lunes, 29 de octubre de 2012

"Suiza es un Estado criminal", por Ignacio Escolar


Suiza es un Estado criminal
Ignacio Escolar
El Diario.es, 28/10/201

El mundo al revés: la policía griega ha detenido a un periodista por dar los nombres de 2.059 delincuentes. El periodista se llama Kostas Vaxevanis y los delincuentes son un buen montón de millonarios que guardan su dinero en Suiza para no pagar impuestos. Vaxevanis señala a los criminales y la policía le persigue a él, por “entrometerse en su intimidad”. Su caso demuestra a las claras una obviedad: que los paraísos fiscales no existirían sin la complicidad del resto de los Gobiernos occidentales. Es la UE, Estados Unidos y Japón quienes toleran que sus oligarquías financieras escapen al fisco. Son nuestros gobiernos los que permiten que Suiza, esa cueva de Alí Babá, sea un respetable socio de la comunidad internacional y no un Estado criminal, aislado y castigado comercialmente por todos sus vecinos. Es Occidente quien permite a sus bancos piratas abrir sucursales en nuestro suelo. Es Europa, que controla el cien por cien de la frontera suiza, la que permite a este refugio del dinero negro conectarse con el sistema financiero mundial. Suiza vive de estafarnos a los demás, pero no recibe castigo alguno porque son nuestros gobiernos y las élites financieras de nuestros países quienes se lucran de este negocio inmoral.

En la lista de Vaxevanis hay dos exministros conservadores griegos y un asesor de Antonis Samarás. Es solo una muestra, con seguridad son mucho más de tres los políticos griegos con dinero escondido en un paraíso fiscal. El periodista ha publicado la parte griega de un archivo mucho mayor, el que se llevó Hervé Falciani en 2007 del HSBC, que no es ni mucho menos el único banco de toda Suiza.

Falciani está hoy encarcelado en España, en la prisión de Valdemoro, detenido bajo la acusación de un delito que ni siquiera existe en nuestra legislación: revelar secretos bancarios. La contradicción es brutal: en España, si alguien tiene conocimiento de un delito fiscal, su deber es ponerlo en conocimiento de la justicia; por hacer precisamente eso, la justicia española lo mantiene hoy en prisión.

En breve, el Gobierno tendrá que decidir si lo extradita a Suiza o si –como piden el PSOE e IU–, lo pone en libertad. Gracias a Falciani, que entregó su valiosa información a Francia, España pudo recaudar 6.000 millones de euros defraudados por 659 personas, una lista que en España aún no es pública en su integridad.

Falciani se ha ofrecido a colaborar con España, ayudando a localizar a otros delincuentes españoles que esconden su dinero en Suiza para no pagar. ¿Aceptará el trato el Gobierno de Rajoy, ese mismo Gobierno que aprobó una amnistía fiscal y que negocia con Suiza otra fórmula similar? Prefiero no apostar.

http://www.eldiario.es/escolar/Suiza-estado-criminal_6_63053705.html

domingo, 28 de octubre de 2012

lunes, 22 de octubre de 2012

"La izquierda difusa", por Pedro L. Angosto. en Nueva Tribuna, 21-10-2012


Nuevatribuna.es | Pedro L. Angosto | 21 Octubre 2012


A principios de los años ochenta, Marco Pannella, principal dirigente del Partido Radical italiano, seguidor de Gandhi, activista por los derechos civiles y persona bastante confusa, recuperó para la política aquella vieja máxima que decía: “Si no puedes vencer a tu enemigo, acuéstate con él…”. El genial Leonardo Sciascia y otros intelectuales italianos creyeron a Pannella desencantados con la política de los partidos de izquierda, sin darse cuenta que al Partido Comunista Italiano se le había impedido gobernar en numerosas ocasiones por órdenes directas de Estados Unidos, órdenes que acataron los partidos republicanos y socialistas de aquel país sin rubor alguno. Las propuestas “renovadoras” de Pannella no llevaron a ninguna parte y el boicot yanqui al gobierno comunista en Italia llevó a la descomposición y desaparición de todos los partidos tradicionales italianos, incluido el comunista, y a la situación increíble en que vive Italia desde que un tipo como Silvio Berlusconi llegó al poder con los votos del pueblo italiano. La democracia había comenzado a dejar de serlo para convertirse en una parodia macabra al servicio de la oligarquía más ruin, cruel y patética de Italia y de la UE.

Cito aquella célebre frase de Pannella porque el mensaje que lanzaba con ella no tenía nada novedoso. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esa fue la forma de hacer política de la socialdemocracia europea: Puesto que no queremos saber nada del régimen imperante en la URSS –argumentaban sus principales dirigentes– ni que exista contagio alguno, nos acostaremos con los poderosos, hablaremos, comeremos, bailaremos y nos fumaremos –llegado el caso– unos porritos con ellos para intentar hacerles ver que es mejor que hagan concesiones a las clases trabajadoras para convertirlas en clases consumidoras que el virus soviético. En principio, la estrategia no estaba mal pensada, pero claro, cuando uno se acostumbra a dormir, comer, fumar y folgar con tu poderoso antagonista político, algo, inevitablemente se te tiene que pegar de él, de modo que a la vuelta de unas décadas nos encontramos a los socialdemócratas poniendo en práctica políticas económicas regresivas al más puro estilo de la Escuela de Chicago. No seré yo quien diga que todos son iguales, pero lamentablemente esa es la percepción que recibe una ciudadanía cada vez más inculta, perpleja, pobre y dividida. Acostarte con tu enemigo puede estar bien si se trata de algo momentáneo para conseguir un objetivo concreto, pero es asunto peligroso cuando esa cohabitación coyuntural de convierte en costumbre porque normalmente se suele producir un corrimiento ideológico hacia el lado del poderoso, de modo que la derecha sea cada vez más extrema y la izquierda con posibilidades actuales de gobernar, menos izquierda.

Pongamos un ejemplo bastante visible: Joaquín Almunia. Este señor fue militante de UGT y del PSOE, ministro de Trabajo y de Administraciones Públicas, cargos que ejerció con más pena que gloria, y en la actualidad es comisario europeo –las minúsculas estás escritas adrede– de la competencia. Joaquín Almunia no es que se haya acostado con su enemigo, es que ahora mismo es el enemigo, porque pocas personas como él interpretan tan a la perfección el “cántico espiritual” de la ortodoxia de los mercados. Si tuvo ideología, la perdió en el camino; si alguna vez creyó en el ser humano, se lo merendó en un almuerzo de trabajo; si  en ocasiones levantó el puño y se atrevió a cantar La Internacional -¡¡qué horror!!!– fue un despiste perfectamente achacable a los furores incontrolables de la adolescencia y la juventud, un pecado venial que una persona como él, formada en la universidad jesuítica de Deusto, sabe bien como limpiar sin dejar mácula en su expediente. Sonriente, cínico, distante, alejado de todo lo que huela a pueblo -¡¡¡ufff, qué pesadilla!!!–, erigido en juez infalible dicta sentencias conminatorias en perfecta connivencia con agencias, bancos y demás fantasmas cotidianos de nuestras vidas y haciendas contra aquellos países que están más asediados por la crisis, sin que jamás se le haya oído en los últimos años una palabra contra la tiranía de los mercados, contra sus efectos devastadores sobre las clases trabajadores o la privatización del Estado del bienestar que está llevando a cabo la comisión europea de que forma parte y que nadie ha elegido salvo que consideremos electores universales a Ángela Merkel y los desaprensivos que manejan la libre circulación de capitales y de la explotación, y que han puesto la política al servicio de las grandes corporaciones. Y es que treinta y tres años ejerciendo la política burlona y renegando de principios ideológicos que uno dijo un día defender son muchos años. Lo mismo podríamos decir de Soares, Rocard, Fabius, Blair, Brown, Prodi o el último Zapatero, que olvidaron, o nunca supieron, en qué lado de la “barricada” estaban.

