jueves, 23 de abril de 2015

Sobre una carta del Conde Duque de Olivares

En una ocasión, allá por mediados de los 80, en clase de Historia Moderna estuvimos analizando, en un ejercicio de comentario de texto histórico, una carta del Conde Duque de Olivares dirigida a Felipe IV tras su cese y destierro. Casi unánimemente, el centenar de alumnos de la clase alcanzamos similares conclusiones.

El profesor (recuerdo que era el maestro Julio Pardos) nos planteó: ¿Y si Olivares estuviera mintiendo?

Y partiendo de las motivaciones que podía tener el Conde Duque para mentir, para decir verdades a medias, o para ocultar hechos conocidos, comenzamos de nuevo el ejercicio del comentario del texto. Las conclusiones que alcanzamos fueron opuestas a las de la “primera vuelta”.


Hoy he recordado esta historia cuando he escuchado en la radio la noticia, y el tratamiento periodístico que se le daba, del descubrimiento de un informe de la policía franquista sobre el asesinato de Federico García Lorca.


La noticia en algunos medios:

lunes, 13 de abril de 2015

'Cercas y el gran negocio de la “memoria histórica”', por Francisco Espinosa Maestre

Francisco Espinosa Maestre, Historiador. Público, | 12 abril 2015

“Nuestra literatura está plagada de mediocridades encumbradas”, Caballero Bonald, El País, 18/03/015



Harto está ya uno de ciertos novelistas que recurren a la historia falseándola, desde aquel Fernando Marías que fabuló sobre un Lorca que no habría muerto hasta un Trapiello que cree que la literatura está por encima de la historia. Dice Cercas que “memoria histórica” es un oxímoron, dos palabras que juntas expresan algo difícil o imposible  de unir. Con ello, consciente o no, se apunta a ese grupo de gente, algunos muy conocidos, que nunca ha investigado la represión franquista, pero se permite opinar sobre ella. La memoria constituye un recurso de la historia y hay reductos donde solo entra la primera. Al historiador documentado no lo engañará cualquier testimonio oral. Ni Antonio Pastor,  en Andalucía, que también se hizo pasar por deportado sin serlo, ni Enric Marco, en Cataluña, dieron el pego. Solo hicieron falta dos especialistas en deportación, Benito Bermejo y Sandra Checa, para que se cayera todo el tinglado. “No le va a gustar a mucha gente este libro”, dice Cercas, recordando a otro de la pandilla, Juan Eslava y su “Una historia de la guerra  civil que no va a gustar a nadie”. 

Algo está claro: ni Eslava sabe de la guerra civil ni Cercas de los deportados. Yo comprendo que investigar la deportación resulta mucho más duro que escribir una “novela de no ficción” sobre uno que se hacía pasar por deportado por apasionante que esta pueda parecer (bastará echar un vistazo al Libro Memorial para saber de qué hablo). Una cosa es la literatura y otra la historia. También debe ser más fácil soltar el rollo de Salamina  que investigar qué fue realmente del fascista Sánchez Mazas. Este ya había ofrecido testimonio de lo ocurrido en Caudillo (B. Martín Patino, 1977), pero en su relato no hay rastro alguno de que un soldado republicano le salvara la vida.[1] Luego David Trueba convirtió la novela en una película y recurrió, no sin caer en cierto esperpento, al “Suspiros de España” que tanto sonó en Caudillo con otro sentido muy diferente. ¡Ya el colmo es que el soldado cantaó sea el que perdona la vida a Sánchez Mazas.

La impostura de Marco no equivale al fracaso de una sociedad. España está llena de Marcos pero diré por qué. La transición permitió a cada uno elaborar su propio pasado. Fue así como mucho asesino se presentó con las manos limpias, como si no hubiera roto un plato en su vida, y muchos héroes de papel se hicieron pasar por lo que nunca habían sido, como si la resistencia al franquismo estuviera representada por ellos. Otros, los verdaderos héroes, conscientes de la farsa, callaron en su mayoría. Como no se permitió la historia, cada uno hizo lo que le dio la gana. En otros países un Marco hubiera sido descubierto de inmediato. ¿Imagina Cercas lo que hubiera ocurrido si cuando Martín Villa estaba al frente de Gobernación (1977)  hubiera ordenado que se conservaran los archivos de Falange y que todo pasase al Archivo Histórico Nacional? Ahí debía estar el expediente de Marco. ¿Qué hizo Martín Villa? Seguro que lo sabrá Cercas: ordenó la destrucción de cientos de miles de documentos y expedientes. Todos los llamados Archivos del Movimiento fueron destruidos provincia por provincia. ¿No se da cuenta Cercas que Bermejo y Checa han tenido que viajar a Alemania y Francia para descubrir que gente como Marco o Pastor eran unos falsarios?  ¿A qué cree que se debe que diez mil documentos entre 1936 y 1968 no hayan sido desclasificados aún? Como vemos, la destrucción de los archivos de Falange y la ocultación de documentos clave, según Cercas, se debe a la sociedad. Debe hablar con los historiadores, que le contarán hechos que explican buena parte de lo ocurrido. Por lo pronto ya no será posible jamás filmar en España una película como “La historia de los otros”.

En el disparate raya la afirmación de Cercas en el sentido de que no se afrontó el pasado en los años 90 “porque se creó la industria de la memoria”. E insiste: “Se sustituyó lo objetivo por lo subjetivo. El problema es que se convirtió en un negocio”. Matiza más Cercas: “… no necesitábamos una ley de memoria histórica sino que el Estado se ocupara de cumplir con su obligación”.  Pero, ¿Cercas sabe de qué habla? Es que parece ignorar que fue el Estado precisamente el que impidió toda actuación en este campo,  obligando ante su pasividad a moverse a la gente por sí misma. Cercas acude al pasado para explicar el presente, otra cosa es que sus libros tengan algo que ver con la historia.  Para Cercas Marco representa la capacidad de impostura, no sabemos si de la sociedad española o del género humano.

