viernes, 30 de enero de 2015

Carta abierta de Julio Anguita a Santiago Carrillo. Julio de 1983

Santiago: Diez años de militancia política no son nada frente a tus cuarenta y seis años en el P.C.E.. La experiencia de un Comité Provincial y un Central de Andalucía no es nada frente a la tuya, de muchos años, como Secretario General. Cuatro años y medio de alcalde comunista, no son nada frente a la enorme experiencia que tú has acumulado en seis años de portavoz parlamentario. Sin embargo, quiero hablarte con la autoridad moral que me da el haber perdido en el X Congreso y haber mantenido el sentido de la disciplina por respeto al Centralismo Democrático, a la mayoría y a las normas estatutarias. 

Yo no se si la frase que aparece en un diario nacional "...pienso seguir haciendo lo que me parezca", la has dicho así exactamente pero tus actuaciones de los últimos tiempos y tus palabras de otros días parecen confirmarlo. Los momentos en los que vivimos aconsejan prudencia en los gestos y palabras y audacia en la reflexión, en el análisis y la discusión política. Tú has sabido dar ejemplos de prudencia en las horas difíciles en que volvía a renacer la Democracia en España; no malgastes ese caudal político; no derroches esa experiencia, que este Partido asume, con salidas extemporaneas, izquierdizantes y fraudulentas. Tú no eres un militante cualquiera, razón de más para la prudencia; razón de más para evitar el progresivo confusionismo ideológico en nuestro Partido. Un Partido Comunista no es un conjunto de normas, de gritos, de machadas o de "revivales", confusos. Un Partido Comunista es un proyecto de sociedad, una teoría política científica, una práctica seria, consecuente, abierta a la realidad y rigurosa, sobre todo, rigurosa.

No tenemos más dirección que la surgida del X Congreso; los cambios operados en la misma lo han sido según marcan los estatutos de nuestro Partido y, por tanto, hasta el XI Congreso esa es nuestra dirección (y tú formas parte de ella). Una Dirección a la que todos, dentro del marco estatutario le debemos obediencia con el sentido comunista de la disciplina. Invoco a esa disciplina que surge del convencimiento o de la aceptación de que, tras el debate, la minoría se supedita a la mayoría. Ahí está la historia más reciente de nuestro partido para demostrarlo: supresión del término marxismo-leninismo, agrupaciones territoriales, Eurocomunismo, Frente Democrático, etc. Disciplina que nos ha llevado a aceptar esas formulaciones independientemente de que, a título personal, pudiéramos creer que eran producto de apresuradas decisiones a la luz de un sospechoso tacticismo. Decisiones que hemos aceptado y que solamente podíamos discutir en el único sitio que debía hacerse: los Órganos Regulares del Partido.

Defiende en el Congreso tus posturas; explícanos qué queda de “Eurocomunismo y Estado” en tus últimas intervenciones públicas; dinos qué hay de actual en Lenin, y dilo pronto porque si convences, deberíamos ir todos, rápidamente, a sacarlo de la fosa en la que tú lo sumergiste en 1978. Convéncenos de que el bloque Social de Progreso (PSOE incluido) ya es solamente el Partido Comunista y su zona de influencia. Acláranos si lo que tú comenzaste a llamar Eurocomunismo es una estrategia hacia el socialismo o una mera maniobra táctica. Ilústranos acerca del proyecto de transformación de la sociedad en, con y para la libertad.

Hoy, más que nunca, necesitamos de un gran Partido comunista maestro de la táctica y enemigo mortal del tacticismo. Un Partido Comunista que tenga la valentía de arrinconar las cosas viejas y potenciar, confesándolo públicamente las muchas que todavía deben de estar vivas. Un Partido Comunista que no acuda a la demagogia de las vísceras y de los sentimentalismos, que no mire constantemente al pasado sino que se faje, sin prejuicios, con el presente con la vista en la hermosa visión de nuestra utopía futura. Un Partido comunista en el que tú, Santiago, estés en tanto que aportes para el hoy y para el mañana.

Nosotros no tenemos, no debemos tener otra guía política que la elaboración colectiva de la teoría y la aplicación unánime de la práctica. No debemos caer en caudillismo, liderazgos o en devociones personales. Tú, más que nadie, tienes que dar la lección de que sabes perder y de que sabes quedar en minoría. Tú, más que nadie, no puedes invocar tu real derecho a decir o hacer lo que quieras mientras estés en este Partido porque corres el riesgo de que tu otro Yo, el de pasadas y recientes épocas, saque los estatutos del Partido con la misma firmeza que fueron aplicados en otras ocasiones y los que todavía te respetamos tengamos que asistir al desagradable espectáculo de tus dos mitades personales en dolorosa y esquizofrénica pugna.

Santiago: para desgracia de muchos dirigentes políticos existe una facultad humana que se llama Memoria; sirve para garantizar constantemente que podamos pedir Consecuencia, no solo en el tiempo y el espacio, también entre la Teoría y la Práctica. Solamente podemos pasar esa dura aduana de la memoria si exhibimos el pasaporte revolucionario de la Autocrítica. Entre los comunistas no debe haber nada más que un medio para resolver los problemas y las diferencias: la discusión política, fría, serena, sin carga personal alguna, sin “buenos” ni “malos”, sin despropósitos, sin calificativos, sin esperpentos; exactamente todo lo contrario de lo que tú estás haciendo por los arrabales del pensamiento con la ligereza y la frivolidad de un resentido.

"Sobre política, historia y el papel de los intelectuales”, por Edward P. Thompson

"Reflexiones inéditas de Thompson sobre política, historia y el papel de los intelectuales”: Edward P. Thompson

Se reproduce a continuación la versión castellana de un breve texto inédito de Edward P. Thompson escrito en el marco del Programa Historia y Sociedad de la Universidad de Minessota en el año académico 1987-88  con el título informal de “Reflexiones sobre Jacoby y todo eso”. El working paper circuló fotocopiado entre los estudiantes del Programa y parece solicitado como comentario al entonces reciente bestseller de Russell Jacoby The Last Intellectuals: American Culture in the Age of Academe [Los últimos intelectuales: la cultura norteamericana en la edad de la academia].

Se me ha invitado a decir algo sobre las relaciones entre la escritura, la historia y la política conforme a mi propia experiencia. [1] En cierto sentido, hay poco que decir que no resulte obvio. O eso me parece a mí. Uno escribe historia como historiador y se embarca en la polémica política como ciudadano, y una cosa no excluye a la otra. En efecto, los dos papeles pueden solaparse o aun confundirse a veces, pero tampoco significa eso que se precise de llegar a grandes compromisos. Los modos de salir airoso del asunto son menos un problema teórico que un problema práctico. Yo estoy resueltamente en contra de mezclar la docencia con cualquier variante de proselitismo político, porque eso es aprovecharse injustamente de una posición de ventaja sobre los estudiantes. Mi impresión, de todas, todas, es que ese abuso lo suele cometer de manera flagrante, mucho más que la izquierda, una derecha incautamente habituada a suponer que sus puntos de vista constituyen la única ortodoxia posible. Pero eso no debe ser excusa para que la izquierda se ponga a emular abusos de la derecha.