El caso del Sr. Almunia es paradigmático y creo representa muy bien lo que ha ocurrido con la socialdemocracia europea desde mediados de los ochenta, aunque conviene hacer una precisión en el caso español. Aquí partíamos casi de la nada después de cuarenta terribles años de dictadura, muerte y lobotomía generalizada, y todo lo que tenemos, o queda, de eso que llaman Estado del bienestar se debe a los gobiernos socialdemócratas, desde la universalización de las pensiones y la asistencia sanitaria, hasta la creación de infraestructuras, la construcción y restauración de una magnífica red de teatros públicos, la igualdad de derechos entre homo y heterosexuales, la ley del aborto o la multiplicación de las universidades en todo el Estado. Dicho esto, me parece adecuado recordar que el ideario republicano-socialista –que conformó el pensamiento socialdemócrata– siempre tuvo dos ejes esenciales, uno el que afectaba a la mejora de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, de los marginados y excluidos; y otro, tan fundamental como el primero y que debería correr a la par, la educación del pueblo. Por muy bien que viviese un pueblo, decían los viejos socialistas, jamás sería libre si ese bienestar no iba acompañado de uno paralelo en su formación, en su educación, en su cultura, en su Humanización.  Pues bien, la socialdemocracia española y europea, se olvidó de esta segunda parte fundamental, y a fuerza de acostarse con el enemigo comenzó a aplicar medidas políticas y económicas propias del antagonista político: Abandonemos a su suerte a la Escuela Pública, demos apoyos y dineros suficientes para que “la Iglesia y otras corporaciones financieras” se hagan con la Educación, consintamos que quienes tienen competencias para ello construyan escuelas públicas de tres al cuarto y que las concertadas luzcan esplendorosas con los dineros de todos; admitamos que el clero y quienes montan colegios para lucrarse han cambiado y lo hacen por puro altruismo, que son demócratas de toda la vida y que pueden cumplir con esa función vital tan bien o mejor que el Estado, que no tienen ningún empeño en controlar y manejar conciencias. El primer paso hacia la pérdida de identidad de los partidos socialdemócratas, el más terrible de todos porque hipotecaba el futuro, estaba dado. Después vendrían, sin demasiado esfuerzo, los demás.

Conquistada la Educación por las fuerzas ideológicamente enemigas sin ningún tipo de lucha, la socialdemocracia siguió quitándose ropa, y lo siguiente fue llamar libertad de prensa y de expresión a que unas personas, instituciones o empresas privadas con muchísimo dinero pudiesen tener los periódicos, las radios y las televisiones que quisieran, es decir, que tuviesen los instrumentos claves para el control y la formación de la opinión pública. De la noche a la mañana, el número de cadenas de televisión-basura se multiplicaron en Europa como los peces y los panes en las bodas de Canaán, todas con igual ideología, todas con idénticos propósitos, todas obedeciendo sin rechistar a la voz de su amo. Controlada la Educación y los medios de comunicación de masas en un mundo globalizado y dirigido por y desde arriba por personas y grandes corporaciones de todos conocidas, se trataba de de dar el paso definitivo para asfixiar a los Estados para que, mermados sus ingresos mediante la parálisis económica premedita, la ciudadanía domesticada e indolente viese como un mal menor inevitable la privatización de todos los servicios públicos esenciales, es decir la transformación de los derechos a la Salud, la Educación y una vejez digna en el mayor negocio jamás conocido.

¿Colaboraría en esa tarea la socialdemocracia? No creo que de buen grado, pero hay que volver a aquella consigna de Marco Pannella y recordar lo que ocurre cuando compartes cama y condones, mesa y mantel durante mucho tiempo con quien en principio era tu enemigo acérrimo. Es entonces cuando se admite que no hay alternativas, cuando se es consciente de que la actual política económica lleva a la ruina general; que el endeudamiento es la muerte, pero no se actúa contra los que lo propiciaron fomentando la especulación financiero-inmobiliaria; que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando en los “años buenos” no bajo el índice de pobreza ni una décima; que hay que recortar aunque nosotros no tocaremos Educación, Sanidad y pensiones, salvo que sea necesario. Y ahí está la clave porque ya te has corrido tanto hacia la derecha, te has olvidado tanto de tus orígenes, de por qué hace 140 años tus antecesores se unieron para hacer un mundo mejor para todos, que casi nadie aprecia matices al dejar al socialismo sin el necesario componente utópico que creaba esperanzas, fuerzas para seguir luchando y los lazos fraternales indispensables para que el mundo evolucione y progrese en libertad y justicia; al crear un vacío ético que se cimentaba sobre el ejemplo personal, sobre aquellas personas que demostraban con sus actos que sólo estaban en política por el interés general y en ningún caso por el personal y que la corrupción era la antítesis de tu ideal. Pero es más, renuncias por completo a tu ideología cuando no cuentas –seas del país que seas, sin ambigüedades– que quienes prestaron a los países periféricos para burbujas inmobiliarias y otras especulaciones, se jugaron los dineros a la ruleta, igual que el que va al casino y a veces gana y las más pierde, y en ésta han perdido; porque no eres capaz de decir que la mayoría del pueblo no tiene deudas ningunas que pagar, que la deuda es de los bancos, que tienen que ser nacionalizados y sus gestores enjuiciados; porque ocultas que nunca, jamás de los jamases, se volverá a crear empleo digno mientras las reglas de juego no sean las mismas para todos, es decir que si aquí se paga lo que dice un convenio, se paga sanidad, paro y pensiones, en China, Corea, Taiwan y la India tienen que hacer lo mismo si quieren que compremos sus productos, del mismo modo que cuando se juega al fútbol, si el defesa toca el balón con la mano dentro del área es penalti sea aquí en Madagascar, en el Río de la Plata o en Pekín; porque olvidas y desprecias la ideología que dices tener y empujas a la ciudadanía hacia el peligrosísimo populismo cuando no planteas –tal como están hoy las cosas- la eliminación sin excepción alguna de cualquier tipo de prebendas de los cargos y representantes públicos, cuando no atacas la corrupción a quemarropa, cuando abandonas a parados inmigrantes, jóvenes y trabajadores precarios a su suerte, cuando tu acción política –que desde luego choca con el monopolio derechista de todos los medios de socialización– no ilusiona, no emociona, no crea expectativas de futuro y, lo que es peor, está provocando que cada día más personas se pasen a las filas del enemigo o del nihilismo.

Los partidos socialdemócratas europeos –es un canto al sol, pero por intentarlo que no quede– tienen que volver a Pablo Iglesias, a Jean Jaures, Rosa Luxemburgo, García Quejido, Seailles, Guesde, Víctor Bach, Ferrer i Guardia, Anatole France y a tantos otros que lo dieron todo por mejorar la vida de los más oprimidos, porque ellos siempre tuvieron claro quién y dónde estaba el enemigo, porque nunca se acostaron con él y lo combatieron en todos los frentes, desde la nada, porque abominaron de los nacionalismos como esencialmente contrarios a los intereses de los trabajadores, porque no alimentaron confusiones. Porque hoy, queridos amigos, estamos más cerca de 1900 que de 1980 y de seguir por este rumbo, la desaparición, sin que haya un sustituto claro, de los partidos socialdemócratas es cuestión de unos pocos años, y personalmente, creo que no será una buena noticia. Cuando un partido socialista gobierna debe hacerlo en socialista, y si los poderes fácticos lo impiden, dimitir y denunciarlo. Desde la oposición, sin hacer ni una sola concesión más a los plutócratas, recuperando el terreno perdido, se puede cambiar el mundo: En el caso español, negar la legitimidad de la deuda, luchar para que los Estados controlen y regulen las transacciones financieras y pongan tasas al libre comercio, denunciar la sumisión a la dictadura de los mercados dirigida en Europa por Ángela Merkel, exigir la paralización de los desahucios y combatir por todos los medios los presupuestos de 2013 sería una buena forma de recomenzar.

http://www.nuevatribuna.es/articulo/espana/la-izquierda-difusa/20121021101608082878.html

martes, 16 de octubre de 2012

lunes, 8 de octubre de 2012

"Chávez frente a Chávez: hablar de socialismo", por Juan Carlos Monedero


Chávez frente a Chávez: hablar de socialismo
08/10/2012
Juan Carlos Monedero, Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid 

Cuando hace un año la enfermedad de Chávez parecía poner punto y final al proceso bolivariano, los analistas más serios coincidieron en que, fuera el que fuese el desenlace, ya no sería cierto que los logros del proceso bolivariano pudieran revertirse. La politización del pueblo —desde ese comienzo en que una sociedad con un enorme grado de analfabetismo fue capaz de discutir, enmendar y aprobar una nueva Constitución— se tradujo en la capacidad de exigir derechos. Escuchando al candidato Capriles durante la campaña, uno podría imaginar, de no conocer al personaje, que estaba ante un genuino representante de la izquierda. Chávez, en cualquier caso, había logrado que la cuestión social volviera a estar en la agenda política venezolana. Algo que los que se han presentado contra el comandante olvidaron durante, al menos, los 30 últimos años. Ahora, el pueblo venezolano ha vuelto a recordárselo. Con una participación histórica y con casi 10 puntos de distancia frente al candidato de la oposición.  ¿Tendrá Chávez derecho a gobernar con ese resultado? Hollande le sacó a Sarkozy apenas tres puntos. Chávez a Capriles, diez. Qué dirá hoy la doliente prensa del mundo libre...

