Estados durante el siglo XX y principios del siglo XXI. Todos ellos han tenido dictaduras fascistas o fascistoides por un largo periodo de su historia e, incluso, durante su periodo democrático, cuando han estado gobernados por partidos de centro izquierda, las políticas de estos gobiernos han estado seriamente condicionadas por tales fuerzas conservadoras.

Tal dominio conservador explica que estos Estados se caractericen por: 1) ser muy pobres (sus ingresos al Estado representan sólo el 34% de su PIB en España, el 37% en Grecia y el 39% en Portugal, porcentajes mucho más bajos que el promedio de la UE-15, 44%, y mucho, mucho más bajos que en Suecia, el país donde las izquierdas han gobernado por más tiempo durante los últimos cincuenta años, y cuyo porcentaje es el 54%; 2) tener escasa sensibilidad social con sus Estados del Bienestar (transferencias, pensiones y servicios públicos, como sanidad, educación y servicios sociales) muy poco financiados (su gasto público social como porcentaje del PIB es el 22% en España, el 25% en Grecia y el 24% en Portugal, de nuevo más bajos que el promedio de la UE-15 con un 27% y mucho, mucho más bajos que el de Suecia, 30%); 3) la escasez de los recursos públicos, incluyendo empleo en los servicios de tal Estado del Bienestar –como, de nuevo, sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios domiciliarios a las personas con dependencia, servicios sociales, entre otros- (sólo uno de cada diez adultos trabaja en tales servicios en España, comparado con uno de cada cuatro en Suecia. Si en España fuera uno de cada cuatro, se crearían cinco millones más de puestos de trabajo, eliminando con ello el desempleo); 4) tener las políticas públicas más regresivas y menos redistributivas de la UE-15. (La pobreza en España se reduce, mediante las políticas del Estado -tanto central como autonómico-, sólo 4 puntos, pasando del 24% de la población al 20%, el porcentaje de reducción de la pobreza más bajo –junto con Grecia y Portugal- de la UE-15. El promedio de la UE-15 es de 9 puntos, y en Suecia es de 14 puntos. Como consecuencia, España, Grecia y Portugal son los países con mayor porcentaje de la población que son pobres); 5) tener las cargas impositivas más regresivas e injustas (el trabajador de la manufactura en España paga en impuestos el 74% de lo que paga su homólogo en Suecia. El súper rico español, el 1% de la población con mayor renta, paga en impuestos sólo el 10% de lo que paga el súper rico en Suecia); 6) tener los fraudes fiscales más elevados de la UE-15 y también más concentrados en las rentas superiores y en las rentas derivadas del capital (en España el 74% del fraude fiscal -44.000 millones de euros- lo realizan las grandes fortunas, las grandes empresas que facturan más de 150 millones de euros al año –un 0,12% de todas las empresas- y la banca. Un tanto semejante ocurre en Grecia y Portugal).

En todos estos países un porcentaje muy reducido de la población (las élites financieras, económicas y mediáticas) tiene una enorme influencia sobre sus Estados, habiendo diseñado sistemas políticos de escasa representatividad electoral. Esta característica es especialmente acentuada en España, donde la Transición (mal definida como modélica) de la dictadura a la democracia, se hizo en términos muy favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban el aparato del Estado y la gran mayoría de medios de información y persuasión. De ahí que el sistema electoral sea escasamente proporcional y representativo.

Las consecuencias de este dominio conservador

La reducción de la capacidad adquisitiva de la población, resultado del descenso real de los salarios forzó a las familias a endeudarse, beneficiando con ello a la banca, la cual, en maridaje con la actividad más especulativa de la economía española, la actividad inmobiliaria, creó la burbuja inmobiliaria, alimentada también con dinero procedente de la banca alemana (entre otras) que hizo extraordinarios beneficios en aquella inversión especulativa. Durante el boom económico, creado artificialmente por tal burbuja, fuerzas conservadoras forzaron reformas fiscales, bajando los impuestos a las rentas superiores y a las rentas del capital (20.000 millones de euros en España), que beneficiaron predominantemente a los sectores más pudientes de la sociedad, creando a la vez un agujero en las cuentas del Estado, que apareció más tarde cuando la burbuja estalló y el déficit del Estado apareció en toda su dimensión.