Tal vez parto de este simple punto de vista porque mi padre fue un escritor: un historiador y un polemista en asuntos que tenían que ver con la independencia de la India. De manera que la forma “normal” de ir a trabajar que yo observé en mi infancia consistía en bajar en pantuflas al estudio con una humeante taza de café en mano. [2] El ruido de la máquina de escribir era “trabajo”. Mi padre tenía también cierta relación contractual a tiempo parcial con la Universidad de Oxford, como Lector de bengalí y, luego, como investigador asociado en Historia de la India; pero sus tareas no eran demasiado exigentes, de manera que pasaría probablemente por el filtro de la severa definición de “intelectual”  de Russell Jacoby. Él, sin embargo, se entendía a sí mismo como “escritor”: como poeta, novelista, historiador, periodista y hombre de letras. Y cuando abría  el correo, rebosante de interminables peticiones para escribir sobre esto, hablar sobre estotro, leer tal manuscrito o asesorar sobre tal otro (casi siempre de balde), se entendía también a sí mismo como servus servorum [siervo de los siervos].

Los años en que yo he venido desempeñando un papel prominente en el movimiento por la paz me han permitido comprender demasiado bien esa forma de entenderse a sí propio. El mundo está lleno de gente encantadora y meritoria que, por alguna razón, suponen que un escritor es un servidor público sin goce de sueldo. A veces, la mitad o más de mi vida laboral se destina a responder el correo, y la pila de cartas todavía sin respuesta gravita permanentemente sobre mi mente. Una parte de esa correspondencia hace al mantenimiento de una buena relación con un público, pero ese público también puede ser irreflexivamente exigente. La Trampa-22 del asunto es que uno nunca llega a conocer a los corresponsales delicados, precisamente porque tienen demasiado tacto como para inundarte con cartas.

Baste eso como prólogo. Quedan por añadir tan sólo algunos breves detalles biográficos. Cuando era joven, yo suponía que podría llegar a ser un Escritor (con mayúscula). Mi primer empleo fue de tutor extramuros, cargo que desempeñé 17 años en West Yorkshire para la Universidad de Leeds: se trataba de tutorías externas en la educación de adultos. Volveré sobre eso. Yo me hice historiador en esa época escribiendo mis libros sobre William Morris y sobre La formación de la clase obrera en Inglaterra. [3] Dorothy (mi mujer) y yo andábamos muy metidos en el activismo político: el momento culminante fue el feroz conflicto dentro (y, luego, fuera) del Partido Comunista (1956) y la formación y el trabajo editorial para The New Reasoner y la New Left Review. Mi siguiente puesto de trabajo fue ya dentro de una universidad, la recientemente fundada Universidad de Warwick: sólo me duró seis años, pero una de sus recompensas fue la formación de un excelente centro de graduados, especialmente fuerte en el estudio de la historia social inglesa del siglo XVIII. Luego dimití (1971) para poder escribir, oportunidad que me brindaba Dorothy, quien (con los chicos ya un poco crecidos) logró tardíamente entrar en le enseñanza universitaria, lo que significaba el ingreso de un salario académico regular en la familia. Mi libertad para ser un intelectual dependía de eso, y tal vez Jacoby presta poca atención a este tipo de asuntos materiales garbanceros. Escribir seriamente por cuenta propia no proporciona un sustento. De vez en cuando, en las dos últimas décadas, hemos recargado nuestra cuenta bancaria y también nuestros recursos intelectuales aceptando la amable hospitalidad de universidades norteamericanas, canadienses y otras para enseñar ocasionalmente o durante cursos enteros. De modo que yo soy medio intelectual y medio académico. Mi vida de escritor académico se ha visto interferida –y repetidamente aplazada— por las exigencias de la publicística política polémica: primero, en defensa de libertades civiles como la integridad del sistema de jurados populares y en oposición al autoritarismo creciente en Gran Bretaña; y luego, en representación del movimiento por la paz. Si hay que distinguir entre el escritor de historia y el escritor político, entonces el historiador que hay en mí lamenta mucho los años desperdiciados en política: y nunca más que ahora, cuando me hallo rodeado de obra inacabada y demasiado poco tiempo por delante. Pero, como ciudadano, no tengo por qué disculparme con el historiador.

Volvamos a Russell Jacoby, aunque supongo que ya os habéis hecho una idea suficiente de su posición durante el seminario. A mí, en general, me gusta su libro. Con una prosa viva y abundancia de ejemplos, presenta a la cultura académica, no como una solución, sino como un problema. Tal vez me gusta el libro porque yo mismo he venido sosteniendo tesis parecidas durante años. En una discusión sobre el papel de la universidad en la educación de adultos, escribí (en 1968) lo que sigue:

“La cultura educada superior no está ya aislada de la cultura popular conforme a las viejas fronteras de clase: pero sigue estando aislada dentro de sus propios muros de autoestima intelectual y soberbia espiritual. Hay, huelga decirlo, más gentes que nunca que atraviesan los muros y entran. Pero es un gravísimo error –en el que sólo pueden caer quienes miran la universidad desde fuera— suponer que, dentro de los muros, se hallan ardientes protagonistas (…) de valores intelectuales y culturales. En la buena clase de adultos, la crítica de la vida se lleva al trabajo o al objeto de estudio. Es natural que esto resulte menos común entre los estudiantes universitarios corrientes; y buena parte del trabajo del profesor universitario es del tipo de un charcutero intelectual: pesar y medir programas de estudio, listas de lecturas o temas de ensayo en pos del entrenamiento profesional que se pretende. El peligro es que ese tipo de necesaria tecnología profesional se confunda con la autoridad intelectual: y que las universidades –presentándose a sí mismas como sindicato de todos los ‘expertos’ en todas las ramas del conocimiento— expropien al pueblo su identidad intelectual. Y en eso se ven secundadas por los grandes medios centralizados de comunicación –señaladamente, por la televisión—, que suelen presentar al académico (¿o tal vez debería hablar de ciertos académicos fotogénicos?), no como un profesional especializado, sino, precisamente en ese sentido, como un verdadero ‘experto” en la Vida.”   (“Education and Experience,” págs. 21-22)

Esta no es exactamente la misma queja que la de Jacoby, porque lo que a él le preocupa es la incapacidad de los académicos para proyectarse como intelectuales públicos, mientras que lo que a mí me preocupaba era la expropiación de la vida intelectual de la nación por parte de las universidades. Pero ambos estamos radicalmente interesados en el intercambio, en el diálogo entre la academia y el público. Sin embargo, Jacoby presenta el problema de manera demasiado fácil. A pesar de las salvedades, su libro parece presentar un autoaislamiento voluntario en el que los intelectuales comprometidos han terminado optando por el progreso profesional en el cuadro de los mefíticos vocabularios de las carreras académicas. Es verdad que eso se da ahora, como se dio en el pasado. En momentos materialistas y horros de heroísmo eso se dio ya antes. Pero seguramente no es sino la mitad del proceso. Jacoby no se molesta en inquirir más allá, en indagar en las razones “estructurales” del autoaislamiento de una categoría de intelectuales: no se pregunta si ese aislamiento y ese autoencarcelamiento con jerga autopromocional es consecuencia no menos que causa. ¿No será que las relaciones políticas e intelectuales entre los intelectuales y el gran público se han visto interrumpidas por cambios en las tecnologías de la comunicación, o tal vez que, como consecuencia de ulteriores cambios políticos e ideológicos, los intelectuales se han quedado hablando consigo mismos o sin tener mucho que decir que sea de interés general?