Mientras que en Europa la democracia se está vaciando, en Venezuela gana puntos elección tras elección. El sentido común electoral europeo ya no permite escoger entre modelos diferentes. Si llega el caso de ponerse en riesgo el modelo existente, aparece un técnico (Monti, Papademos) o se amenaza al candidato alternativo y a sus votantes con las siete plagas (caso de Syriza). En Venezuela las elecciones merecen ese nombre porque cada candidato implica un tipo radicalmente diferente de sociedad. Y a Chávez nunca se le ocurriría, si viera que iba a perder las elecciones, llamar a un técnico para salvaguardar el modelo. Pero Vargas Llosa, como un idiotés descongelado, cree que es al revés, que donde la democracia peligra es en Venezuela, y los medios afines lo amplifican. La brillantez de su verbo parece agotar toda su inteligencia para el resto de tareas. Por debajo de Vargas Llosa, ni mencionarlo. Ya que no han matado a Chávez, regresan a las maniobras de antaño. El dictador bolivariano...

La victoria de Chávez, y eso es lo que debiera ocupar a la derecha, implica cumplir su programa (en cuanto a cumplimiento de compromisos electorales, Chávez ha demostrado hasta el día de hoy que no es Rajoy). Ese programa, ahora refrendado popularmente, habla de soluciones socialistas. Un gesto de radical honradez de Chávez, nunca lo suficientemente reconocido, tiene que ver con el anuncio en 2005, en el estadio Gigantinho de Porto Alegre, de que la solución a los problemas de su país y del mundo sólo podía venir del socialismo. Nada más sensato, desde otra lógica,  que proponer un modelo que se basara en el "chavismo". Si, como reza la hueca crítica, Chávez fuera un abusivo populista —un curioso populista que comenzó su gobierno con una nueva Constitución y aumentando a cinco los poderes del Estado (añadiendo un poder moral y un poder electoral), mientras que los que lo acusan de populista en España, están desmantelando en silencio y sin referéndum la propia—, difícilmente hubiera renunciado a construir un régimen personalista. De esa manera, podría haber chavistas de derechas y chavistas de izquierdas, algo que no cabe cuando el asunto va de "socialismo". Apostar por el socialismo resta apoyos. ¿Alguien recuerda en nuestro entorno a algún gobernante dispuesto a perder votos antes que perder ideas?
Pero Chávez no se quedó ahí, sino que, además, dijo que el socialismo del siglo XXI no podía repetir los errores del socialismo del siglo XX. Por eso se abrieron líneas de discusión —donde el Centro Internacional Miranda tuvo un papel estelar— que debían identificar qué aspectos del socialismo del siglo XX debían conservarse y cuáles debían superarse. Muros y alambradas, desconfianzas ante el pueblo, campos de reeducación, adoctrinamiento, confusión del Estado y el partido, autoritarismo, estatización de todos los medios de producción, partido único, primacía de los fines sobre los medios o falta de respecto a la diversidad (recordemos el trato concedido a los homosexuales en muchos países socialistas o cómo la Komintern fue a Perú a recriminar a Mariátegui por hablar de un socialismo indígena en su país o) forman parte de aquellos aspectos que durante el siglo XX alejaron al socialismo de la libertad y del apoyo popular.

Sin embargo, la entrega y el sacrificio (fue el ejército rojo quien frenó a los nazis), la eficacia económica (Rusia y China salieron del feudalismo), la conquista de derechos sociales y políticos, la descolonización, el pacifismo, el ecologismo, el pacifismo son todos logros de la izquierda. Proponer el socialismo en un país petrolero rentista, donde el consumismo es casi una religión, con unos militares formados durante 40 años para combatir a los izquierdistas, con un Estado débil y "anárquico" (Macondo se empeña en mudarse a Venezuela) y en un momento de crisis mundial de la izquierda y de auge del modelo neoliberal o es un rasgo de genialidad o lo es de locura tropical. Aunque, ¿acaso no tienen mucho que ver ambas? Chávez conecta con su pueblo. Y resulta que Venezuela está en Venezuela.

Esa coherencia hace daño en no pocos oídos. Si el neoliberalismo sólo puede sobrevivir en tanto en cuanto convenza de que no hay alternativa, la Venezuela bolivariana es en exceso disolvente. Una piedra en el zapato de la lógica una, grande y libre, como ayer fue el Chile de Allende, la Cuba de Fidel, la España del Frente Popular, la Rusia de Lenin, la Comuna de París, el Haití de Petion o la Roma de Espartaco.

En el caso de España, el odio de los que viven de odiar viene de lejos. Aznar, ya presidente del Gobierno, mandó en 1998 a Venezuela a su futuro yerno Alejandro Agag, a su asesor político Pedro Arriola, el jefe de comunicación del PP, García Diego, y al entonces desconocido empresario Franciso Correa (ya andaba fraguándose la red Gürtel) a montarle la campaña presidencial a Irene Sáez, una ex Miss Universo que si bien iba si no a solventar los problemas de un país con un 60% de pobreza, iba, al menos, a llenarlo de glamour (quizá, si hubiera sido así, Boris Izaguirre no habría venido a España a bajarse los calzoncillos en la tele y a pegar gritos que desvelaban a los pensionistas). Pero Chávez ya apuntaba maneras y arrasó en aquellas elecciones. Le sacó a la candidata de Aznar más de 50 puntos. Nada extraño que cuando el golpe contra Chávez en 2002, Aznar mandara al embajador español a reconocer al golpista, a la sazón, además, presidente de la patronal. Todo un exceso (que las patronales den un golpe y pongan al patrón de patrones al frente ¿Se imaginan a Cuevas o a Díaz Ferrán de jefes de gobierno después del 23-F? Bueno, la pregunta no deja de ser retórica).

Por parte del PSOE, el desencuentro viene de las relaciones de Felipe González con Carlos Andrés Pérez, el presidente corrupto (así lo sancionó el congreso que lo juzgó mucho antes de que llegara Chávez) y responsable de mandar al ejército a disparar contra el pueblo durante el Caracazo de febrero de 1989. Esas complicadas amistades que hace la Internacional Socialista... Añadamos que a González, quien ya debería estar tanteando el terreno que le llevaría a trabajar para Carlos Slim (el hombre más rico de América Latina), le presentó el mismo Carlos Andrés a un empresario, Gustavo Cisneros (una de las principales fortunas de Venezuela). Aquello debió ser el comienzo de una hermosa amistad, pues González le vendería a Cisneros Galerías Preciados por 1.500 millones de pesetas. Tras un saneamiento con dinero público de 48.000 millones de pesetas, el avispado empresario vendería cinco años después la empresa por 30.600 millones, esto es, 20 veces más. No es de extrañar el enfado de Cisneros, Carlos Andrés y Felipe González con el comandante Chávez. Más extraño es por qué tuvo que hacer de su enfado personal una cuestión política. Aunque a lo mejor el enfado ya era también política. Quedaba por ver la posición de la izquierda del PSOE. La que siempre ha tenido dificultades para procesar lo que estaba fuera de los partidos comunistas. Anda aún dándole vueltas al asunto. 40 años de dictadura militar han generado igualmente algunos anticuerpos ante todo lo que tenga que ver con la milicia.

Sin embargo, como dice Boaventura de Sousa Santos, tenemos que empezar a aprender del Sur. No para repetir el error de importar acríticamente modelos, como ellos hicieron en el pasado. En esta situación de pérdida del Estado social y democrático de derecho en Europa motivado por el embate neoliberal, pudiera ser interesante saber cómo América Latina sufrió lo mismo hace 30 años (incluidas privatizaciones, pérdida de infraestructuras, también del transporte ferroviario, cierre de hospitales y escuelas, rescates bancarios, primas de riesgo, empobrecimiento general de la población) y cómo salieron a través de procesos constituyentes que están sentando las bases de un nuevo pacto social. Y ahí puede aparecer un Chávez diferente. Un Chávez que nos ayude a mirarnos de otra manera. Un militar zambo y de Sur. ¿Nos atrevemos al menos a entenderlo?

http://www.publico.es/internacional/443570/chavez-frente-a-chavez-hablar-de-socialismo

domingo, 7 de octubre de 2012

"Antes y después del 11 de septiembre en Barcelona", por Armando Fernández Steinko


Antes y después del 11 de septiembre en Barcelona


El 11 de septiembre de 2012 es el último hito de un proceso que viene durando cuatro o cinco años, los que dibujan la trayectoria ascendente del apoyo a una Cataluña independiente. Es verdad: la oportunidad del Estatut fue  dilapidada por el rancio poder judicial aunque el intento de Maravall de comerle el terreno al nacionalismo sacrificando la cuestión social no fue para nada una estrategia acertada. En realidad, la semilla de la discordia identitaria se plantó en 1978, de ella brotó lo que está sucediendo ahora. La solución constitucional elegida para afrontar el problema de la configuración nacional-estatal en medio del avance de una lógica primero monetarista, luego directamente neoliberal, había convertido hace tiempo a Barcelona 2012 en una cuestión de tiempo.