Cercas nos lleva a otro terreno. Marco -¡vaya la comparación!– es “El Maradona o el Picasso de los impostores”. Luego, confiesa que antes de escribir,  dijo: “¡Dios mío, hazme digno de ese tío!”. No tendrán los dioses otra cosa mejor que hacer. Y las plegarias del autor fueron atendidas. Pues menuda evolución. En la de Salamina le ayuda Vargas Llosa y en esta le ayuda Dios. Sea quien sea, siempre El País detrás. Como bien saben Trapiello, Molina y Gracia entre otros, aquí en España, con El País de tu lado, tienes parte del trabajo hecho.  Al fin y al cabo El País,  es más fiable que Dios (al menos mientras dure; El País me refiero).

Para Cercas –vuelve con el tema– la expresión “memoria histórica” es “desafortunadísima”, y matiza, que es como decir “matrimonio feliz”. Estaba inspirado Cercas. No tiene duda alguna: “La historia es colectiva y la memoria personal”. Como es normal hay reductos donde solo se accede por la memoria, que no todo viene en los papeles, pero él lo ignora o le da igual. O las dos cosas a la vez. La obsesión de Cercas es que “la memoria se convirtió en un negocio” y España perdió “su última oportunidad” para que el Estado, con el dinero de todos, resarciera por completo a las víctimas. Según Cercas “los españoles éramos unos impostores de tomo y lomo. Esa ley no ha servido para nada salvo para réditos políticos”. De este caos solo nos librará, cómo no, la literatura, y la “buena historia”. O sea él y los historiadores que le gusten. Otro Trapiello. En sus contactos con Marco Cercas captó, según dice, que este era mucho mejor que los verdaderos deportados; todo el mundo se lo creía. Todo el mundo menos cuando se entraba en detalles. Entonces empezaban los problemas. Tuve oportunidad de coincidir con Antonio Pastor en un programa de Canal Sur y nunca salió del tópico. No obstante, para su desgracia, aunque se negara a aceptarlo, también fue descubierto por Bermejo y Checa. Pero la muerte de Pastor fue poco después del descubrimiento de la farsa e hizo que el asunto pasara pronto.

Cercas cree que escribe novela sin ficción: crónica, historia, biografía y autobiografía. A esto llama novela sin ficción.[2]  ¡Menudo gazpacho! Lo de Cercas se describe por lo negativo: no es simple crónica porque pretende ir más allá, no es historia porque no hay investigación de base alguna, tampoco hay biografía porque el autor tampoco ha investigado con ese fin y, finalmente, no es autobiografía porque no hay voluntad de tal cosa por parte del protagonista. Y añado yo: tampoco es novela. De serlo su autor se mostraría más humilde. Él quiere ser nada menos que Cervantes. El XIX se le queda corto. En todo caso sería una mezcla de Cervantes (libertad y pluralidad) y Flaubert (rigor geométrico). Vaya siempre la humildad por delante. Un periodista o un historiador no pueden recurrir a las conjeturas; un “novelista de no ficción sí”. Te puedes inventar lo que te dé la gana y no tienes ni que avisar. Sin duda, Marco es un personaje interesante pero, ¿no hubiera sido mejor hacer sobre él una simple biografía? ¿Se le queda corta a Cercas? ¿Acaso merece la pena perder el tiempo en una vulgar biografía? El problema es que una biografía lleva mucho trabajo. Donde pongas el invento ese de “la novela de no ficción” quita lo demás. Las novelas de Galdós eran magníficas, recurrió a situaciones y personajes reales, pero no dejaban de ser novelas. Pero era tan bueno que, cualquiera que conozca la historia del XIX, sabe que, aunque sus libros no sean de historia, constituyen una buena guía. ¿Acaso será menos por ser un “simple” novelista? Es posible que los protagonistas de “Las novelas de Torquemada” o el de “Miau” solo habitaran en la mente de Galdós. Da igual, sus novelas reflejan a la perfección el momento histórico que quería revelar. Pero mira por dónde Cercas lo supera.

Para Cercas “los testigos son fundamentales pero es un error creer que tienen la verdad absoluta. Un testigo es solo un testigo; sacralizarlo en un grave error”. De aquí extrae que todo fue una impostura, que luego la gente se inventó el pasado. El pasado era tan desagradable que nos inventamos otro. Si en la transición hubiéramos mirado el pasado con valentía… Para Cercas la memoria histórica se convirtió en una industria. No proporcionaba beneficios económicos sino morales, políticos y artísticos. El ejemplo de esto por lo visto es Marco. Necesitábamos que con el dinero de todos se asumiesen los gastos de sacar a todos los de las cunetas. Entonces, según Cercas, convertimos esto en una industria, en un negocio. Es decir que, más que los de la transición, los que fallamos fuimos nosotros. Culpar a la transición “me parece de un infantilismo bochornoso”. La transición fue una chapuza impresentable pero la prefiere “un millón de veces” a la otra chapuza, la de nuestros abuelos, que provocó una guerra de 500.000 muertos. Que solo fuera parte de los abuelos la que decidió a eliminar a la otra le da igual. Cercas volverá a Cervantes, a la “novela como género”. Marco viene a ser un Alonso Quijano. O sea que Marco es don Quijote y Cercas Cervantes con un toque de Flaubert. ¿Alguien da más? ¿Se pueden decir más barbaridades juntas?

