jueves, 26 de enero de 2017

INTERVENCIÓN ACTO #AbogadosDeAtocha #40Años




INTERVENCIÓN ACTO #AbogadosDeAtocha #40Años
Centro Social La Trinchera (Vallecas ), 25 de Enero de 2017

En primer lugar quiero agradecer la invitación a participar en este acto a los compañeros y compañeras del Centro Social La Trinchera y a la agrupación del PCE de Vallecas Villa, en nombre propio  y en nombre de la Federación Estatal de Foros por la Memoria y del Foro por la Memoria de la Comunidad de Madrid.

Quiero empezar diciendo que es un honor y un placer compartir mesa hoy con mi compañero @JuanjeMol, con Tino Calabuig, con Alejandro Ruiz-Huerta y con Guiomar Sarabia. Resulta además para mí un acto muy especial, porque cuando me incorporé al PCE en 1986 (después del referéndum de la OTAN), mi primer responsable político en la Agrupación de Usera fue mi camarada y amigo Miguel Sarabia, el padre de Guiomar y compañero de Alejandro en el despacho de Atocha 55.

Pensando en el sentido que debía dar a esta intervención, decidí que debía hablar de la historia y de la memoria hoy, en relación con la Transición, cuando se cumplen 40 años del asesinato de los abogados laboralistas.

Porque en estos momentos vivimos en una situación de conflicto entre la memoria oficial y hegemónica de lo que pasó entre 1973 y 1982 (por marcar unas fechas), y la necesidad de construir una memoria alternativa sustentada en las investigaciones históricas actualizadas sobre el período. No es un tema baladí: en su discurso más importante del año, el de Nochebuena, el actual Jefe del Estado concluyó con un alegato a favor de la impunidad y del silencio, demostrando así que el tema de la memoria social y colectiva del franquismo y la Transición, es hoy un asunto de Estado.

Creemos que pervive, cada vez más cuarteada, una memoria oficial del fin del franquismo y de la Transición (podríamos llamarla memoria “a lo Victoria Prego”, para entendernos), fundamentada en elementos tanto históricos como míticos. Nos narran la historia de un rey clarividente que desde la más tierna infancia sabía que tenía la misión histórica de regalar la democracia a sus súbditos, que se supo rodear de consejeros excepcionales,  y que fue auxiliado por unos políticos generosos, dispuestos a la renuncia de sus intereses particulares en defensa del bien común.

Esta versión mítica es la que siguen pretendiendo imponer a día de hoy las fuerzas conservadoras; los mismos que se resisten a quitar las calles franquistas argumentando que supone una molestia y un gran coste económico, pero no han tenido ningún problema en renombrar recientemente el aeropuerto de Barajas como Adolfo Suárez.

Por supuesto, en ese relato mítico de la Transición, modélica y exportable, se silencia la permanente amenaza de involución golpista, y una violencia intensa y recurrente . El periodista Mariano Sánchez Soler, autor de “La Transición Sangrienta”, ha documentado 1.072 casos de violencia política entre 1975 y 1982. Se contabilizan 253 víctimas de la represión policial (incluyendo el gatillo fácil, o los “manifestantes voladores”), el terrorismo de estado, y los atentados de la ultraderecha, que para algunos historiadores suponen diferentes caras de un mismo fenómeno, dirigido a impedir las reformas y amedrentar a quienes  las exigían en la calle.

En su libro “El final de la dictadura”, Nicolás Sartorius y Alberto Sabio, demuestran con datos y fechas que existe una correlación entre cada ola de movilizaciones exigiendo tanto mejoras sociales y económicas como derechos y libertades (de 1975 a 1978), con cada avance en el proceso de democratización: cese de Arias Navarro, medidas como indultos o desmantelamiento de instituciones franquistas, reuniones del gobierno de Suárez con  la oposición democrática… Como escribe Sartorius: “Si bien Franco murió en la cama, el franquismo murió en la calle”.

La llegada de la democracia no se la debemos a ninguna concesión del poder:  fueron las movilizaciones del movimiento obrero, del movimiento vecinal , del movimiento estudiantil, del movimiento democrático de mujeres…  las que hicieron imposible la continuidad del franquismo. El inmenso sacrifico personal de miles de compañeros, compañeras, camaradas, el coste personal que acarreó su lucha por la democracia y por la justicia social, es lo que el relato mítico de la Transición pretende ocultar.

Asimismo, a 40 años de los acontecimientos, nuevas generaciones de historiadores y  de profesionales de otras disciplinas que por su edad no participaron en el proceso, están trabajando con una más amplia perspectiva histórica. Y la lectura que hacen del mismo y del papel de la izquierda política y social en la Transición a la democracia es, en líneas generales,  muy crítica.

Pero el elemento fundamental que 40 años después pone en cuestión la Transición española, es que, si bien los demócratas tuvieron que aceptar, por ejemplo,  la forma de gobierno monárquica y la impunidad de los crímenes franquistas a cambio del establecimiento de libertades y derechos y de un proyecto de estado de bienestar, hoy la derecha política y económica, aprovechando la crisis económica iniciada en 2008, ha procedido a desmantelar el estado social y arremete con fuerza contra todos los derechos civiles y sociales. En 1977 nuestros compañeros lucharon por el derecho al empleo y el derecho a la vivienda, que fueron recogidos en la Constitución. En 2017 pervive de aquello el mercado de trabajo y el mercado de la vivienda, la corona y la impunidad del franquismo.

Si en 1978 el resultado de la lucha de todas y todos los demócratas contra el franquismo pudo considerarse como un éxito relativo, hoy tenemos que hacer frente a una derrota sin paliativos de las clases populares. Reconocer esta realidad y sus consecuencias por parte de la izquierda política y social, es condición imprescindible para empezar a modificar la situación y la correlación de fuerzas.

Represento a una organización de memoria histórica. Como muestra de la valoración que hacemos como colectivo del proceso de Transición, pongo un ejemplo. Creo que somos la única entidad memorialista o de víctimas del franquismo que ha sido recibida en la calle Génova. En 2015 nos reunimos con el responsable de Derechos y Libertades del PP,  y con el portavoz en la Comisión de Justicia del Congreso. En un encuentro si no cordial, sí distendido, explicamos nuestra propuesta de una Ley de Víctimas del franquismo, y ellos defendieron tajantemente  la memoria oficial de la Transición y se opusieron a cualquier cuestionamiento de la misma. Nuestra respuesta fue: “Si la Transición fue tan perfecta, qué hacemos aquí, 40 años después, hablando de fosas comunes, sentencias firmes y monumentos franquistas”.

Hoy estamos aquí para homenajear a aquellos compañeros y compañeras, camaradas, que a pesar de la amenaza permanente de  una  intervención militar, y de la represión policial y la violencia fascista, se entregaron con todas sus fuerzas, sacrificaron su trabajo, su integridad física e incluso la propia vida, en la lucha por un mundo mejor en unas circunstancias mucho más duras que las actuales, algo que nunca deberíamos olvidar.

Por tanto, quiero expresar nuestro agradecimiento a los abogados de Atocha, a todas las víctimas del franquismo y la Transición, en las personas de Alejandro, y de Guiomar en representación de Miguel  y de Mari Cruz.

Ellos sí son nuestra memoria y nuestro referente.

"La revolución rusa y nosotros", por Josep Fontana

La revolución rusa y nosotros
Josep Fontana. SinPermiso, 26/10/2016

Este texto es la conferencia traducida que Josep Fontana realizó en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) el pasado 24 de octubre en el marco de unas jornadas sobre la Revolución Rusa. Estas jornadas, en las que también han impartido conferencias Antoni Domènech (que publicaremos en nuestra próxima edición), José Luis Martín Ramos y Jordi Borja, han estado organizadas por la Comissió del Centenari de la Revolució Russa y por el grupo de investigación GREF-CEFID de la UAB. SP


Hacia 1890 los partidos socialistas europeos, agrupados en la Segunda Internacional, habían abandonado la ilusión revolucionaria y defendían una vía reformista que les tenía que llevar a integrarse en los parlamentos burgueses, confiando en que un día podrían acceder al poder en través de las elecciones y que desde allí procederían a transformar la sociedad. De esta manera los partidos socialistas alemán, italiano, español, francés, que mantenía todavía el nombre de sección francesa de la Internacional Obrera, o el laborismo británico optaron por una política reformista, aunque conservaran la retórica revolucionaria del marxismo para no desconcertar a sus seguidores obreros, que debían seguir creyendo que sus partidos luchaban por una transformación total de la sociedad.

La contradicción entre retórica y praxis estalló con motivo de la proximidad de la Gran Guerra de 1914. En el congreso que la Internacional socialista celebró en Basilea en noviembre de 1912 se proclamó que "era el deber de las clases obreras y de sus representantes parlamentarios (...) realizar todos los esfuerzos posibles para prevenir el inicio de la guerra" y que, si ésta finalmente empezaba, debían intervenir para que terminara rápidamente y "utilizar la crisis económica y política causada por la guerra para sublevar el pueblo y acelerar la caída del gobierno de la clase capitalista ". El congreso proclamaba, además, su satisfacción ante "la completa unanimidad de los partidos socialistas y los sindicatos de todos los países en la guerra contra la guerra", y llamaba  "a los trabajadores de todos los países a oponer el poder de la solidaridad internacional del proletariado al imperialismo capitalista ".

Pero en la tarde del 4 de agosto de 1914 tanto los socialistas alemanes, que habían organizado actos contra la guerra hasta unas semanas antes, como los franceses aprobaron de manera entusiasta en sus respectivos parlamentos la declaración de la guerra y votaron los créditos necesarios para iniciarla. El Partido Socialdemócrata alemán, además, aceptó una política de tregua social que comportaba los compromisos de no criticar al gobierno y de pedir a los obreros que no hicieran huelgas mientras durase la guerra. En cuanto a los laboristas británicos, no sólo aprobaron la guerra, sino que acabaron integrándose en un gobierno de coalición.