Como respuesta, el Estado español (así como el griego y el portugués) intentó reducir tal déficit, no mediante la reversión de los recortes de impuestos implementados durante la época de falsa bonanza, sino recortando el ya escasísimo gasto público social. Así se congelaron las pensiones para conseguir 2.000 millones de euros, cuando se podían haber obtenido 2.100 millones manteniendo el impuesto sobre el patrimonio o 2.552 millones anulando la bajada de los impuestos de sucesiones. Y, más recientemente, las mismas fuerzas conservadoras han ido recortando 6.000 millones de euros en la sanidad española, cuando se podrían haber obtenido 5.300 millones anulando la bajada de impuestos de las grandes compañías financieras. Hoy el Estado español ha apoyado a la banca con una cantidad semejante al 10% del PIB a la vez que están recortando a diestro y siniestro los servicios y transferencias del Estado del Bienestar. Diariamente se están echando a más de 500 familias de sus hogares por no poder pagar su hipoteca, a la vez que se está ayudando a los bancos con el dinero de todos. Y se están imponiendo enormes sacrificios, y otros que vendrán, para pagar a la banca, tanto española como alemana (entre otras), el dinero que como usurera está consiguiendo a costa de unas prácticas inmorales, injustas y antidemocráticas.

Y digo antidemocrática porque, tal como indiqué en mi artículo “La necesaria huelga general” (Público, 01.11.12), todas estas políticas que se están llevando a cabo no tienen ningún mandato popular, pues ninguna de ellas estaba en los programas electorales sobre los que fueron elegidos. De ahí la necesidad en todos estos países de protestar y denunciar estas prácticas que se están realizando en contra y a espaldas de la gran mayoría de su población. Lo que estamos viendo en cada uno de estos países es el gobierno de una minoría a favor de una minoría, en contra de una mayoría. Las derechas de siempre, en cada uno de ellos, están ahora, bajo el falso argumento de que no hay alternativas, intentando conseguir lo que siempre desearon: la reducción de los salarios y de la protección social y la eliminación del Estado de Bienestar. Y no se puede permitir, por mera salud democrática, que ello ocurra. De ahí que se hayan convocado Huelgas Generales y/o movilizaciones el próximo día 14 de noviembre en cada uno de ellos, para protestar e impedirlo. La propia existencia de la democracia está en peligro.

http://blogs.publico.es/dominiopublico/6062/los-motivos-de-la-eurohuelga/

martes, 6 de noviembre de 2012

jueves, 1 de noviembre de 2012

"La necesaria huelga general", Vicenç Navarro



La necesaria huelga general
Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra

Las políticas públicas que el gobierno Rajoy en España y el gobierno Mas en Catalunya están llevando a cabo están afectando muy negativamente al bienestar de la mayoría de la población española, incluyendo la catalana. Sus enormes recortes de gasto y empleo público están deteriorando los servicios públicos del Estado del Bienestar, tales como sanidad, educación, servicios sociales, escuelas de infancia (mal llamadas guarderías en España), servicios domiciliarios a las personas con dependencia y servicios de prevención de la exclusión social, entre otros, que configuran la calidad de vida de toda la población, y muy en especial de las clases populares (la clase trabajadora y las clases medias de rentas medianas y bajas), que son las que utilizan predominantemente tales servicios.

Tales gobiernos han reducido también las transferencias públicas tales como las pensiones, de manera tal que los beneficiarios de estas transferencias han visto reducir su capacidad adquisitiva de una manera muy notable. Las pensiones de vejez, que son responsables de que el 64% de los ancianos en España, incluyendo Catalunya, no sean pobres, han perdido poder adquisitivo, resultado de crecer por debajo de la inflación. Como consecuencia, y en contra de lo que se está publicando en los medios de mayor difusión, la pobreza entre los ancianos está aumentando, una situación que no pasaba en España desde hace años. Tal incremento ha sido incluso más acentuado incluso entre los jóvenes e infantes, resultado, en parte, de las reducciones de las ayudas a las familias (ver la colección dirigida por Vicenç Navarro y Mónica Clua, El impacto de la crisis en las familias y en la infancia, Observatorio Social de España, publicado recientemente por Ciencias Sociales Ariel 2012).