Las teorías de Cercas, la defensa cerrada de la transición y el desprecio por la República lo incluyen de lleno dentro del grupo de la “tercera España”. Culpar “a los abuelos” de lo que fue un brutal golpe militar que acabó en guerra civil es propio de esta vía. Hacer pasar a las víctimas por culpables también. Es lo que hizo siempre el fascismo español y ahora los de la “tercera España”. Y si para eso hay que ocultar parte de la realidad, pues se oculta: en su biografía sobre Ridruejo Gracia se olvidó de contarnos la primera etapa, la fascista; otro ejemplo: cuando Trapiello habla de Chaves Nogales tiene buen cuidado de no mencionar a los periodistas que, militancia aparte, cumplieron su deber hasta el final por más que Madrid fuera una ciudad sitiada durante más de dos años, con lo que esto supone. Un factor común a esta gente (Cercas, Trapiello, Gracia, Molina…) es su odio a la “memoria histórica”. Cercas debe pensar que va camino del Nobel. Aunque quién sabe, hay tanta competencia: Muñoz, Trapiello, Eslava…

¿Para quién fue un negocio la transición? ¿Quién sacó beneficios morales, políticos y artísticos? Por lo pronto Cercas vendió, según quienes saben de estas cosas, más de un millón de ejemplares con Soldados de Salamina. Esto sí que es un gran negocio. Cervantes, Flaubert, Galdós, todos los de la “memoria histórica” y mucha gente que me ahorro de nombrar, lo envidiarían.  Que pregunte a Benito Bermejo y a Sandra Checa cuánto sacaron de su Memorial. ¿Qué hubiera sido de la novela sin Vargas Llosa y su artículo dominguero? Por otra parte no me deja de llamar la atención que la explicación en torno a que la “memoria histórica se convirtió en un negocio” nunca quedó clara en las entrevistas. Solo en Babelia, aunque el titular destaque que “la “memoria histórica” se ha vuelto una industria”, se lee luego que aunque “se convirtió en una industria, no proporcionaba beneficios económicos sino morales y políticos y artísticos también”. Un día antes, en El Diario, la cosa había quedado en que la “memoria histórica” se convirtió en un negocio. Y el ABC volvió a repetir lo mismo. Mi impresión es que, efectivamente, la “memoria histórica” para algunos fue un negocio. Sobre todo para ese grupo de “novelistas” que encontraron un filón que no imaginaban. Lo de los beneficios morales, políticos y artísticos nos lo debería explicar Cercas. La “memoria histórica” provocó un rechazo en el poder, en su acepción más amplia, del que Cercas debería enterarse. Lo que pasa es que si se enterara también cambiaría su opinión sobre el pasado reciente y tampoco hay que pedirle tanto a ver si se da cuenta de que ni es cronista, novelista, historiador, biógrafo y tantas otras cosas.[3] Finalmente una breve alusión a esa obsesión de Cercas por personajes falsarios, como Marco, o fascistas vocacionales como Sánchez Mazas. Este pertenece a la España más negra y carece de sentido alguno que un soldado republicano le salve la vida en aquel momento. Solo hubiera faltado que pusiera fin a la novela con la “Oración de Falange”, creada por Sánchez Mazas.[4]

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[1] EL testimonio de Sánchez Mazas que se recoge en “Caudillo” dice: “El día 30 de (..) me fusilaron con otros treinta compañeros. Sonaron las dos primeras ráfagas. Ni una bala me había tocado. Di un salto. Trepé por un camino descubierto. Caí en una hoya donde había un manantial. Me quedé quieto. Por un momento desistieron de la persecución. Oí los tiros de gracia. Poco después ordenaba el director de la prisión la batida del monte. Caía una lluvia torrencial y me fui guiando por los gusanos de luz para elegir alguna dirección. Durante tres días caminé por los bosques, mendigaba en sus masías. El día 8, por primera vez, volví a dar aquel “¡Arriba España!” que a mí me tocó crear para la Falange antigua o para la España futura. Allí me restituyo el servicio de España, de su caudillo victorioso, a la Hermandad de la Santa Falange”.

[2] Esto debe estar de moda. Hace poco (marzo 2015) escuché a Sánchez Dragó decir que la novela que ha escrito sobre Roldán, el ex director de la Guardia Civil que puso el PSOE, es una “novela de no ficción”. Desde luego el título es para enmarcarlo y muestra bien el nivel del autor: “La canción de Roldán. Crimen y castigo”.

[3] Las entrevistas consultadas son “El escritor Javier Cercas”, de Paula Corroto (El Diario, 13/11/14), “Entrevista con Javier Cercas”, Inés Martín Rodríguez (ABC, 14/11/14) y “Javier Cercas: la memoria histórica se ha vuelto una industria”, de Guillermo Altares (El País, Babelia, (15/11/14)./

[4] Como en el caso de Trapiello la cosa viene de atrás. En 1984 El País inicia una sección titulada “Volver a leer”. Veamos lo que dijo Cercas: “… por entonces se puso de moda entre los escritores españoles vindicar a los escritores falangistas. La cosa en realidad venía de antes, de cuando a mediados de los ochenta ciertas editoriales tan exquisitas como influyentes publicaron algún volumen de algún exquisito falangista olvidado, pero para cuando yo empecé a interesarme por Sánchez Mazas, en determinados círculos literarios ya se vindicaba a los buenos escritores falangistas, sino también a los del montón e incluso a los malos. Algunos ingenuos, como guardianes de la ortodoxia de izquierdas, y también algunos necios, denunciaron que vindicar a un escritor falangista era vindicar (o preparar el terreno para vindicar) el falangismo. La verdad era exactamente la contraria: vindicar a un escritor falangista era solo vindicar a un escritor; o más exactamente: era vindicarse a sí mismo como escritores vindicando a un buen escritor” (ver Becerra Mayor David, La guerra civil como moda literaria, Clave Intelectual, Madrid, 2015, pp. 218-219). Estamos ante lo que David Becerra ha llamado en esas mismas páginas “la redención fascista por la estética”. Sobre este asunto ver más en Espinosa Maestre F., “Literatura e historia. En torno a Manuel Chaves y la Tercera España”, en rev. Pasajes, Universidad de Valencia, nº 44, pp. 136-161.


"Podemos, Ciudadanos y el pastoreo de los medios", por Pascual Serrano


Pascual Serrano. Mundo Obrero, 30/MAR/2015

A estas alturas ya casi nadie duda de que la luna de miel de Podemos con los medios ha llegado a su fin. Una de las preguntas más recurrentes que se hacían los ciudadanos de izquierda era qué explicación darle al hecho de que medios con accionistas claramente de derechas como La Sexta (Planeta) o Intereconomía diesen tanto protagonismo a Pablo Iglesias y a Podemos.