Llegados a este punto, yo les invitaría a ustedes a echar un vistazo a dos artículos míos que entraban en ese problema desde distintos ángulos. El primero, “The Segregation of Dissent” [La segregación del disenso], fue escrito para la BBC y finalmente rechazado por ella en 1961; terminó publicándose en un pequeño periódico estudiantil publicado en Oxford, The New University. [6] El destino final de su publicación parecía la ilustración de su argumento. El segundo, “The Heavy Dancers” [Los bailarines grávidos] venía a ser, en cierto modo, una reelaboración del argumento del primero, pero en el contexto harto más autoritario que se daba veinte años después. [7] Fue un encargo de una unidad de producción algo osada de una TV comercial que trabajaba para el ocasionalmente intelectual Chanel Four. Pero la iniciativa no era tan osada, ni mucho menos, porque el nervio sensible de mi charla –que tenía que ver con la Guerra de las Malvinas— ya había sido ampliamente enervado por la victoria de la Señora Thatcher. Durante esa guerra, aun cuando todos los sondeos de opinión arrojaban entre un 20% y un 25% de la población contraria a la guerra, la presentación televisiva o radiofónica de argumentación antibélica habría resultado imposible. Me limito a subrayar ante ustedes la obviedad de que hay razones estructurales y políticas para el aislamiento de los intelectuales (si son disidentes). Lo que resulta especialmente obvio en la Gran Bretaña de las pasadas décadas, con el constantemente creciente autoritarismo, la absurda obsesión gubernamental con la pseudoseguridad, la complicidad del poder judicial y la prensa popular decadente. Hay, desde luego, y lo digo complacido, cierto movimiento de resistencia entre los propios profesionales de los medios de comunicación –señaladamente, en la televisión—, pero la Señora Thatcher ya se está ocupando de eso.

A mí me parece que algo similar ha venido ocurriendo en los EEUU desde el final de la II Guerra Mundial. En la revista Tri-Quaterly (nº 70) he esbozado una especie de biografía intelectual de vuestro distinguido compatriota de Mineápolis, el poeta Thomas MGrath, comparándolo con un movimiento de resistencia desarrollado a través de “samizdat” compuestos con pequeñas reseñas. [8] Ahora mismo, este distinguido intelectual se encuentra marginado de la vida académica norteamericana: su obra no figura en los programas de estudio, ni se discute en la New York Review of Books. ¿No será que los argumentos de Jacoby son circulares y autoconfirmatorios? No menciona a McGrath, presumiblemente porque no ha oído hablar de él. ¿Y cuántos intelectuales habrá que resulten invisibles por las mismas razones? Envié un manuscrito de mi estudio sobre McGrath a ese fino historiador literario que fue el último Warren Susman. Su respuesta me resultaó estimulante. Pero en una cuestión disentía vigorosamente. La cultura de resistencia de los pequeños periódicos samizdat por todos los EEUU debería considerarse tan “típica” de las décadas recientes como la cultura “oficial” de la academia y la New York Review of Books. “Para el historiador cultural”, sostenía Susman, “los hechos culturales importantes son tanto la tipicidad como la especificidad única de McGrath”.

Yo no sé cómo lidiar con este problema. Doy todo mi apoyo a la labor de las revistas minoritarias, y no sabría ni contar las horas, días, semanas, meses y años de mi vida dedicados a la edición de, a la colaboración con y a la financiación de ese tipo de publicaciones, desde Our Time hasta el New Reasoner, desde la New Left Review hasta, hoy mismo, el END Journal. Pero por importantes que sean estas publicaciones, no resuelven por sí propias el problema de la comunicación con un público más amplio. Se necesitan ciertos mecanismos de transmisión o de mediación. Cuando conocí a Wright Mills en los primeros días de la New Left Review, andaba muy preocupado por este problema. Creía poder encontrar una solución con el pequeño libro de bolsillo, y construyó una particular alianza amistosa con Ian Ballantine, de Ballantine Books, quien planeó poner esa idea por obra sirviéndose de máquinas expendedoras de libritos de bolsillo en las grandes superficies comerciales a lo largo de los EEUU: podría llegar a vender hasta 20.000 ejemplares de cada libro, aun si se limitara a ofrecer una cubierta sobre un cuaderno de páginas en blanco. (Yo sospecho que si hubiera llegado a poner eso en práctica con demasiada frecuencia, sus máquinas habrían sido saboteadas.) [El libro de Wright Mills] Escucha Yanky fue escrito para ese tipo de audiencia de Ballantine, y (la primera versión de) La imaginación sociológica, así como Las causas de la III Guerra Mundial, pensaban en una audiencia similar. [9] Recuerdo claramente haber discutido sobre todo eso con Mills y Ballantine en una finca rural de una montaña galesa, y yo, desde luego, veía la edición  del libro de bolsillo como un medio “de masas”, como una respuesta a la TV y a la prensa popular. El problema no es sólo que los productos intelectuales o políticos compiten pobremente cuando comparten salida comercial con el sensacionalismo, la pornografía ligera, la novelita de ocasión o aun las guías para computadores, sino que, en el intento de convertirlos en competidores efectivos, pueden diluirse sus cualidades intelectuales. Admiré mucho –y sigo admirando— el ejemplo de Wright Mills. Pero pensaba que Escucha Yanky habría resultado más eficaz, si no hubiera sido escrito en telegrafés; que La imaginación sociológica presentaba un argumento demasiado facilón; y que Las causas de la III Guerra Mundial –que he releído recientemente— arruinaba los efectos de algunas visiones de notable penetración (que han resistido el paso del tiempo) al envolverlas en un formato argumentativo pobremente servido por una prosa asertiva y exclamatoria. La popularización es un tipo especializado de escritura para el que pocos están dotados, y si un pensador populariza sus propias ideas, puede terminar sin otro resultado que el de su devaluación.

Lo que pueda suministrar un medio de transmisión de las ideas disidentes acaso no sea una solución técnica –un periódico popular o una máquina expendedora de libritos de bolsillo—, sino un movimiento político, religioso, nacionalista o del tipo que sea. Sí, será gallina o será huevo, pero a menudo gallina y huevo aparecen juntos: las ideas se popularizan y se difunden rápidamente, porque: a) la opinión pública ya está preparada para recibirlas; y b) cierta excitación pública junta a las gentes en asociaciones, clubs, ejércitos o entusiasmos religiosos, en los que las ideas se debaten rápidamente. Las ideas radicales pueden mantenerse dormidas por décadas, derrotadas por la aniquiladora propaganda del statu quo; pero si pueden cambiar las circunstancias de modo que apunten a una nueva oportunidad, si aparecen razones para la esperanza, entonces las ideas radicales pueden florecer al instante y por doquiera. (Aun cuando los primeros 18 meses de reformas del Sr. Gorbachov se vieron con sospecha y cautela, yo creo que en la Unión Soviética puede apreciarse ahora en acción esa esperanza que es siempre una potente fuerza histórica.)

