domingo, 10 de marzo de 2013

"Por qué odian tanto a Chávez", por Isaac Rosa

Por qué odian tanto a Chávez

Isaac Rosa  

El Diario.es, 07/03/2013 


De los muertos se habla bien, siempre que no se llamen Hugo Chávez. Intento recordar alguna muerte de las últimas décadas que haya merecido tanta mala baba como la que ayer chorreaba en la mayor parte de los medios españoles. Tirano, autócrata, caudillo, payaso, gorila, Hitler, Stalin, Kim Jong Il, demente, delincuente, zarrapastroso… Son términos leídos y oídos ayer para despedir al presidente venezolano.


Ni siquiera cuando murió Bin Laden hubo tanto ensañamiento. De verdad, repasen las hemerotecas y comprobarán cómo el líder de Al Qaeda mereció más respeto que Chávez por parte de la derecha mediática española.


Intento entender por qué odian tanto a Chávez, cómo han podido acumular todo ese odio. Qué había hecho Chávez que fuese tan imperdonable. Repaso todo lo dicho y escrito ayer, y junto al listado de insultos anoto también el listado de reproches: dio un golpe de Estado, era populista, se comportaba como un payaso, recortó las libertades, amordazó a la prensa, fue amigo de Cuba y de otros gobernantes “gamberros”, expropió empresas, dejó un país en crisis y no acabó con la pobreza y la corrupción.


Podría dedicarme a rebatir esos reproches, pero ya se han dedicado otros a hacerlo con buenos argumentos. Como mi propósito es averiguar por qué le odiaban tanto, voy a dar por buenas esas acusaciones: pongamos que todo ello fuese cierto (que no es el caso, pero déjenme que me haga el tonto un rato), y comprobemos si sería suficiente para explicar esa animadversión tan rabiosa. Venga, aceptamos pulpo como animal de compañía y Chávez como dictador: pongámonos en el lugar de sus detractores, a ver si así los entendemos.


Dar un golpe de Estado podría admitirse como motivo de odio, desde una defensa incondicional de la democracia. Pero sería válido si quienes nunca le han perdonado su golpismo hubiesen mostrado la misma inflexibilidad con los golpistas de 2002. Pero no ha sido así. Ni golpistas les llaman.


El golpismo sería aceptable como motivo de rechazo si se aplicase por igual a todos los golpistas que en el mundo hay. Pero no ocurre así con otros que no han ganado ni la mitad de elecciones que Chávez, y con los que no está mal visto firmar acuerdos, hacer negocios o compartir mesa. Lo mismo pasa con el populismo, el culto a la personalidad y las payasadas: podrían ser razón para rechazarlo si ese baremo de exquisitez se aplicase por igual a todos los gobernantes. Incluidos nuestros propios populismos y cultos personalistas.


El mismo razonamiento cabría hacer con el recorte a las libertades y la persecución de la prensa. Si damos por buenas ambas acusaciones (ven, pulpo, ven, bonito), el razonamiento se desmorona ante el silencio cómplice con que son tratados gobernantes que han practicado la guerra sucia, han ordenado asesinatos o han encarcelado periodistas. Nada de esto ha hecho Chávez, y sí otros dirigentes cuya muerte no merecería una mala palabra y sí más de un elogio.


Lo de que expropiaba empresas, casi mejor habría que preguntárselo a las propias empresas. Un caso claro de masoquismo, de maltratada que vuelve una y otra vez con su maltratador, pues pese a las expropiaciones las empresas seguían queriendo hacer negocios con Chávez. Muy buenos negocios, según reconocen. Lo mismo el gobierno español, que pese a quejarse de boquilla corría a venderle barcos con unos contratos históricos.


Lo de que deja un país en crisis, dicho desde un país quebrado e intervenido como el nuestro, casi mejor lo pasamos por alto. Y lo mismo con la corrupción, de la que pocas lecciones podemos dar desde lo alto de nuestra montaña de mierda. En cuanto a la pobreza, no llegó con Chávez, al contrario: bajo su mandato se redujo notablemente, algo que sus enemigos le reconocen aunque con la boca chica, como una minucia, nunca con la valoración que merece un éxito así.


