domingo, 29 de marzo de 2015

"Carta abierta de una padre al señor Rajoy", por José María Pedreño Gómez


Carta abierta de una padre al señor Rajoy, actual Presidente del Gobierno Español (y por extensión a todos los gobernantes españoles independientemente del partido político al que pertenezcan)



Señor Rajoy:

Soy el padre de un muchacho de 28 años, un padre como millones de padres de este país de países, al que llamamos España, que sufren cada día viendo como sus hijos pierden la ilusión por vivir.

Hoy he tenido que dejar a mí hijo ingresado en la sala de psiquiatría de un hospital y culpo por ello a usted, y a todos los que nos gobiernan, porque con su claudicación -y la de gobiernos anteriores, incluso de otro signo- ante los grandes poderes económicos nos han llevado a esta situación.

Ustedes la han provocado con sus políticas rastreras, rendidas a intereses bastardos de banqueros y empresarios sin escrúpulos. Han condenado a muerte en vida a toda una generación a la que han dejado sin futuro y sin esperanza, condenados a la precariedad más absoluta, al exilio laboral obligados por la necesidad, o a la muerte en vida -como le ocurre a mi hijo-; y todo por satisfacer las ansias de acumular riquezas de unos pocos, de los cuales, ustedes, son fieles servidores. Son ustedes unos lacayos de la peor especie, sin escrúpulos y sin dignidad, porque si la tuvieran estarían al servicio de los ciudadanos y no al de los poderosos, o por lo menos se habrían ido hace tiempo.

Son ustedes unos traidores, porque cambiar la leyes para ponerlas al servicio de los ricos y de los intereses de gobiernos extranjeros supone un acto que, en otros tiempos, hubiera sido considerado un delito de alta traición a la Patria, castigado con la más dura de las penas. Hoy en día, sin embargo, van dándoselas de patriotas, cuando ustedes son, realmente, unos vende patrias de la peor calaña.

Son ustedes unos mentirosos, porque un día decidieron llamar crisis a lo que no es, ni más ni menos, que una gran operación política para poner todas las leyes del estado al servicio de los intereses bastardos de una minoría y convertir a nuestros hijos en poco más que esclavos. Han sabido todos ustedes disfrazar muy bien la mentira, escudándose en una democracia adulterada que comenzó con la ocultación de centenares de miles de patriotas asesinados, enterrados en fosas comunes, en cunetas y descampados, para garantizar el dominio de una minoría acaudalada sobre la mayoría trabajadora. 

Son unos genocidas porque han cambiado las cámaras de gas por reformas laborales, recortes en gastos sociales y leyes represivas. Son ustedes dignos herederos de aquellos que llenaron España de fosas comunes de aquellos hombres y mujeres asesinados por soñar con una sociedad basada en la justicia, libre de mercachifles, banqueros avariciosos y políticos corruptos, en la que las generaciones futuras pudieran disfrutar de una vida digna. La única diferencia es que el paredón se llama ahora paro y precariedad laboral, el pelotón de fusilamiento se llama reforma laboral y al dictador lo llaman mercado.

Mi hijo, al igual que otros millones de hijos, no tiene futuro y ha perdido la esperanza, quiero que la recupere, pero veo día tras día que las mentiras siguen y las políticas rastreras continúan. Mientras que mi hijo no tiene ni futuro ni esperanza, los de siempre ganan más que nunca especulando. Mientras mi hijo está muerto en vida ustedes, y aquellos a los que sirven, se pegan la gran vida a costa de todos nosotros, apuntalando la fortuna de sus poderosos amigos. Mientras nuestros hijos no tiene trabajo, o lo tienen en las condiciones más precarias, la venta de artículos de lujo se ha disparado, las fortunas que se amasan mediante la especulación han aumentado de forma vergonzosa y los empresarios de este país quieren que sean carne de cañón en sus empresas. Nos quieren convertir a todos, y en especial a nuestros hijos, en mercancía de usar y tirar. Y eso, señor Rajoy, no lo vamos a permitir.

Ustedes que tanto alaban y se dan golpes de pecho cuando hablan de la Patria no saben lo que es ser un patriota. La patria no son los poderosos, sino sus compatriotas, los que día a día sufrimos este estado de cosas. Su sentido de la patria es el sentido rancio y patriotero del fascismo y no tiene nada que ver con el concepto de patria que debe presidir la sociedad democrática por la que tantas generaciones de compatriotas han luchado. Su patria es la de los que dándose golpes de pecho, hablan de la Patria mientras pisotean a todos los compatriotas que tiene a su alrededor con tal de acumular riquezas ¿Acaso son patriotas aquellos que defienden a las multinacionales españolas en sus rapiñas por tierras lejanas, provocando el odio de sus pobladores contra nuestra patria? ¿Son patriotas los empresarios españoles cuando su pretensión es la de obtener más beneficios a costa de la perdida de derechos de sus compatriotas? ¿Son patriotas los que especulan para hacerse ricos de la noche a la mañana a costa de sus compatriotas? ¿Son patriotas los que privatizan los recursos naturales propiedad de todos los españoles? ¿Son patriotas los que venden el patrimonio público construido con el esfuerzo de todos los ciudadanos? ¿Son patriotas los que condenan a toda una generación de jóvenes a ser unos parias? No, señor Rajoy, eso no es ser patriota, sino traidor a la Patria.