[Esta línea falta en la copia mimeografiada del manuscrito de Thompson que se está usando para la traducción] … durante el New Deal, las preocupaciones del común y el discurso del común se difundieron por todos los EEUU; en Gran Bretaña, una parte del público llegó a organizar en clubs de préstamo de libros. A fines de los 50, fenómenos similares llevaron a la fundación de la New Left Review (NLR). Durante un breve período (tal vez entre 1961 y 1963) tuvimos 20 o más clubs de la NLR en los grandes centros urbanos: servían como estafetas de entrada y salida de la revista y como lugares de irradiación para iniciativas políticas locales. Se trataba tanto de una correa de transmisión como de una audiencia con una identidad conocida: la sección final del libro de Raymond Williams The Long Revolution [10] se dirigía tal vez a esa audiencia, lo mismo que (ciertas partes de) mi libro La formación de la clase obrera en Inglaterra. Pero prestar servicio a esos clubs representaba una pesada carga para nuestro desbordado comité editorial, que funcionaba en parte como asesor y en parte como organizador de un nuevo movimiento de izquierda. Algunos miembros del comité sentían que su intervención en el movimiento resultaba incompatible con una actividad intelectualmente congruente de la revista, y varios jóvenes y brillantes colegas terminaron (a resultas de otras dificultades) por hacerse con el control de la revista y cortaron de todos los vínculos con los (deteriorados) clubs, dejando incluso de mencionarles en los créditos de la revista y purgando al comité editorial de todos los miembros conectados con el movimiento (¡incluido el minero que luego terminaría siendo secretario general de la Unión Nacional de Trabajadores Mineros!).

Menciono todo esto, no por echar gárrulamente la lengua a pacer, sino porque guarda relación con la cuestión de las audiencias y los cambios registrados en las últimas décadas. Porque si en vuestras estanterías conserváis la colección de la New Left Review (NLR), podéis examinar todos los números. El estilo de la revista cambió al cabo de dos o tres números. En vez de dirigirse a una audiencia activista, con su correspondiente retórica y, a veces, sensiblería, la NLR empezó a afectar un tono y un formato de rigor, claramente dirigido a la academia. Su circulación probablemente cayó, pero se convirtió en una publicación internacional y las bibliotecas universitarias llegaron a considerarla de tan obligatoria presencia como Past&Present o la Economic History Review. Consiguió evitar el colapso y consolidarse con una notable consistencia durante veinticinco años, desarrollando y definiendo una teoría socialista de la academia. Su audiencia –y su sentido de las relaciones con la audiencia— es de todo punto diferente de la de vuestra New Masses y de la de nuestra Left Review de fines de los 30. Su trayectoria parecería confirmar e ilustrar, en ciertos respectos, la tesis de Jacoby. Pero deberíamos añadir también que la historia todavía continua. Si la NLR ha sido un laboratorio académico, aún es posible que sus innovaciones y su influencia lleguen a ser potentes en la década venidera. Yo no estoy seguro de que eso termine de gustarme. Como tantas otras cosas que nos circundan por todas partes, la NLR es el producto de una era excesivamente cerebral y poco creativa. [11]

El movimiento feminista y el movimiento por la paz también han proporcionado sus propias correas de transmisión para libros e ideas. El primero parece haber conseguido una audiencia substantiva y permanente. El segundo ha sido más volátil y se va visto sometido a los vientos de la moda. Muy notablemente en los EEUU, con las subitáneas alzas y bajas de la audiencia del Freeze, que se pueden ilustrar con el sensacional éxito del libro de Schell Fate of the Earth. [12] (Dicho sea de paso: ¿por qué no cuenta Jonathan Schell entre los “intelectuales” de Jacoby?) Yo he observado oscilaciones parecidas en Gran Bretaña. La formación de nuestro movimiento constituyó un ejemplo notable del uso de instrumentos y medios de comunicación premodernos para irrumpir en un “consenso” manipulado o indiferente u hostil. Nos servimos del panfleto, de la hoja volandera semanal, de la reunión en la parroquia o en la escuela, de la manifestación callejera o del piquete, y con efectos tales, que, hacia 1981, nuestras manifestaciones llegaron a ser lo bastante numerosas y coloridas como para que los medios de comunicación mayoritarios no pudieran seguir ignorándolas como si no existieran. Los esfuerzos y las horas de trabajo voluntario fueron un prodigio difícilmente mantenible durante más de dos o tres años con ese grado de intensidad. Llegamos a irrumpir en la TV y (con feas distorsiones) en la peor prensa sensacionalista popular. Ni que decir tiene que al precio de perder el control directo en la forma de presentabar nuestros argumentos cuando parecía que éstos triunfaban: nuestras voces pasaron a otros (comentaristas políticos, animadores mediáticos, locutores) que planteaban sus cuestiones, no las nuestras. Como es característico en la Gran Bretaña, toda la complejidad de nuestras propuestas quedaba reducida a sólo dos cuestiones: a favor o en contra del “unilateralismo”, y “unilateralismo” al modo en que ellos, no nosotros, lo definían; y –prescindiendo directamente de nuestra política de no alineamiento y de nuestros múltiples contactos con  los “disidentes” del otro lado— a favor o en contra de las políticas soviéticas. Dada la capacidad de los medios de comunicación mayoritarios para falsificar y manipular, uno se pregunta si no habríamos hecho mejor siguiendo ignorados.

A todo eso, he dicho más bien poco sobre mi propia práctica como escritor político e historiógrafo. Como solté al comienzo, tengo poco que decir que no resulte evidente; y si he pasado por alto cuestiones significativas, preguntadme. Una cosa ha sido importante para mí y para algunos de mis colegas. Mi primer empleo –que duró 17 años— fue en la educación para adultos. Eran tiempos –inmediatamente después de la Guerra— en los que el movimiento era vigoroso y contaba con un amplio apoyo popular. Las clases estaban organizadas por la Asociación de Trabajadores de la Educación, pero los cursos más largos y formales los conducían tutores extramuros de la universidad o extensiones de los departamentos universitarios. Esas clases duraban normalmente tres inviernos de 14 sesiones cada uno, complementadas con escuelas de verano; los estudiantes se embarcaban en esta considerable tarea (y la mayoría, a plena satisfacción) con el único propósito de la instrucción propia: no había grado o diploma al final, y raramente un incentivo vocacional directo. El grueso de los cursos versaba sobre humanidades o ciencias sociales (teoría económica, asuntos internacionales, historia, literatura, música). En una buena clase tutorial de educación para adultos había un diálogo real entre el tutor y los estudiantes, y un joven tutor como yo mismo tenía que afrontar esa clase con humildad antes de adquirir experiencia. (En mi primera clase en una aldea minera del Yorkshire meridional me resultó evidente desde las primeras semanas que no podría ganarme el respeto de la clase hasta que no hubiera bajado con ellos al pozo local de la mina.)