Tales gobiernos han aprobado también reformas laborales que se presentaban como la solución para el elevado desempleo, que han tenido un impacto contrario al que en teoría se deseaba, reducirlo. El desempleo ha continuado creciendo, alcanzando el 25% de la fuerza laboral, siendo el número de desempleados de 5.778.000, una cifra nunca alcanzada antes. Esta elevada cifra ha atemorizado a toda la población, creando un enorme sentido de inseguridad, responsable del gran descenso de los salarios en España (lo cual, en realidad, era el objetivo real, nunca explicitado, de tales reformas).

Tal reducción de los salarios junto con los recortes tan notables del gasto público y la destrucción de empleo (tanto público como privado) han creado un enorme bajón en la demanda de productos y servicios, responsable, en parte, del descenso tan marcado del crecimiento económico, realidad incluso reconocida recientemente en un informe del gabinete de estudios del Fondo Monetario Internacional. Tales políticas están contribuyendo a la recesión que la economía española, incluyendo la catalana, está sufriendo. De hecho, y tal como algunos de nosotros hemos estado alertando desde el inicio de la crisis, tales políticas no sólo han sido ineficaces en el intento de facilitar la salida de nuestro país de la crisis, sino que han sido contraproducentes, como los hechos se han encargado de mostrar.

Las políticas que se están aplicando están afectando negativamente el bienestar de la población y empeorando la situación económica

En realidad era muy fácil predecir las consecuencias tan negativas de tales políticas, pues iban en dirección contraria a las que los gobiernos Rajoy y Mas deberían haber llevado a cabo, es decir, políticas expansivas de gasto público, orientadas hacia la creación de empleo, y políticas favorecedoras del aumento de la capacidad adquisitiva de la población, tales como la subida de salarios. Son estas medidas las que podrían sacar a España de la recesión, la cual está profundizándose, yendo hacia la depresión. Fue mediante tal tipo de políticas que la administración del presidente Roosevelt terminó con la Gran Depresión (existente en EEUU al principios del siglo XX), expandiendo –a través del New Deal- el gasto y empleo público, y facilitando la sindicalización a fin de facilitar el crecimiento salarial. Un tanto semejante ocurrió en Europa después de la II Guerra Mundial, cuando las economías europeas estaban en recesión. Ésta dejó de existir a base de un enorme aumento del gasto público, facilitado por el plan Marshall. Y hoy, cuando la economía española se está deteriorando, el gobierno Rajoy y el gobierno Mas están recortando el único sector –el sector público- que podría estimular la economía, pues el sector privado esta paralizado debido a su enorme endeudamiento (endeudamiento, por cierto, causado en gran parte por la disminución de la capacidad adquisitiva de la población, resultado de la reducción de los salarios y aumento del desempleo). Tales intervenciones son profundamente erróneas, y se están desarrollando porque permiten alcanzar los objetivos que las fuerzas conservadoras y neoliberales (que tales partidos gobernantes representan) han deseado siempre, a saber, el debilitamiento y privatización del Estado del Bienestar y la reducción de los salarios, debilitando a los sindicatos. Y lo están consiguiendo a base de haber transmitido, a través de los medios de información y persuasión públicos y privados que las fuerzas conservadoras y neoliberales controlan, y que son la gran mayoría, el mensaje de que no hay alternativas a las políticas altamente impopulares que están desarrollando.

No es cierto que no haya alternativas

Pero es fácil de demostrar que sí que hay alternativas. Por cada recorte de gasto público que tales gobiernos están realizando a fin de conseguir mayores ingresos al Estado, se pueden mostrar otras medidas que podrían haber incrementado tales ingresos al Estado en cantidades similares o incluso superiores a las que han conseguido a base de recortes. Por ejemplo, en lugar del recorte de 6.000 millones de euros en sanidad pública llevados a cabo por los gobiernos Rajoy y Mas, se podrían haber conseguido 5.600 millones revertiendo la bajada del impuesto de sociedades (que tanto el PP como CiU aprobaron) de las empresas que facturan más de 150 millones de euros al año (y que representan un 0,12% de todas las empresas españolas). O en lugar de reducir las pensiones para conseguir 1.200 millones, se podrían haber conseguido 2.100 millones manteniendo el impuesto sobre el patrimonio, o 2.552 millones eliminando la bajada de impuestos de sucesiones. O en lugar de recortar 600 millones de euros para los servicios de dependencia, se podría reducir el subsidio a la Iglesia católica (aprobado por el PP y CiU) para enseñar clases de religión en las escuelas públicas. Y así, un largo etcétera.