¿Queda algo? Ah, sí: que era amigo de Castro y que se alió con los países más denostados. Nada, nada, calderilla comparado con todo lo anterior, no creo que unas buenas relaciones con Cuba (que son comunes a otros países), o una foto con el mismo Gadafi al que dimos la llave de oro de Madrid, justifiquen tanto rencor.


Entonces, si no parecen verosímiles todas esas razones para explicar el odio a Chávez, ¿por qué le odian tanto? Esperen, que devuelvo el pulpo al mar antes de contestar.


Le odian por todo aquello que no suelen nombrar, pero que se lee claramente subtitulado bajo las acusaciones de golpista, populista, liberticida o expropiador. Le odian porque con sus victorias electorales invalidó una y otra vez la etiqueta de dictador, y dio un mal ejemplo a otros pueblos: que la democracia podía ser una vía legitimadora de transformación social. Le odian porque no consiguieron derrotarlo en quince años, ni la oposición, ni los militares traidores, ni Estados Unidos, y ha tenido que ser un cáncer.


Le odian porque obligó a que respetasen el país quienes estaban acostumbrados a usarlo como un trapo. Le odian porque al hablar de tú a tú a Estados Unidos hizo más evidente la sumisión de otros. Le odian porque con su internacionalismo bolivariano sacudió una Latinoamérica que apenas se levantaba de décadas de dictaduras, CIA y neoliberalismo. Le odian, por último, por motivos ideológicos: porque hablaba de socialismo, con todas las letras, ese fantasma que algunos creían enterrado bajo los cascotes del muro de Berlín, y que Chávez ha mantenido como posibilidad durante una década, hasta llegar a este cambio de época en el que ya no vemos tan disparatado pensar en socialismo.


Otro día si quieren hablamos de sus errores, que no son pocos. Hoy no: yo sí respeto a los muertos, sobre todo cuando merecen tanto respeto como el que Chávez se ganó.


http://www.eldiario.es/zonacritica/hugo_chavez_venezuela_derecha_6_108549163.html

"Nuestros demócratas y Chávez. ¿Por qué no se callan?", por Luis García Montero



Nuestros demócratas y Chávez. ¿Por qué no se callan?


Luis García Montero. 
Público, 7 de marzo de 2013

No quiero hablar de Hugo Chávez. Ya son muchos los artículos publicados a raíz de su muerte y es previsible que aparezcan muchos más. Se seguirá hablando durante años de su figura histórica y de su significado en la política latinoamericana. Así son las cosas.

Prefiero escribir sobre la sensación de vergüenza ajena que me han despertado algunos comentarios paternalistas sobre Chávez, Venezuela y el futuro inmediato. En nombre de la Democracia, políticos españoles importantes han deseado una transición pacífica para la sociedad venezolana después de la muerte de su líder carismático. ¿En nombre de la Democracia? ¿Pero en qué país se creen que viven estos paladines de la cultura occidental que critican a Chávez de forma abierta o le perdonan la vida de manera piadosa ahora que está muerto?

Si hablamos del presente, no entiendo que un país marcado por la corrupción y gobernado por un partido bajo sospecha pueda dar lecciones a nadie. Es muy grave lo que estamos viviendo nosotros. Con la estrategia del silencio, con ruedas de prensa sin preguntas, con mentiras capaces de enrojecer a un sargento de caballería, siguen al frente de la política española personas sospechosas de haber participado en tramas de corrupción y de haber recibido sobres con dinero negro.

También puede abordarse el asunto desde la perspectiva económica. Durante el mandato de Chávez se ha reducido la pobreza en Venezuela por encima del 20 %, según los datos más objetivos. Uno piensa que para eso debe servir la política en una democracia, para equilibrar la vida de la gente y hacer que los pobres sean menos pobres. España, como parte de Europa, vive una situación caracterizada por el asalto de los poderes financieros a la soberanía popular. Las instituciones políticas quedan inutilizadas y se someten a los ámbitos de decisión de intereses opacos que tienen que ver con las exigencias de los bancos y los especuladores. La acumulación elitista de la riqueza vuelve a ser la norma de conducta. Y dentro de este asalto especulador que sufre la democracia europea, España supone un caso extremo. La debilidad cívica que tejió la Transición y la permanencia de las élites económicas y sociales del franquismo han facilitado que en poco tiempo se liquiden muchas de las humildes conquistas conseguidas por la lucha obrera en sus batallas contra la dictadura. La población española se empobrece, baja el nivel de vida y suben los índices de miseria y de desnutrición infantil. ¿A quién le van a dar lecciones de democracia nuestros padres de la patria? La privatización de la sanidad, la justicia y la educación públicas no suponen una buena tarjeta de visita para dar consejos democráticos a nadie.