Eso era muy distinto de la enseñanza universitaria externa. Por un lado, los estudiantes tenían poco tiempo para leer lo suficiente, y lo que alcanzaban a leer eran libros, más que artículos académicos especializados. (La era de la fotocopia barata todavía no había llegado, y no disponíamos de revistas académicas encuadernadas en volúmenes en nuestras estanterías.) Pocos eran capaces de escribir ensayos serios. Pero, por otro lado, el tutor se esforzaba para exponer ante la clase, tan clara y ecuánimemente como le fuera posible, el estado de los conocimientos, exposición a la que solía seguir un tiempo de discusión de otra hora en la que los miembros de la clase interrogaban al tutor, introducían su propia experiencia –a menudo, pertinentemente—, y bajo esa luz, avanzaban sus propios juicios. A veces, en una clase de historia, esos juicios estaban insuficientemente informados, pero en la clase de literatura –yo enseñaba ambas cosas por igual: otra ventaja de la educación para adultos— la experiencia del estudiante resultaba superior a la del tutor, lo que resultaba francamente gratificante.

Esta experiencia de la educación para adultos ha influido desde luego en una tradición de la historia social en Inglaterra. R.H. Tawney fue un pionero de las clases de educación tutorial. No sé si los Hammond participaron en eso también, pero sus libros suenan como si lo hubieran hecho. [13] La cosa no ofrece duda: esa experiencia influyó en mi sentido de la audiencia al escribir historia. Mi William Morris y La formación de la clase obrera en Inglaterra se escribieron con una audiencia en la cabeza compuesta por una clase para adultos o por activistas políticos. Poco que ver con una audiencia universitaria interna. De aquí mi descuido del protocolo académico (del que apenas conocía la etiqueta). He llegado a apreciar la diferencia luego. La buena recepción de La formación me convirtió en blanco de la crítica académica, de manera que en mi actividad literaria de las dos ultimas décadas he tenido en mente también a esa audiencia crítica. Eso ha hecho mi obra más lenta y más autoconsciente; más cautelosa en el juicio; más puntillosa en relación con el aparato académico. Tal vez la obra ha ganado en pericia profesional, pero también ha perdido en otros respectos.

Ha perdido, sobre todo, el sentido del diálogo con un público. Y puede que eso sea inevitable, debido al aislamiento estructural y al autoaislamiento de la academia. Se ha hecho más difícil conjugar academia y público general no especializado. Y en eso todas las partes pierden: los escritores, la audiencia del público y la academia. Porque la educación de adultos ofrecía no sólo una salida a la universidad, sino también un ingreso de experiencia y de crítica. En ese diálogo, aparecían nuevas disciplinas y se ensayaban experimentos: por ejemplo, determinada historia económica y social local, determinados temas sociológicos y culturales. Y los profesores se veían obligados a evitar la jerga profesional introvertida y a dar prioridad a la difícil tarea de la comunicación. Este diálogo y este “ingreso” de experiencia es profundamente necesario para la salud intelectual de la propia academia. En su ausencia, proliferan los escolasticismos y la vida intelectual del público se ve confiscada por quienes tienen una disposición profesional a teorizar que los miembros de la elite intelectual (es decir, ellos mismos) son los únicos agentes libres de la historia, siendo todos los demás meros prisioneros de estructuras o de determinaciones (conceptuales, o de otro tipo) que les reducen a no ser otra cosa que enemigos de la intelectualidad o cómplices de sus victimarios. No es sólo que eso sea falso; es que es un error cargado de consecuencias. Acepta, en nombre de una teoría supuestamente elevada, nuestra fracturada vida intelectual; y reproduce las alienaciones. Pero esa es ya otra historia.

NOTAS: [1] Se ha mantenido la ortografía original del manuscrito. Las palabras y los títulos subrayados se han convertido en cursiva. Todas las notas a pie de página son de Carlos Aguirre.   [2] Sobre Edward John Thompson (1886-1946), véase E.P. Thompson, Alien Homage. Edward Thompson and Rabindranath Tagore (Delhi: Oxford University Press, 1993) y Mary Lago, “India’s Prisoner.” A Biography of Edward John Thompson, 1886-1946 (Columbia: University of Missouri Press, 2001), así como Scott Hamilton, The Crisis of Theory. E.P. Thompson, the new left and postwar British politics (Manchester: Manchester University Press, 2012), págs. 11-21 [3] William Morris: Romantic to Revolutionary (London: Lawrence & Wishart, 1955) [Traducción castellana en Editorial Destino de Barcelona]; The Making of the English Working Class (London: Victor Gollancz, 1963) [Nueva edición castellana reciente, conmemorativa del cincuentenario, en la editorial madrileña Capitán Swing, con prólogo de Antoni Domènech.] [4] Dorothy Thompson (1923-2011), la mujer de Edward, fue una historiadora sociasl, autora, entre otras obras, de: TheChartists: Popular Politics in the Industrial Revolution (New York: Pantheon Books, 1984). Sobre la relación de Thompson (y otros historiadores) con el Partido Comunista británico, véase: Harvey J. Kaye, The British Marxist Historians. An Introductory Analysis( New York:Polity Press, 1984). [5] E.P. Thompson, “Education and Experience: Fifth Mansbridge Memorial Lecture” (Leeds 1968), págs. 21-22. Este textito se incluyó en su libro póstumo The Romantics: England in a Revolutionary Age (New York: The New Press, 1997), 4-32. [6] New University, 6, 1961, 13-16, reproducido en Writing by Candlelight (London: The Merlin Press, 1980), 1-10 [7] “The Heavy Dancers of the Air”, New Society, 11, Noviembre 1982, 243-7, reproducido en The Heavy Dancers  (London: The Merlin Press, 1985), 1-11 [8] E.P. Thompson, “Homage to Thomas McGrath,” TriQuarterly, 70 (Primavera 1987), 116-17. [9] C. Wright Mills, Listen Yankee: The Revolution in Cuba (New York: Ballantine Books, 1960); The Sociological Imagination (New York: Oxford University Press, 1959); The Causes of World War Three (London: Secker & Warburg, 1958).  [10] Raymond Williams, The Long Revolution (London: Chato and Windus, 1961). [11] La historia de la New Left Review ha sido estudiada por Duncan Thompson en: Pessimism of the Intellect?: A History of the New Left Review (London: Merlin Press, 2006). [12] Jonathan Schell,  The Fate of the Earth (New York: Knopf, 1982). EPT se refiere aquí al movimiento “Freeze” contra las armas nucleares. Véase al respecto: Alexander Cockburn y James Ridgeway, “The Freeze Movement versus Reagan,” New Left Review, 137, Enero-Febrero 1983. [13] Thompson se refiere a John Lawrence y Barbara Hammond, autores de numerosos y muy influyentes libros de historia social durante las tres primeras décadas del siglo XX. Véase al respecto: Stewart Angas Weaver,  The Hammonds: A Marriage in History (Stanford: Stanford University Press, 1998).

Edward P. Thompson fue el historiador social más importante de la segunda mitad del siglo XX y el pensador marxista más interesante y renovador del mundo angloparlante.