En Rusia las cosas fueron de otra manera, ya que su partido socialdemócrata, dividido en las dos ramas de mencheviques y bolcheviques, no solamente no tenía representación en el parlamento, sino que era perseguido por la policía. A comienzos de 1917 los bolcheviques tenían algunos de sus dirigentes desterrados a Siberia, como Stalin y Kamenev, mientras otros vivían en el exilio, como Lenin, que se había instalado en Suiza, en la ciudad de Zúrich, mientras Trotsky se encontraba entonces en Nueva York.

Cuando en febrero de 1917 comenzó la revolución en Petrogrado, lo hizo sin la presencia de los jefes de los partidos revolucionarios para dirigirla, en un movimiento impulsado por un doble poder, el de los consejos o soviets de los trabajadores y de los soldados por un lado , y el del Comité provisional del parlamento por otro, que se pusieron de acuerdo para establecer un gobierno provisional y para aplazar los cambios políticos hasta la celebración, en noviembre siguiente, de una Asamblea constituyente elegida por sufragio universal.

Cuando el 3 de marzo el gobierno provisional concedió una amnistía "para todos los delitos políticos y religiosos, incluyendo actos terroristas, revueltas militares o crímenes agrarios", Stalin y Kamenev volvieron de Siberia y se encargaron de dirigir Pravda, el periódico de los bolcheviques, donde defendían el programa de continuar la guerra y convocar una Asamblea constituyente, de acuerdo con la mayoría de las fuerzas políticas rusas.

A principios de abril volvía de Suiza Vladimir Lenin, que había podido viajar gracias a que el gobierno alemán, que quería ver Rusia fuera de la guerra, le ayudó a ir en tren hasta la costa del Báltico, desde donde pasar en Suecia y en Finlandia para llegar finalmente, en otro tren, en Petrogrado.

Para entender la acción de los alemanes hay que recordar que en estos primeros meses de 1917 se produjo la crisis con Estados Unidos, que condujo a que estos declararan la guerra a Alemania el 6 de abril. Fueron los alemanes los que le propusieron el viaje, y Lenin presentó exigencias antes de aceptarlo, como que los vagones que lo llevaran a través de Alemania con la treintena de exiliados rusos que le acompañaban tuvieran la status de entidad extraterritorial. A Trotsky, en cambio, los británicos lo detuvieron mientras volvía y no llegó a Petrogrado hasta un mes más tarde.

En la recepción que los bolcheviques le organizaron el 3 de abril en la estación de Finlandia, Lenin dijo, desde la plataforma del vagón: "El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra. Y le dan guerra, hambre en vez de pan, y dejan la tierra a los terratenientes. Debemos luchar por la revolución social, luchar hasta el fin, hasta la victoria completa del proletariado ". Al que añadió aún: "Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa. Uno de estos días la totalidad del capitalismo europeo se derrumbará. La revolución rusa que habéis iniciado ha preparado el camino y ha comenzado una nueva época. ¡Viva la revolución socialista mundial!"

Este discurso fue mal recibido por los bolcheviques presentes en la estación y fue rechazado en las primeras votaciones de los órganos del partido. Se habían acostumbrado a la idea de apoyar una revolución democrática burguesa como primera etapa de un largo trayecto hacia el socialismo, a la manera que lo planteaban los partidos socialdemócratas europeos, y querer ir a continuación más allá les parecía una aventura condenada al fracaso.

Lo que planteaba Lenin no se reducía al lema de "paz, tierra y pan"; no era solamente un programa para terminar la guerra de inmediato y a cualquier precio, y para entregar la tierra a los campesinos. En la base de esta propuesta había un planteamiento mucho más radical, que lo llevaba a sostener que, ante los avances logrados desde febrero y de la existencia de los soviets como órganos de ejercicio del poder, no tenía ningún sentido optar por una república parlamentaria burguesa, sino que tenían que ir directamente a un sistema en el que todo el poder estuviera en manos del soviets, que se encargarían de ir aboliendo todos los mecanismos de poder del estado -la policía, el ejército, la burocracia ...- iniciando así el camino hacia su desaparición, que iría seguida de la desaparición paralela de la división social en clases.

Lenin reproducía la crítica de la vía parlamentaria que Marx había hecho en 1875 en la Crítica al programa de Gotha, un texto que los socialdemócratas alemanes mantuvieron escondido durante muchos años, donde rechazaba la idea de avanzar hacia el socialismo a través del "Estado libre" como una especie de etapa de transición, y sostenía: "Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista está el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este periodo le corresponde también un período político de transición en el que el estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado".

¿Cómo debía hacerse esta transición? Es difícil de definir porque ningún partido socialista se había planteado seriamente qué hacer una vez llegados al poder, porque la perspectiva de conseguirlo parecía lejana. El único modelo existente era el de la Commune de París de 1871 y había durado demasiado poco como para haber establecido unas reglas orientativas.

Lo que proponía Lenin lo podemos saber a través de lo que decía en El estado y la revolución, donde denunciaba las mentiras del régimen parlamentario burgués donde todo (las reglas del sufragio, el control de la prensa, etc.) contribuía a establecer "una democracia sólo para los ricos ", y preveía la extinción del estado en dos fases. En la primera el estado burgués sería reemplazado por un estado socialista basado en la dictadura del proletariado.

La segunda fase surgiría de la extinción gradual del estado, y conduciría a la sociedad comunista. Durante esta transición los socialistas debían mantener el control más riguroso posible sobre el trabajo y el consumo; un control que sólo podía establecerse con la expropiación de los capitalistas, pero que no debía conducir a la formación de un nuevo estado burocratizado, porque el objetivo final era justamente ir hacia una sociedad en la que no habría "ni división de clases, ni poder del estado".

No es cosa de explicar aquí la historia, bastante conocida, de cómo los bolcheviques llegaron al poder y cómo empezaron a organizar una transición al nuevo sistema.

Lo que me interesa recordar es que el 7 de enero de 1918 Lenin confiaba en que, tras un período en el que habría que vencer la resistencia burguesa, el triunfo de la revolución socialista sería cosa de meses.

A desengañarlo vino una llamada "guerra civil", en el que participaron, apoyando a varios enemigos de la revolución, hasta trece países diferentes, y que tuvo para el nuevo estado de los bolcheviques un coste de ocho millones de muertes , entre víctimas de los combates, del hambre y de las enfermedades, además de conllevar la destrucción total de la economía. Una situación que obligaba a aplazar indefinidamente la implantación de la nueva sociedad.

Es en este momento, superada la guerra civil, cuando esta historia da un giro. Lloyd George, el jefe del gobierno británico, fue el primero en darse cuenta de que la idea de conquistar la Rusia soviética para liquidar la revolución era inútil, además de insuficiente. La lucha contra la revolución cambiaría entonces de carácter, al pasar del escenario ruso a lograr un alcance mundial. Lo que se necesitaba era combatir a escala universal la influencia que las ideas que habían inspirado la revolución soviética ejercían sobre los diversos grupos y movimientos que todo el mundo las tomaban como modelo en sus luchas.

El enemigo que se pasó entonces a combatir con el nombre de comunismo no era el estado soviético, ni siquiera los partidos comunistas de la Tercera Internacional, que hasta los años treinta no pasarían de ser pequeños grupos sectarios de escasa influencia. El enemigo era inmenso, indefinido y universal, nacido no de la observación de la realidad, sino de los miedos obsesivos de los políticos que les hacían ver el comunismo detrás de cualquier huelga o de cualquier protesta colectiva. Como, por ejemplo, de una huelga de los descargadores de los puertos de la costa del Pacífico de los Estados Unidos que movió a Los Angeles Times a asegurar que aquello era "una revuelta organizada por los comunistas para derribar el gobierno" y a pedir, en consecuencia, la intervención del ejército para liquidarla. Ejemplos como este se pueden multiplicar en los más diversos momentos y en los más diversos escenarios.

Desde ese momento la lucha contra la revolución comunista se transformó en un combate que nos afectaba y nos implicaba a todos. La segunda república española, por ejemplo, que aparecía en 1931 en el escenario internacional cuando en la mayor parte de Europa la inquietud social se iba resolviendo con dictaduras de derecha, fue recibida con hostilidad por los gobiernos de las grandes potencias. El embajador estadounidense en Madrid, por ejemplo, informaba al departamento de Estado el 16 de abril de 1931, a los dos días de la proclamación de la República, en los siguiente términos: "el pueblo español, con su mentalidad del siglo XVII, cautivado por falsedades comunistoides, ve de repente una tierra prometida que no existe. Cuando les llegue la desilusión, se tumbarán ciegamente hacia lo que esté a su alcance, y si la débil contención de este gobierno deja paso, la muy extendida influencia bolchevique puede capturarlos ".

No importaba que los mensajes posteriores revelaran que el embajador ignoraba incluso quienes eran los dirigentes republicanos. En una semejanza del gobierno que enviaba a Washington estos mismos días dice, por ejemplo, de Azaña: "no encuentro ninguna referencia de parte de la embajada. El agregado militar se refiere a él como un asociado a Alejandro Lerroux. Aparentemente un "republicano radical". Lo ignoraba todo de los republicanos, pero el de la "influencia bolchevique" sí lo tenía claro.

De nuevo en 1936, al producirse el levantamiento militar en España, las potencias europeas optaron por dejar indefensa la república española ante la intervención de alemanes e italianos con hombres, armas y aviones, por temor a un contagio comunista que en 1936 no existía en absoluto.