¿Y si hablamos de populismo? Es que puede opinar sobre el tema, y en nombre de la seriedad de la razón, un país gobernado por un presidente como el nuestro. Sin ningún tipo de pudor, ha llegado a declarar que el cumplimiento de su deber ha consistido en no cumplir sus promesas electorales. ¿Qué es entonces una campaña electoral? ¿Una convocatoria de arengas populistas, mentiras, argumentos demagógicos, promesas falsas y movilización de rencores? El horizonte de la política española se parece cada vez más a una tertulia de telebasura. Basta para comprobarlo con seguir las acusaciones y las amenazas del ministro de Economía. Como una verdulera del corazón, calla las bocas de sus críticos sugiriendo que los actores, los políticos, los medios del comunicación y los partidos se acuestan con el fraude fiscal. Y él –que todo lo sabe- no hace nada por perseguir a los defraudadores y acabar con el adulterio.

Si hablamos de memoria histórica, no hace falta tampoco entrar en muchos detalles. Mientras algunos países latinoamericanos, cumpliendo con el derecho internacional, suspendieron las leyes de punto final para investigar los crímenes y reparar a las víctimas de sus dictaduras, en España se ha expulsado de la carrera judicial al magistrado que quiso amparar a los familiares de los desaparecidos. Fue el mismo juez que cometió la imprudencia de querer investigar a fondo la corrupción. El rey de España, que en un arrebato borbónico mandó callar a Hugo Chávez, es un jefe de Estado que se formó en los brazos de Francisco Franco, que fue nombrado heredero por un dictador y que ha representado durante casi cuarenta años a su país sin pasar por las urnas. ¿Se imaginan a un lugarteniente de Hitler presidiendo en la actualidad al Estado alemán y mandando callar a un presidente elegido por sus ciudadanos?

El verdadero problema de los demócratas tiene hoy mucho más que ver con la situación institucional española y europea que con el populismo latinoamericano. Por eso da vergüenza ajena escuchar algunos comentarios. ¿Por qué no se callan?

http://blogs.publico.es/luis-garcia-montero/396/nuestros-democratas-y-chavez-por-que-no-se-callan/

miércoles, 6 de marzo de 2013

“Chávez nuestro que estás en los pueblos…”, por Juan Carlos Monedero


JUAN CARLOS MONEDERO  06/03/2013

Dicen que Chávez ha muerto. Al principio, también dijeron que había muerto Sandino y que había muerto Guevara y que había muerto Camilo Torres. Hay muertes que sólo pueden entenderse tales con exceso. Antes de Chávez, América Latina era un fragmento. Hoy, en el lago Titicaca saben el nombre del Presidente de Ecuador y saben en Pichincha el nombre del viejo Presidente de Uruguay. Malvinas no son las Islas Falkland porque son las Malvinas, y el Presidente de Paraguay es un Presidente ilegítimo porque el Presidente legítimo fue depuesto con artimañas orquestadas desde el eterno gendarme norteamericano. Fue guerrillera la Presidenta de Brasil y guerrillero el Presidente uruguayo; guerrilleros en el gobierno de El Salvador y en el de Nicaragua, guerrillero el alcalde de Bogotá, guerrillero el Vicepresidente de Bolivia. Por vez primera en la historia, los pueblos conocen los nombres de los dirigentes del continente. Antes no. Eso es obra de Chávez.