Preguntado un alto directivo televisivo respondía: “es el hombre del momento y cualquier programa que lo tenga dispara sus audiencias”1. A ello se añadía que la primera reacción desde el poder político era ignorarlo ("Primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan", decía Gandhi). Ignorarte desde el poder político enemigo si el mediático te da protagonismo es lo mejor que te puede suceder. Pero los atractivos televisivos son muy perecederos, ya todos lo sabemos. Si la imagen va resultando aburrida, y encima, algún poder político comienza a presionar a las televisiones, la estrella puede empezar a apagarse. Su tirón baja, algunas entrevistas defraudan (no se puede triunfar siempre) y la demanda televisiva cae. A ello se añade que el poder político comienza a atacar en clave pública y mediática (caso Monedero y caso Errejón). Es entonces cuando los de Podemos entienden que también es bueno limitar su presencia mediática, que de exitosa puede pasar a cansina y contraproducente.

Lo preocupante es que el patrimonio (sustento ciudadano) adquirido por Podemos, en su intento de que sea lo más amplio posible, es demasiado heterogéneo, demasiado ambiguo, sin un ideario definido. En realidad es el reflejo de la propia sociedad, de ahí el éxito fulgurante. Por todo ello es un apoyo fácilmente dirigible, pastoreable, me atrevería a calificar. Pastoreable por quienes mejor pastorean a una ciudadanía de ideología indefinida (ni de derechas ni de izquierdas) en una sociedad de la comunicación: los medios y especialmente la televisión. Bastaba buscar otra figura joven, que diera bien en pantalla, resuelta y con un discurso mínimamente rupturista para que seduzca a una población indignada con los políticos tradicionales. O sea: Albert Rivera y Ciudadanos. En realidad los medios estarían haciendo lo que mejor saben hacer y que llevan haciendo toda la vida: sustituir un cantante de moda que se apaga por otro nuevo, o un presentador, o un humorista, o una modelo... Si además se trata de cambiar un líder político posiblemente díscolo por otro más centrado, que se ajusta mejor al ideario neoliberal de los propietarios de las teles, los mercados y los bancos, la operación se pone en marcha con la precisión y eficacia de un reloj suizo.

¿Acaso no hemos comprobado sorpresivamente cómo los diarios tradicionales y las televisiones se han volcado con el partido de Albert Rivera en las últimas semanas? El pastoreo ha resultado perfecto. Un sector de la población que apoyaba a Podemos con la misma profundidad ideológica con la que sigue una serie de televisión de moda o una marca de pantalones, es pastoreado hacia Ciudadanos por los mismos medios que lo convencieron con Podemos. Y lo que nos queda por ver.

La idea de los dirigentes de Podemos quizás no fuese mala ni deshonesta: mantenerse en una calculada ambigüedad ideológica, posicionándose solo en cuestiones básicas que pudieran unir a grandes sectores de la población para lograr aglutinar en torno a ellos una masiva cantidad de votos. El problema es que la fórmula es tan sencilla y obvia que otros la pueden copiar. Y que cuando vendes humo, el éxito no lo garantiza el producto (el partido político con su programa), sino el agente comercial (el medio que lo anuncie). Lo más preocupante es si apostando a esa carta hemos perdido una oportunidad, y al final todos terminamos perdiendo la partida.



1Prnoticias, 23 de marzo http://www.prnoticias.com/index.php/prensa/59-prensa-pr-/20139789-los-medios-se-olvidan-de-pablo-iglesias-y-podemos



Pascual Serrano es periodista. Su último libro es La prensa ha muerto: ¡viva la prensa! (Península)

Www.pascualserrano.net
http://pascualserrano.net/es/noticias/podemos-ciudadanos-y-el-pastoreo-de-los-medios/

"La revolución pasiva que padecemos", por Alberto Garzón

La Marea, 31 de marzo de 2015

Todo cambia, nada permanece. Lo tenemos escrito y pensado desde la antigüedad, pues Heráclito de Éfeso ya nos explicó que no podíamos entrar y salir del mismo río pues ni nosotros ni el río seríamos los mismos. Pero también se ha escrito en la modernidad, y la tesis del materialismo histórico desarrollado por Marx pivota sobre esa constatación. Incluso lo cantó bellamente la gran Mercedes Sosa. Sea como sea, hay acuerdo en que todo cambia. Y los sistemas políticos no son ajenos a ese proceso. La pregunta más pertinente es ¿hacia dónde se cambia?

Comencemos por un punto básico. Las personas no nos relacionamos unas con otras en el vacío. Utilizamos instituciones, normas y reglas que nos evitan tener que empezar siempre desde cero. Por ejemplo, cuando queremos denunciar una injusticia vamos a un juzgado. Ese juzgado, con sus recursos y empleados, ya está ahí porque nuestra comunidad política ha creado y diseñado esa institución previamente. Y es que sería todo un fastidio tener que crear un sistema judicial nuevo por cada injusticia detectada. Ni el castigo a Sísifo superaría tamaña tarea.

Por eso, una comunidad política vive siempre en un ámbito institucional que tiene la apariencia de haber estado siempre ahí. De hecho nos parece natural que exista un cuerpo policial, un sistema educativo o sanitario e incluso un parlamento, pero lo cierto es que todas esas instituciones se tuvieron que diseñar en algún momento histórico. Esas instituciones rodean y envuelven nuestra vida cotidiana, pero también van cambiando.