En realidad, el Estado español, tanto central como autonómico, podría conseguir fácilmente más de 120.000 millones de euros, no sólo corrigiendo el fraude fiscal (que está altamente concentrado en las grandes fortunas, en las grandes empresas y en la banca) obteniendo 66.000 millones de euros, sino también corrigiendo la enorme regresividad en las políticas fiscales. No es por casualidad que los países de la Eurozona que están atravesando mayores dificultades, con déficits públicos mayores (Grecia, Portugal, España e Irlanda) hayan tenido todos ellos dictaduras o sistemas profundamente conservadores que determinaron Estados pobres, con escasa conciencia social (que explica el escaso desarrollo de sus Estados del Bienestar) y poco redistributivos (ver mi artículo “El mantenimiento o desmantelamiento del Estado del Bienestar” en www.vnavarro.org). Éstas son las causas de sus crisis, puesto que la gran influencia que las fuerzas conservadoras han continuado teniendo sobre sus Estados no han permitido cambiar sustancialmente tal situación. España y Catalunya, 34 años después de reinstaurar la democracia, continúan estando a la cola de la Europa Social (su gasto público social por habitante es de los más bajos de la UE-15). De ahí la urgencia de que haya una respuesta conjunta en todos estos países frente al ataque frontal al bienestar de su ciudadanía.

Las medidas antidemocráticas que se están imponiendo

Tales políticas de austeridad están siendo apoyadas por las fuerzas conservadoras y neoliberales que dominan el sistema de gobierno de la UE, y que están construyendo esta Europa y esta España (incluyendo Catalunya), a espaldas de los distintos pueblos y naciones que la constituyen. Las políticas públicas que tanto el gobierno Rajoy como el gobierno Mas están llevando a cabo son medidas que no tienen ningún mandato popular. Es, por lo tanto, un ataque a la democracia española que merece una respuesta contundente. Se están implementando medidas que afectan a la calidad de vida de la ciudadanía, sin que la mayoría de la población (incluso aquella que les votó) hubieran aprobado tales políticas, ya que ninguna de ellas estaba en su programa electoral. Mientras, las ayudas del Estado a la banca, que fue la que originó la crisis con sus comportamientos especulativos, han alcanzado una cifra enorme, equivalente  casi al 10% del PIB, sin que ninguna ayuda se haya proveído a las clases populares, que han sido víctimas de tales comportamientos. Hoy en España, incluyendo Catalunya, el ciudadano que no está indignado es porque no conoce lo que está pasando en su país. Nunca antes se había hecho tanto para tan pocos a costa de la gran mayoría de la población.

Dos últimas observaciones. Hay un enfado generalizado en España y en Catalunya, resultado de las políticas que se están realizando, sin que exista ningún mandato electoral para ello. Y existe también un agotamiento que está conduciendo a una rendición, expandiéndose la percepción de que las movilizaciones y la agitación social no sirven para nada. Eso no es cierto. La constante manipulación de nuestra historia ha hecho que se haya olvidado que, mientras el dictador Franco murió en la cama, la dictadura murió en la calle. De 1974 a 1978, España fue el país que proporcionalmente tuvo mayor número de huelgas y manifestaciones populares que haya habido en Europa en la segunda mitad del siglo XX. Tal agitación social fue lo que determinó la Transición de la dictadura a la democracia. Ahora bien, consecuencia del enorme dominio que las fuerzas conservadoras todavía mantenían sobre el aparato del Estado, tal democracia tiene enormes limitaciones. De ahí que alcanzar una segunda Transición ahora, pasando de tal democracia limitada a una democracia real, en la que la ciudadanía sea la que configure las políticas públicas del Estado, requerirá también una enorme agitación.