Dicen que Chávez ha muerto. ¿Acaso se mueren los que han metido los puños en las olas de la historia para hacer de timón de un nuevo rumbo? Empezaba el nuevo siglo. En el Mar del Plata, por primera vez, el continente americano le dijo a Estados Unidos que quería navegar de otra manera por su propia historia, sin tutela, sin IV Flota, sin las grandes hermanas petroleras de la ExxonMobil y la ChrevronTexaco, sin la Escuela de Torturadores de las Américas, con el recuerdo de Allende. La voz de Chávez fue la que marcó el rumbo de aquel viento. Un monarca decadente quiso mandarle una vez a callar entre cacería y cacería o visita de su yerno a los juzgados. Los reyes inútiles se mueren y son los mismos parásitos los que gritan viva el rey. Los que escriben la historia escriben en libros diferentes. Y reescriben libros con voluntad de eternidad.

A Clinton, Chávez le regaló una nueva frontera para que los aviones norteamericanos supieran que Venezuela ya no era una colonia al servicio del Plan Puebla-Panamá o del Plan Colombia. A Georg Bush, el asesino de las Azores, le regaló Chávez el naufragio del Tratado de Libre Comercio y le dijo en Naciones Unidas que olía a azufre, que es el olor eterno de la pólvora y de los imperios. A Obama, Chávez le regaló Las venas abiertas de América Latina que volvió a ser el número uno de las listas de libros más incómodos. Dicen que Chávez ha muerto. Pero ¿te mueres cuando solo has sido capaz de reunir a todos los Presidentes y jefes de gobierno de América Latina para crear la CELAC y declarar al continente libre de injerencias? He visto a Chávez esta mañana en la mochila de un niño de tierra yendo al colegio.

Chávez supo de su conciencia política mirando a los cerros, a los barrios, a esas favelas y villas miseria donde viven los nadies. Nunca entendió occidente que Chávez no tenía interés en cenar en sus decadentes palacios. Chávez, y eso lo entendió muy bien la derecha latinoamericana, sudaba cerro, hablaba cerro, reía cerro y comía cerro. Porque quería sacar el cerro de las cabezas de los venezolanos pobres para que las cabezas salieran de los cerros. A unos santos -a los que conviene no mirar de cerca- los eleva a los altares el Vaticano. A otros, los santifican los pueblos. Las casas de cartón de los pobres, en esos barrios por donde dios se empeña en no pasar o donde siempre duerme aunque no lo sepan en el Vaticano, necesitan santos con las manos llenas de barro. Santos que hagan el trabajo que el Supremo se niega a realizar, ese dios que no terminan de repudiar los sin consuelo aunque ande siempre tan ocupado en visitar las capillas de los ricos donde a la cena nunca falta un buen vino.

Dicen que Chávez ha muerto. ¿Mueren acaso los santos que eligen los pueblos lejos de las columnas pulidas y culpables del Vaticano? Chávez anda allá arriba, en el cerro, tramando planes. Por donde cabalgaba el caballo de Zapata. Por donde pisaban médicos venezolanos antes de que la locura de los ochenta y los noventa acabase con la decencia de ese país. Ahí nació el santo José Gregorio Hernández, un hombre bueno que habita los altares de la miseria de esas cumbres de lata y ladrillo donde nació la revolución bolivariana. Un médico que decidió abrir su clínica en las calles humildes, por las noches, bajo la lluvia. El otro santo escogido por el pueblo vestido de rojo es Chávez. Que ha pisado las mismas calles pobres y se ha mojado de la misma lluvia que cae en los techos de cartón. ¿Cómo te mueres cuando tantas velas sostenidas con manos oscuras, surcadas, de tierra, arden para llevarte el calor que se te ha marchado?

Dicen que Chávez ha muerto. Lo dicen los que han estado matándolo a través de sus medios de comunicación mercenarios durante una década. Los barrios ricos del Este de Caracas se lo han creído. Celebran con champán francés, lanzan fuegos artificiales, dejan sonar la música con estruendo de fiesta y gritan, como cuando murió Evita Perón, “¡viva el cáncer!”. Su dios, el oficial, les perdonará puntualmente cada pecado el próximo domingo. Lo han pactado con sus obispos y sus cardenales. Los de siempre de América Latina contra los nadies invisibles. Aunque eso era antes. Chávez hizo visibles a los invisibles. Un mago que cambió el escenario. “Un bastardo que trajo la lucha de clases”, dicen los que sólo ven lucha cuando los golpeados se defienden. Nadie como Chávez ha sido odiado tanto en las últimas décadas por la derecha latinoamericana. ¿Acaso esto no significa nada? ¿A quién odian los que han confundido los palacios de gobierno con sus quintas particulares?