Mientras tanto el estado soviético, bajo la dirección de Stalin, vivía con el miedo de ser agredido desde fuera y invertía en armas para su defensa unos recursos que podían haber servido para mejorar los niveles de vida de sus ciudadanos. Pero la peor de las consecuencias de este gran temor fue que degenerara en un pánico obsesivo a las conspiraciones interiores que creían que se estaban preparando para colaborar con algún ataque desde el exterior destinado a acabar con el estado de la revolución. Un miedo que fue responsable de las más de setecientas mil ejecuciones que se produjeron en la Unión Soviética de 1936 a 1939. La orden 00447 de la NKVD, de 30 de julio de 1937, "sobre la represión de antiguos kulaks, criminales y otros elementos antisoviéticos" afectó sobre todo a ciudadanos ordinarios, campesinos y trabajadores que no estaban implicados en ninguna conspiración, ni eran una amenaza para el estado. Y aunque los sucesores de Stalin no volvieron nunca a recurrir al terror en esta escala, conservaron siempre un miedo a la disidencia que hizo muy difícil que toleraran la democracia interna.

Consiguieron así salvar el estado soviético, pero fue a costa de renunciar a avanzar en la construcción de una sociedad socialista. El programa que había nacido para eliminar la tiranía del estado terminó construyendo un estado opresor.

A pesar de todo, fuera de la Unión Soviética, en el resto el mundo, la ilusión generada por el proyecto leninista siguió animando durante muchos años las luchas del otro "comunismo", y obligó a los defensores del orden establecido a buscar nuevas formas de combatirlo.

Terminada la segunda guerra mundial, la coalición que encabezaban y dirigían los Estados Unidos organizó una lucha sistemática contra el comunismo, tal como ellos la entendían, que abarcaba todo lo que pudiera representar un obstáculo al pleno desarrollo de la "libre empresa" capitalista , preferiblemente estadounidense.

La campaña tenía ahora una doble vertiente. Por un lado mantenía una ficción, la de la guerra fría, que se presentaba como la defensa del "mundo libre", integrado en buena medida por dictaduras, contra una agresión de la Unión Soviética, que se presentaba como inevitable. Todo era mentira; lo era que los soviéticos hubieran pensado en una guerra de conquista mundial, ya que desde Lenin acá tenían muy claro que la revolución no se podía hacer más que desde el interior de los mismos países. Como también era mentira que los estadounidenses se prepararan para destruir la Unión Soviética preventivamente. Pero estas dos mentiras convenían a los estadounidenses para mantener disciplinados sus aliados, la primera, y atemorizados y ocupados los soviéticos en preparar su defensa, la segunda.

"Lo peor que nos podría pasar en una guerra global, decía Eisenhower en privado, sería ganarla. ¿Qué haríamos con Rusia si ganábamos?" Y Ronald Reagan se sorprendió en 1983 cuando supo que los rusos temían realmente que los fueran a atacar por sorpresa y escribió en su diario: "Les deberíamos decir que aquí no hay nadie que tenga intención de hacerlo. ¿Qué demonios tienen que los demás pudiéramos desear?". Se sorprendía que no hubieran descubierto el engaño, como lo hicieron, demasiado tarde, en 1986, cuando Gorbachov decidió abandonar la carrera de los armamentos porque, decía, "nadie nos atacará aunque nos desarmemos completamente".

La finalidad real de la segunda vertiente de estos proyecto, que se presentaba como una cruzada global contra el comunismo, era luchar contra la extensión de las ideas que pudieran oponerse al desarrollo del capitalismo. El objetivo no era defender la democracia, sino la libre empresa: Mossadeq no fue derribado en Irán porque pusiera en peligro la democracia, sino porque convenía a las compañías petroleras; Lumumba no fue asesinado para proteger la libertad de los congoleños, sino la de las compañías que explotaban las minas de uranio de Katanga, de donde había salido el mineral con el que se elaboró ​​la bomba de Hiroshima.

Y cuando el combate no se hacía para defender unos intereses puntuales y concretos, sino en términos generales para salvar la libertad de la empresa, los resultados todavía podían ser más nefastos. Uno de los peores crímenes del siglo fue el que llevó a matar tres millones doscientos mil campesinos vietnamitas argumentando que se disponían a iniciar la conquista de Asia. No se fue a Vietnam a defender la democracia, porque lo que había en Vietnam del sur era una dictadura militar.

La mentira fundacional de aquella guerra la denunció crudamente John Laurence, que fue corresponsal de la CBS en Vietnam entre 1965 y 1970, con estas palabras: "Hemos estado matando gente durante cinco años sin otro resultado que favorecer a un grupo de generales vietnamitas ladrones que se han hecho ricos con nuestro dinero. Esto es lo que hemos hecho realmente. ¿La amenaza comunista? ¡Y una puñeta! (...) Nos hemos metido tan a fondo que no podíamos salir, porque parecería que habíamos perdido. Es una locura. No ganaremos, eso lo sabe todo el mundo. Pero no lo admitiremos y volveremos a casa, seguiremos matando a la gente, miles y miles de personas, incluyendo a los nuestros".

Por eso resultan tan reveladoras de la confusa naturaleza de la lucha anticomunista las palabras que pronunció Obama recientemente, glorificando los hombres que fueron a Vietnam, según él: "avanzando por junglas y arrozales, entre el calor y las lluvias, luchando heroicamente para proteger los ideales que reverenciamos como americanos". ¿Cuáles eran esos ideales?

No había tampoco ninguna conjura comunista en los países de América Central que fueron devastados por las guerras sucias de la CIA. Lo reconoció el Senado de los Estados Unidos en 1995 cuando denunció que los supuestos subversivos que habían sido asesinados allí eran en realidad "organizadores sindicales, activistas de los derechos humanos, periodistas, abogados y profesores, la mayoría de los cuales estaban ligados a actividades que serían legales en cualquier país democrático ". Una guerra sucia que continúa aún hoy, cuando en Honduras las bandas organizadas por el gobierno y por las empresas internacionales interesadas en la explotación de sus recursos naturales siguen matando, con la tolerancia y protección de los Estados Unidos, dirigentes campesinos que defienden la propiedad colectiva de las tierras y las aguas: como Berta Cáceres, asesinada el 3 de marzo de este año, por instigación de la empresa holandesa que patrocina el proyecto de Agua Zarca, o como José Ángel Flores, presidente del Movimiento Unificado de Campesinos del Aguán, asesinado el 18 de octubre de 2016.

El silencio ante la brutalidad de todas estas guerras lo denunció Harold Pinter en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en 2005, cuando sostenía que Estados Unidos, implicados en una campaña por el poder mundial, habían conseguido enmascarar sus crímenes , presentándose como "una fuerza para el bien mundial".

Mientras Estados Unidos defendían la libre empresa, y mientras los países del "socialismo realmente existente" fracasaban en estos años de la posguerra en el intento de construir una sociedad mejor, fue el otro "comunismo" en su conjunto, en la difusa y vaga acepción que habían creado los miedos de sus enemigos, lo que consiguió un triunfo a escala global del que nos hemos beneficiado todos.

Y es que el miedo que generaba este comunismo global, no por su fuerza militar, sino por su capacidad de inspirar a todo el mundo las luchas contra los abusos del capitalismo, combinada con la evidencia de que la represión no era suficiente para detenerlo, forzaron a los gobiernos de occidente a poner en marcha unos proyectos reformistas que prometían alcanzar los objetivos de mejora social sin recurrir a la violencia revolucionaria. Es este miedo a la que debemos las tres décadas felices de después de la segunda guerra mundial con el desarrollo del estado del bienestar y con el logro de niveles de igualdad en el reparto de los beneficios de la producción entre empresarios y trabajadores como nunca se habían alcanzado antes.

El problema fue que cuando el "socialismo realmente existente" mostró sus límites como proyecto revolucionario, a partir de 1968, cuando en París renunció a implicarse en los combates en la calle, y cuando en Praga aplastó las posibilidades de desarrollar un socialismo con rostro humano, los comunistas perdieron esa gran fuerza que Karl Kraus valoraba por encima de todo cuando decía "que Dios nos conserve para siempre el comunismo, porque esta chusma -la de los capitalistas- no se vuelva aún más desvergonzada ( ...) y porque, al menos, cuando se acuesten tengan pesadillas".

Desde mediados de los años setenta del siglo pasado esta chusma duerme tranquila por las noches sin temer que sus privilegios estén amenazados por la revolución. Y ha sido justamente eso lo que les ha animado a recuperar gradualmente, no sólo las concesiones que habían hecho en los años de la guerra fría, sino incluso buena parte de las que se habían ganado antes, en un siglo y medio de luchas obreras. El resultado ha sido este mundo en que vivimos hoy, en que la desigualdad crece de manera imparable, con el estancamiento económico como daño colateral.

En estos momentos en que se aproxima el centenario de la revolución de 1917, volveremos a oír repetidas las descalificaciones habituales sobre aquellos hechos. Unas condenas que a algunos les parecen más necesarias que nunca en unos momento en que, según un informe de 17 de octubre de 2016 de la Victims of Communism Memorial Foundation no solo resulta que los jóvenes estadounidenses de 16 a 20 años, los "millennials", lo ignoran todo sobre aquella historia, sino que, y esto es más alarmante, casi la mitad se declaran dispuestos a votar a un socialista, y un 21 por ciento hasta a un comunista; la mitad piensan que "el sistema económico les es contrario" y un 40 por ciento querrían un cambio total que asegurara que los que ganan más pagaran de acuerdo con su riqueza. Todo lo cual lleva a la fundación a reclamar desesperadamente a que se enseñe a los jóvenes la siniestra historia "del sistema colectivista".

Yo pienso que nosotros necesitamos otro tipo de conmemoración, que nos permita, por un lado, recuperar la historia de aquella gran esperanza frustrada en su dimensión más global, que encierra también nuestras luchas sociales.