Ver también: “‘Reflections on Jacoby and All That’: An Unpublished Essay by E. P. Thompson”: Carlos Aguirre

Traducción para www.sinpermiso.info. Antoni Domènech


http://marxismocritico.com/2013/12/02/reflexiones-ineditas-edward-p-thompson/

martes, 27 de enero de 2015

"Nos falta nuestra Syriza", por Manel García Biel



Manel García Biel. 25/01/2015 

Después del éxito de Syriza en Grecia, las miradas se centran en saber si algo similar es posible en España. Las situaciones son diferentes, pero también los parecidos. 

A pesar de no sufrir un ajuste tan fuerte como Grecia, también aquí hemos sufrido las políticas austericidas dictadas por la Troika y el "diktat" de Merkel. Las desigualdades sociales han crecido hasta cotas inadmisibles; los recortes han reducido nuestro estado del bienestar en sanidad, educación y en el conjunto del gasto social; los salarios y las pensiones se han reducido; el paro ha crecido hasta un 25%, afectando especialmente a la juventud; la pobreza se ha disparado etc. 

Mientras salvaban entidades financieras hundían a la ciudadanía. La credibilidad de los partidos de la derecha y de los que han hecho políticas de derechas está bajo mínimos. La derecha, PP y CiU, están infestados de corrupción hasta la médula de los huesos. El PSOE, también está afectado, en menor medida, y a la vez se encuentra en una situación de desconcierto ideológico fruto de su deriva social-liberal y de las políticas de derechas de sus gobiernos que le han llevado a una fuerte y sostenida caída en sus perspectivas electorales. 

El régimen del bipartidismo imperfecto parece tocado de muerte, como en Grecia. Y aparece con fuerza la alternativa populista de Podemos en detrimento de las fuerzas de la izquierda alternativa. Pero Podemos no es Syriza. Syriza es una fuerza política con un programa ideológico nítidamente definido de izquierda alternativa. 

Syriza no es un producto de laboratorio intelectual ni basado en el marketing comunicacional, es algo más. Syriza tiene una larga historia política, es el resultado de la confluencia de fuerzas de la izquierda alternativa, eurocomunistas ecologistas, ecosocialistas, grupos de izquierda radical que hn, hecho mucho el camino político juntos. Syriza ha pasado por muchos momentos de aprendizaje político, desde la oposición minoritaria a la alternativa política. Madurando su programa. Practicándolo en los municipios y regiones, en la oposición y en el poder. 

Así hasta hoy en que, por fin, se consolida como la fuerza que ha de tratar de gobernar Grecia desde una nueva óptica. En nuestro país no existe una Syriza, y Podemos no lo es ni por trayectoria, ni por madurez ni por práctica política. Su mensaje no es de confluencia ni de unidad de las fuerzas alternativas al bipartidismo. Es exclusiva, es el "nosotros solos". Verbaliza prepotencia, sectarismo y carencia de "finezza" política. 

Eso sí, tiene un muy buen dominio del lenguaje comunicacional, es como un nuevo producto que se ofrece al consumidor electoral. Pablo Iglesias ha repetido muchas veces que ellos sólo están para ganar. Incluso ha manifestado que él no se plantea estar cuatro años en la oposición. Esta posición, poco política, es la que lo diferencia de Alexis Tsipras, un político hecho paso a paso, aprendiendo de las derrotas y de las dificultades de la política cotidiana. 

Lamentablemente, Podemos no ha optado hasta ahora por la unidad. En las últimas elecciones europeas la suma de las fuerzas alternativas Izquierda Plural, Podemos, y Equo obtuvieron tantos votos como el PSOE. La confluencia podía posibilitar una alternativa plural, alentadora y completa ya que unos tenían experiencia, mientras que otros el dominio de nuevas formas comunicativas. 

Lamentablemente, la unidad no parece ser posible de momento. Es posible que se pierda una oportunidad política única de cambio. Es posible que los personalismos y la prepotencia de algunos rompan una oportunidad histórica. Es posible que la carencia de voluntad pueda llevar a un fraccionamiento de fuerzas que posibilite que la derecha vuelva a ganar y se rompa una esperanza.

Necesitamos nuestra Syriza y la necesitamos ahora. Ha habido intentos y embriones de construirla. La existencia de la Izquierda Plural (IU, ICV, CHA, Anova, etc.), la constitución de AGE en Galicia, la coalición continuada de ICV-EUiA en Cataluña son pasos en esta dirección. La política de confluencia política de estas fuerzas es un camino difícil, pero positivo. 

Avanzar en la unidad de las fuerzas alternativas sumando gente como Equo o Espacio Plural, Compromís y si fuera posible Podemos tendría que ser el objetivo necesario. En Barcelona de cara a las elecciones municipales se ha acordado la constitución de una coalición electoral que sería como un pequeño embrión de la nuestra Syriza. 

La coalición de Guanyem, ICV, EuiA, Podemos, Procés Constituyent y Equo, es la constatación de que la unidad es posible, y que se tiene que hacer a partir de renuncias de todos, de generosidad política, como se ha dado en este caso, y voluntad política por encima de todo para hacer otra forma de política que ponga a la ciudadanía como prioridad ante todo, incluso de los propios intereses de partido. 

No tenemos nuestra Syriza y la necesitamos. Hace falta responsabilidad, generosidad y lealtad, mientras sobran personalismos y sectarismos. Todos pueden aportar su bagaje más positivo y eliminar sus aspectos de todo tipo, organizativos, políticos y personales, más negativos. Sólo así, se conseguirá una unidad de la alternativa. 

El resto son juegos de palabras. No se puede confrontar la unidad popular con la unidad de la izquierda, porque la izquierda significa la expresión política de la mayoría de los trabajadores y las clases populares, es decir, de la mayoría del pueblo, de la ciudadanía. El resto sólo son ganas de diferenciarse y de frustrar las esperanzas ciudadanas. Es la hora de Syriza y de Alexis Tsipras en Grecia. Es la hora de construir una alternativa como la que representa Syriza aquí y ahora. Es la hora de eliminar protagonismos y sectarismos estériles, de no resignarse a continuar perdiendo.

http://www.economiadigital.es/es/notices/2015/01/nos-falta-nuestra-syriza-65284.php

martes, 13 de enero de 2015

"Humillar a las víctimas", por Ignacio Escolar

Quienes de verdad humillan a las víctimas del terrorismo son aquellos que instrumentalizan su dolor por intereses políticos


El Diario, 12/01/2015

El chiste de Facu Díaz sobre el PP disolviéndose y entregando las armas al estilo de ETA puede parecer gracioso, aburrido, pertinente, impertinente, inteligente o estúpido. Pero por más que repaso el vídeo, por más que miro, no encuentro cómo argumentar que en él se “humilla a las víctimas de ETA” de forma “claramente ofensiva y vejatoria”, como dice la denuncia de la asociación Dignidad y Justicia.