Ser un patriota de verdad es sentirse orgulloso porque en su país a nadie falta un trabajo con derechos, todos tienen un techo digno bajo el que vivir y nadie pasa calamidades, ni hambre. Ser un patriota es desear que nuestro país sea el más solidario, el que más hospitales y escuelas tiene y el que más construye fuera practicando la solidaridad con el resto de la Humanidad. Ser un patriota es el que recibe a los que vienen de fuera buscando una vida mejor como si fueran de la familia. Patriota es aquel que desea que su país sea conocido en el mundo como modelo de convivencia y bienestar social. Patriota es aquel que ama la historia de los hombres y mujeres que lucharon por la libertad, la igualdad y la solidaridad. Patriota es aquel que se niega a que los soldados de su Patria vayan a otros lugares a matar ciudadanos de otros países. Patriota es el que quiere sentirse orgulloso de sus científicos e intelectuales, trabajando por la paz y el bienestar de la población mundial. Patriota es el que defiende el derecho de sus compatriotas a sentirse, hablar y pensar diferente, incluso gobernarse de forma diferente si es su deseo. Patriota es el que pone los derechos de sus compatriotas por encima del mercado y la propiedad privada. Patriota es el que trabaja para garantizar una vida digna a las generaciones futuras. Ser un patriota, en definitiva, es el que lucha para sentirse orgulloso de su país por todas estas cuestiones. Sin embargo nada de esto tiene que ver con lo que hacen ustedes. Por eso, señor Rajoy, cuando alguno de ustedes habla de su amor a España, a algunos se nos remueven las entrañas por lo que ocurre.

Por eso, señor Rajoy -y, por extensión todos los demás-, ya que ustedes no tienen la suficiente dignidad para irse, sepa usted que voy a luchar todos los días y con todas mis fuerzas, hasta conseguir que todos ustedes nos dejen en paz y consigamos tener un gobierno de auténticos patriotas, capaz de garantizar una vida digna para todos nosotros y nuestros descendientes. Y ese día, señor Rajoy, tal vez consigamos llevar a los tribunales a todos los traidores a la Patria, como usted, como todos los que han actuado como usted y como aquellos a los que sirven.

José María Pedreño Gómez
Ciudadano, trabajador y padre. 

sábado, 21 de marzo de 2015

Intervención en el acto de recibimiento de la Columna Norte de las Marchas de la Dignidad


Intervención en el acto de recibimiento de la Columna Norte de las Marchas de la Dignidad

Torrelaguna (Madrid), 19 de marzo de 2015
Arturo Peinado Cano, Federación Estatal de Foros por la Memoria


Queridas compañeras, queridos compañeros y camaradas:

Es para nosotros, la Federación Estatal de Foros por la Memoria, un honor y un privilegio tener la oportunidad de dirigirnos hoy a vosotros, y agradecemos que se nos haya dado esta oportunidad.

Cuando se habla de quiénes somos y de lo que hacemos, me refiero al movimiento social  por la recuperación de la memoria histórica, se piensa automáticamente en 1936 y en la guerra civil. Ciertamente nuestra Federación ha realizado una quincena de exhumaciones de fosas comunes del franquismo, y exhumado los restos de un centenar de compañeros.

Haciéndolo no sólo pretendemos recuperar sus cuerpos, sino también sus ideas.  Es lo que llamamos recuperar el hilo rojo de la memoria y de la historia, para reconstruir la línea de continuidad de las luchas por la libertad, la justicia y la igualdad que llevaron a cabo los que nos precedieron. Una memoria y una historia de sus triunfos y de sus derrotas que nos robaron el franquismo y la transición.

Pero la gente de la Memoria histórica no sólo hablamos de 1936: hace unos días el gobierno ha denegado la extradición de 2 torturadores y 4 ministros de Franco acusados de crímenes contra la humanidad. Extradición solicitada por la justicia argentina y por la Interpol. Cuando hablamos de memoria histórica también hablamos de crímenes perpetrados en el Estado español,  que coincidieron en el tiempo con crímenes que hoy se están persiguiendo y juzgando en América Latina.