Pero que nos lleve a más, por otra parte, a reflexionar sobre algunas lecciones que los hechos de 1917 pueden ofrecernos en relación con nuestros problemas del presente. Porque resulta interesante comprobar que cuando un estudioso del capitalismo global contemporáneo como William Robinson se refiere a la crisis actual llega por su cuenta a unas conclusiones con las que habría estado de acuerdo Lenin: que la reforma no es suficiente -que la vieja vía de la socialdemocracia está agotada- y que uno de los obstáculos que hay que superar es justamente el del poder de unos estados que están hoy al servicio exclusivo de los intereses empresariales. Para acabar concluyendo que la sola alternativa posible al capitalismo global de nuestro tiempo es un proyecto popular transnacional, que va a ser el equivalente de la revolución socialista mundial que invocaba Lenin en abril de 1917 cuando bajó del tren en la estación de Finlandia.

Las fuerzas que deberían construir este proyecto popular serán seguramente muy diferentes de los partidos tradicionales del pasado. Serán fuerzas como las que hoy surgen de abajo, de las experiencias cotidianas de los hombres y las mujeres. Del tipo de las que se están constituyendo a partir de las luchas de los trabajadores de Sudáfrica o los indígenas de Perú contra las grandes compañías mineras internacionales, de las de los zapatistas que reivindican una rebeldía "desde abajo y a la izquierda" , de los guerrilleros kurdos de Kurdistán sirio que quieren construir una democracia sin estado, los maestros mexicanos que se manifiestan en defensa de la educación pública, los campesinos de muchos países que no militan en partidos, sino en asociaciones locales como el Movimiento Unificado de campesinos del Aguán, que presidía José Ángel Flores: unas asociaciones que se integran en otros de nivel estatal, como el Consejo de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, que dirigía Berta Cáceres, que a su vez lo hacen en una gran entidad transnacional como es Vía Campesina. Estas fuerzas no representan todavía, ni solas ni todas sumadas, una amenaza para el orden establecido, pero anuncian las posibilidades futuras de un gran despertar colectivo.

El camino que tienen por delante, si quieren escapar de este futuro de desigualdad y empobrecimiento que nos amenaza a todos, es bastante complicado. El fracaso de la experiencia de 1917 muestra que las dificultades son muy grandes; pero pienso que nos ha enseñado también que, a pesar de todo, había que probarlo y que intentarlo de nuevo quizás valdrá la pena.

Traducción para Sin Permiso: Daniel Raventós

Josep Fontana miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es catedrático emérito de Historia de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.

http://www.sinpermiso.info/textos/la-revolucion-rusa-y-nosotros

martes, 24 de enero de 2017

" La fiscalía de actividades antiespañolas", por Antonio Maestre


El Partido Popular y el sistema de valores predominante en la sociedad española está coartando de manera alarmante la posibilidad de discrepar y opinar marcando umbrales ideológicos a la libertad de expresión

Antonio Maestre. La Marea, 21 enero 2017

“Va Miguel Angel Blanco por el bosque acompañado de un etarra y le dice:
-Qué miedo, ¿no?
-Y me lo vas a decir a mí, que tengo que volver solo.” [1]

Recuerdo que me contaron ese chiste un día después del terrible asesinato del joven concejal del PP. Fue uno de esos momentos en los que todos recordamos qué hacíamos en el preciso instante en que anunciaron el terrible crimen por televisión. Un golpe devastador y, sin embargo, cuando me contaron el chiste en la calle al día siguiente sonreí con el gesto torcido consciente de que era un poco cruel y no estaba bien hacerlo. Es el humor negro. En eso consiste. En hacerte reír a la vez que te incomoda. Nadie creía en aquel momento, con ETA segando la vida de gente inocente, que hacer chistes o expresar de forma irónica una opinión, o mostrar ideas transgresoras pudieran hacerte acabar frente a un juez y ser condenado. César Strawberry ha sido el último en caer en el error de considerar que España no estaba en una deriva prefascista que persigue el pensamiento.

El último artículo que escribí sobre el derecho a celebrar la muerte de Carrero Blanco tuvo que pasar por las manos de nuestra abogada. Antes de eso tuve que reescribirlo dos veces porque consideré que lo que allí decía podía llevarme frente a un tribunal. Tuve que decir lo mismo sin decirlo, extremando el cuidado en el uso de las palabras y contextualizando todo lo que pude, como si el contexto sirviera en la ola autoritaria que la fiscalía del insigne Javier Zaragoza está llevando a cabo desde su sillón de la Audiencia Nacional. Su primer objetivo está conseguido; ha logrado inculcar miedo en las palabras. Que midamos de forma extemporánea lo que sale de nuestras letras.

La persecución que la judicatura más reaccionaria está llevando a cabo contra la libertad de expresión tiene una clara finalidad: la intimidación de la disidencia y el mantenimiento de una superioridad moral basada en el establecimiento de límites muy estrictos para la ideología contraria y laxos para la propia. Unos límites basados en la categorización en diferentes niveles de las víctimas: las víctimas de ETA, en el nivel más alto del escalafón, siempre y cuando sigan la línea política marcada por la derecha, y las del franquismo, en el escalafón más bajo. En los niveles intermedios se sitúan todos aquellos colectivos de víctimas que no pueden ser patrimonializados políticamente por los conservadores, las del Yak42, las del Metro de Valencia, o las del accidente del tren de Santiago, entre otras.

El Partido Popular y el sistema de valores predominante en la sociedad española está coartando de manera alarmante la posibilidad de discrepar y opinar marcando umbrales ideológicos a la libertad de expresión. Una situación favorecida por la connivencia de los medios de comunicación tradicionales que toleran esos ataques sistemáticos [y sistémicos] en nuestro país mientras acuden a denunciarlos allende los mares por espurios intereses políticos y económicos. Los delitos de opinión se han visto incrementados de forma dramática con un claro interés ideológico y partidista. A los conservadores les interesa mantener vivo el fantasma de ETA y así utilizarlo como enemigo interno que sirva para reprimir ideas y personas.

Las sentencias condenatorias por enaltecimiento y apología del terrorismo se han visto incrementadas, de forma indefendible por cualquier observador externo, desde el final de la violencia de ETA. Desde octubre de 2011, año en el que la banda terrorista anunció el cese de la actividad armada y del terror, se han producido 30 sentencias por enaltecimiento y apología del terrorismo; la mayoría por comentarios en las redes sociales de gente sin relación con la banda terrorista. En los ocho años anteriores al final de ETA y mientras la organización terrorista asesinó a 12 personas sólo se produjeron 16 condenas por estos motivos.

La situación actual no está lejos de replicar la época del macarthismo en EEUU. El Comité de Actividades Antiamericanas se encargó entre los años 1949 y 1958 de perseguir a la disidencia de izquierdas y a todo aquel que tuviera ideas comunistas o próximas a ellas. En periodos anteriores amparados en la Smith Act se llegó a condenar a miembros del Partido Comunista Americano (CPUSA) como Eugenne Dennis y William Foster a 5 años de cárcel por delitos tales como poseer el Manifiesto comunista o citar a Karl Marx. Los últimos movimientos de la Fiscalía y algunos tribunales de justicia españoles se asimilan al proceder de los peores años de la persecución del pensamiento en EEUU; una represión política de las ideas inmersa en una sociedad en la que se presumía de libertades.

Paul Robeson fue uno de los juzgados y denostados por sus ideas políticas. Un cantante de soul negro, además de actor y activista por los derechos civiles, que había conseguido labrarse una carrera de abogado en la América de la segregación racial y que tuvo el arrojo de mandar a estudiar a su hijo a una universidad de la URSS. Defensor a ultranza de los derechos de los trabajadores, fue miembro de la Brigada Lincoln en la Guerra Civil Española. Una vida demasiado sospechosa en los EEUU del senador McCarthy.

Cuando Robeson tuvo que acudir al Comité de Actividades Antiamericanas a declarar fue interrogado por el diputado republicano Gordon Harry Scherer, que le cuestionó por su amor e interés por la URSS. Paul Robeson le contestó que allí, en la URSS, nunca se había sentido rechazado por su color de piel. La repregunta de Scherer sonará mucho en nuestro país por lo habitual que es escucharla pero cambiando el destino al que irse. La respuesta de Robeson no es necesaria comentarla.

Gordon. H. Scherer: ¿Por qué no se quedó en Rusia?

Paul Robeson: Porque mi padre fue un esclavo, y mi gente murió para construir este país, y yo me voy a quedar aquí, y voy a ser parte de este país tanto como usted. Y ningún fascista me forzará a irme. ¿Está claro? Apoyo la paz con la Unión Soviética, apoyo la paz con China, y no apoyo la paz ni la amistad con el fascista Franco, y no apoyo la paz con los nazis alemanes. Yo apoyo la paz con la gente decente.

No es tiempo de guardar silencio. Todos los que mantienen posiciones críticas con el sistema político actual conocen ciudadanos que tienen miedo a expresarse en redes sociales, que miden al detalle sus palabras, que aconsejan a sus familiares que tengan cuidado con lo que escriben en sus perfiles no vayan a transgredir la línea ideológica marcada por la fiscalía de actividades antiespañolas. La deriva autoritaria y regresiva que estamos viviendo en España precisa la repulsa más absoluta de todos los que defienden las libertades. Paul Robeson tenía claro lo que era preciso hacer cuando el momento histórico sólo daba dos opciones y así lo expresa la frase de su epitafio: “El artista debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud. Yo he hecho mi elección. No tenía alternativa”.

http://www.lamarea.com/2017/01/21/la-fiscalia-actividades-antiespanolas/#disqus_thread

miércoles, 18 de enero de 2017

"El asesinato de una nación", por Josep Fontana


El asesinato de una nación

17 Ene 2011
JOSEP FONTANA

Hoy se cumplen 50 años de uno de los peores crímenes de la Guerra Fría: el asesinato de Patrice Lumumba, que no significó tan sólo la muerte del jefe de un Gobierno democráticamente elegido, sino también el fin de la posibilidad de que el Congo se desarrollase como una nación independiente. La iniciativa del asesinato del único de los dirigentes congoleños que pudo haber llevado a la práctica un proyecto de construcción nacional surgió de Eisenhower y de Foster Dulles, que compartían el temor que les producía la imprevisible evolución de “la gran masa de la humanidad, que no es blanca ni europea”.