Si bromear sobre ETA es un delito y una humillación a las víctimas, si no se pueden hacer chistes sobre estas cosas, también serían igualmente delictivas y ofensivas la mitad de los programas de 'Vaya semanita' o la película más taquillera de la historia del cine español, Ocho apellidos vascos. Que procesen también a los más de nueve millones de espectadores que se rieron con esta comedia; ya puestos en el disparate, son sin duda colaboradores necesarios. 

Es evidente: si Pablo Iglesias no presentase 'La Tuerka', este chiste de Facu Díaz no habría llegado hasta la Audiencia Nacional. Sin embargo, dudo de que el caso vaya a tener mucho recorrido penal. Como explicó ayer el Teniente Kaffee en este interesantísimo artículo, las posibilidades de que este proceso penal prospere más allá de la declaración de Facu Díaz como imputado no parece que sean muchas. La decisión del juez Javier Gómez Bermúdez de llamarle a declarar más bien parece un mero trámite. Salvo que Facu Díaz confiese ante el juez que su intención –cosa importante en estos casos– era ofender a las víctimas, no creo que este chiste llegue mucho mas lejos.

Quienes de verdad humillan a las víctimas del terrorismo son aquellos que instrumentalizan su dolor por intereses políticos; los mismos que hace unos años acusaban a Zapatero de estar “de rodillas ante ETA” y ahora no saben cómo explicar a las víctimas que España es un Estado de derecho donde son los jueces, y no el Gobierno, quienes deciden cuándo sale de la cárcel un preso.

Visto el vídeo, se entendería mejor una denuncia por parte del PP que por una asociación de víctimas, a las que ni siquiera se menciona en el chiste. Pero quien acusa a una parte importante del PP de participar en organizaciones delictivas que se han lucrado con delitos no es Facu Díaz. Es la propia Audiencia Nacional en el caso Gürtel y en la trama Púnica.

http://www.eldiario.es/escolar/Humillar-victimas_6_345125522.html

"¿Votamos a Podemos como si fuera un melón?", por Rafael Reig

El Diario, 06/01/2015

Una cosa es predicar y otra dar trigo, ya lo sabemos. A mí, francamente, que Podemos sea un partido político (o movimiento nacional) machista me parece mal, pero no tan grave como la constatación de que prometen lo que sea y hacen luego lo que les da la gana. ¿Paridad? ¿Igualdad de sexos? ¿Listas cremallera? En las 25 localidades más pobladas, tan sólo hay cuatro mujeres elegidas para dirigir Podemos a escala municipal. Esto supone un porcentaje del 16%.

Están sólo un poco por encima de cualquier consejo de administración de una empresa.

“No sólo aspiramos a la igualdad de género, sino que la garantizamos”, dijo el viernes Sergio Pascual, secretario de Organización de Podemos. Lo que pasa, añadió el señor Pascual, es que: ”Es la gente la que ha votado a los candidatos que estimaba oportunos, lógicamente respecto a eso no podemos hacer nada”.

¿Qué podemos hacer, si los chicos son más listos o si la santa gente prefiere chicos? Un argumento nunca antes jamás usado por los machistas, ¿verdad?

Así que ahora no pueden hacer nada.

¿Podemos hacer algo o no podemos?

Si no pueden, para este viaje, ¿qué falta hacían las alforjas de Podemos?

Porque lo que en realidad pasó, como sabe de sobra el señor Pascual, es que “la gente” votó a los cabezas de lista que había propuesto Podemos. Antes eso se llamaba “ votación a la búlgara”. O sea, lo que diga el Duce o Conducator o Caudillo o como rayos le llamen ustedes.

No le voy a hacer ninguna pregunta, señor Pascual. Ni a usted, señor Errejón, becario de lujo y miembro “de la casta” (de la académica, de momento, pero con aspiraciones y tantas great expectations como Pip). Ni a usted, caudillo providencial Pablo Iglesias. Qué más da. Será un “ataque orquestado”, ¿verdad?, como dice el señor Monedero. Porque cualquier ataque o simple discrepancia con ustedes será, no puede ser más que el amargo fruto de una conspiración (¿judeomasónica, tal vez?). Será que ustedes dan mucho, pero que mucho miedo a los que estamos en el poder (porque sin duda yo ocupo el poder o incluso lo detento). Será que hay que darle una oportunidad a “algo distinto”. Será que hay que atacar al PP y no a ustedes, a quienes hay que dejar en paz para que puedan instalarse en sus “lugares al sol”.

Cada vez que expreso la más mínima duda sobre algo que hace Podemos, los comentaristas de este diario se me echan encima, llegando hasta el insulto. No voy a decir que es que les doy miedo (ni que se orquestan conspirando o algo así), porque, como decía Marco Aurelio, la mejor forma de defenderse es no parecerse a ellos.

Salta a la vista que no me parezco a ustedes. No soy funcionario, ni gano al mes ni la mitad de lo que Errejón gana con su beca, ni he presumido nunca de feminista, ni hago brindis al sol, y además, y en eso sí nos diferenciamos mucho, yo escribo en castellano.

Por eso no les pregunto nada.

Se lo pregunto a ustedes, lectores, en forma de Catilinaria: ¿hasta cuándo, Podemos, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo tendremos que comprar Podemos como un melón, a carga cerrada? ¿No les llama ya un poco la atención tanto apetito de poder a cualquier precio?

No crean que nadie me quiere: hay amigos que me dicen que no hable de Podemos. Lo que pasa es que a mí me suena al archiconocido y vomitivo: tú no te signifiques. Pero creo que uno sólo tiene derecho a levantar la voz si se significa, si está dispuesto a no tener razón. Esto, ya si eso, otro día se lo explico, como dice mi hermano

http://www.eldiario.es/cartaconpregunta/lectores_6_343025698.html

miércoles, 7 de enero de 2015

"La puerta giratoria de Zarzuela", por Isaac Rosa



¿A qué se dedica hoy el ex rey Juan Carlos? A vivir como un rey, pero sin las molestias del cargo

Isaac Rosa. El Diario, 05/01/2015

En el país de las puertas giratorias, cómo no iba a haber una en la primera casa de España, domicilio del primer ciudadano del reino: el palacio de la Zarzuela, donde aún duerme el rey emérito Juan Carlos las noches que anda por Madrid.

¿Y por qué digo que en Zarzuela hay una puerta giratoria? ¿Es que el viejo rey ha sido fichado por una eléctrica? ¿Es consejero de un banco de inversiones? ¿O lo acogió la siempre acogedora Telefónica?

Nada de eso. La puerta giratoria de Zarzuela no es como las demás: tiene giro de 360 grados. Juan Carlos entró por esa puerta el 2 de junio, y volvió a salir por el mismo sitio, en un movimiento rápido, visto y no visto. Es decir, que se quedó donde estaba.

¿Entonces? ¿Cuál es la gracia de esa puerta giratoria? Pues que le permite conservar los privilegios de monarca, pero sin las molestias del cargo. Es decir, vivir como un rey, en el sentido más popular de la expresión. Vivir como un rey pero sin el coñazo de ser rey, sin viajes protocolarios, recepciones, inauguraciones y despachos con Rajoy. Vivir como un rey, pero sin disimulo, y sin tener que pedirnos disculpas si mete la pata.