La otra observación es que hace unas semanas, en Barcelona, un millón y medio de personas salieron a la calle, manifestación que ha tenido un enorme impacto a lo largo del territorio español. Ello es un ejemplo que cuando la gente sale a la calle en protesta pueden tener un gran impacto. No hay duda de que una huelga general con la participación de millones de españoles que coincida con movilizaciones y huelgas generales en otros países de la Eurozona, mostrando un gran hartazgo y protesta contra las políticas públicas llevadas a cabo por los establishments español y catalán, así como por el establishment europeo (que las ha apoyado), tendrá un gran efecto, que no puede ignorarse, pues derrumba todo el argumentarlo que utilizan tales establishments, cuando se presentan como los portavoces del deseo popular. Y en España, tales movilizaciones exigiendo que se reviertan tales políticas que carecen del apoyo popular, son continuadoras de las movilizaciones anteriores que ocurrieron tanto durante la dictadura (que forzaron su fin), como después, durante el periodo democrático (que determinaron una expansión de los derechos civiles, laborales y sociales) y que hoy deben continuarse cuando no sólo tales derechos, sino la propia existencia de la democracia (ya en sí, excesivamente limitada en nuestro país) se está violando. En realidad, la reducción de aquellos derechos es consecuencia directa de la eliminación de la democracia, mediante la aplicación de medidas carentes de mandato popular.

http://blogs.publico.es/dominiopublico/6022/la-necesaria-huelga-general/

"Eric Hobsbawm: La historia como discurso", por Daniel Molina Jiménez


Eric Hobsbawm: La historia como discurso

Daniel Molina Jiménez | Licenciado en Historia
nuevatribuna.es | 01 Noviembre 2012

Hobsbawm como historiador se define por sí mismo: la facultad racional con que se infieren unas cosas de otras, sacándolas por consecuencia de sus principios o conociéndolas por indicios y señales.

No son solo palabras, son recursos científicos, técnicos y sociales, esto es, cultura en el sentido específico o agrupador, todo lo  que aprovechó hasta el día final de su tiempo para extraer información hasta de su propia partida de nacimiento. Hobsbawm, maestro de nada, despertó a la vida el año en que los Bolcheviques dieron un golpe de Estado en Moscú y comenzaba un enfrentamiento con el ejército blanco zarista que desembocaría en un sueño del que, en principio quedó prendido. Hijo de clase rica, de origen acomodado, educado en la burguesía (aunque nunca heredó los modales de un sibarita), concluyó que su relación con el presente habría de substanciarse a partir del conocimiento prematuro de los hechos que estaban aconteciendo.  Y así, pronto experimentó la política, los ambientes académicos e intelectuales, las costumbres urbanas y también, sin solución de continuidad, comenzaron sus problemas: los arrepentimientos con todos, sus expulsiones de todos los aparatos, sus vicisitudes… Su experiencia la tituló, Años interesantes, a plena luz del día y, no siempre con propiedad, porque él mismo reconoció que los placeres más mundanos le aburrían.

La idea en Hobsbawm consistía en algo muy sencillo: construir su propio marxismo, siendo Marxista de costumbre. Lo cual implicaba contundentes preocupaciones. Eric Hobsbawm, personalmente miraba y admiraba, no se cansaba de crear y recrear aquel tiempo experimentado  que indagó en sus inmediatos orígenes. ¿Por qué me explico así?, ¿qué me está condicionando?, ¿cuánto tiempo puedo aguantar sin el Estado?, ¿por qué existe el mercado?, ¿para qué?, ¿qué experiencia política está condicionando hoy el presente?, ¿qué pasado está presente en un momento social de la existencia?, ¿quién inventó la globalización?, ¿son nacionalistas los ingleses?, ¿por qué creo como los judíos?, ¿cuál es el agravio comparativo?, ¿quién piensa sobre los demás?, ¿para qué se piensa?

No, no es desconocido para nadie que Hobsbawm indagó en lo recóndito de la existencia humana, en el origen de las ritos en La invención de la tradición en sus formas de socialización y manifestación en Rebeldes primitivos; pero sin duda, Hobsbawm fue el mejor  forjador de significados de largos procesos: primero en una historia de la expansión del capitalismo del s. XIX, La era de la revolución, La era del capital y La era del imperio, pero especialmente, del siglo XX al que  denominó  “El corto siglo XX”: Lo cierto es que tenía recursos suficientes para acuñar tal expresión, al fin y al cabo, todo el siglo pasaba por él,  y, a esas alturas - mediados de la última década de los noventa -  el suficiente prestigio para dar detalles.