Varios factores han venido tapando desde entonces un problema de fondo: el Estado del Bienestar financiado con endeudamiento en vez de con impuestos parecía capaz de llenar el vacío identitario con prosperidad material, ETA eclipsaba un problema político con el destello de la violencia, el modelo de crecimiento daba pan a pesar de su naturaleza destructiva y Europa parecía curar todas las heridas sin necesidad de diagnosticarlas. El reconocimiento de las nacionalidades históricas como espacios de excepcionalidad dentro de una “España” que los pactos de la transición decidieron que tenía que seguir siendo la misma en aspectos centrales, parecía funcionar a las mil maravillas. Y esto a pesar de que la asimetría chocaba, una y otra vez, con el legítimo deseo de todos los territorios y ciudadanos de recibir un trato igualitario. Mientras participaban en la fiesta de la destrucción de Yugoslavia, las élites daban clases de transición a otros países hablando de modelos que eran más apariencia que otra cosa: la semilla del enfrentamiento cultural y lingüístico estaba firmemente incrustada en el  corazón político del sistema. Venía brotando con cada vez más fuerza década tras década, regada por el enfrentamiento pendular entre culturas que necesitan excluirse para sentirse seguras. Aznar no hizo sino acelerar un proceso en marcha y Zapatero no fue a sus causas sino sólo a sus síntomas.

Lo peor está siendo el papel de la izquierda y su seguidismo. Se daba por satisfecha apelando de forma vaga y formal a un remoto derecho republicano a la autodeterminación sin precisarlo ni poner encima de la mesa la tercera pregunta, aquella que resulta clave para darle solución democrática a un Estado antiguo como este: el derecho a optar también por la configuración de una federación solidaria y republicana de territorios. Un segundo mito en el  discurso de la izquierda fue acumulando fatalidades adicionales: la fragmentación del Estado fue considerada un proceso progresista lo cual abría la necesidad de sumarse al independentismo sin preguntar quienes eran los grupos e intereses que lo impulsaban,  en beneficio de quién y de qué, y en qué contexto internacional. Es verdad: la legitimidad democrática del Estado español ha sido históricamente breve pero esto no permite desoir las lecciones de la historia o comparar la situación en el Estado Español con procesos de descolonización exóticos que poco o nada tienen que ver con Europa y con las regiones más ricas del Estado con clases medias indepentistas soñando con convertirse en pequeñas finlandias sin compromisos  solidarios con otros territorios. A veces el argumento antiestatalista de la izquierda soberanista llegó a engrosar incluso las filas de los enemigos económicos de lo público ahora identificado con lo “español”: los neoliberales del Estado mínimo de todos los colores identitarios. También esto facilitó una convergencia tácita entre los Joan Laporta y  los Joan Herrera.

La izquierda acabó tirándose así a una piscina ambigua en la que el agua del argumento social quedaba cada vez más diluida frente al cloro purificador del argumento identitario. Mientras la mayoría de la población miraba a otro lado, los nacionalistas construían sus nuevas naciones y normalizaban el uso de "sus" lenguas recibiendo cada vez más apoyo de las clases progresistas cultas. Por su parte, los españolistas prorrogaban el país salido del franquismo poniendo a cantar a Manolo Escobar para celebrar el triunfo de la Selección en los mundiales de 2011, una de las más grandes meteduras de pata de la Comunidad/Ayuntamiento de Madrid de las  últimas décadas, y que en parte salvó Puyol ondeando la señera. Los dos bloques identitarios se alimentaba mútuamente en una dinámica pendular: el avance electoral simultáneo de Artur Mas/Esquerra Republicana y de Mariano Rajoy/Esperanza Aguirre/UPyD es un reflejo picante de ese péndulo.

Ahora toca abrir los ojos, actuar, argumentar de otra forma. Hay que dejar atrás las tribunas privilegiadas de los Santos Juliá y los Álvarez Junco que daban por imposible lo que está sucediendo. Y no sólo para abordar el problema nacional tomándose en serio el contenido político de la identidad. También para abordar de raíz todo aquello que nos ha  llevado a la actual situación: no se puede crear un Estado del bienestar sin dar trabajo digno a una población cada vez más instruida; no se puede apostar de esta forma por el mercado frente a lo público sin arriesgar una destrucción de las instituciones; no se puede liquidar la política industrial para sustituirla por la fiesta del turismo de masas y la borrachera del  ladrillo; no se puede asentar la democracia en la renta financiera e inmobiliaria; no se puede seguir con la milonga  de que la globalización neoliberal o "Europa"  hacen obsoleto el problema de la configuración nacional; no se le puede echar la culpa a Madrid del declive de la economía productiva frente a la financiarizada en todo el mundo, declive que ha debilitado la posición que tenía Cataluña en el conjunto del Estado sin que Madrid tenga culpa alguna -Artur Mas mismo es hijo de un capitalista industrial en declive- ; no se puede sostener que las mayorías sociales de Cataluña y de Madrid tienen intereses enfrentados pero coincidentes con los de sus élites territoriales; no se puede dejar fuera del cálculo político los beneficios económicos que Cataluña obtiene del resto del Estado o utilizar la falta de concierto como coartada para hacer políticas regresivas tintadas de vino nacional.

Todos estos entendidos y malentendidos desfilaron por las calles de Barcelona el once de septiembre (muchos catalanes progresistas se negaron esta vez a participar). Y todos, también los que no querían verlo, tienen que hacerlo ahora: la fórmula elegida en 1978 no resuelve el problema nacional sino que lo mantiene abierto en beneficio de los argumentos competitivos y en detrimento de los solidarios. Es comprensible que los sectores nacionalistas se hayan sentido cómodos con esta trayectoria. Y también que los sectores españolitas la admitieran como opción necesaria para conservar intacta su influencia identitaria en Madrid, en Sevilla y en Oviedo. Era un pacto tácito basado en la potenciación mutua de la  exclusión cultural y lingüística: el catalán fuera de Madrid, el castellano fuera de Cataluña etc. Lo preocupante es la pasividad de las fuerzas de la solidaridad y de la izquierda, el oportunismo alegre con el que marchaban por el Paseo de Gracia de la mano de Artur Mas. Hay tres cuestiones importantes que no tienen en cuenta.

La primera:  no hay ninguna posibilidad de generar solidaridad redistributiva, y menos  en un entorno neoliberal, si no existen lazos identitarios fuertes y compartidos que contrarrestren la competitividad territorial y la segmentación social provocada por la apoteosis del mercado. La identidad compartida forma parte de cualquier proyecto político que quiera ser compartido, también o precisamente del que abrió la  oportunidad desaprovechada de 1978.

La segunda: los lazos identitarios y la propia tradición se construyen, se crean, no son nada “objetivo”, no hay nada en la historia que los demuestre por sí mismos. Lo que hay son programas, arduas tareas políticas de, al menos, dos generaciones que crean y asientan imaginarios, tradiciones y apoyaturas culturales. Para construir lazos fuertes hay que romper aquellos que bloquean su trenzado: no todo vale en el campo del sentimiento por mucho que se intente anular la memoria histórica, la historia en general. Desde luego es imposible hacerlo en España sin romper con las tradiciones y representaciones de aquellos que dieron un golpe de Estado y destruyeron física, cultural y políticamente a más de la mitad de su propia población como hacen: es aquí donde han fracasado los Santos Juliá y los Álvarez Junco. Madrid y Gernika están hermanadas por su condición de víctimas de los primeros bombardeos del fascismo. Pero para que cuaje un vínculo de unión en el alma de sus habitantes hay que dejar fuera a aquellos que las bombardearon. E introducir la naturalidad de la cultura de lo vasco y lo catalán en el Madrid más profundo y apartado.

Porque el tercero es que la(s) lengua(s) ocupan un lugar central en dicha construcción.  Pero sólo si son compartidas, si los destinatarios de la nueva identidad están familiarizados con ella(s) pueden ser sentidas como algo propio, puede ser tenido el otro como algo cercano, como algo propio. Esto afecta no sólo o no tanto a las clases cultas sino también a la cotidianidad de las clases populares. La construcción de una identidad compartida a partir de 1978 pasaba por construir un único espacio plurilingüe en todo el Estado con su sinfín de consecuencias culturales. Dejar que cada uno recuperara su lengua y construyera una nueva tradición por su cuenta en territorios segmentados tenía que conducir justo a la situación contraria, la que tenemos ahora: frustrar la construcción de una compartida, bloquear la formación de amalgamas culturales en el conjunto del Estado sobre las que construir una sociedad redistributiva, más rica en lo cultural, más justa, solidaria y sostenible.