Por eso puede afirmarse que será inevitable ver nuevos procesos constituyentes, es decir, procesos que constituyan nuevas instituciones políticas o que produzcan cambios radicales en los diseños vigentes hasta ese momento. Habitualmente estos procesos se refieren a la institución suprema, la Constitución, y por eso en España los hubo en 1912, 1931, o en 1978, por ejemplo. No obstante, no todos los procesos constituyentes son iguales. A veces los procesos constituyentes tienen una perspectiva popular que refleja las demandas y exigencias de las gentes más desfavorecidas, esto es, lo que llamamos comúnmente el pueblo. Así fue claramente en los casos de Francia entre 1789 y 1792, de México en 1917, de Rusia en 1918 y 1924, de España en 1931 o de Italia en 1948. Sin embargo, otras veces los procesos constituyentes son dirigidos desde arriba, desde las mismas élites que gobernaban las instituciones previas. Al margen de las numerosas contrarrevoluciones, el ejemplo más reciente y evidente de este tipo es el de la construcción de la Unión Europea.

Un proceso constituyente implica a su vez un proceso deconstituyente, porque la constitución de nuevas instituciones se hace sobre la deconstitución de las anteriores instituciones. Expresado vulgarmente, si quiero algo nuevo es porque no me gusta lo viejo o directamente no lo tengo; si quiero democracia real es porque la que tengo me parece ficticia o falsa. Por eso puede afirmarse que una crisis institucional es el reflejo de una enorme grieta, de un proceso deconstituyente abierto de facto.

Así pues, hay momentos políticos en los que las instituciones vigentes se ponen en cuestión. Es entonces cuando se abre el debate sobre cómo han de cambiar, y en ese momento diferentes proyectos políticos confrontan entre sí en torno al tipo de instituciones nuevas que hay que crear.

Transformación o revolución pasiva
Es evidente que en España hay un enorme desprestigio de las instituciones actuales, creadas fundamentalmente en el proceso constituyente de 1978. No hace falta abundar en muchos datos, pues la percepción de crisis institucional es total. Tal crisis institucional, al producirse paralelamente a una grave crisis económica deviene en lo que el histórico dirigente comunista Antonio Gramsci llamaba crisis orgánica. Y que nosotros, desde hace años, hemos convenido en llamar crisis de régimen. Ello es simplemente constatar un masivo sentimiento de indignación ante el sistema político vigente y los perversos efectos que produce sobre la vida de las gentes.

Gramsci sabía que la irrupción de una crisis orgánica sólo es posible cuando el bloque dominante, que en nuestro país está conformado por la élite económica y la élite política, es incapaz de resolver una grave crisis económica. En ese momento se pone en cuestión absolutamente todo lo político, y se abre una oportunidad para la transformación real. Si los más desfavorecidos, el pueblo, se saben organizar, pueden aprovechar para disputarle el poder al débil bloque dominante y convertirse ellos mismos en la nueva clase dirigente. Entrar por la grieta del sistema. Pero también puede suceder, claro está, que ese bloque dominante logre restaurarse y recuperar el control de la política.

Precisamente Gramsci llamó revolución pasiva a esta segunda opción, es decir, al proceso político cuyo objetivo es la reforma del sistema desde arriba. Esto es, donde el bloque dominante es el que dirige el inevitable cambio. Gramsci detectaba dos momentos en el proceso de revolución pasiva. El primero, la restauración. En ese primer momento el bloque dominante trata de bloquear la organización popular que crece al calor de las demandas políticas, evitando de esa forma una transformación radical del sistema desde abajo. El segundo, el transformismo. En este momento el bloque dominante recoge algunas de las demandas populares y las hace suyas, adaptándolas previamente a sus propias necesidades y confundiendo así a los ciudadanos indignados.

Un caso ejemplar de transformismo es el que realizó María Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha, cuando hace dos años y en mitad de la ola de indignación frente a la llamada clase política aprovechó para crear una ley electoral profundamente injusta. Se subió al caballo popular de la rabia, pero para cabalgarlo hacia sus propios y oscuros fines. Si la clase política era la culpable, quién se iba a oponer a bajarles el sueldo o reducir el número de diputados. Muy parecido al caso italiano, donde Mario Renzi recogió el caldo de cultivo creado por el movimiento 5 Stelle durante años. Renzi usó la ira popular contra la clase política, sí, pero para apuntalar el propio sistema político y sacar de la crisis al Partido Democrático. En realidad, los códigos primarios por los que un votante que simpatizaba con el 15-M pudo votar a Cospedal son los mismos. O por los que el votante se desplazó desde Beppe Grillo a Mario Renzi.

Es importante insistir en un punto esencial sobre la revolución pasiva. Ésta se produce porque comparte el diagnóstico de que hace falta un cambio. Es posible cuando el bloque dominante acepta también que las viejas instituciones ya no son suficientes ni adecuadas para mantenerles en el poder, y cuando entiende que han de actuar antes de que otro sujeto tome el control de la situación. Es decir, la característica crucial de la revolución pasiva es que surge para disputarle la dirección del cambio a las organizaciones populares.
La singularidad de esos momentos es que determinados proyectos antagónicos se disputan entre sí la victoria, pero coincidiendo todos ellos en el descrédito de las instituciones previas o, dicho de otra forma, en la necesidad de superarlas. En la necesidad del cambio. Esto es importante, porque significa que proyectos políticos antagónicos pueden compartir un espacio común: el de la necesidad de un cambio. El corolario sale rápido: si esos proyectos políticos no perfilan y distinguen sus propias propuestas ideológicas, y si se mantienen en el llano discurso de deseo de superación de instituciones preexistentes, entonces tales proyectos políticos pueden ser en gran medida intercambiables.

El caso español y la tentación populista
A nadie se le escapa que la cultura política nacida del 15-M fue una cierta cristalización de las demandas populares. El 15-M fue desde el inicio la manifestación de la frustración e indignación ciudadanas, que empezaba a revelar la crisis institucional en ciernes. Sobre ello hemos reflexionado durante años.