Chávez nunca habló del Tío Tom. Hablaba del negro Pedro Camejo, de Toussaint-Louverture, de Malcon X. Pasaba de lado por el Bolívar mantuano e insistía en el Bolívar que metió en sus ejércitos a negros y pobres. Los que hicieron que el miedo cambiara de bando. A Chávez no le gustaba la oligarquía –esa palabra de regusto viejo sin la cual no se entiende el continente- ni los latinoamericanos bendecidos por Washington. Prefería a Sandino, a Zapata, a Tupac Katari, a Allende, a Bolívar. En la Condesa de México, en la Recoleta de Buenos Aires, en los Jardins de São Paulo, en la comuna de Lo Barneche de Santiago de Chile o en Samborondón en Guayaquil, ha corrido con el dinero el champán. En las zonas residenciales exclusivas de América, la fiesta se prolongó hasta tarde. Mientras, el pueblo ha llorado como no se recuerda. Por un político. Como cuando mataron al Ché. Cuando te lloran tanto no te mueres. ¿En verdad mataron a Guevara?

Dicen que Chávez ha muerto. Hace unas semanas, arrasó en las urnas con un programa socialista. No era retórica. Es la voluntad de desmercantilizar la vida. En un país rentista petrolero. Participaron ocho de cada diez votantes. Sacó 11 puntos de ventaja a su contrincante. En diciembre de 2011, mientras Europa se desangraba -y se desangra- haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Chávez trajo un liderazgo a un pueblo que lo necesitaba y que, por tanto, lo estaba convocando. Y no sólo a su pueblo: enseñó a América Latina a levantarse, a hablar de tú a tú a los EEUU y a Europa. Le acusaron de regalar el dinero del petróleo. Pero él sabía que Venezuela sólo podía sobrevivir con sus iguales en pie. Igual que lo que hace Merkel con el resto de los países europeos. Pero Merkel no es Chávez. Los líderes que marcan historia vienen acompasados con los pueblos.

En 2002, en abril, el jefe de la patronal venezolana, alentada por Washington y Madrid, dio un golpe de Estado. Un sector del ejército, toda la industria, los banqueros, los diplomáticos, la curia de la iglesia, lo acompañaron. Les faltaron los humildes de los cerros. Planificaron mal los golpistas. Chávez ya era el Presidente que no le había fallado al pueblo. Y ese pueblo se cansó de representar un mismo papel repetido y rescató a su Presidente. Ahí la historia volteó su maleficio. No fue San Jorge providencial acabando con el dragón y rescatando a la princesa. Fue el pueblo el que tuvo que matar al monstruo y rescatar al maltrecho caballero. Ahí, el pueblo firmó un contrato de sangre con Chávez. Ahí Chávez se hizo pueblo y se hizo santo y se hizo historia. En sus logros, en sus carencias, en sus moderaciones y en sus excesos. Pueblo. ¿Y puede morir un pueblo?

La historia también sabe de cañerías y desagües. No hay diseños perfectos. Sabiendo que enfrentaba una posible penúltima batalla, Chávez hizo un urgente testamento político: continuar con la revolución bolivariana con los mimbres reales. Y dejó expresado su deseo. Quién –Nicolás Maduro-, cómo –obedeciendo al pueblo- y de qué manera –con la unidad de todos los que entendieron que el proceso bolivariano, con todas sus imperfecciones, se acercaba, más que en ningún otro momento de la historia, a esa pelea por la emancipación que siempre dio la izquierda venezolana. Pudo haber sido antes, haber sido de otra manera, pudo haber nacido de un consenso. Pero los tiempos de revolución son los tiempos donde no hay cartas de navegación. Las fortalezas también suelen ser las debilidades.