La gente que trabajamos en la memoria histórica pretendemos explicar y dar significado a determinadas cuestiones, por ejemplo:

-       Porqué los herederos de Juan March, el contrabandista que financió el golpe de estado y la guerra de Franco, ha ganado en esta crisis millones de euros con actividades de pura especulación financiera.
-       Porqué la nieta de Vallejo Nájera, el jefe de los servicios médicos del ejército de Franco, conocido como el Mengele español, aparece en la lista Falciani como dueña de una cuenta en Suiza con 19 millones de dólares.
-       Explicamos que la política de recortes en la enseñanza pública ha estado diseñada por la señora Montserrat Gomendio Kindelán, secretaria de estado de Educación, que declara un patrimonio de 14.588.581 euros. Es la nieta del general Alfredo Kindelán, el jefe de la aviación de Franco.
-       También explicamos que numerosas empresas españolas son herederas de algunas que tuvieron su origen en la explotación de mano de obra esclava de presos republicanos. Entre otras más:  Banús y Huarte (origen de OHL) que construyeron el Valle de los Caídos; Fenosa; Iberdrola; Acciona (que proviene de Entrecanales); ACS, que tiene como filial a Dragados, y un largo etc… (1)

La conclusión es que la impunidad del franquismo, aún vigente, no sólo afecta a los crímenes de la dictadura, sino que se extiende a los orígenes de los poderes económicos en el franquismo y a sus herederos en la actualidad (2).

Un poder económico que nació y se fundamentó en el crimen, en el robo, y en la corrupción generalizada. Pero sobre todo en la explotación salvaje de la mano de obra trabajadora, gracias a su victoria militar del 39, y el terror impuesto con la salvaje represión ejercida contra la clase obrera.

En consecuencia, estamos convencidos de que sólo se podrá cambiar el actual estado de cosas rompiendo con la impunidad del franquismo y con la herencia que de él hemos recibido. Cuestionar el  régimen del 78 sin cuestionar la impunidad del franquismo, es sólo retórica vacía de contenido.

Pasado mañana sábado, de la puerta del Sol de Madrid sale una de las marchas de la manifestación, la de la Memoria histórica. Nosotros, la Federación Estatal de Foros por la Memoria volveremos a llevar una pancarta roja con las siglas UHP (Uníos Hermanos Proletarios), el mítico lema de la Revolución de 1934 y de la resistencia al golpe fascista de 1936.

Compañeras, compañeros, camaradas, nos vemos el  sábado en Madrid.

No pasarán.


(1)  Franquismo S.A.  Antonio Maestre. La Marea, 20 de noviembre de 2014

(2)  Ricos por la guerra de España, de Mariano Sánchez Soler. Raíces 2007

viernes, 13 de marzo de 2015

"Ni de izquierdas ni de derechas", por Manuel Lago

Manuel Lago. La Voz de Galicia, 13 de marzo de 2015

La indefinición ideológica con la que se presentan las dos fuerzas emergentes en el mapa político español, Podemos y Ciudadanos, no es un fenómeno nuevo. Sin acudir a referencias ominosas, que sería injusto utilizar y además ensuciarían el debate con su presencia, el «no somos de izquierdas ni de derechas» es una constante en el juego político. Y no solo en España.
El ex primer ministro británico Tony Blair, el impulsor de la denominada tercera vía, dijo que «en la economía globalizada no existen derechas o izquierdas, sino buena o mala gestión del espacio público». Era el 2002 y el personaje estaba liquidando al partido laborista, una organización creada por los trabajadores británicos para llevar su voz al parlamento.
Entre nosotros Felipe González lo expresó utilizando una frase del líder chino Deng Xiao Ping: «blanco o negro, lo importante es que el gato cace ratones» para señalar el abandono de los principios ideológicos que impuso en el PSOE hasta convertirlo en lo que ahora es.
Pero, sin duda, la principal referencia intelectual de este ya largo debate es el ideólogo norteamericano Francis Fukuyama, que en 1989, en el escenario de la caída del muro de Berlín, proclamó el fin de la historia: el capitalismo ha vencido, no existe un modelo alternativo, las ideologías ya no sirven, ahora es solo la economía. Con estos antecedentes, hay muchos más obviamente, se entiende la preocupación de los que pensamos que otro mundo es posible ante la deriva de fuerzas políticas que quieren representar a los de abajo frente a los de arriba.
Podría ser una simple argucia electoral, utilizar la indefinición ideología para intentar conseguir más votos, pero hay otros elementos que hacen temer que la cosa es mucho peor. En el discurso de las fuerzas emergentes ha desaparecido el conflicto entre clases que recorre la historia de la humanidad -y que hoy protagonizan el capital y el trabajo- y todo el debate gira en el entorno de la gestión política. El bipartidismo, la metodología en la elección de candidatos, la nueva y la vieja política o la transversalidad son los términos que han desplazado de la agenda la desigualdad, la explotación, las diferencias sociales, el enorme poder de las grandes empresas multinacionales, la especulación, los oligopolios? en definitiva, el capitalismo globalizado y desregulado que impone su hegemonía a los Gobiernos aquí y en todo el mundo.
Hay que ser claros: proclamar el fin de las ideologías, no ser de izquierdas ni de derechas, significa renunciar de forma explícita a luchar por cambiar el modelo y hacerse cómplice de los que llevan años intentando acabar con la ilusión colectiva de que es posible construir otra sociedad más justa. Es aceptar de forma resignada que la única finalidad de la política es, pura y simplemente, gestionar lo que hay. Sin más.
Un discurso que está bien para las fuerzas del sistema, para los que representan a los poderosos, para los que no quieren que nada cambie porque ya les va bien con lo que hay. Pero completamente inaceptable para los que siguen luchando por una sociedad emancipada, de hombres y mujeres libres e iguales, en la que no tenga lugar la explotación y que se reconocen a sí mismos como parte del hilo rojo que cruza la historia de la humanidad y que sí, se reivindican de la izquierda.