La irrupción de una fuerza nueva como Podemos fue un paso más en el proceso de manifestación de esa crisis institucional. Supieron canalizar la ira ciudadana, pero su estrategia de captación de esa ira –y sus votos- se basaba fundamentalmente en una controlada ambigüedad ideológica. Y esa era su fortaleza y su debilidad al mismo tiempo. Basándose en las tesis del argentino Ernesto Laclau, llamadas académicamente populismo de izquierdas, vaciaron ideológicamente el mensaje de tal forma que lograron atraer a un heterogéneo conjunto de potenciales votantes. Ni de izquierdas ni de derechas, insistían. Rompieron los códigos políticos tradicionales para atraer votantes, pero no incluyeron ningún elemento de pedagogía política. No se convencía a nadie sino que te convertías en espejo fiel de la indignación y de las ganas de cambio.

He ahí la diferencia estratégica fundamental con la izquierda clásica. La izquierda siempre se ha basado en la pedagogía y en la necesidad de convencer a las gentes trabajadoras de que hay que apoyar proyectos políticos de transformación real. Es absurdo decir que la estrategia de Podemos es gramsciana. Gramsci creía en los partidos políticos como promotores de una reforma moral e intelectual de la sociedad, y daba una importancia crucial a la creación de una nueva concepción del mundo. Es decir, la clave gramsciana es poner de acuerdo a la gente en torno a la necesidad de construir determinadas instituciones a favor de la mayoría social. La hegemonía gramsciana no es una cuestión cuantitativa –cuántos te votan porque se ven reflejados en tu discurso- sino cualitativa –si se produce o no la interiorización de tu concepción del mundo. Además, la hegemonía gramsciana no se construye únicamente discursivamente –en los medios de comunicación de masas-, sino sobre todo en la praxis –en el activismo social y sindical.

En el debate que mantuvimos en Fort Apache, y en el que estaban presentes los principales dirigentes de Podemos, hablamos precisamente de todo esto. También lo hicimos en cierta medida en el debate que mantuve con Pablo Iglesias antes de las elecciones europeas. La utilización de significantes vacíos tales como casta son hipotecas de cara al futuro. Se convierten en conceptos en los que la gente proyecta sus fantasías políticas –en sentido lacaniano-, pero sin mayor compromiso que ese mismo. Y, lo más importante, se transforma todo en un fenómeno reapropiable por otros sujetos políticos. Es decir, es el perfecto trampolín para facilitar el transformismo gramsciano que hemos descrito más arriba. Porque la estrategia es precisamente no ir más allá del deseo de cambio, pero ese es un espacio compartido con otros proyectos políticos.

No es lo mismo usar el concepto casta que oligarquía o burguesía. Cada uno de esos conceptos se inserta en un marco discursivo diferente, atrayendo más o menos en función de la ideología y la cultura política del receptor. Nos roba la burguesía no quiere decir lo mismo que nos roba la oligarquía o nos roba la casta. Significan cosas diferentes para el receptor, que tiene su propia caja de herramientas ideológica para interpretar tales afirmaciones. Cuanto más vacío es el significante –y casta parece mucho más vacío que oligarquía o burguesía-, más gente simpatizará con el concepto. Pero esa gente no simpatizará con casta porque haya detrás una reflexión política que concluya la necesidad de una transformación de un tipo determinado. Simpatizará porque refleja sus propias fantasías de encontrar un enemigo que encaje en su propio relato.

Así, un uso discursivo de este tipo puede permitir atraer de forma rápida una gran cantidad de simpatizantes-votantes. Gentes que en principio no comparten nada salvo un nuevo marco discursivo basado en unos cuantos pilares –casta frente a pueblo- y la propia necesidad de un cambio. Por eso algunos calificamos, desde el aprecio y la honestidad intelectual, a Podemos como maquinaria electoral y no como organización política clásica. Eso sí, este es un rasgo común en todas las organizaciones –no sólo a Podemos- aunque sea en diverso grado, y que opera muy perversamente en la izquierda. Pero lo importante aquí es que mantenido en el tiempo, esa estrategia populista también crea agenda política y va configurando un nuevo sentido común.
Es fácil de ver. Al principio de la crisis las principales preocupaciones de la gente eran el paro y la economía. Tenían que ver con sus propias condiciones materiales de vida. Sin embargo, en el último período político la agenda política ha girado hacia casos de corrupción en los que la clase política y la casta son los blancos perfectos. Cambian así las preocupaciones y las demandas populares. ¡Pero también los enfoques! Hablar de casta o clase política es situar el foco en el sujeto corrupto, pero obviando al corruptor. Algo que no sucede con otra terminología más contaminada pero más rigurosa como oligarquía o burguesía. En todo caso, el eje de análisis se desplaza y así la dicotomía nuevo-viejo (que opera en toda crisis institucional y especialmente cuando existe a la vez una ruptura generacional) se empieza a describir en torno a la corrupción. Los viejos son todos corruptos, los nuevos todos limpios. Da igual si tiene eso sentido o no: el terreno de juego también cambia.

La respuesta del bloque dominante
Una máxima marxista es que el Estado opera como una unidad de decisión; es decir, no es neutral. Así, el bloque dominante no es un único partido político o una gran fortuna. El bloque dominante está presente, como poder, en varias fuerzas políticas y en determinados sujetos políticos. El bloque dominante es, en esencia, la oligarquía, y eso implica también al Gran Partido de Orden que conforman las direcciones políticas del PP y PSOE.
Pero si el terreno de juego había cambiado, y el eje nuevo-viejo era ahora el que operaba con más fuerza, entonces el bloque dominante tenía que responder para llevar a cabo su revolución pasiva. El primer paso, como vimos, fue bloquear la respuesta social desde abajo. Eso se consigue con más represión y más miedo, buscando la desmovilización. Pero también silenciando a la izquierda y promoviendo su fragmentación electoral. Todo ello eran estrategias previsibles. El segundo paso, el transformismo. Consistía en promover nuevas fuerzas políticas, y también a nuevos sujetos políticos dentro de las fuerzas antiguas, que compartieran la necesidad del cambio. Pero un cambio que no fuera desde abajo y revolucionario sino tranquilo, seguro y elitista. Un cambio que fuese, en realidad, recambio y no transformación. El cambio de rey, el apoyo a los nuevos liderazgos en el PSOE y el apoyo del poder económico a una formación como Ciudadanos son claros ejemplos. Dicho claramente: el IBEX-35 ha movido ficha. La estrategia de la Gran Coalición, de gran fama hace dos años, ha sufrido algunos cambios debido al desplazamiento que ha provocado el poderoso eje nuevo-viejo.