El argumento de que las identidades son ahistóricas, de que existen desde tiempos inmemoriales, es una quimera. Nada, y menos la identidad, está situado fuera de la historia, de la dinámica política por muy íntima y  personal que parezca. Aquí, en esta equivocada deshistorización de la identidad, si no en la ignorancia de su importancia política, la izquierda se ha quedado parada en los argumentos de Manuel Azaña que eran muy avanzados para su tiempo pero insuficientes para hoy (ver “Sobre la autonomía política de Cataluña”). Con este parón la izquierda se aproxima tácitamente a los nacionalistas cultivando una inercia que le está costado cara a la justicia y la solidaridad. Para todos los pregoneros de los bloques identitarios inamobibles -sean progres o conservadores- la deshistorización de la identidad es una cuestión sagrada,  en ella se apoya todo lo demás. Es interesante observar que, en la práctica, demuestran todo lo contrario: que la identidad es algo que se construye día a día con programas de televisión, tesis doctorales y relatos políticos.

¿Dónde va a acabar todo esto? Tres décadas perdiendo el tiempo y metiendo la pata en Madrid casi año tras año es mucho, construir una nueva identidad compartida en beneficio de las partes y las culturas más débiles lleva al menos dos generaciones ¿Estamos a tiempo? La bola no está en el tejado de los nacionalistas, que no necesitan desviarse ni un milímetro del recorrido que les ha llevado hasta aquí. Esta en el tejado de Madrid, de Sevilla, de Oviedo, de sus sectores más cosmopolitas y solidarios, depende de la decisión de estas clases y grupos de romper con el neoliberalismo, de dirigirse a catalanes, vascos, canarios y gallegos ofreciéndoles una  construcción horizontal y conjunta,  declarándose dispuestos a cambiar sus actitudes lingüísticas, a aislar a las fuerzas de la identidad excluyente en sus respectivos territorios.

El resultado tiene que ser una pluralidad que vaya más allá de  la suma de partes diferentes, una identidad basada en premisas solidarias y una cultura plurilingüe que llegue hasta el pueblo más remoto donde, tras dos generaciones, será defendida como algo propio. Sólo este escenario le dará legitimidad a otro gran argumento de la izquierda: el derecho de autodeterminación. La inclusión de una tercera opción en la consulta, una opción intermedia entre la formación de un -pequeño- estado propio en medio de un océano de tiburones en busca de naciones tiernas a las que satelizar, y la permanencia en el Estado continuista de 1978, esta tercera opción es la más razonable, la que le permitiría a la izquierda y sus valores pasar a la ofensiva. Es el derecho a elegir también la libre adhesión a un Estado plurinacional, plurilingüe y multicultural, un Estado federal y solidario, fuerte pero altamente descentralizado (¿por qué no desdoblar la sede de los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, por qué no discutir el cambio de la  capitalidad?), un Estado al servicio de una sociedad autogestionada en la que las clases sociales que más tengan aporten más a la colectividad sea cual sea su procedencia territorial, en el que los municipios y las mancomunidades tengan un protagonismo central como espacio directo de participación ciudadana. Un Estado en el que se generen más recursos de los que se destruyen y en el que todos tengan un espacio para su desarrollo individual acorde con el desarrollo del conjunto, en el que todos los niños sin exclusión oigean el euskera, el catalán, el castellano y el gallego desde el primer día que van a la escuela. Una escuela igual para todos y necesariamente republicana, claro.

Armando Fernández Steinko. Madrid 13 de septiembre de 2012

http://asteinko.blogspot.com.es/2012/10/antes-y-despues-del-11-de-septiembre-en.html?m=1

sábado, 6 de octubre de 2012

"¿Por qué Chávez?", por Ignacio Ramonet y Jean-Luc Mélenchon


¿Por qué Chávez?


Ignacio Ramonet
Presidente de la asociación Mémoire des luttes (Memoria de las luchas), presidente honorífico de Attac
Jean-Luc Mélenchon
Copresidente del Partido de izquierda, diputado europeo

Público, 05 de octubre de 2012

Hugo Chávez es sin duda el jefe de Estado más difamado en el mundo. Al acercarse la elección presidencial del 7 de Octubre, esas difamaciones se tornan cada vez más infames. Tanto en Caracas como en Francia y en otros países. Atestiguan la desesperación de los adversarios de la revolución bolivariana ante la perspectiva (que las encuestas parecen confirmar) de una nueva victoria electoral de Chávez.

Un dirigente político debe ser valorado por sus actos, no por los rumores vehiculados en su contra. Los candidatos hacen promesas para ser elegidos: pocos son los que, una vez electos, las cumplen. Desde el principio, la promesa electoral de Chávez fue muy clara: trabajar en beneficio de los pobres, o sea -en aquel entonces-, la mayoría de los venezolanos. Y cumplió su palabra.

Por eso, este es el momento de recordar lo que está verdaderamente en juego en esta elección, ahora cuando el pueblo venezolano se alista para votar. Venezuela es un país muy rico, por los fabulosos tesoros de su subsuelo, en particular sus hidrocarburos. Pero casi todas esas riquezas estaban acaparadas por las élites políticas y las empresas transnacionales. Hasta 1999, el pueblo sólo recibía migajas. Los gobiernos que se alternaban, democrata-cristianos o social-demócratas, corruptos y sometidos a los mercados, privatizaban indiscriminadamente. Más de la mitad de los venezolanos vivía por debajo del umbral de pobreza (un 70,8% en 1996).

Chávez hizo que la voluntad política prevaliera. Domesticó los mercados, detuvo la ofensiva neoliberal y posteriormente, mediante la implicación popular, hizo que el Estado se reapropiara los sectores estratégicos de la economía. Recuperó la soberanía nacional. Y con ella, ha procedido a la redistribución de la riqueza, en favor de los servicios públicos y de los olvidados.

Políticas sociales, inversión pública, nacionalizaciones, reforma agraria, casi pleno empleo, salario mínimo, imperativos ecológicos, acceso a la vivienda, derecho a la salud, a la educación, a la jubilación… Chávez también se dedicó a la construcción de un Estado moderno. Ha puesto en marcha una ambiciosa política del ordenamiento del territorio : carreteras, ferrocarriles, puertos, represas, gasoductos, oleoductos.

En materia de política exterior, apostó por la integración latinoamericana y privilegió los ejes Sur-Sur, al mismo tiempo que imponía a los Estados Unidos una relación basada en el respecto mutuo… El impulso de Venezuela ha desencadenado una verdadera ola de revoluciones progresistas en América Latina, convirtiendo este continente en un ejemplar islote de resistencia de izquierdas alzado en contra de los estragos del neoliberalismo.

Tal huracán de cambios ha volteado las estructuras tradicionales del poder y acarreado la refundación de una sociedad que hasta entonces había sido jerárquica, vertical, elitista. Esto sólo podía desencadenar el odio de las clases dominantes, convencidas de ser los legítimos dueños del país. Son estas clases burguesas las que, con sus amigos protectores de Washington, vienen financiando las grandes campañas de difamación contra Chávez. Hasta llegaron a organizar –en alianza con los grandes medios que les pertenecen– un golpe de Estado el 11 de Abril del 2002.

Estas campañas continúan hoy en día y ciertos sectores políticos y mediáticos europeos se encargan de corearlas. Asumiendo -lamentablemente- la repetición como si fuera una demostración, los espíritus simples acaban creyendo que Hugo Chavez estaría encarnando «un régimen dictatorial en el que no hay libertad de expresión».

Pero los hechos son tozudos. ¿Alguién ha visto un «régimen dictatorial» ensanchar los límites de la democracia en vez de restringirlos? ¿Y otorgar el derecho de voto a millones de personas hasta entonces excluidas? Las elecciones en Venezuela sólo ocurrían cada cuatro años, Chávez organiza más de una por año (14 en 13 años), en condiciones de legalidad democrática, reconocidas por la ONU, la Unión Europea, la OEA, el Centro Carter, etc.

Chávez demuestra que se puede construir el socialismo en libertad y democracia. Y convierte incluso ese carácter democrático en una condición  para el proceso de transformación social. Chávez ha probado su respeto al veredicto del pueblo, renunciando a una reforma constitucional rechazada por los electores vía referendum en 2007. No es casual que la Foundation for Democratic Advancement (FDA), de Canadá, en un estudio publicado en 2011, situara entonces Venezuela en el primer lugar de los países que respetan la justicia electoral[i].