Corto por interrumpido, por supuesto, entendiendo el adjetivo como abrupto, porque “la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”. La edad de los extremos empezó a ser evidente en la matanza de miles de europeos ante el sol de cualquier campo o ciudad. Solo la presencia viva del horror, la manifestación de la tragedia, de la Gran guerra, mostró, lo que, entre todos, estaban poniendo patente: la expresión totalitaria del nacionalismo que, el propio Hobsbawm, tal vez, abriendo la contemporaneidad enunció como Naciones y nacionalismos desde 1780.  Contemporaneidad de naciones también como modelos o proyectos de sociedad que se substancian en esquemas ideológicos de comportamiento  y de protesta en Revolucionarios.

Hobsbawm creció y no se cansó de escribir sobre la fatal caída de las hostilidades y su  peor  desenlace: la paz caliente de los cementerios que, en realidad, supuso una tregua para el rearme de lo que Kershaw denominó como Hybris,  al definir el proceso de desintegración de la República de Weimar. Hitler hacía su aparición en un papel nada ingrato para él: racismo, xenofobia, anti-semitismo, eugenesia, etc.  Otros siguieron su ejemplo: Mussolini no paró de construir un modelo fascista a partir de una jerarquización del Estado mediante la alineación de la clase obrera. En Canarias, Franco volaba a bordo de un avión  – el Dragón Rapide – pilotado por un inglés que no pasará a la historia. En  el viaje no dejó olvidado en sus equipajes los “mejores” recuerdos del africanismo, o las hazañas teledirigidas en Asturias contra obreros y socialistas. En Portugal, madrugó  Salazar para desplegar un falso prestigio colonial en cotos menores, Angola y Mozambique, a través de un sistema no exactamente fascista, sino más bien corporativista en cuyo efecto se ejecutaba, normalmente se reivindicaba, un falso pasado y un futuro construido a base de un continuado encuadramiento político de la sociedad civil: El Estado Novo.

Y así las  cosas, el segundo asalto comenzó cuando Hitler invadió Polonia y los ingleses, acompañados por el momento de los franceses, cavaron nuevas trincheras y construyeron aviones y submarinos para quemar las naves del enemigo, planeando una guerra que iba a ser de desgaste. De nada sirvió porque París fue tomado por los nazis y  la Francia libre quedó confinada a un espacio ridículo que en nada podía servir a efectos militares. Entonces lo que se encendió como un relámpago, Gran Bretaña, en solitario, lo continuó como resistencia. Fue una tragedia imborrable para el historiador que, posteriormente la consideró como La Guerra Civil europea: “Viva la Francia libre” arengaba Winston Churchill.  No era un deseo coyuntural: estaba expresando el valor de la fortaleza de las democracias europeas formadas en la experiencia de un “largo verano liberal” por decirlo con la expresión de Sorel.

En cualquier caso,  la  Segunda Guerra fue también la explosión de los agravios de los desastres coloniales. El expolio se puso de manifiesto cuando todos, no solo los europeos, todos, en una orgía de posesión desmesurada preguntaron por su territorio, por su espacio, por su fortuna, por su energía. Japón, Chile, Brasil,  Argentina, China, la URRS, buscaron parejas de baile. El resultado de aquella masacre fue una lección histórica para la nación más nacionalista del mundo: Gran Bretaña que, exhausta, encontró  un valor refugio: EE.UU.

Y desde entonces, el Estado adquirió un sentido histórico moderno: el de la forja de una experiencia ciudadana que partía de la tragedia y que se fundamentaba en el equilibro moral de ese pasado. Un sistema, en definitiva, basado en la alianza de sistemas comerciales, de movimientos de capital, de mercancías y de trabajadores, cuya manifestación debía observarse en el progreso social que, de nuevo, forjara el equilibrio,  esta vez, frente a lo que todos percibían como el nuevo nacionalismo: el comunismo de Estado. Son reflexiones que realizó en alto y que, tal vez, constituyen las más brillantes explicaciones sobre los cambios de las experiencias de las personas y de las clases sociales pero también a través de un formato de conversación como preludio de una nueva modernidad, la de la globalización en Entrevista sobre el siglo XXI.