Pero la operación del bloque dominante es la misma: la restauración del sistema por medio del transformismo. De ahí que esté en marcha una suerte de segunda transición en España, pero dirigida por el mismo bloque dominante. Ese gran poder privado y salvaje que teme un cambio desde abajo y desde la izquierda y que quiere ajustar el sistema desde arriba y la derecha.

Si el análisis previo es cierto, y lógicamente así lo entiendo yo, uno puede extraer varias conclusiones:

La tentación populista, como la llama Slavoj Zizek, es una mala respuesta para las clases populares. Sin duda puede ser efectiva en el corto plazo en términos electorales, pero promueve el pensamiento débil, las decisiones antidemocráticas (puesto que siempre requiere de un hiperliderazgo) y, sobre todo, crea un caldo de cultivo –un sentido común, un sentir y unas preocupaciones- que son reapropiables por sujetos políticos antagónicos que usen la misma estrategia pero con más recursos o acierto.

La izquierda se ve fragmentada electoralmente y en gran medida desconcertada. Ello obliga a repensar las formas organizativas y los nuevos contextos y códigos políticos. Obliga, a mi juicio, a acelerar las reformas democráticas internas y la desburocratización de los procedimientos. Es decir, la recuperación de los principios republicanos-socialistas. La vuelta a los orígenes.

La unidad popular aparece como el instrumento más útil para enfrentar contextos en los que el bloque dominante reacciona y también para construir en un contexto de oportunidad política. Pero ello sólo puede lograrse si la cooperación entre fuerzas sociales se practica de forma horizontal y no priman elementos propios de la vieja política y las camarillas burocráticas.

Probablemente combatir el proceso de espectacularización de la política, donde los análisis se quedan en la epidermis del problema y triunfan los grandes titulares frente a la reflexión sosegada, tenga que ser combatido con más fuerza. Eso no significa abandonar los terrenos donde hoy se conforma la opinión pública, ni mucho menos, sino complementarlos con la presencia en los conflictos. Presencia que, salvo honrosísima excepciones, está siendo abandonada al calor del ilusionismo electoral del que muchos somos responsables.

El proceso constituyente sigue abierto. No es que no haya llegado o no vaya a llegar, como pretenden hacernos creer quienes todavía piensan en términos del siglo XX. Ya está aquí, porque todo cambia. La cuestión es hacia dónde se da ese proceso constituyente. Pidámosle a la izquierda, exijámonos a nosotras, altura de miras para estar a la altura del momento político. No nos jugamos las próximas elecciones sino las próximas generaciones.





"¿Podremos con Podemos?", por Ángel Cappa


El Diario.es, 06/04/2015

Ángel Cappa



Una vez alcanzado el momento inicial de éxito, Podemos ha ido rebajando tanto sus postulados que de atrevidos han pasado a ser aceptables ante los ojos inquisidores del capitalismo.
Incluso desde una perspectiva meramente táctica, la moderación de las propuestas de Podemos confunde a los votantes y en nada contribuye a la lucha por una sociedad mejor, justa y realmente democrática.


"No nos jugamos las próximas elecciones, sino las próximas generaciones". Alberto Garzón

Podemos surgió de la calle. De las protestas espontáneas ante tanto atropello a los derechos fundamentales. De la indignación por los abusos de un poder insaciable que llamó crisis a una estafa que generó desempleo, exclusión y desigualdades inconcebibles. Podemos se convirtió inmediatamente en el vehículo de la esperanza en un momento donde parecía que nada era posible a favor de una sociedad justa. Podemos fue -y tal vez todavía sea- la rebelión posible para "que la tortilla se vuelva", como decía una canción republicana.

La situación era y es más que propicia ante la decadencia evidente de lo que algunos llaman el "bipartidismo", lo que quizá no sean más que las dos caras de la misma moneda. El PP atormentado y derruido por sus políticas depredadoras y por una corrupción inocultable e incontenible; y el PSOE tratando de recuperar un discurso mínimamente izquierdoso que disimule un poco su inserción hasta el cuello en un sistema que se derrumba. Ambos se muestran incapaces de ofrecer alguna salida al desastre, mientras Izquierda Unida se deshace víctima de sus contradicciones internas.

Podemos emergió entonces como la herramienta para el cambio. Jóvenes lúcidos y preparados conducían en los primeros y recientes tiempos la contraofensiva antisistema y su debut en las urnas sorprendió a todo el mundo. Posiblemente a ellos más que a nadie. A Podemos lo atropelló el éxito, el cual -como dice el filósofo chino Chuang Tzu- "es el principio del fracaso".

Las trampas del éxito

Lo que tiene la cultura de la inmediatez en que vivimos es que rápidamente, de un día para el otro, encumbra al menos pintado. Y lo malo de esta sociedad es que te mata de hambre o de estupidez. El éxito hace vivir a los ganadores en una nube que los va alejando de la realidad, y lo peor es que sobre todo los separa de su origen y de sus orígenes, los desclasa. Es decir, el éxito idiotiza. O si lo prefieren, marea. Y produce una sensación de poder -ficticia por supuesto-, de superioridad, que nubla los conceptos. Y al mismo tiempo una adicción tal, que cuesta sacudirse para bajar a la tierra.

Podemos llegó a las cumbres del éxito, y desde ahí las cosas ya no se ven de la misma manera.