jueves, 12 de marzo de 2015

"El franquismo es estructural, somos nosotros", por Suso de Toro

Suso de Toro. El Diario.es, 11/03/2015



De cuando en cuando aparece en las noticias algún apellido que me sobresalta y me lleva momentáneamente a un pasado tétrico. De repente oigo el apellido del coronel que, al mando de la guarnición de artillería, ocupó mi ciudad el 20 de Julio de 1936 o el de quien había sido alcalde por la CEDA, luego conspirador golpista, luego nuevamente alcalde, luego juez del Tribunal Supremo…Y es que, literalmente, nos gobiernan las mismas estirpes. (“Estirpe” esa palabra tan querida por nuestros gobernantes) No se trata de la estirpe genética pero sí familiar e ideológica, se transmitieron los frutos de la victoria.

Es natural, hubo familias que desaparecidas por asesinato o por el exilio pero las personas de aquellos apellidos ni murieron ni se exiliaron, por el contrario reinaron. En aquel momento efectivamente hubo dos Españas, una en hueco, la de aquellas personas que desaparecieron de un modo o de otro de la faz de esta tierra, esos fueron los apellidos que desaparecieron y que no aparecen en las noticias. Muchos de esos apellidos siguen enterrados en cunetas. Y  hubo otra España en relieve, la de los golpistas, los asesinos y, también, los supervivientes bajo su mando, quienes se esforzaron en sobrevivir. ¿Además de sobrevivir se podía conservar la dignidad? Depende, a veces.

Franco fue, tras el ensayo de Primo de Rivera,  finalmente el “cirujano de hierro” que llevaban invocando tanto los regeneracionistas como las clases más reaccionarias y ese cirujano extirpó sin anestesia piernas, brazos, ojos, pulmones y entrañas. Su colega Millán Astray fue la metáfora gesticulante de aquella España que no fue ni roja ni rota, solo un despojo torturado.

Nadie escoge a sus padres, no está en nuestras manos y por tanto no es nuestra responsabilidad. No hay culpa en ser hijo o hija de nadie pero, más allá de los afectos, un cierto sentido del deber nos conduce a comprender los actos de nuestros padres y, frecuentemente, a justificarlos aunque sean injustificables. Tratar con el pasado es complicado pero si hay voluntad de verdad y de corregir los errores siempre se encuentra el modo. Sin embargo, tanto la reparación de los daños como la corrección de errores del pasado no es posible en España porque en la práctica nos está prohibido conocer. No probaremos la fruta del conocimiento porque los amos de este paraíso nos condenan a la inocencia, una inocencia perversa como la de Peter Pan.

Al no haber habido ruptura democrática, se nos dio un cambio de régimen, pero el franquismo perduró y se transmite. Está en las estructuras profundas del Estado y en la cultura política que forma a muchos de sus funcionarios y está empapando toda la vida pública. Ya no hablo de que estemos gobernados por un partido dirigido por personas de corrupción probada y que creó una red de corrupción de ámbito estatal. De lo que hablo es de que en un país con cultura democrática, eso que llamamos con bastante optimismo “un país normal”, sería imposible que un partido que gobierna escogiese a sus candidatos electorales por designación del jefe político. Lo que acaba de ocurrir en el PP madrileño. Solo se puede explicar porque, efectivamente, el pasado de ese partido es el franquismo y sigue estando en su presente. Solo eso explica que tampoco eso cause escándalo social.

Es la presencia del franquismo entre nosotros lo que permite que cuando decimos esto siempre aparezca alguien para negar esa evidencia, es la presencia del franquismo lo que permite a “la oposición responsable” actuar simulando ignorarlo para poder seguir con enjuagues y trapicheos.

Y está en todos nosotros, en nuestras familias, en nuestros vecinos, en una grada de un campo de fútbol que anima a un maltrador a seguir abusando de su mujer a la que llaman “puta”. En la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre que acaba de lanzar una moneda conmemorativa, “Setenta años de paz”. Cuando Franco conmemoró los veinticinco años de su victoria Fraga le organizó unos portentosos fastos…, el Estado sigue contando los “años de paz”. A aquellos le llamaron “años de paz”, se lo siguen llamando.