El gobierno de Hugo Chávez dedica el 43,2% del presupuesto a las políticas sociales. Resultado: la tasa de mortalidad infantil ha sido dividida por dos. El analfabetismo, erradicado. El número de docentes, multiplicado por cinco (de 65 000 a 350 000). El país presenta el mejor coeficiente de Gini (que mide la desigualdad) de América latina. En su informe de Enero de 2012, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPALC, un organismo de la ONU) establece que Venezuela es el país suramericano que –junto con el Ecuador-, entre 1996 y 2010, ha logrado la mayor reducción de la tasa de pobreza. Finalmente el instituto norteamericano de sondeos Gallup ubica al país de Hugo Chavez como la sexta nación «más feliz del mundo»[ii].

Lo más escandaloso, en la actual campaña de difamación, es pretender que la libertad de expresión esté constreñida en Venezuela. La verdad es que el sector privado, hostil a Chávez, controla allí ampliamente los medios de comunicación. Cada cual puede comprobarlo. De 111 canales de televisión, 61 son privados, 37 comunitarios y 13 públicos. Con la particularidad de que la parte de la audiencia de los canales públicos no pasa del 5,4%, mientras que la de los privados supera el 61%[iii]… Mismo escenario para los medios radiales. Y el 80% de la prensa escrita está en manos de la oposición, siendo los dos diarios más influyentes -El Universal y El Nacional–, adversos al gobierno.

Nada es perfecto, por supuesto, en la Venezuela bolivariana -¿Dónde existe un régimen perfecto?-. Pero nada justifica esas campañas de mentiras y de odio. La nueva Venezuela es la punta de lanza de la ola democrática que, en América Latina, ha barrido con los regímenes oligárquicos de nueve países, apenas caído el muro de Berlin, cuando algunos vaticinaban «el fin de la historia» y «el choque de las civilizaciones» como horizontes únicos para la humanidad. La Venezuela bolivariana es una fuente de inspiración de la que nos nutrimos, sin ceguera, sin inocencia. Con el orgullo, sin embargo, de estar del buen lado de la barricada y de reservar los golpes para el malévolo imperio de los Estados Unidos, sus tan estrechamente protegidas vitrinas del Oriente Próximo y donde quiera reinen el dinero y los privilegios. ¿Por qué Chávez despierta tanto resentimiento en sus adversarios? Indudablemente porque, tal como lo hizo Bolívar, ha sabido emancipar a su pueblo de la resignación. Y abrirle el apetito por lo imposible.



[i] Venezuela obtiene 85 puntos; Estados Unidos, 30; Canada 26 … http://venezuelanalysis.com/news/6336

[ii]Estudio publicado el 29 de abril de 2011. http://www.gallup.com/poll/147167/High-Wellbeing-Eludes-Masses-Countries-Worldwide.aspx#2

[iii] Mark Weisbrot et Tara Ruttenberg, «Television in Venezuela : Who Dominates the Media ?» (pdf), Center for Economic and Policy Research, Washington, D.C., décembre 2010.


http://blogs.publico.es/dominiopublico/5912/por-que-chavez/

jueves, 4 de octubre de 2012

"Los separatistas de Madrid", por Ignacio Escolar. El Periódico, 30 de septiembre


Los separatistas de Madrid
Domingo, 30 de septiembre del 2012
Ignacio Escolar

El soberanismo catalán jamás agradecerá lo suficiente los servicios prestados en Madrid por ciertos políticos, ciertos periodistas, ciertos medios de comunicación, cuyo discurso de odio ha creado más independentistas que cualquier recogida de firmas, que cualquier campaña o manifestación. Son esos bomberos de la gasolina, esos nacionalistas de una Españaza donde no caben los demás, que con sus palabras alimentan esa misma ruptura del Estado que dicen querer combatir. Si algún día Catalunya consigue la independencia, se habrán ganado a pulso un hueco en el callejero de Barcelona por su enorme ayuda a la nueva nación: carrer de Rosa Díez; passeig de Federico Jiménez Losantos; avinguda d'Intereconomía, de Pedro J. Ramírez o de Alejo Vidal-Quadras. Si ellos son la patria, yo soy extranjero. De esta España excluyente yo también me querría independizar.

Espiral disparatada

Estos especialistas en la confrontación han encendido durante años el odio anticatalán, y ahora, cuando el monte se quema, avivan el fuego todavía más. Las propuestas con las que ahora plantean responder ante la amenaza de una secesión han entrado en una espiral disparatada que inevitablemente irá a más; cada día resulta más difícil epatar. Una pide en el Congreso de los Diputados suspender la autonomía de Catalunya, el otro responde que hay que mandar a los jueces a por el Parlament y el siguiente, el señor Vidal-Quadras, europarlamentario del PP, se viene arriba y exige la intervención de un general de brigada de la Guardia Civil para tomar el poder en la «autonomía rebelde». «Y si sacan la gente a la calle, que la saquen, pero no podrán estar más de un mes manifestándose, de manifestarse no se come», remata Vidal-Quadras. ¿Se come acaso de romper el país con discursos así? ¿Estos exabruptos, que tan útiles resultan al soberanismo catalán, se sueltan por interés o por irresponsabilidad? ¿De verdad hay alguien sensato que dude hoy de que, en democracia, la única manera de mantener unida España es la voluntad de todas sus partes por permanecer juntas, y no esa amenaza de los tanques que dejó escrito el búnker franquista en el vergonzoso artículo 8 de la Constitución?

Obviamente, los dos extremos en este debate nacionalista -el español y el catalán- quieren secar cualquier espacio para los matices. Y los hay. No todos en Madrid somos así. También hay aquí quienes defendemos una España integradora, quienes creemos que podemos convivir, quienes apostamos por un modelo federal que respete las diferencias y nos permita a todos prosperar. Como escribe Isaac Rosa: queridos catalanes, no nos dejéis solos, por favor.

http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/los-separatistas-madrid-2215380

"Y el fascismo habitó entre nosotros", por Pedro Luis Angosto. Nueva Tribuna, 3 de Octubre


Y el fascismo habitó entre nosotros

Pedro Luis Angosto. Nuevatribuna.es | 03 Octubre 2012

Durante el siglo XIX las revoluciones burguesas se fueron solapando con las que intentaron poner en marcha las clases trabajadoras. Para los burgueses, la democracia liberal era una meta, su régimen, pero dentro de ella no entraban los más, es decir los campesinos sin tierra, los pequeños artesanos ni los obreros fabriles, cuya única misión era trabajar y callar. Sin embargo, una parte de esa burguesía, de la pequeña burguesía intelectual unida al proletariado más consciente, comenzó a cuestionar ese modelo de democracia excluyente que daba todos los derechos a una minoría poderosa y se los quitaba a la inmensa mayoría. El Estado absolutista –en teoría abolido tras la revolución francesa en una parte de Europa– se puso al servicio de la vieja aristocracia y de la alta burguesía, dos clases en principio antitéticas que no dudaron en mezclar dinero con blasones para apuntalar bien sus privilegios. Las revoluciones obreras del siglo XIX murieron en 1871 en la Comuna, cuando Thiers y MacMahón decidieron arrasar París y fusilar a miles y miles de revolucionarios para ejemplo y escarmiento de las nuevas generaciones. El Estado burgués, que no había acabado del todo con el Antiguo Régimen, utilizó los instrumentos de éste para imponer el dominio de clase.

Durante los años siguientes en España, Italia, Alemania y otros países europeos se produjeron movimientos revolucionarios que terminaron siempre con el asesinato en masa de los trabajadores que en ellos participaban. Fue en 1917, en pleno conflicto mundial, en un país paupérrimo del Este de Europa dónde, inesperadamente, triunfó la revolución proletaria, que de inmediato fue sitiada por los ejércitos del resto de Europa para cortar de raíz una mancha de aceite que temían se extendiera por el resto del continente. Los Estados de la Europa Occidental, representantes de la alta burguesía del privilegio, se emplearon a fondo para acabar con cualquier contagio. Así, en 1919, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, junto a miles de alemanes, eran asesinados por orden del Gobierno alemán. No había marcha atrás, burgueses y aristócratas habían decidido que los modos de Antiguo Régimen les eran muy propicios para sus objetivos y que la represión sin límites era la mejor vacuna contra el “peligro comunista”.  El fascismo había nacido como máxima expresión del capitalismo, y en ese contexto, intentos democráticos como la República de Weimar o la II República española tenían poco futuro, como tampoco lo tenía la, por entonces, medrosa III República francesa. El papel fundamental, decisivo, jugado por la URSS para liberar a Europa de nazi-fascismo hizo que las potencias Occidentales –sobre todo Reino Unido y Estados Unidos– viesen a su aliado como el enemigo más peligroso que jamás había tenido el sistema político-económico por ellos defendido. Tomaron dos decisiones, una, iniciar una política de hostigamiento y acoso a la URSS pese a las insistentes propuestas de Stalin para llegar a un acuerdo internacional; otra, poner en marcha en Europa medidas de protección social que sirviesen de cortafuegos ante un hipotético avance del comunismo. No fue pues, el Estado del Bienestar que hoy desmantelan, una conquista exclusiva de las clases trabajadoras de Europa Occidental, sino también una estrategia política coyuntural debida al temor a la URSS.