Lumumba viajó a Washington y se entrevistó con el secretario de Estado, Christian Herter, para pedir ayuda, en especial los medios de transporte que necesitaba para asegurar el control del país.

Eisenhower, que se mantuvo lejos de la capital durante su visita, se limitó a preguntar al National Security Council “si podemos librarnos de este tipo”, con lo cual puso en marcha el proceso que llevó a su asesinato. Ello sucedía tres días antes de que Lumumba, forzado por la negativa de Estados Unidos, pidiese medios de transporte a los soviéticos, que le proporcionaron 100 camiones y 15 aviones de transporte, lo que Eisenhower calificó como una “invasión soviética”.

El 26 de agosto de 1960 el director de la CIA, Allen Dulles, enviaba un telegrama al jefe de la delegación de la “compañía” en el Congo, Lawrence Devlin, para decirle que la caída de Lumumba era un objetivo prioritario e inmediato. Pocos días más tarde el presidente Kasa-Vubu, tras haber consultado el plan con el embajador norteamericano y con el representante de las Naciones Unidas, destituyó a Lumumba, pese a que su partido tenía la mayoría en el Parlamento. Mientras los diplomáticos africanos trataban de mediar en la crisis, el jefe del ejército, Mobutu, dio un golpe de fuerza, con el apoyo de Devlin, y confinó a Lumumba. Pero su encarcelamiento no les bastaba ni a la CIA ni al Gobierno belga, cuyo ministro para África envió el 6 de octubre un telegrama pidiendo su “eliminación definitiva”.

Para liquidar el asunto se le envió con dos de sus colaboradores a Katanga, donde fueron torturados hasta convertirlos en despojos humanos. El 17 de enero de 1961 los sacaron de noche al bosque, los ataron a los árboles y los fusilaron, tras lo cual se cuidó de destruir los cadáveres para que no quedase ni rastro de ellos.

El país fue entregado poco después al Gobierno de Joseph-Desiré Mobutu, que lo presidió de 1965 a 1997, durante 32 años de un régimen cleptocrático que sobrepasó todos los ejemplos de corrupción conocidos en la historia, protegido militarmente por Estados Unidos y por Francia y con el apoyo económico del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Que en 1989, cuando no podía caber duda alguna del desastre a que había llevado a su país, fuese todavía recibido en la Casa Blanca como un campeón de la libertad es una muestra de la desvergüenza que inspiró la política de la Guerra Fría.

Cuando se vio forzado a exiliarse, Mobutu dejó tras de sí un país desarticulado, que se vio casi de inmediato envuelto en lo que Gérard Prunier ha calificado como “la guerra mundial de África”, un conflicto que ha causado hasta hoy más de cinco millones de muertos, la mayoría de ellos entre la población civil: una guerra que se mantiene latente y de la que no se suele hablar demasiado para no estorbar las actividades que se benefician de ella, en especial las que se refieren a la extracción de las riquezas naturales del país, como el coltan, indispensable para la fabricación de teléfonos móviles y consolas de videojuegos.

El Congo, dice un informe de Global Witness publicado en diciembre de 2009, “ha sido considerado desde fuera como un depósito de una gran riqueza de recursos naturales, con el pueblo congoleño como la fuerza de trabajo destinada a extraerla”. Está claro que la inexistencia de un Estado organizado es una condición que favorece este expolio, lo cual ayuda a explicar que siga siendo en la actualidad un país desestructurado, sin una administración centralizada (las compañías mineras pagan sobornos a los funcionarios, en lugar de abonar impuestos a la Hacienda pública), sometido a los desmanes de un ejército que el Gobierno no paga, y que está por ello condenado a vivir del saqueo.

En marzo de 2009, Jeffrey Herbst

y Greg Mills publicaron en Foreign Policy un artículo en el que sostenían que “la comunidad internacional debe reconocer un hecho tan simple como brutal: la República Democrática del Congo no existe”. Una afirmación que sirve, por una parte, para ratificar cuáles han sido los resultados de un proceso que se inició hace 50 años con el asesinato de Lumumba, pero que tiene, por otra, la virtud de descubrirnos que los objetivos que condujeron a aquel crimen siguen vigentes, porque está claro que la balcanización del Congo facilita la continuidad del saqueo de sus recursos naturales, extraídos frecuentemente con trabajo esclavo.

Quienes siguen creyendo que la Guerra Fría fue un enfrentamiento entre las fuerzas del totalitarismo y las de la democracia tienen en el asesinato del Congo un motivo para reflexionar. Y para desconfiar, de paso, de los móviles que justifican hoy otros planteamientos políticos y otros conflictos de naturaleza semejante.

Josep Fontana es historiador

http://blogs.publico.es/dominiopublico/2932/el-asesinato-de-una-nacion/

domingo, 15 de enero de 2017

"El derecho a celebrar la muerte de Carrero Blanco", por Antonio Maestre

El derecho a celebrar la muerte de Carrero Blanco

Antonio Maestre: La Marea, 14-01-2016

Ser demócrata en Europa está unido de forma indisoluble a ser antifascista. Algo que en España la herencia franquista de la transición impide ver con claridad

Antonio Maestre. redaccion@lamarea.com


Jan Kubis y Joseb Gaczik son dos héroes del pueblo checo. Consiguieron ese honor tras atentar contra Reynhard Heydrich, director de la Oficina Central de Seguridad del III Reich y acabar con su vida en el marco de la Operación Antropoide. “El carnicero de Praga” murió el 4 de junio de 1942 por las heridas causadas después de que Kubis y Gaczik lanzaran una mina antitanque modificada contra el vehículo en el que viajaba el jerarca nazi.
Los dos checos que mataron a Heydrich se refugiaron en la iglesia de San Cirilo y San Metodio, donde finalmente fueron encontrados por las tropas nazis y asesinados junto a otros miembros de la resistencia de Praga. Una placa les recuerda en ese templo con las siguientes palabras:

“En esta Iglesia ortodoxa de los santos Cirilo y Metodio murieron el 18 de junio de 1942, defendiendo nuestra libertad, los combatientes del ejército checoslovaco en el exterior Adolf Opálka, Jozef Gabcík, Jan Kubiš, Josef Valcík, Josef Bublík, Jan Hrubý, Jaroslav Švark.

El obispo Gorazd, el sacerdote Citel, el Dr. Petcek, el presidente de la comunidad religiosa S. y otros patriotas checos que facilitaron a los soldados un refugio fueron ejecutados. Jamás los olvidaremos”.

La muerte de Reynhard Heydrich fue tomada por Adolf Hitler como una cuestión personal y ordenó unas acciones de represión desconocidas hasta el momento y que fueron encargadas a Kurt Daluege. La más conocida de todas ellas fue la destrucción del poblado de Lidice y la aniquilación de sus habitantes. Todos ellos fueron asesinados, bien en fusilamientos sumarios en el pueblo o en el campo de exterminio de Chelmno.

El escritor francés Laurent Binet, autor de un libro sobre el atentado contra Heydrich, hablaba así de la masacre de Lidice: “Lidice simbolizó la barbaridad del nazismo, al igual que Gernika simbolizó la barbarie del franquismo y del fascismo”.

Las palabras de Binet vienen a demostrar que la esencia genocida de ambos regímenes era la misma. Colaboraron y participaron activamente para la realización de sus crímenes, por lo que celebrar y alegrarse de la muerte de un dirigente franquista debería estar al mismo nivel que hacerlo de cualquier dirigente nazi. La calificación personal de quien ce
lebra una muerte o hace bromas sobre ella tendría que quedar circunscrita al ámbito moral, nunca al penal.
Ser demócrata en Europa está unido de forma indisoluble a ser antifascista. Algo que en España la herencia franquista de la transición impide ver con claridad. A Cassandra, una estudiante de 21 años, el fiscal Pedro Martínez Torrijos le pide dos años y medio de cárcel por celebrar la efeméride del asesinato de Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno franquista, y por hacer chistes del atentado que le costó la vida. En el auto se afirma que sus tuits contienen “graves mensajes de enaltecimiento al terrorismo” y la acusa de un “delito de humillación a las víctimas”, recogido en el artículo 578.1 y 578.2, y 579 bis del Código Penal.
Sólo el hecho de que alguien pueda entrar en la cárcel por bromear o celebrar una muerte ya es grave, pero más lo es que una democracia defienda a los genocidas y verdugos del Estado de derecho. Una democracia que se preciara de serlo garantizaría el derecho a que cualquier ciudadano recordara con alborozo la muerte de un líder de la dictadura franquista.