Es la presencia del franquismo lo que impidió que la Ley de Memoria Histórica, con sus limitaciones, pudiera cumplir su función reparadora. De ese franquismo actuante es de donde vinieron, primero, las críticas y los ataques a un gobierno que "quería reabrir las viejas heridas fratricidas” y luego la asfixia de la ley.

Y es la misma presencia del franquismo lo que perdura también en mí cuando lo reconozco en tantas cosas, tener que seguir levantando esa acta a estas alturas es la prueba de esa presencia actuante. Sé que me moriré y esa presencia fantasmal seguirá viva y, siento decirlo, también les ocurrirá lo mismo a muchos de ustedes. Así es la vida por aquí.


martes, 10 de marzo de 2015

"El apolítico, vanguardia del reaccionariado", por Pedro L. Angosto | 20 Junio 2013

El apolítico, vanguardia del reaccionariado

  

Pedro L. Angosto. Nuevatribuna.es 20 Junio 2013


Un día de 1976 nos encontrábamos en clase de griego en el Instituto Público de Caravaca. Dábamos etimología. El profesor, Don Juan Romera, preguntó a uno de mis compañeros por sus ideas políticas. Un tanto perplejo y huidizo mi amigo le dijo que él era apolítico. Don Juan, que era un magnífico profesor, le explicó que eso no podía ser porque si era apolítico, era también apersona, que todas las personas tenían ideas políticas y debían manifestarlas para combatir la ignorancia y la indolencia y conquistar nuevas parcelas de libertad y justicia. Luego nos leyó el célebre pensamiento de Bertolt Brecht: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”. Durante el resto de la clase estuvimos debatiendo a Brecht llegando a la conclusión irrefutable de que nadie podía ser apolítico y que quién así se definía eran personas medrosas de ideología derechista muy próximas al lumpen, clase social sin conciencia de serlo, situada por debajo del proletariado y dispuesta a hacer cualquier atrocidad por cuatro perras para favorecer la estrategia del “amo”.

Se insiste mucho en algunos medios no lobotomizados sobre la escasa contestación ciudadana contra la brutal política antidemocrática –entendido el término en su sentido literal y esencial- que está poniendo en práctica el partido que gobierna España y los que gobiernan la UE. Se dice que por decisiones mucho menos duras que las que hoy nos impone la derecha reaccionaria, hace treinta años se habría armado la de dios es cristo. Unos afirman que es por el colchón familiar, otros que por las pensiones de los abuelos, otros que por esa miseria de 400 euros que se da a quienes ya no tienen derecho a la prestación por desempleo. Y creo que son ciertas todas esas explicaciones, que el conjunto de todas ellas hacen que quienes más estén sufriendo la crisis hayan entrado en una especie de letargo que les impide reaccionar como las leyes de la naturaleza obligan ante agresiones que ponen en riesgo la propia subsistencia y la de tu prole. Pero con ser ciertas no impiden que haya otras causas que nos ayuden a comprender porque ahora mismo el país, el continente no esté ardiendo por los cuatro costados ni que los responsables –que tienen todos nombre y apellidos- de esta inmensa estafa y de este bestial retroceso en el tiempo no estén ahora mismo refugiados en la parte más helada de la Antártida.