No obstante, el Poder comenzó a inquietarse y lanzó una campaña de acoso y derribo. Así como hasta ese momento del éxito los jóvenes de Podemos eran novedosos, curiosos y hasta graciosos, al ver la convocatoria que tenían, los poderosos se asustaron y comenzaron a acusarlos de todo un poco. Les dijeron radicales, por ejemplo, como si el neoliberalismo y el Poder fueran moderados; o extrema izquierda, a pesar de que jamás propusieron ninguna medida que excediera el capitalismo; irreales, porque para ellos existe una sola realidad, la suya, y el resto queda fuera de lo razonable; venezolanos o -más grave aun- "bolivarianos", para confundirlos con el demonio; populistas, para minimizar su arraigo popular; y un montón de cosas más, para afectar su credibilidad y tratar de emparejarlos con la corrupción imperante. "¿Ven? Son tan casta como nosotros", fue el mensaje subliminal.

No hay peor defensa que una mala defensa

Bien. Hasta aquí lo esperado, lo previsible. Cuando el Poder se siente amenazado de alguna manera y especialmente si sospecha que los sometidos pueden rebelarse y su rapiña puede detenerse, no repara en medios y se le termina la paciencia democrática.

El asunto está en cómo defenderse: profundizando el cambio deseable o suavizándolo para no irritar a los que mandan. Podemos optó por retroceder en su impulso renovador. En ir rebajando sus postulados más atrevidos, que de todos modos nunca se pasaron de la raya sensata, hasta hacerlos parecer aceptables para toda la gente de buena voluntad. En fin, se fueron alejando del pueblo, de los estafados y de los indignados para abarcar más simpatías; se arrepintieron públicamente de los malos pensamientos; y se asearon y arreglaron para estar presentables ante los ojos inquisidores del capitalismo alerta.

Solo les está quedando como argumento de identidad censurar con dureza a los corruptos y a lo que llaman casta; otra ambigüedad a gusto del consumidor, cosa que comparten todos los partidos políticos. Incluso, en un alarde de hipocresía repetida y conocida, los del PP.

Cómo será el cambio de orientación de Podemos que hasta el mismo Rodríguez Zapatero, desde el lugar de los hombres que están de vuelta de todas las aventuras políticas, les arropó con un manto de comprensión ideológica. "Son jóvenes", vino a decir, "no se alarmen". "No son populistas", afirmó para tranquilizar a los mercados y otros aliados. "Son socialdemócratas", afirmó el expresidente, que empezó con una firmeza dignísima contra EEUU -recordemos- y terminó autorizando sus bases militares en territorio español, confirmando aquello de que llega un momento en que uno se abraza a la edad de la razón.

Nosotros, que nos queremos tanto...

No me estoy refiriendo -porque no me interesa lo más mínimo- al comunicado de separación de Pablo Iglesias y Tania Sánchez, sino a la relación entre los seguidores de Podemos y sus dirigentes. Con tanto retroceso y donde dije Diego, matizo y rebajo, el amor se está enfriando. Las encuestas ya no auguran un avance incontenible de la izquierda (perdón, de los de abajo), sino más bien un frenazo preocupante. En Andalucía, y admitiendo que el PSOE apresuró con pillería las elecciones para no darle tiempo a Podemos a organizarse mejor, la cosa no funcionó tan bien como era deseable.

Es pronto para pensar ya en otra decepción, pero hasta el papa Francisco va más allá que muchos de los dirigentes de Podemos. "El actual sistema económico nos está llevando a la tragedia y robando la dignidad", dijo el sumo pontífice, sin tantas vueltas y sin pedir perdón. Y agregó: "Sé de una persona que gana 600 euros al mes, y en negro, por trabajar 11 horas al día. ¡Eso no es trabajo, es explotación, esclavitud!". Tan clarito que da un poco de envidia. Y para colmo remató: "¡Tenemos que recuperar la lucha por la dignidad!".

Claro que la derecha, tan católica, apostólica y capitalista, finge no haber oído, visto ni leído nada, pero la cuestión es que las cosas se dicen sin eufemismos desde la Santa Iglesia Católica.

La táctica y la estrategia

Tal vez -y esto es pura esperanza- el discurso edulcorado que últimamente ofrece Podemos responda a una razón táctica. Es decir, no amedrentar al gran capital, porque ya sabemos lo que hace: conspira y se va, y nos deja en cueros, metiéndose la democracia y todo lo que encuentre por el camino en los laberintos borgianos del beneficio rápido. Quizá el tema consista en acumular la mayor cantidad de votos posibles para hacerse fuertes desde la cantidad y así poder discutirle el gobierno al Poder. Son razones de la razón política que el corazón izquierdista no entiende, y a lo mejor es el camino más corto para ganar, pero ¿se trata sólo de ganar? ¿Para qué queremos ganar, solo para adecentar el sistema o para cambiarlo? Y si no ganamos, ¿se termina la política, la lucha por la dignidad y la esperanza de una sociedad mejor, justa y realmente democrática? ¿Por qué el insistente rechazo a la integración de Izquierda Unida en un frente común?

Sin duda existen muchos motivos para debatir colectivamente, para que la gente decida el camino y la forma. Me parece acertada la afirmación del vicepresidente boliviano García Linera recientemente en Argentina: ningún cambio es posible sin la gente en la calle.

¿No será mejor, entonces, apoyarse en la gente que necesita y quiere cambiar el sistema y no en toda la gente? ¿No estará el éxito verdadero en tener una reserva ideológica firme con propuestas posibles para un cambio paulatino del sistema y no una serie de medidas tan ambiguas que hasta Ciudadanos es capaz de suscribirlas?

Además, por más ambiguo que sea un grupo de izquierda (o de abajo, como gusten), el poder económico, el real, nunca se equivoca y tampoco nunca perdona que le cuestionen su pretendido derecho (al parecer divino) de apoderarse de todo y de todos.

De modo que a los únicos que logran confundir con la moderación de sus propuestas moderadas es a sus posibles electores (a los de abajo), desplazados una vez más a la condición de clientes porque ya no se habla de "mandar obedeciendo", es decir, de hacer una democracia directa.

A ver si va a tener razón el amigo Chuang Tzu y "la fama es el comienzo de la desgracia".

http://www.eldiario.es/contrapoder/Podemos_6_374522555.html