Conmemorar la muerte de un jerarca nazi es algo asumido como normal en cualquier sociedad democrática, nadie sería juzgado por hacer una broma sobre el asesinato de Reynhard Heydrich, pero la democracia española asume como parte de su corpus penal que celebrar la de Carrero Blanco pueda llevar a una persona a la cárcel.
El nazismo y el franquismo son representaciones diferentes de la misma realidad. Los campos de concentración franquistas contaron con la asesoría de Paul Winzer, jefe de la Gestapo destacado en España, quien además instruyó a la Brigada Político-Social en tácticas de represión. España no será una democracia completa si no incluye el antifascismo como pilar fundamental de sus valores. No lo será si no acepta el derecho a celebrar la muerte de Carrero.


miércoles, 11 de enero de 2017

"El Parlamento Europeo anima también a España a investigar los crímenes franquistas", por Iñaki Anasagasti

Iñaki Anasagasti, 15-12-2016

El Parlamento Europeo anima también a España a investigar los crímenes franquistas
Estas recomendaciones se recogen en el artículo 63 del informe Nagy sobre el Estado de los Derechos Humanos de la Unión

INFORME sobre la situación de los derechos fundamentales en la Unión Europea en 2015
(2016/2009(INI)). 24 de noviembre de 2016       
PE 585.807v02-00 A8-0345/2016
Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior
Ponente: József Nagy

Artículo 63.  Considera imprescindible que todos los Estados miembros colaboren con las investigaciones judiciales nacionales o internacionales destinadas a esclarecer responsabilidades en este ámbito y a procurar verdad, justicia y reparación a las víctimas de los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Unión por regímenes totalitarios; pide a los Estados miembros que prevean la formación necesaria para los profesionales de la justicia en este ámbito; pide a la Comisión Europea que realice una evaluación objetiva de la situación de estos procesos con vistas a promover la Memoria Democrática en todos los Estados miembros; alerta de que el incumplimiento de las recomendaciones internacionales sobre memoria democrática y de los principios de jurisdicción universal vulnera principios básicos del Estado de Derecho;


EL PARLAMENTO EUROPEO ANIMA TAMBIÉN A ESPAÑA A INVESTIGAR LOS CRÍMENES FRANQUISTAS
Jueves 15 de diciembre de 2016

El pleno del Parlamento Europeo se unió ayer a las recomendaciones emitidas por el Consejo de Europa y a las Naciones Unidas para alentar a España a que investigue los crímenes cometidos por la dictadura franquista. La Eurocámara ha solicitado además a la Comisión Europea que realice una evaluación objetiva de los procesos de promoción de la memoria histórica en la Unión y recuerda que incumplir las recomendaciones internacionales sobre la materia vulnera principios básicos del estado de derecho.

Estas recomendaciones se recogen en el artículo 63 del informe Nagy sobre el Estado de los Derechos Humanos de la Unión y reproducen literalmente una enmienda, promovida por un grupo de eurodiputados elegidos en el estado español y que trabajan juntos desde el comienzo de esta legislatura para cambiar las políticas estatales en la materia y animar a que Europa se involucre en la promoción de ese cambio.
El grupo, formado por  Marina Albiol Guzmán, Izaskun Bilbao Barandica, Josu Juaristi Abaunz, Ernest Maragall, Jordi Sebastià, Josep-María Terricabras, Ramon Tremosa i Balcells, Miguel Urbán Crespo, Ernest Urtasun y Francesc Gambús, presentó esta enmienda tras comprobar que, por segunda vez, las autoridades estatales se negaban a facilitar las investigaciones judiciales sobre crímenes franquistas que se llevan a cabo en la llamada causa argentina y tras remitir dos cartas al vicepresidente Timmemans en la que se llama la atención sobre un hecho que a juicio de los eurodiputados al menos exigiría una evaluación por parte de las autoridades comunitarias.  De hecho al redactar la enmienda utilizaron esta expresión, en la carta y en la enmienda, porque figura así recogida como primera fase de las actuaciones que debe emprender la Comisión Europea para activar el Marco que aprobó el 11 de marzo de 2014 para la salvaguarda del Estado de Derecho en la Unión Europea. los eurodiputados firmantes consideran necesario hacerlo dada la gravedad de lo ocurrido.   Igualmente se anima a la Comisión Europea a que inicie esta labor de encuesta recibiendo a diversas asociaciones de víctimas del franquismo.

El documento aprobado ayer por el Parlamento Europeo acoge igualmente las otras dos aportaciones que utilizó el grupo para fundamentar el contenido de la enmienda. Concretamente se trata de dos menciones tanto al marco para la Defensa del Estado de Derecho aprobado por la Comisión Europea como al informe de 22 de julio de 2014 en el que el relator de las Naciones Unidas para la Verdad, la Justicia, la Reparación y las garantías de no repetición criticó con dureza las políticas estatales de Memoria histórica.
El grupo de diputados por la memoria democrática ha efectuado ya diversas actividades en la euro cámara para propiciar un cambio de actitud europeo respecto a la impunidad de franquismo. Entre ellas destacan, los homenajes a los últimos fusilados de la dictadura, una acción conjunta para llevar al pleno del parlamento europeo el   aniversario de la muerte del dictador o a nivel vasco las jornadas sobre los sucesos del tres de marzo de 1976 en Vitoria Gasteiz de las que salió el compromiso del Ayuntamiento de la capital vasca de convertirse en parte actora en la presentación de querellas judiciales por estos hechos. El grupo prepara ahora unas jornadas sobre Ciudades por la Memoria.

La Vicepresidenta del grupo  ALDE en el Parlamento Europeo y cofirmante de las enmiendas saludó ayer como “un paso trascendental” la aprobación de esta enmienda y expresó su deseo de que sirva para que el estado español “entienda que en este asunto se encuentra fuera de los estándares internacionales y que corregir esta anomalía sentará bien a la democracia y el estado de derecho”. En su intervención ayer en el pleno en el que se presentaba el informe felicitó al ponente del mismo el eurodiputado demócrata cristiano eslovaco József Nagy y destacó que el documento aprobado es uno “de los más inclusivos y abiertos que ha dedicado el parlamento a la materia en los últimos años. Creo que contiene una crítica constructiva y una descripción certera de nuestras oportunidades de mejora que se centran casi siempre en eliminar la distancia entre lo que los estados proclaman y lo que hacen. Esa diferencia alimenta el drama de los refugiados, de la desigualdad, del progresivo desarme del modelo social europeo o la quiebra de principios que están en nuestra carta de derechos fundamentales. Agradezco muy profundamente alusiones como las que se hacen a la memoria histórica, el respeto a la diversidad cultural o el incumplimiento de decisiones marco claves para las víctimas o la política penal en la Unión. Espero ahora que los aludidos se apliquen a aparecer con mejores calificaciones en el próximo informe”

La eurodiputada jeltzale ha manifestado igualmente su satisfacción por que el informe haya recogido otras aportaciones que realizó en otros apartados del informe sobre cuestiones relacionadas con el reconocimiento de los derechos de las minorías, el respeto a los principios democráticos y el estado de derecho en la legislación antiterrorista, la aportación de estrategias para prevenir la radicalización o medidas igualmente preventivas para erradicar el tráfico de personas (art. 51). Entre ellas destacan el reconocimiento, implicación y necesidad de incorporar a todos los agentes que trabajan en la represión de la delincuencia organizada, incluidas las policías regionales, en la inteligencia europea contra el terrorismo. Estos extremos están recogidos en diversas partes del informe como los artículos 36 ó 41.

Josep Fontana: "El sistema, tal como funcionaba, ya no convence a la gente"

Josep Fontana: "El sistema, tal como funcionaba, ya no convence a la gente"

Público, 21.12.2016 


El historiador repasa en una entrevista con Públic la ofensiva de las clases privilegiadas contra el estado del bienestar, en la que no ve señales de que vaya a frenarse. También aborda el papel que ha de jugar su profesión y opina sobre las movilización popular y sobre el proceso independentista.

CARLES BELLSOLÀ
@cbellsola

Es, sin lugar a dudas, el gran historiador catalán vivo. Después de una carrera de seis décadas centrada en la historia contemporánea y de decenas de libros publicados, Josep Fontana (Barcelona, ​​1931) sigue plenamente activo, en una doble vertiente de investigador y de referente moral -especialmente de la izquierda, pero no sólo.  "los historiadores -afirma- tenemos que enseñar a la gente a pensar por su cuenta", y no lamenta haber ido siempre "contracorriente". Con su característico pesimismo gramsciano, explica a Públic, desde su piso del barrio del Poble Sec de Barcelona, ​​que el mundo no va precisamente cada vez mejor, ero se muestra esperanzado con los movimientos de protesta que surgen "desde abajo".

"Hay una guerra de clases y la estamos ganando". Esta es una frase del magnate estadounidense Warren Buffet que usted ha citado en alguno de sus libros.
​Lo reconocen los mismos que se benefician. En estos momentos, donde más se evidencia es en el crecimiento de la desigualdad. Las estadísticas en todas partes, en los EE.UU., en la UE, en España y donde se quiera, muestran que, año tras año, la desigualdad sigue aumentando. No ha habido ningún tipo de freno. Desde los años 70 del siglo pasado hasta ahora, este proceso se está incrementando. Y todos los mecanismos están montados para que esta situación no se detenga. De modo que aquí sí hay una clarísima contradicción de intereses entre un mínimo del uno por ciento o del uno por mil que se beneficia, y una gran mayoría que, por el contrario, pierde.

Este proceso de crecimiento de la desigualdad, usted le llama 'la Gran Divergencia', y sitúa el inicio en los años 70.
Este es un término equívoco, porque los historiadores lo utilizan para otra cosa, para las diferencias entre el crecimiento de Europa y del resto del mundo. Pero lo usó Paul Krugman para indicar lo que estaba pasando. Y es correcto. Esta divergencia gradual se manifiesta, por ejemplo, en la separación cada vez mayor entre la productividad del trabajo y las ganancias salariales. Que es lo que crea esta situación de acumular los beneficios sólo en la parte alta. También hay un fenómeno que ha aparecido en estos últimos, o al menos no se daba desde épocas muy anteriores, que es el de los trabajadores pobres. Cuando yo era joven, un individuo normal que tenía un trabajo de jornada completa se suponía que estaba capacitado para mantener una familia. Esto ha dejado de ser verdad. Es una realidad nueva y preocupante. Sobre todo teniendo en cuenta que todo indica que la tendencia es que esto se vaya agravando.