Durante la dictadura franquista el catolicismo lo impregnaba todo y consiguió meter en el tuétano de los huesos de la mayoría de los habitantes de este país el virus de la resignación. Recuerdo los increíbles “razonamientos” con que los clérigos nos sermoneaban a diario para hacernos “buena gente” de mañana: “Si te rompes una pierna, da gracias a Dios porque no ha querido que te rompas las dos”; “si se te muere tu padre, da gracias porque Dios se lo ha llevado y todavía te ha dejado a tu madre”; “si te acuestas con hambre, da gracias a Dios porque te permite dormir…”. La resignación cristiana y la represión fascista fueron el caldo de cultivo en el que creció el apoliticismo. Al criminal Franco se atribuye aquella frase propia de un besugo que decía: “Ustedes hagan como yo, no se metan en política”. Mientras, firmaba penas de muerte a destajo. El caso es que durante los años anteriores a la muerte del tirano y los que siguieron sólo unos cuantos cientos de miles de españoles se movilizaron y se la jugaron para conseguir el regreso de la democracia. El resto, aunque duela decirlo, iba a lo suyo, igual que hoy, recelando de cualquier persona que hablase de cambiar las cosas, de libertad, de igualdad o de cosas tan peregrinas como el derecho de todos a la Educación y la Cultura.
Los pactos de la transacción, entre otros muchas cosas, obviaron la debida y obligada atención que toda democracia debe a la Educación del pueblo, a elevar su nivel cultural y excitar su espíritu crítico. Pese a todo, durante unos cuantos años, los que van desde principios de los ochenta a la llegada de Aznar al poder, se crearon magníficas universidades públicas, se restauraron cientos de teatros abandonados, se fundaron universidades populares, casas de cultura y centros de alfabetización, aunque, al mismo tiempo, se fueron entregando –sobre todo por los gobiernos autonómicos, con competencia plena en la materia- parcelas educativas cada vez mayores a la Iglesia, y la Iglesia católica española sólo sabe de nacional-catolicismo, que para eso lo inventó. Ese prolongadísimo descuido hizo reverdecer a partir de la década de los noventa la figura del apolítico, esa persona que nos encontramos en el metro, el autobús, en el bar, en la calle, vociferando y despotricando contra quienes intentan hacer leyes justas y contra quienes en las calles exigen que la democracia lo sea de verdad. El apolítico está en todas las clases sociales, es, como ahora se dice, un ser transversal. Si tiene posibles y es de “buena estirpe” puede presidir una cofradía de Semana Santa, un equipo de fútbol, una asociación de damas de la caridad o, incluso, presidir un gobierno; si su extracción social es baja puede ser excelente manigero, correveidile, intoxicador o desmovilizador social en constante alerta, siempre pendiente de que “el amo” aplauda su voz y sus actos a la espera de una canonjía o un puestecito para sus hijos y sobrinos en la consejería que sea de la comunidad o ayuntamiento que sea. Es un ser miserable, carente de ética, contrario a la moral pública, un ser primario muy poco evolucionado al que no interesa cosa alguna que no esté muy directamente relacionada con él o con los intereses del que “manda de toda la vida”. Luego está, dentro del mismo gremio, una inmensa tropa de presuntos indiferentes que nunca expresan sus ideas ni muestran interés alguno por la cosa pública, pero que son al final quienes, con su ignorancia, indolencia, voto o abstención, deciden quién nos va a gobernar a todos.

Aunque parezca mentira, los efectos de la estafa financiero-ladrillera urdida por Aznar, Rato y la banca española y mundial, además de los inmensos daños económicos causados a la mayoría de los ciudadanos de este país, trajo un destrozo si cabe mayor: El embrutecimiento radical de una parte sustancial de nuestros conciudadanos, y el bruto es un “apolítico resignado” que siempre está dispuesto a plegarse ante los abusos de los poderosos y a morder con saña a quien se la juega luchando por el interés general, incluido el suyo. Son la vanguardia del reaccionariado, el brazo armado de los sátrapas, corruptos y malhechores de guante blanco y negro.


"El Concordato no es solo el culpable", por Víctor Moreno

El Concordato no es solo el culpable



Víctor Moreno | Escritor y profesor.
Nuevatribuna.es | 06 Marzo 2015

Una forma habitual de descalificar los Acuerdos con la santa Sede (1979), derivados del Concordato (1953) es caracterizarlos como acuerdos preconstitucionales o paraconstitucionales. Incluso, se los ha considerado como anticonstitucionales.

Digamos que los Acuerdos, tanto los redactados en 1976 como en 1979, son hijos putativos del Concordato. En realidad, son el Concordato. Presentados con otro nombre han intentado borrar de ellos la semántica franquista que los delata.

Pero, los acuerdos, se llamen como se llamen, sangran. Fueron, lo siguen siendo, un botín de guerra suculento con el que los franquistas pagaron a la Iglesia –“sociedad perfecta”, se le denominaba en el primer texto del Concordato-, por su gran servicio prestado antes, durante y después de la Guerra Civil al gobierno de los militares facciosos.

Por esta razón, llama la atención que la Ley de Memoria Histórica -aprobada por el congreso de los diputados el 31.10 de 2007-, y que en el capítulo dedicado a la simbología franquista, establece que los «escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación personal o colectiva del levantamiento militar, de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura» deben ser retiradas, no incluyera en esta higiénica limpieza el texto de los Acuerdos con la Santa Sede, toda vez que estos representan, no solo simbólica sino realmente, el mayor enaltecimiento que se haya hecho del franquismo y del nacionalcatolicismo de una Iglesia totalitaria, sin la cual difícilmente la dictadura del Innombrable se hubiera mantenido en el poder a lo largo de tantísimos años.

En la actualidad, ya no se discute si estos Acuerdos son constitucionales o anticonstitucionales. Y aunque se hiciera no tendrían ninguna consecuencia práctica. Ya es sintomático señalar que ninguna instancia política o jurídica de este país ha presentado un recurso contra dichos acuerdos en el Tribunal Constitucional durante estos casi cuarenta años de su existencia.