Dicen que Chávez ha muerto. Pero ya está en el rostro de todo un pueblo. El que no tenía esperanza y la recuperó. Los Libertadores siempre se marcan enormes tareas y, como ha dejado escrito la historia, siempre se quedan a las puertas del paraíso. La de Chávez ha sido la pelea contra el neoliberalismo. Enorme, como la lucha por la independencia en el siglo XIX, como la lucha contra el fascismo en el siglo XX. La pelea no se ha ganado, pero está marcada. De triunfar, los próximos libertadores serán corales. De fracasar, será tanta la devastación que, como dijera Neruda de Bolívar, tendrán que pasar cien años para que regrese un liderazgo acompasado con los pueblos. Por eso Chávez ha sido el último libertador de América. Porque ha estado a la altura de sus enemigos. No es un exceso ni una comparación interesada (fuera de que todas las comparaciones son falsas). Libertador porque dio una batalla que parecía imposible. Porque nos acostumbramos a imaginar antes el fin del mundo que el fin del capitalismo. Porque Chávez disparó la piedra y liberó las cabezas. Y los libertadores vienen para quedarse.

Dicen que Chávez ha muerto. Los que le han visto entrar en los pueblos con la marea roja saben que no es cierto. Chávez ha puesto nombre a todo un país. Chávez ha dado patria a Venezuela. Chávez deja Constitución, leyes, propuesta de construcción del socialismo, partidos y una nueva cultura política. A Venezuela, ahora, se la respeta carajo. Cuando la política convoca a todo un pueblo se convierte en Política. Con mayúsculas. Chávez de la incomprensión de la política europea, Chávez de la manipulación de la prensa mundial, Chávez de la caricatura en la mirada satisfecha del norte arrogante. Enfrente, Chávez en la señora que limpia, Chávez en el señor que vende periódicos a la entrada del metro, Chávez de la empleada de la tienda y de la cocinera de maíz y yuca, Chávez del vendedor de helados y del maestro con la cartera vieja, Chávez de la abuela que ahora ve porque la revolución operó sus ojos y de la que ahora tiene vivienda porque se expulsaron a los mercaderes del templo, Chávez de la esquina caliente de Caracas y de la lonja de pescadores de Choroní, Chávez del soldado triste y Chávez del estudiante descalzo, Chávez de la poesía rescatada en un país que había traicionado también a la poesía. Chávez de los negros rescatados y de los indios rescatados, Chávez de lo que hoy es posible en América y que hace veinte años era imposible. Chávez que se ha ido y deja un recado a América Latina: no regreses a otros cien años de soledad.

Dicen que Chávez ha muerto. Lo dicen los que no saben leer los tiempos del viento, los que no saben de la rabia acumulada, los que no saben de la conciencia encarnada en la memoria. El pueblo de Venezuela aún está llorando. Pero sabe que pronto debe enjugarse las lágrimas y seguir con la tarea. La que ha cambiado el rostro de América Latina. Se lo deben a quien les ayudó a abandonar tres décadas de neoliberalismo. Cuando ven que el recuerdo de Chávez hace más sencilla la lucha, sonríen. Y vuelven a entender que Chávez no se ha muerto. Que gente como Chávez ya no se mueren nunca. Y se ponen manos a la obra.

El autor es  profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Complutense y fue asesor del presidente de Venezuela.

http://www.lamarea.com/2013/03/06/chavez-nuestro-que-estas-en-los-pueblos/

Hasta siempre, comandante


"La demonización de Chávez", por Vincenç Navarro, 15-01-2013




A raíz de la muerte del presidente Chávez de Venezuela, el blog del profesor Navarro presenta de nuevo el artículo, escrito por el profesor Navarro el 15 de enero último, titulado “La demonización de Chávez”.

Este artículo señala que uno de los indicadores de la falta de democracia en los medios de mayor difusión es la cobertura tan sesgada y tendenciosa de las políticas llevadas a cabo por el gobierno Chávez. La sobreabundancia de voces críticas y la práctica inexistencia de voces favorables a tales políticas prueban la falta de equilibrio y vocación democrática en los mayores medios de difusión de España.

Uno de los indicadores de la escasa calidad de la democracia española es la limitadísima diversidad ideológica en los medios de mayor difusión en España. El sesgo conservador de tales medios –incluso de aquellos que se consideran de centro o centroizquierda- es muy acentuado en España. Ni que decir tiene que tal sesgo es también característico de gran número de países llamados democráticos. Pero el caso de España es extremo. Un ejemplo de ello es la cobertura de la política venezolana por los cinco rotativos de mayor difusión en el país.