¿Qué desencadenó este proceso?
En los años 70, una serie de factores de temor de que peligrara la estabilidad social nacida después de la II Guerra Mundial se acaba desvaneciendo. Estos temores estaban relacionados por un lado con la URSS como amenaza global –una amenaza relativamente falsa, pero que actúa con esta función– , y por otra parte con el miedo a la extensión del comunismo en las sociedades occidentales. En los años 70 está claro que esto ya no funciona. A finales de la década, la decadencia de la URSS está clara, y al mismo tiempo, y yo diría que sobre todo, la frustración de los intentos del 1968, que mostraron que no existía ningún potencial revolucionario que pudiera estallar. Entonces, por parte del mundo empresarial, empieza un claro recorte de concesiones.

¿Concesiones que se habrían otorgado, simplificándolo mucho, por miedo a la revolución?
Por todo ello. También por el estado del bienestar, que se instala a partir de 1945 para tener un mundo en paz. En paz y con crecimiento capitalista asegurado. Este proceso se empieza a ver en Estados Unidos. durante la presidencia de Jimmy Carter. En aquel momento, con un presidente demócrata y las dos cámaras dominadas por los demócratas, no se aprueba una propuesta que hacen los sindicatos de una ley que los garantice la continuidad de los derechos que habían conseguido en la época de de Roosevelt. Este proceso se acentuará en los EE.UU. en la etapa de Ronald Reagan, y pasará en el Reino Unido en época de la señora Thatcher, con la lucha contra los sindicatos y su desarme, que debilita considerablemente el movimiento obrero. Posteriormente se extenderán al resto de Europa. Y se acentúan después de la gran crisis del 2007-2008, cuando una situación de crisis permite montar este tipo de doctrinas de la austeridad que dicen que, para volver a estar como antes, es necesario que 'os sacrificáis'. Porque la prueba que sólo se dirige a un sector es que esta doctrina nunca ha tenido en cuenta la necesidad de subir los impuestos que se cobran en el mundo empresarial. Al contrario, se han rebajado con la excusa que así se puede estimular la actividad, cosa que se ha demostrado largamente que no sucede.
¿Qué papel jugaría en todo ello el fenómeno de la deslocalización industrial?
Es simplemente un elemento dentro de este juego. La deslocalización tiene la gran ventaja para las empresas de ir a buscar países en los que no sólo hay salarios más bajos sino que no tienen que asumir costes sociales. Esto es fundamental. En Bangladesh se puede hundir un edificio y morir miles de personas, y esto no lo pagan los que encargan los tejidos o las zapatillas deportivas. Pero también hay otro factor: la deslocalización de los beneficios. Cosa que, de hecho se ha tolerado. Ahora empieza a haber alguna protesta, como la reciente respecto a Zara. Pero no hay nadie que haya actuado ni que tenga intención ni capacidad de actuar. El mundo bancario practica este juego de una manera continuada. Todos nuestros grupos bancarios tienen una división de subcentrales y filiales que les permiten jugar de esta forma. Al fin y al cabo, los bancos controlan la política. La controlan por los créditos que dan a los partidos, y por los cargos que dan a los políticos cuando acaban con este trabajo. No hay ninguna posibilidad de que esta situación se modifique, si no cambian mucho las cosas. Se han apoderado de la política y la deslocalización no es nada más que un elemento de este fenómeno.

​​¿Se han apoderado también del pensamiento? Usted habla de la "Batalla de las ideas", que se habría desarrollado en paralelo. 
Es evidente que han saltado alarmas. Por un lado, ha habido actuación empresarial en el mundo universitario, sobre todo en el terreno de las ciencias sociales, a partir de las subvenciones y el mecenazgo. Es evidente que, si tú no eres 'de los buenos', no esperes que te vengan a ofrecer una ayuda para una investigación privada. Por otro lado, hay otro elemento fundamental que es el control de los medios de comunicación. El papel político de los medios es importantísimo. Menos el de la prensa de papel, que cada vez tiene menos actividad. Es grande el de la radio, pero sobre todo es importante el de las televisiones. Y está claro que las televisiones privadas tienen unos filtros muy claros respecto a lo que dejan pasar política e intelectualmente. Los noticiarios, que constituyen la base de la información que recibe un ciudadano medio, están perfectamente filtrados, hasta extremos a veces ridículos. Evidentemente, detrás están los intereses empresariales, que están claramente presentes.

En este sentido, ¿cree que los valores ideológicos de las clases privilegiadas se han extendido al conjunto de la población?
La función que ejercen los medios consiste sobre todo en determinar la opinión en cuestiones que tienen que ver con la política inmediata. En cuanto a influir en ideas sobre la sociedad... seguramente su función es más subsidiaria, a pesar de que pueden acabar influyendo. Pero tampoco se puede olvidar que, ante el choque entre la realidad y el mundo que te intentan pintar los medios, hay unas formas de rechazo y de repensamiento que se manifiestan, sobre todo, en reacciones desde abajo, en toda esta serie de movimientos de protesta que se producen en el tejido social. De hecho, yo diría que una de las grandes esperanzas de futuro reside justamente en esta función crítica que se está produciendo desde abajo, y que tiende a crear formas organizativas, más que en la función que pueden seguir teniendo partidos que, de alguna manera, ejercen una función educadora desde arriba. Es decir, que interpretan desde arriba. No puedes estar engañando y envenenando indefinidamente a la gente cuando el contraste con la realidad de cada día les obliga a la fuerza a reflexionar. Ahora, que de todo esto tengan que surgir fuerzas que tengan un peso fundamental en la transformación social, seguramente tendrá que pasar mucho tiempo para que sea así.

Sobre estas formas de rechazo, usted se mostraba optimista el 2011, cuando surgieron toda una serie de movimientos de protesta contra las políticas de austeridad, ¿Piensa lo mismo ahora?
Yo no he sido nunca optimista. No es una cuestión de ser optimista o no. Las grandes transformaciones de después de la II Guerra Mundial tuvieron a la socialdemocracia como un actor fundamental. Pero es evidente que, a finales del siglo XX, la socialdemocracia estaba totalmente sobrepasada. Es la etapa de triangulación entre Clinton, Tony Blair y aquí Felipe González, que acaban asumiendo un mensaje común para derecha e izquierda, que es lo del neoliberalismo, pero que administran con pequeñas diferencias, para funcionar. Esto, evidentemente, ha acabado con cualquier capacidad de la socialdemocracia para seguir haciendo esta función. Los partidos comunistas, obviamente, quedaron desbordados mucho antes, y no tienen claramente un sustituto. Lo que se ha producido últimamente, que preocupa a muchos y que seguramente no siempre se interpreta bien, es que se ha producido una erosión de este sistema bipartidista, que funcionaba prácticamente en todas partes, y que se esté agrietando.

Y estos cambios, ¿hacia donde van?
Es difícil saberlo. Lo que si se anuncia es que el sistema se erosiona. Yo no diría que sea el mismo problema en España, en donde de hecho el sistema todavía sigue funcionando muy activamente, a pesar de que sí que se muestra en algún aspecto. Es evidente que la función que ejercía el PSOE, como brazo izquierdo de este elemento, se desgasta. Lo que pasa es que el que lo tendría que sustituirlo no acaba de funcionar. Porque posiblemente sea muy difícil que funcione una opción que lo que pretendería es agrupar a todas estas fuerzas que salen desde abajo, de la protesta social. Es muy difícil coordinar estas fuerzas, y probablemente es imposible tratar de dirigirlas desde arriba para hacer un nuevo partido. Lo que parece claro es que el sistema, tal como estaba funcionando, se está desgastando rápidamente, porque ya no convence a la gente.

¿Cree que fenómenos como la victoria de Trump en Estados Unidos. o el auge de la extrema derecha en Europa, son otra forma de rechazo popular?
Todo esto que ahora llaman "populismos"... Cuando se produjo el Brexit, una de las personas que lo vio más claro fue el señor Tony Blair, que sabía de qué hablaba, y dijo que se estaba acabando la capacidad de las élites dirigentes para seguir convenciendo a la gente, y que lo que había por debajo se iba tanto hacia la extrema derecha como hacia la extrema izquierda. Este es un fenómeno nuevo que muestra que se están produciendo cambios. Cuando se habla de manera simplista de "populismos", creo que no se entiende que lo que hay detrás es mucho más complicado. Supongo que esto se acabará viendo en EStados Unido, en donde evidentemente la respuesta ha sido un gran error, como se está viendo en la formación de su gobierno. Hay muchos testigos del mundo rural norteamericano que apoyaron a Trump porque pensaban que acabaría con la corrupción de Washington, y es evidente que lo que hará es establecer una corrupción todavía mayor. Trump subió [al poder] con dos promesas. Una, acabar con la corrupción del sistema. Y evidentemente, la idea de los demócratas de presentar como candidata a Hillary Clinton, que representaba lo más corrupto que pudiera haber, fue una equivocación brutal. Y segunda, Trump prometió a los trabajadores que acabaría con la deslocalización, pero no les dijo en ningún momento que acabaría con la evasión de impuestos. Eran promesas elementales que mucha gente entendía.

¿Es más fácil que a las clases populares, descontentas con la situación actual, les lleguen antes estas promesas de la extrema derecha o la derecha populista, por el hecho de ser más elementales, que las de la izquierda?
Evidentemente. Han hecho un tipo de promesas que parecían responder al malestar de la gente. Cuando la señora Le Pen dice: "prohibiremos que vayan a la escuela los hijos de los inmigrantes"... La idea de expulsar a los inmigrantes, y así habrá más puestos de trabajo, es una idea muy primaria. Pero hablamos de esto y la gente se olvida de una cuestión a la que no se presta atención, o que se intenta esconder. Y es que el crecimiento de la desigualdad no se produce sólo en el interior de las sociedades desarrolladas, sino también a escala global. Hay un potencial de millones y millones de africanos famélicos, y de gente de toda una área que va desde el Próximo Oriente hasta el Afganistán que están preparados para saltarnos encima. Es una idea difícil de obviar, sólo hay que ver los números primarios de la demografía. En estos países, el empobrecimiento no lleva camino de desaparecer. De alguna manera, una de sus expresiones es el yihadismo.