Lamentablemente, dichos acuerdos funcionan por encima de la misma constitución. De hecho, sus contenidos concordatarios determinan de forma práctica cómo serán las relaciones de cooperación entre la Iglesia y el Estado, aunque la propia constitución no las sugiera ni establezca de ningún modo específico. Por poner un ejemplo. El artículo 27. 3 de la constitución establece que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”, pero no dice que el gobierno tenga que pagar salarios a obispos y sacerdotes, ni a los profesores que imparten religión en las escuelas públicas.

El espectáculo actual, como resultado de dichos acuerdos, es deplorable, digno de una España negra, donde se da una invasión tan abrasiva de lo público por lo confesional católico, que convierte la declaración constitucional de la aconfesionalidad del Estado (16.3) y el derecho a la libertad de conciencia del individuo (16.1), en papel de fumar.

De hecho, la aconfesionalidad del Estado constitucional sigue sin estrenarse, no habiendo recibido hasta el momento ningún desarrollo orgánico legal, sea por vía de orden, decreto o circular firmados por el Gobierno de turno. Por el contrario, el derecho a establecer los currículos de la enseñanza religiosa en escuelas e institutos derivan, según sus propias palabras, de los acuerdos entre la santa Sede y el Estado. Una decisión que choca frontalmente contra la declaración de aconfesionalidad y de libertad de conciencia que la propia Constitución establece. Es curioso indicar que para desarrollar dicha cooperación entre Iglesia y Estado, el Gobierno de la Nación no ha mostrado escrúpulo alguno en hacerlo de ese modo confesional católico, pero no ha invertido un minuto en cómo aplicar en la vida pública e institucional el alcance de tal aconfesionalidad.

Recordemos que en España seguimos con una Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980, esa ley que en el 2010 el gobierno de R. Zapatero quiso modificar, apelando a lo que entonces se llamó “desarrollo de la laicidad del Estado". Entre otras tímidas medidas, se pretendía prohibir la presencia de símbolos religiosos -como el crucifijo cristiano- en edificios públicos y proponer la búsqueda de fórmulas para hacer funerales de Estado civiles, sin ceremonias religiosas. Así mismo, se quería extender a otras religiones de "notorio arraigo", algunos de los privilegios que disfruta(ba) la mayoritaria confesión católica, a la que el Estado financia con unos 6.000 millones de euros anuales.

El incumplimiento de la aconfesionalidad por parte de la clase política es absoluto

En la práctica, la aconfesionalidad es un fantasma. No se practica en los ámbitos de la esfera pública institucional que le deberían ser propios. Ninguna institución pública –empezando por el propio Gobierno y su jefatura monárquica-, debería dar muestra de confesionalidad religiosa. Sin embargo, las transgresiones de dicha aconfesionalidad han sido permanentes desde que se aprobó la constitución en 1978. En mi libro Santa Aconfesionalidad, virgen y mártir (Pamiela), se ofrecen multitud de ejemplos de estas conculcaciones en todos los ámbitos públicos.

El pluralismo religioso y confesional que consagra la constitución no se ha respetado jamás. Los primeros y máximos transgresores han sido, precisamente, los políticos; es decir, quienes firmaron su carácter aconfesional en la constitución.

El incumplimiento de la aconfesionalidad por parte de la clase política es absoluto. Y no parece que dicha transgresión y delito quite sueño a quienes se pavonean de representar la ciudadanía de este país. No solamente asisten a celebraciones religiosas en nombre propio y de la ciudadanía, sino que, antes de hacerlo, jurararán sus cargos ante símbolos religiosos confesionales. Pero no nos desanimemos. Hospitales, universidades, cementerios, escuelas, institutos, ejército y ayuntamientos rezuman prácticas confesionales católicas a todas horas. En estas instituciones se incumple constantemente el respeto al pluralismo confesional y no confesional de la ciudadanía.

Ya es un tópico indicar que la mayoría de los pueblos y ciudades de este país en cuanto llegan sus fiestas patronales se colocan fuera de la constitución, faltando al respeto que se debe a la pluralidad confesional y no confesional de la ciudadanía.

¿Por qué sucede todo esto siendo tan clara la declaración de aconfesionalidad por parte del Estado? ¿Cómo se puede ser tan permisivo con el incumplimiento de unos artículos de la Constitución, siendo esta tan exigente en otras esferas de la realidad política y social del país?

Convendría no ser ingenuos y no limitarse únicamente a acusar de forma exclusiva y excluyente los acuerdos con la santa Sede como causa explicativa de esta grave anomalía e incongruencia entre legislación y conductas públicas.

Aunque desaparecieran los acuerdos –lo que estaría muy bien, aunque solo fuera por cuestión estética-, el problema de fondo seguiría subsistiendo y la mayoría de las prácticas confesionales de este país seguirían sucediéndose tal y como las conocemos en la actualidad.

En la vida hay cuatro cosas fundamentales: comer, dormir, actividades fisiológicas mayores y menores y joder, o dicho al modo clásico, hacer la picardía. Cuando falla alguna de ellas, la gente echa mano de la papiroflexia, el macramé, el parchís, la literatura, el arte, la filosofía, la metafísica y, para decirlo de forma resuelta, la religión.