Cuando la Guerra Fría terminó, es decir, cuando de facto desapareció la URSS como bloque de poder, Hobsbawm cierra la etapa quebrada de un pasado. Por hoy,  el tiempo que  se descontaba (para Fukuyama, aunque no solo por Fukuyama), era el que  estaba de moda: salir de los paradigmas  y  cavar una gran trinchera, la del fin de la historia. En esa época Hobsbawm no dejaba de redactar reflexiones que condujeran a  una Política para la izquierda racional. Ahora, dos décadas después de mirar hacia adelante, lo que nos está sucediendo es la entrada en un nuevo episodio de lo que, aparentemente, consideramos como atentados y no son más que explosiones primarias de formas de terrorismo nacionalista: los aviones de Nueva York, los trenes de Madrid, las alambradas en  Próximo Oriente,  las piedras del capital en Jerusalén, ése fue su prólogo al siglo presente en Guerra y paz en el siglo XXI, donde además subyace el nuevo sentido posible que podemos tener de la democracia.

Pero también muestra en ensayos desde entonces, hechos palpables que explican cómo el inicio de la generosidad está llegando a su fin: comienza una nueva etapa en China (el gran banquero del mundo), y, en Europa, la crisis ha quedado confinada a una nueva decisión: la conciencia alienada del Estado, esto es, siguiendo a Hobsbawm, la destrucción consciente  de nuestras tradiciones, sin paréntesis.

La noticia del corresponsal de EL PAÍS, en España, informa de que el historiador británico ha muerto de una larga enfermedad. Todos estábamos muy preocupados desde hace algunos meses, cuando Eric Hobsbawm se rompió la cadera o cuando dejó de escribir en The Guardian. Era una muerte dulcemente esperada, por eso, consuela, pero no alivia saber que, en la forma, ha muerto un anciano de 95 años. Lo que sucede es que, en realidad,  se ha muerto el mejor historiador vivo. Y esto no significa solo una tribuna, define una autoridad intelectual, la que todo el mundo le reconocía – implícitamente – como el marxista que supo mirar atrás, para concebir a Marx como un proceso y al socialismo como un estilo de vida, pero también como una forma de ser propia. Tony Judt,  lo calificó como intelectual y escribió un ensayo a modo de homenaje en Sobre el olvidado siglo XX y, en el umbral de la muerte, arbitró siempre a favor de prestigio. En el fondo, sabía perfectamente que él siempre sería más joven que Hobsbawm, lo admitía públicamente, por ese motivo decidió continuar su experiencia historiográfica, aunque no supo inaugurar totalmente un estilo en los ensayos. Sí que  lo consiguió, rotundamente, en Postwar.

Contaba el último Hobsbawm en Cómo cambiar el mundo, un regalo de la editorial en la que publicaba en España, Crítica,  cómo y  por qué la difusión de Marx y el marxismo estaban cambiando. Fue el último libro que he leído de él.  Y siempre recodaré algunas citas realmente impresionantes sobre la recepción del marxismo y los distintos aspectos teóricos a los que se presta atención conforme al contexto social (el ámbito político, académico, cultural, o callejero). También está en la historia desde hace años. Yo he pensado con él el Marxismo, soy  metodológicamente marxista partiendo de Hobsbawm, que me llevó a Marx y, a partir de él, volví y a Hobsbawm, no sin antes imitar afectivamente a E.P. Thompson, y tratar de explicarme alguna cuestión específica de las formas de cambio en las relaciones productivas a través de Perry Anderson y  admirar intelectualmente a toda esa gran voz que historiográficamente se denomina marxismo británico. Marxistas, por realmente pensar en la época y explicar procesos a través de conceptos flexibles, y, británicos, por experimentarla, por conformar un valor cognitivo de la existencia material. Sobre la historia  definió  la razón y  el significado  de su discurso, de su principio.

http://www.nuevatribuna.es/opinion/daniel-molina-jimenez/eric-hobsbawm-la-historia-como-discurso/20121101092830083471.html