Desmantelada la URSS por el cerco de las potencias Occidentales, la carrera armamentística y el anquilosamiento de una nomenclatura vetusta, los dueños del capital y de los ejércitos, una vez comprobado el aburguesamiento y entontecimiento casi general de las clases trabajadoras europeas, más identificadas con su jefe que con su compañero de trabajo, vieron la oportunidad propicia para acabar con aquella concesión disparatada que fue el Estado del Bienestar. Estados Unidos, dónde el “riesgo de contagio comunista” sólo existió en la propaganda oficial dirigida por dos enfermos fascistas llamados Hoover y McCarthy, jamás gozó de ese Estado protector de derechos sociales, sino de otro conformado por la ley del más fuerte, la corrupción admitida y la primacía de los derechos individuales y corporativos de los poderosos sobre los derechos humanos de cualquier tipo, conformando una sociedad individualista, insolidaria, extremadamente religiosa, violenta, obediente, iletrada y patriótica, ello pese a sus brillantísimas minorías disidentes y acomodadas. Desprendidos del temor soviético, los dirigentes de la Casa Blanca –no los que salen en el despacho oval, simples muñecos, sino los que trabajan en sus cimbras– decidieron imponer su modelo a todo el mundo. El objetivo no era ya acabar con el “peligro comunista” sino con esa especie de “rara democracia social” que había nacido en una parte de Europa debido a decisiones coyunturales que desparecida la URSS no tenía sentido mantener.

Ningún lugar más propicio para comenzar a actuar en Europa que el Reino Unido, país famoso por su secular querencia pactista y su modélico sistema de protección social. Margaret Hilda Thatcher, de acuerdo con su colega Ronald Reagan -el actor que fue descartado para hacer de Presidente de Estados Unidos en una película de los cincuenta porque daba risa-, emprendió una ofensiva brutal contra todos los servicios públicos británicos, sanidad, educación, pensiones, transportes públicos, asistencia social y cuanto oliese a derechos sociales, obteniendo su gran victoria –como Carlos I de España y V de Alemania en Mühlberg o Napoleón en Austerlitz– en su enfrentamiento con los mineros de la Trade Union. El final de su reinado coincidió con el desmoronamiento de la URSS y la caída del muro de Berlín. A partir de ahí Europa comenzó a regresar al periodo de anteguerras, pero con una vital diferencia: Enfrente no había nadie. Los avances conseguidos en el camino hacia la unión política y económica de Europa quedaron en entredicho y las cesiones hechas por los Estados –muchas de ellas previa reforma de las constituciones nacionales– no fueron utilizadas para el fin pretendido sino para construir un ente monstruoso en el que ninguno de sus organismos de gobierno y obligado cumplimiento habían nacido de la voluntad popular, sino que eran dirigidos por tecnócratas, burócratas y correveidiles al servicio de las grandes corporaciones, de la libre circulación de capitales, de la privatización de los servicios y derechos públicos y del engaño masivo de una población que calla y rumia: Ni la Comisión Europea, ni el Mecanismo Europeo de Estabilidad, ni el Banco Central Europeo –que es el Bundesbank–, ni la madre que los parió a todos han sido elegidos por el pueblo, sin embargo obligan al pueblo, a todos los ciudadanos a tragar con ruedas de molino, a ponerse la soga al cuello y saltar al vacío y a renunciar –sin motivo alguno– a un modelo de vida que costó mucho trabajo y sacrificio construir.

En esas condiciones, con esa estrategia, y en un tiempo record, las autoridades fascistas europeas –las llamo fascistas porque su modo de proceder es totalitario: No hay otra alternativa que lo que yo mando, y por su origen espurio– han logrado paralizar el desarrollo de los países mediterráneos, dirigir hacia el centro de Europa –a Alemania– la circulación de capitales, empobrecer a la inmensa mayoría de los europeos, llevar hasta extremos peligrosísimos la desconfianza hacia la política y los políticos, crear una casta política –que no incluye ni mucho menos a todos- que vive ajena al pueblo y a los intereses generales, desprestigiar a todas las instituciones democráticas, incluida la propia democracia adulterada, “legitimar” la violencia extrema de la policía “del pueblo” contra el pueblo, embrutecer a la ciudadanía hasta el grado máximo de insolidaridad mediante los medios de comunicación de masas que dominan en régimen de casi monopolio, diezmar todos los servicios públicos, justificar todas de matanzas que, dirigidas por el emperador, se cometen –de momento- fuera de Europa, desindustrializar el continente a base de trasladar empresas a países con economías esclavistas, convertir al ser humano en enemigo de su prójimo, y lo que es peor: Convertir al poder político en un mero transmisor de la voluntad de las grandes corporaciones industriales y financieras que se mueven por el mundo con toda libertad para explotar, empobrecer y asesinar sin que nadie ose hacerles el más mínimo reproche.

Muchos pueden pensar que el fascismo siempre aparece con la misma vestimenta e igual parafernalia, primero grupos que se organizan –dirigidos por algún capitalista “decidido”- para amedrentar a la población, luego grandes desfiles callejeros, concentraciones de apoyo al líder carismático y, por último, el asalto al poder de forma violenta. Y es un error, un tremendo error, el fascismo hoy viste de Prada, puede incluso ser educado y agradable a primera vista, come en nuestra mesa, ve nuestra televisión, que es la suya, y se acuesta en nuestra cama; habla de democracia, pronuncia, llenándola de inmundicias, la sagrada palabra “LIBERTAD” y sin que nos demos cuenta se mea a diario sobre nuestras cabezas sin que rechistemos.

El fascismo es la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional, la prima de riesgo, las agencias privadas de descalificación, el Banco Central Europeo, el Fondo Europeo de Estabilidad, el Euro que nos empobrece, los “rescates”, el Banco Mundial, la banca que prestó para especular y hoy –con el apoyo decidido de los gobiernos “democráticos”- quiere recuperar lo que se jugó a la ruleta aunque sea arruinando a millones de ciudadanos y a pueblos enteros; el fascismo está en los medios de comunicación que vemos, oímos y leemos a diario, en la libre circulación de capitales, en la libre circulación de mercancías, en el racismo y la xenofobia crecientes, en los genocidios reiterados perpetrados contra los países que tienen materias primas y combustibles fósiles, en el nacionalismo y en un modo de vida impuesto y contrario al nuesto –el yanqui– que proporciona insatisfacción permanente a la inmensa mayoría de la población, pobreza y totalitarismo.

No, no hay que esperar a mañana, el fascismo de nuevo vive entre nosotros, y a su paso, nos quitamos el sombrero, y lo saludamos con una patética genuflexión. Agraciadamente, esto sólo será una pesadilla que mañana algunos podrán contar desde un mundo mejor, una vez que la casa esté limpia de canallas. Para que eso ocurra es necesario que seamos conscientes de esa realidad y es menester coger la escoba ya, aunque al principio sólo seamos cuatro gatos…: Al capitalismo jamás gustó la democracia.

miércoles, 3 de octubre de 2012

martes, 2 de octubre de 2012

"Hobsbawm, un historiador marxista para una izquierda racional (crónica de urgencia)", por Francisco Erice


Hobsbawm, un historiador marxista para una izquierda racional (crónica de urgencia)

Obituario

FRANCISCO ERICE , Sección de Historia de la FIM

01 Oct 12

Hace ya algunos años, Eric J. Hobsbawm solía ser caracterizado, entre otras cosas, como el mayor historiador marxista vivo, sobre todo desde que desapareciera, allá por 1993, su compatriota Edward P. Thompson, tal vez su principal oponente para merecer semejante título. Cuando, en 1996, la revista española Historia Social le dedicara a Hobsbawm un amplio número monográfico, uno de los glosadores críticos de su obra lo calificaba (aunque entre interrogantes retóricos) como “el último marxista de oro”. Lo de “último” sonaba algo así como a alabanza fúnebre o epitafio de una corriente interpretativa de la historia que, por fortuna, aún tiene mucho que decir. Queda todavía algún otro “marxista de oro” entre los historiadores, incluso en nuestro país, pero el elogio explícito era, desde luego, merecido y justificado.

Hobsbawm, que acaba de fallecer, ha sido no sólo historiador eminente (uno de los más grandes, sin duda), sino también testigo privilegiado del siglo XX. En su apasionante libro de Memorias (Años interesantes. Una vida en el siglo XX), él mismo se definió como “observador partícipe” de su tiempo, a la manera de los antropólogos. Había nacido en Alejandría (Egipto) en 1917, hijo de madre austriaca y padre inglés de origen judío. Vivió, de niño y adolescente, en Viena y Berlín hasta el ascenso del nazismo, trasladándose luego a Inglaterra, donde estudió en Cambridge y desarrolló posteriormente su carrera académica, sobre todo en Londres y, ya retirado, como profesor visitante en Nueva York.