En EEUU, por ejemplo, donde el dominio conservador de los medios es también muy acentuado, la cobertura de la presidencia Chávez ha sido desequilibrada, dando gran prominencia a las voces críticas a tal gobierno. Pero voces menos críticas, e incluso favorables a tal gobierno, han aparecido en esos mismos medios. Tal como señala Mark Weisbrot (en su reciente artículo en The Guardian) en EEUULos Angeles Times, el Boston Globe, el Miami Herald, e incluso el conservador The Washington Post, han publicado también artículos favorables al gobierno Chávez, aunque la gran mayoría han sido críticos. Y en el último fin de semana, The New York Times, en su sección Summary of the Week, publicó la visión conservadora neoliberal, representada por Moises Naím, junto a la del propio Mark Weisbrot, Director del Center for Economic and Policy Research, de Washington, que rebatió los datos presentados por Naím, presentando una realidad menos catastrofista que la descrita por tal autor.

Pues bien, les invito a que cuenten las veces que han aparecido artículos críticos de la presidencia Chávez en medios mayoritarios españoles y lo comparen con el número de artículos favorables. Y verán que no ha aparecido ni uno. Incluso El País, el rotativo que se considera liberal (y que por mera coherencia ideológica debería estar abierto a posturas divergentes, incluso críticas de sus editoriales), ha publicado las virulentas críticas al gobierno Chávez del Sr. Moisés Naím (entre muchos otros artículos como los del hiperbólico Mario Vargas Llosa), sin nunca, repito, nunca, publicar un artículo favorable a tal gobierno.

Y ahí está uno de los puntos más vulnerables y defectuosos de la llamada democracia española: el monopolio mediático de los intereses conservadores en el sistema informativo español. Y este monopolio supone un coste elevadísimo para la democracia española. No sólo impide que la población esté bien informada, ofreciéndole un amplio abanico de posturas en sus medios, sino que reduce la calidad del debate político, pues las voces conservadoras-neoliberales, conocedoras de la ausencia de crítica a sus posturas, y dueñas, por lo tanto, de una inmunidad intelectual, dicen y sostienen argumentos basados en datos que son fácilmente demostrables que son falsos.

Veamos, por ejemplo, la crítica de Moisés Naím, que fue, por cierto, uno de los arquitectos de las políticas de austeridad en el gobierno de Carlos Andrés Pérez durante el periodo 1989-1990, siendo ministro de Industria cuando en 1989 ocurrió el Caracazo donde el gobierno disparó contra civiles que protestaban las políticas de austeridad, asesinando a más de 3000 venezolanos. Tal autor, que en su columna en El País se presenta paradójicamente como el gran defensor de los Derechos Humanos, ha sido una voz supercrítica del gobierno Chávez, promoviendo las políticas del Departamento de Estado de EEUU, lo cual explica su gran visibilidad mediática en los medios internacionales sujetos a la hegemonía del gobierno federal de Estados Unidos.

En sus últimos escritos, Moisés Naím, ha estado promoviendo el punto de vista, también transmitido por el gobierno federal de Estados Unidos, de que el gobierno Chávez ha llevado a Venezuela al desastre, creando un déficit público que, según él, representa el 20% del PIB; estableciendo un sector público hipertrofiado que ha ahogado a la economía venezolana; ha generado una deuda pública que es diez veces superior a la que existía en 2003; ha creado un sistema bancario que está colapsándose; y una industria petrolífera nacionalizada (que es la mayor fuente de ingresos al Estado) que está en claro declive, y un largo listado de “calamidades”. Como que en España no hay ninguna posibilidad de que los medios de mayor difusión publiquen análisis críticos de tales aseveraciones, resulta que la población queda pésimamente informada y se cree que Venezuela está en una situación de crisis y colapso.