Los teóricos neoliberales dicen justo lo contrario. De hecho, esgrimen como gran punto a favor de la globalización el crecimiento económico de determinados países, sobre todo de Asia.
Han crecido unos países determinados del Este asiático. Del resto, olvídese. El gran crecimiento es el de China, y además se ha producido con unas reglas diferentes, se mantiene con unas reglas diferentes y tiene unos proyectos de futuro diferentes. El crecimiento en India es más complejo. Sí que ha habido crecimiento, pero no disminuye la pobreza. Las estadísticas que dicen que la pobreza se ha reducido en el mundo son tramposas, porque la mayor disminución de la pobreza se ha producido en China, y el volumen de población de China las distorsiona. No ha habido disminución de la pobreza en África subsahariana, donde no está claro que haya desarrollo de ningún tipo. 

¿Ve también un aumento del autoritarismo en el mundo, o una disminución de las garantías democráticas?
Si se produce un aumento de los movimientos sociales, de actuaciones de base y de protesta, el autoritarismo puede ser una primera respuesta inmediata del sistema, para tratar de mantener el orden. Pero no tiene demasiada capacidad `para el futuro. La idea de que un dirigente carismático puede resolver los problemas colectivos creo que cada vez tiene menos recorrido. Las situaciones son complejas, sobre todo cuando los sistemas no son homólogos. Tomemos el caso de China. Es evidente el papel dominante del Partido Comunista chino. Pero, por ejemplo, el desarrollo económico de China se produjo a través de mecanismos de descentralización: fueron pasando capacidades de dirección y de planificación a las entidades regionales y locales. Y no hay que olvidar que una de las bases del sistema chino es que las presidencias son temporales y no se repiten, de forma que no favorecen la aparición de líderes carismáticos. No se deben hacer transferencias demasiado simples de los tipos de modelo de las sociedades de Europa occidental. El caso de Putin, que en cualquier caso ha sido elegido, tiene que ver con una situación muy compleja, y evidentemente ha tenido mucho que ver con la forma que desde fuera se ha envuelto a Rusia. Estas cosas exigen un análisis muy fino.

Volviendo al tema de las protestas, y centrándonos ahora en la izquierda, usted ha dicho alguna vez que los jóvenes que las protagonizan tienen mucho menos que perder que en 1968, porque ahora el sistema no es capaz de ofrecerles un futuro.
Esto está claro. Cuando el 1968, en París, los estudiantes soñaban con cambiar el mundo, el Partido Comunista y el sindicato comunista no optan por apuntarse a la revolución, sino por negociar unas subidas salariales. Evidentemente, el sistema ahora no tiene la capacidad de dar satisfacción en este sentido. Si hay algún sector de la población que se pueda considerar como gran perdedor [del sistema], son evidentemente los jóvenes, porque la situación de un joven parado no es la misma que la de un adulto parado, que se puede reintegrar. Un joven parado pierde las capacidades de formarse, y el sistema no se preocupa ni sabe qué hará con toda esta parte de la población que margina. Aquí la gente hablaba mucho del paro, que sí un veinte-y-tantos por ciento... y mientras tanto el paro juvenil era del 52%. Esto no se soluciona con una política sectorial, para jóvenes. Hay que cambiar la forma de funcionar del conjunto de la sociedad. Y aquí volvemos a tener en un lugar central los impuestos –que es lo que permite ofrecer servicios sociales– y los salarios. O actúas sobre esto, o todo lo demás son cataplasmas.

Hay quién habla directamente del fin del trabajo, porque el sistema ya no podrá ofrecer suficiente ocupación.
Esto son sandeces. La transformación del trabajo se ha producido siempre. Refiriéndose a los robots, por ejemplo, un economista norteamericano decía que el problema será saber de quién son los robots, a quienes beneficiarán. Es una tontería decir que la desaparición de trabajos mecánicos en la industria puede significar el fin del trabajo. Teóricamente, en una sociedad muy organizada, hay un sector en el cual las capacidades de absorción son ilimitadas. Es el sector servicios. Justamente, una de las enormes diferencias en la respuesta a la crisis de China y de los países occidentales es que la política del estado chino ha sido, en buena medida, la de absorber en el sector servicios buena parte de la gente que se quedaba sin oficio al desaparecer empresas que no eran rentables y que había que suprimir. Es evidente que la robotización puede hacer que se pierdan muchos puestos de trabajo, pero si los robots producen más beneficio, estos beneficios se tendrían que traducir en más impuestos, que permitan dar ocupación a más gente dedicada a servicios sociales. Si algo sabemos que falta en este país son médicos y enfermeras en los hospitales, en cantidad, y aquí no hay ningún robot que los pueda sustituir. Esto del fin del trabajo es una barbaridad. En todo caso, sería la de determinados tipos de trabajo

Después de décadas alejado de cualquier significación política, el año pasado decidió apoyar en Barcelona en comú cerrando la lista de Ada Colau en las elecciones municipales en Barcelona. ¿Por qué lo vio oportuno, tantos años después?
Para empezar, yo sólo tuve actividad política en el tiempo del antifranquismo, que era cuando tenía un sentido. Después me he alejado. Y en este caso, yo apoyé a Colau, pero no tengo nada a ver con ella, no tengo ninguna relación. Sólo me pareció que, en aquel momento, era una opción correcta –que parecía absolutamente imposible que ganara–, y no me arrepiento. No quiero juzgar los errores que, evidentemente, también ha cometido su equipo. Pero, entre esto y un gobierno municipal Trias, yo no tenía dudas. Y no tengo ninguna actividad, participación ni, obviamente, beneficio.

¿Cree que el auge del independentismo en Catalunya en los últimos años ha catalizado, de alguna forma, un malestar social existente?
El inicio de una presencia política clara del independentismo –que ha habido siempre, pero era marginal– se produce cuando la gente, no los partidos, reacciona contra el mal gobierno. Y la gente siente que el mal gobierno es el que viene de fuera. Cuando después de esto el señor Artur Mas se hace ilusiones y convoca unas elecciones inmediatamente, entonces pierde el 8% de los votos. Lo que determina que la gente no tuviera esta visión simplista, sino que realmente estaba protestando de manera muy global contra un mal gobierno.​

¿Qué papel tienen hoy en día la historia y los historiadores?
Podemos tener varios, y no todo el mundo juega el mismo papel. Los hay que se contentan con apoyar el discurso oficial que conviene. Pero aquello que mis maestros me enseñaron, gente como Jaume Vicens Vives o Pierre Vilar, es que nuestra función esencial es despertar el espíritu crítico de la gente, enseñarles a pensar por su cuenta. Y eso hace falta, porque la ignorancia es absolutamente increíble. Un ejemplo: la comisión que da el premio Nobel de la Paz pidió que acudiera, para una sesión especial sobre la paz mundial, a un personaje como Henry Kissinger –a quien ya le habían dado el premio. Eso suscitó todo tipo de protestas, porque Kissinger tiene responsabilidad sobre centenares de miles de muertes. Con esta ignorancia de la realidad histórica, es bastante útil que haya alguien que esté dispuesto a hacer que la gente sepa dónde vive y por dónde van las cosas. 

¿Y ya les hacen suficiente caso?
Depende. Evidentemente, si tú eres una persona independiente y te atreves a ir a contracorriente, es evidente que encontrarás más bien rechazo. Pero eso mismo te da, por otro lado, el apoyo de mucha gente que sabe valorar lo que haces. Yo, en este sentido, no me quejo. 

¿Cree que la historia, como otras ciencias sociales, se ha ido arrinconando en la enseñanza en los últimos años?
La historia, y no hablo de su lugar en la enseñanza, sino en líneas generales, es difícil que se margine por una razón elemental, y es que está presente cada día en un montón de cosas. Por ejemplo, el año que viene es el centenario de la revolución rusa: no puedes hacer desaparecer una realidad como esta, que volverá a ser objeto de discusión. En este sentido, la necesidad de usar la historia para entender el mundo en el que vivimos no se puede ignorar. La manera de traducirse después en el mundo de la enseñanza... eso es una cosa más compleja. Pero es evidente que la intención de los gobiernos, desde hace mucho tiempo y casi en todas partes, es controlar lo que se enseña. 

¿En esto juega algún papel el hecho de que las empresas intervengan cada vez más en las enseñanzas superiores?
Sí. Pero esta función, las empresas la dejan un poco en manos de los aparatos de Estado, que son los que tienen la misión de ocuparse de estas cosas.

Si antes decía que la función de los historiadores es ayudar la gente a pensar por si misma, ¿el objetivo de este arrinconamiento de la historia sería privar al pueblo de elementos para poderlo hacer?
Esto es evidente. Desde este punto de vista sí que el mundo empresarial, cuanta menos educación tenga la gente con la que ha de tratar  –excepto, evidentemente, las habilidades necesarias para hacer el trabajo que les encargan–, mejor. Esto se ha visto claramente en Estados Unidos, donde el papel de las empresas sobre todo en la educación universitaria es considerable. Por ejemplo, los hermanos Koch, que son propietarios de empresas químicas y de carbón, gastan millones financiando cátedras, naturalmente destinadas a explicar las cosas que les conviene que se expliquen, como por ejemplo valorar la libertad de empresa o negar el cambio climático. En este sentido sí que las empresas intervienen directamente. En nuestro país creo que todavía no les ha hecho falta.

http://www.publico.es/politica/josep-fontana-sistema-funcionaba-ya.html