Militante comunista desde su juventud, Hobsbawm fue, desde 1946, uno de los integrantes del Grupo de Historiadores del Partido Comunista Británico, que, entre otras cosas, fundó en 1952 la revista Past & Present (Pasado y Presente), la cual sigue siendo hoy, ya alejada de su origen, una prestigiosa publicación académica. En el mencionado Grupo se aglutinó el que puede considerarse, en su conjunto, el más brillante plantel de historiadores del siglo XX (Maurice Dobb, Edward Thompson, Christopher Hill, Rodney Hilton, Víctor Kiernan, el propio Hobsbawm, etc.). Es cierto que se disolvió de facto en 1956, cuando la mayoría de sus miembros abandonaron el PCB en protesta por la intervención soviética en Hungría, pero sus componentes –como muchas veces han reiterado- siguieron manteniendo una afinidad intelectual y un estilo común de trabajo, centrado en un marxismo abierto, no economicista, que privilegia el cambio social y la centralidad de la lucha de clases y no desdeña incorporar el peso y la importancia de los fenómenos culturales. Hobsbawm permaneció en el Partido, en parte por consideraciones políticas, en parte por razones sentimentales, y en él se mantuvo hasta su disolución, aunque sus querencias gramscianas y sus posiciones ideológicas lo orientaban sobre todo hacia el PCI (el Partido Comunista Italiano).

Es verdaderamente imposible resumir en breves líneas la obra ingente de Hobsbawm, que supera en cantidad y calidad todo lo imaginable, aun teniendo en cuenta la edad que llegó a alcanzar en plenitud de facultades intelectuales. La “selección bibliográfica” que acompañaba al dossier que le dedicó la revista antes citada incluía siete apretadas páginas de títulos de libros y artículos que abarcan –y este es otro de los rasgos más sobresalientes de Hobsbawm- un espectro de temas verdaderamente prodigioso.

Ciertamente, Hobsbawm ha dejado huella profunda en todos los campos temáticos que abordó. A él se debe la apertura, entre los historiadores, con una investigación pionera, del debate sobre la crisis del siglo XVII y su influencia en la transición al capitalismo. Fue profundo renovador de los estudios del movimiento obrero, que contribuyó a rescatar, desde posiciones marxistas críticas, de los planteamientos teleológicos, y a insertarlos en el estudio de la clase obrera y del “mundo del trabajo”. Transformó, en parte, la vieja historia de las agitaciones campesinas y sobre todo de los movimientos milenaristas; su apasionante libro Rebeldes primitivos sentó las bases de una nueva visión de estos fenómenos, con préstamos de la antropología y una no siempre explícita pero subyacente influencia de Gramsci y su concepto de “subversivismo”. Participó, con brillantes aportaciones, en la controversia sobre las condiciones de vida de los trabajadores durante la revolución industrial y en la renovación de los puntos de vista dominantes sobre alguno de los movimientos obreros y populares más importantes de entonces (como el luddismo de los destructores de máquinas). Contribuyó también, de manera muy notable, a consolidar la renovación de los estudios sobre los nacionalismos, desvelando las imposturas “esencialistas”, explicando las naciones como construcciones “desde arriba” y acuñando además conceptos como el de “invención de la tradición”, que han demostrado su fertilidad, entre otras cosas, para comprender esos procesos. Su recopilación de trabajos Sobre la Historia, publicada en España en 1998 es, a mi juicio, una de esas lecturas especialmente estimulantes que a un estudiante de Historia que se inicia o un lector culto interesado en esta materia se debe siempre recomendar.

No menos importantes son sus contribuciones al estudio del marxismo; la mayoría de ellas, al menos las más relevantes, como el grueso de la obra de Hobsbawm, están publicadas en castellano, y han sido recientemente recopiladas en un libro que lleva el sugerente título de Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011. Lo que, por encima de cualquier otra consideración, caracteriza la visión de Hobsbawm sobre el marxismo es su concepción del mismo como una tradición abierta y plural, cuyos planteamientos deben ser sometidos, al igual que los de cualquier otra, a un revisión crítica, pero que todavía sigue siendo útil para comprender y trasformar el mundo.

Por si todo esto fuera poco, Hobsbawm es conocido, entre un público más amplio que el de los historiadores profesionales, sobre todo por su tetralogía sobre el mundo contemporáneo, desde la ya lejana publicación (en 1962) del primer tomo (La era de la Revolución, traducido al español como Las revoluciones burguesas) hasta el cuarto y último (1994), su Edad de los extremos. El corto siglo XX (en castellano, más sucintamente, Historia del siglo XX). Aunque fluctuante en su construcción y en algunos de sus planteamientos –los sucesivos tomos van adaptándose a los cambios historiográficos y de sensibilidad de los nuevos tiempos-, el conjunto constituye una obra de interpretación de los dos últimos siglos y una exhibición de cultura histórica verdaderamente incomparable con la de cualquier otro historiador contemporáneo, siempre con la voluntad de alejarse de cualquier reduccionismo en los análisis, buscando la integración y la interrelación de los factores.

El pulso como historiador de Hobsbawm se aprecia sobre todo, lógicamente, en sus trabajos más influyentes, pero sus libros aparentemente menores constituyen verdaderas perlas historiográficas y a veces hasta literarias, que incluso un lector no experto puede disfrutar en plenitud. No puedo dejar de mencionar, en ese sentido, su ya antiguo libro recopilatorio de estudios sobre los comunistas y las revoluciones sociales (Revolucionarios), el que dedica al bandolerismo social (Bandidos), o los capítulos plagados de sugerencias y hasta de sentido del humor incluidos en el libro Gente poco corriente, con semblanzas que abarcan desde algunos exponentes de las tradiciones radicales del siglo XIX hasta personajes turbios de la vida política americana, pasando por figuras del jazz, modalidad musical de la que era profundo conocedor y crítico aficionado.

Toda esta ingente obra no sería del todo entendible, finalmente, sin las reflexiones contenidas en sus Memorias o los libros de entrevistas y recopilatorios en los que nos ofrece su visión de la política y la sociedad de nuestro tiempo, como su Entrevista sobre el siglo XXI o el más antiguo, pero a mi juicio extraordinario, Política para una izquierda racional (editado en España en 1993), que reúne varios trabajos con “implicaciones políticas” directas.

Permítaseme terminar esta larga, casi improvisada y sentida reseña precisamente con esta pequeña joya de la bibliografía hobsbawmiana. En ella, nuestro autor nos recuerda una vez más que los tiempos han cambiado y por tanto también debe hacerlo nuestra visión de lo que escribieran Marx o Lenin, cuya obra, como la de cualquier otro, debe estar “abierta a un escrutinio crítico”; lo cual no significa que, su juicio, el marxismo haya dejado de ser una guía útil para entender el mundo. Pero hay otras dos ideas suyas fundamentales que quisiera resaltar. La primera es la necesidad de que “la razón de izquierdas haga una crítica de la emoción de izquierdas”. Hobsbawm, frente a los “utopistas” o “imposibilistas” defensores de la pureza frente al compromiso, declara formar parte de la tradición de los “radicales” que son a la vez “realistas”: la de “Marx y Lenin o, concretamente, la del Séptimo Congreso Mundial de la Internacional Comunista, la de los frentes populares y la unidad antifascista”. Por eso –asegura, a fuer de realista- siempre se ha manifestado refractario a la nostalgia: “no basta con lamentarse con el declive experimentado por ‘el movimiento’ desde los grandes días de antaño, puesto que la nostalgia no los hará regresar. Debemos construir sobre los fundamentos del pasado, pero la construcción debe ser nueva”.

Pero esa izquierda racional por la que aboga no se basa, en modo alguno, en la renuncia a la transformación social: “el capitalismo –afirma Hobsbawm- sigue siendo rapaz y explotador y el socialismo sigue siendo bueno”. Es la reflexión del viejo historiador, que todavía no hace mucho convocaba a los colegas progresistas a una alianza frentepopulista contra el asalto a la razón perpetrado por la historiografía postmoderna. Defender la historia es también ayudar a preservar el viejo proyecto emancipador: “de nosotros no se podrá decir –asegura- que ya no creemos en la emancipación de la humanidad”. No es extraño que Hobsbawm concluya su citado libro de Memorias con un llamamiento a la vigilancia y a la acción: “Pero no abandonemos las armas, ni siquiera en los momentos más difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y combatida. El mundo no mejorará por sí solo”. Que así sea.

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