A eso se ha dedicado el ex rey desde que se jubiló: a vivir como un rey. Y si no, vean. Mantiene residencia, pues ni siquiera se mudó, dejando a su hijo y nuera en la casa que ya tenían. También conserva su asignación presupuestaria, ya que sigue siendo miembro de la familia real, y ahora además tocan a más en el reparto, al ser menos miembros en la familia, sin las ex infantas.

Aparte de casa y sueldo, disfruta de protección jurídica. Dejó de ser inviolable, pero el Congreso lo hizo aforado por la vía urgente, lo que en la práctica, con la cortesana ayuda de fiscales y jueces, equivale a ser inviolable. Aforamiento que además se extiende a todas las actuaciones de su vida privada. No sea que le salga por ahí un hijo no reconocido, o quieran pedirle cuentas por los negocios de su hija, o las comisiones que gestionaba su “amiga íntima”.

¿He dicho “vida privada”? Ahí está la gracia de la puerta giratoria de Zarzuela: que desde que abdicó, ya todo es su vida privada, sus asuntos. Lo que antes era blindaje institucional y mediático, ahora es vida privada. No sabemos dónde ni cómo celebró ayer su 77 cumpleaños, ni nos importa, pues es su vida privada; como lo es su gira gastronómica por los mejores restaurantes de España, su fin de año en Hollywood, su patrimonio nunca aclarado, o sus tratos con Corinna (lean este artículo de Jesús Cacho, yo sigo boquiabierto).

Aunque algunos nos preguntamos, a lo Pla, quién paga todo esto, habrá también quien piense que el ex rey se tiene bien merecida su jubilación dorada: que tras cuarenta años cuidándonos, después de habernos traído la democracia, derrotado un golpe de Estado y otras hazañas bien sabidas, qué menos que disfrutar de la vida algo más que las tediosas regatas de velero, las cacerías de elefantes o aquellas entrañables y sencillas navidades esquiando con la familia.

Y tienen razón. Lo de Juan Carlos tiene mérito, mucho. Su última gesta en este Reino de España ha sido convertir una rancia monarquía, de la que uno solo podía salir muerto (pues de lo contrario perdería sentido el invento dinástico), en una profesión con jubilación y puerta giratoria. Y con pedorreta de propina para los republicanos: “¿No queríais rey? Pues ahora tenéis dos”. Viva el rey.

http://www.eldiario.es/zonacritica/puerta_giratoria_rey_juan_carlos_6_342675748.html

"Sin izquierdas se trepa mejor", por Shangay Lily

Shangay Lily.
Público, 29 de Diciembre de 2014


Me desespera estos últimos tiempos el entusiasmo con el que los más jóvenes  —principales víctimas de estos recortes— abrazan la disolución de fronteras ideológicas que la derecha está ejecutando con aplastante prepotencia. “Todos son iguales, la corrupción es cosa del poder, de izquierdas y derechas”, te repite como un hipnótico mantra aprendido quien se presenta como antisistema.

Me lo decía con resuelta miopía un amigo bastante culto hace unos días: “no pierdas el tiempo defendiendo la izquierda, son todos iguales”. Y no se daba cuenta de que sólo se está fijando en los beneficios económicos (que tampoco son precisamente espectaculares con la terrible gestión de la derecha) y no en la calidad de vida. De hecho me lo decía desde su expatriación forzosa para poder encontrar trabajo.

Pero no hay nada más sistémico que ese cómplice discurso que sólo afecta a la izquierda. Porque es un discurso de derechas, un discurso que nace en la “anti-política” y acaba en el peligroso “esto no es cuestión de ideologías, es cuestión de gestionar empresas”. La tan cacareada “liberización” de los mercados para gestionar la vida pública como la privada (esto es: sin mecanismos de control democráticos).

Me ha costado mucho entender que la razón de la popularidad de ese mantra no es otra que la intención de subir en la escala capitalista lo más rápido posible. Y para ascender en el capitalismo el primer requisito es no tener ideología, no cuestionar el corrupto sistema, colaborar.

En el fondo la explicación es muy sencilla: en este sistema se trepa mucho mejor sin ideología. Y cuando digo ideología, por supuesto, me refiero a la de izquierdas. La de derechas nunca ha sido una ideología, es simple complicidad y obediencia ciega a los jerarcas. Ese entusiasmo con el que muchos cachorros del capitalismo abrazan el tercerposicionismo de grupos como UPyD, en realidad enmascara una cobarde y cómoda complicidad con el sistema al que dicen estar cuestionando. En grupos del 15M se ha visto este ramalazo capitalista que se preocupa más por conseguir trabajos, mejores condiciones en las hipotecas o un acceso más rápido a sus ebooks o videojuegos favoritos que ninguna alternativa a un sistema con el que han crecido.

Muchos y muchas sólo quieren que las cosas sigan siendo como en los años dorados de Zapatero en los que nadie se preguntaba a qué precio vivíamos los privilegiados de Europa, encerrados en nuestras murallas de primer mundo.

Sé que este mensaje no gustará a los más jóvenes que viven en la ezquizofrénica dualidad de quejarse hasta el victimismo por un sistema corrupto que, por otro lado, refuerzan con entusiasmo, repitiendo sus estrategias más capitalistas, apoyando la destrucción de sindicatos o negando la lucha de clases como algo del pasado, o estigmatizando a las voces disidentes e idealismos periféricos, presentados por la derecha como culpables de que la maquinaria no funcione tan bien.

Y si hay una estrategia capitalista, de derechas, esa es la que el PP está explotando hasta lo surrealista vía su monstruosa plataforma  mediática: “La izquierda es tan corrupta o más que la derecha, así que deshagámonos de esta inútil ideología de izquierdas y derechas y limitémonos a considerar todo como una empresa privada, un cortijo en el que no caben protestas, ni estructuras de izquierdas, ni sindicatos que dificultan los beneficios, ni rebeldías… resignémonos de una vez a que el sistema sólo funciona cuando unos pocos elegidos viven y el resto debe dejarse pisotear, explotar, humillar”.

En el fondo de toda esta estrategia, subyace el anticomunismo del bloque capitalista-imperialista que inventó la terrible Operación Gladio para impedir a cualquier precio que la izquierda real gobernase o tuviese poder en Europa. Y una de las estrategias principales que desató la Operación Gladio –aparte de los atentados de falsa bandera y asesinatos atribuidos a grupos comunistas creados y financiados por ellos— fue patrocinar, financiar e implantar la socialdemocracia a cualquier precio para cortar el paso de la izquierda real. Fue lo que se llama “el capitalismo de cara amable” (que no existe, es una falsedad). De eso sabe mucho el PSOE y Felipe Gonzalez. Y ahora parece que es la dirección que está tomando Podemos y Pablo Iglesias.

Triste forma de acabar el año y aliciente para luchar el nuevo por impedir esta disidencia controlada y el espejismo del capitalismo amable o el discurso reformista que tanto le sigue costando a IU, convertida en el monstruo a aplacar sea como sea.

http://blogs.publico.es/shangaylily/2014/12/29/sin-izquierdas-se-trepa-mejor/

lunes, 5 de enero de 2015