Si se hubieran publicado en España, por ejemplo, las respuestas de Mark Weisbrot, publicadas en el The New York Times y en el The Guardian, se podría haber visto el grado de exageración, hipertrofia y falsedades que contenían los datos presentados por Moisés Naím, entre otros. Mark Weisbrot es uno de los economistas más creíbles en temas económicos internacionales en EEUU. Veamos los datos. El déficit público de Venezuela representa, según el Fondo Monetario Internacional, no el 20% del PIB, sino el 7,4%. En cuanto a la supuesta hipertrofia de la deuda pública en Venezuela, ésta representa el 51,3% del PIB, un porcentaje que es menor que el promedio de deuda pública de la Unión Europea (82,5% del PIB), y menor del objetivo al cual aspira la UE (el 60% del PIB). En cuanto al colapso de la industria petrolera, la cota de producción de petróleo es la que los países productores de petróleo, la OPEC, han acordado. Y su disminución en las exportaciones de petróleo a EEUU responde a una decisión política del gobierno Chávez que intenta diversificar sus exportaciones y no centrarlas en un número reducido de países. Tal reducción en las exportaciones a EUU no tiene nada que ver con ningún colapso, que es inexistente, de la industria petrolera venezolana. Semejante manipulación y falsedad aparece también cuando Moisés Naím habla de la hipertrofia del sector público. En realidad, y tal como muestra Mark Weisbrot (del cual extraigo esta información), el porcentaje de empleo público en Venezuela es aproximadamente un 18,4% de la población empleada, que es inferior al existente en Francia, Finlandia, Dinamarca, Suecia y Noruega.

Mark Weisbrot señala también algunos de los puntos flacos de la economía venezolana, como es la elevada inflación, un problema generalizado en América Latina. Ahora bien, incluso en esta situación problemática, el gobierno Chávez ha  podido reducir tal inflación del 28,2% al 18%, reducción que ha conseguido a pesar de un gran aumento del gasto público y muy en especial del gasto público social. Durante los últimos diez años, el gobierno ha aumentado tal gasto un 60%, expandiendo considerablemente su muy insuficiente Estado el Bienestar venezolano, causa de su gran popularidad entre las clases populares. Como bien han documentado los investigadores sociales de gran credibilidad internacional, los profesores Carles Muntaner (de la Universidad de Toronto), Joan Benach y María Páez Victor (de la Universidad Pompeu Fabra), la pobreza ha pasado a ser de un 71% de la población en 1996 a un 21% en 2010, siendo especialmente acentuada la reducción en la pobreza extrema, que pasó de ser un 40% en 1996 a un 7,3% en 2010 (ver el artículo “Los logros de Hugo Chávez y la Revolución bolivariana”, de Carles Muntaner, Joan Benach y María Páez Victor).

Es, por lo tanto, lógico y predecible que Hugo Chávez y el partido que lidera, en unas elecciones democráticas (en las que, por cierto, la gran mayoría de medios de mayor difusión venezolana, controlados por grupos mediáticos de sensibilidad conservadora y neoliberal, estaban en contra), haya ganado 13 de las 14 elecciones nacionales. Todos estos datos no aparecen en los medios de mayor difusión en España, donde maliciosamente se ha demonizado a aquel gobierno. Las causas de esta demonización son fáciles de entender. En primer lugar, Venezuela es hoy en país del mundo con mayores reservas petrolíferas. Los gobiernos estadounidense y europeos que apoyan a regímenes feudales en el medio oriente a fin de asegurarse la provisión de tal recurso, ahora se oponen a muerte a un gobierno que quiere servir a las necesidades de sus clases populares, y que no acepta ser, como lo son los regímenes feudales, mero servidor de aquellos intereses estadounidenses y europeos.

La segunda causa es que América Latina ha estado gobernada durante largos periodos por gobiernos neoliberales como al que sirvió Moisés Naím, que expandieron la pobreza de sus poblaciones de una manera muy notable. Ello creó una respuesta de protesta que conllevó el establecimiento, por medios democráticos, de gobiernos reformistas de izquierda, no sólo en Venezuela, sino también en Ecuador, Bolivia, Argentina y Uruguay, entre otros (que aparecen como las bestias negras), y que elección tras elección continúan siendo reelegidos. De ahí la gran adversidad, pues parte de su vocación reformadora se basa en romper los monopolios mediáticos que han controlado la información en aquel continente. Pero de esto el lector español ni se entera. Y a esto le llaman democracia.

http://www.vnavarro.org/index.php?p=8328&lang=es