La religión forma parte de ese conjunto de soluciones con las que el ser humano se ha dotado para explicar, justificar y mitigar algunos de los efectos negativos de sus anomalías y carencias como sujeto de la especie. La religión es una de las peores soluciones, si no la peor, que el ser humano ha encontrado para explicarse su radical insuficiencia existencial. Lo es, porque las soluciones que busca a sus problemas las encuentra fuera de sí mismo, refugiándose en explicaciones ajenas a su propio ser. Convierte la religión en superstición, y la superstición en religión. Huye de la inmanencia y autonomía moral, para refugiarse en la transcendencia y heteronomía religiosa.

España ha sido uno de los países que más ha valorado la religión a lo largo de su historia, tanto que hemos sido capaces de matar y morir por ella durante siglos. Iglesia mediante, claro. La religión ha sido el humus nutricio de la tradición, de las costumbres, de los usos, de los ritos y de la mentalidad que todavía sigue usándose como justificación existencial de lo que al ser humano le pasa y, sobre todo, lo que no le pasa. Es bien sintomático que los fundamentos en que se basan los obispos actuales para enseñar religión en las escuelas y en los institutos partan de la idea de que el ser humano no puede ser feliz ni humano sin creer en Dios… Los ateos son una anomalía de la especie. Para la iglesia es mejor votar a un corrupto que a un ateo. Porque la mayor corrupción existente es ser ateo.

A esta gente, que se considera además de representante oficial de las tradiciones y de la tradición religiosa nacionalcatólica, hacerles ver que la defensa de la aconfesionalidad y del laicismo no es incompatible con creer en Dios es como pretender explicar a una babosa del campo la teoría de la gravedad. No han comprendido siquiera que creer en Dios o no creer no nos libra de ser unos asesinos, unos crápulas y unos degenerados. De hecho, la población reclusa de cualquier país del mundo está llena de gente que alardea de creer en Dios y en su santa madre. Y no hace falta apelar a la existencia de tanto pederasta ensotanado, porque acabamos de hacerlo.

¿Por qué resulta tan imposible que esta gente entienda que el respeto al pluralismo confesional y no confesional forma parte del Derecho, y que una sociedad no tiene arreglo si su conducta se fundamenta en tradiciones, costumbres y usos cuyo fundamento empírico está fuera de la propia sociedad? ¿Por qué resulta tan difícil de entender que solo aquellos valores, verificados empíricamente sobre la base de verdades discutidas, constituyen el único lazo posible con el que las personas, sean del credo que sean, pueden establecer vínculos reales de unión?
La creencia en Dios no es compartida por todos los seres humanos; luego no puede ser un buen fundamento y un buen vínculo civil para establecer leyes y reglas de comportamiento que afecten a todos.

Pero desengañémonos. Si la sociedad española asumiera de forma consciente el carácter aconfesional de la propia constitución, y, pongo por caso, no llevase sus hijos a clases de religión impartida en escuelas públicas, seguro que, entonces, el Gobierno comenzaría a mirar de reojo los dichosos acuerdos.

Si los alcaldes de pueblos y ciudades de España asumieran de forma práctica el carácter aconfesional de los ayuntamientos que representan, y no asistieran, por ejemplo, a ninguna celebración religiosa en nombre de la ciudadanía a la que usurpan confesionalmente, seguro que entonces la Iglesia empezaría a rebajar sus humos totalitarios nacionalcatólicos.

Pero mientras dure la actual actitud de la sociedad y de los ayuntamientos, tanto el gobierno como la iglesia tendrán motivos más que sobrados para seguir actuando de un modo arbitrariamente confesional.

Los Acuerdos derivados del Concordato tienen su parte de responsabilidad en la degradación confesional en que está sumida la sociedad española, pero el resto responsable pertenece a la propia sociedad que aún no ha rechazado el soborno y el chantaje al que la somete una religión orquestada por quienes han hecho de ella una forma organizada de capitalismo salvaje, con el consentimiento de unos partidos políticos y Gobiernos resultantes –sean socialistas o de la derecha ultramontana-, a quienes la aconfesionalidad les importa un rábano; especialmente, porque nadie mejor que ellos saben que defenderla no suma votos, sino todo lo contrario.

Hay quienes piensan que, solo derogando los Acuerdos con la santa Sede y organizando la vida pública institucional según criterios no confesionales, se podría avanzar en el respeto al pluralismo y a la libertad individual de los seres humanos. Ojalá fuese así, pero me temo que el ser humano ha sido siempre muy reacio a cambiar su forma de ser y de estar en el mundo mediante leyes, sobre todo cuando estas tratan de tocarle el magro de sus creencias y de sus tradiciones de toda la vida… y, si son religiosas, ni para qué contar.