miércoles, 26 de octubre de 2016

De la Exposición "Navarra 1936", de José Ramón Urtasun


"El PSOE no parece calibrar a qué condena a la sociedad española", por Rosa María Artal


En los restos de la carnicería del PSOE se lee bastante más que en los posos del café. Todas las miserias que se achacaban a la política esclerótica sobre la camilla, demostrando la razón que pide su relevo. Porque su daño, nos afecta a todos. Se descabalga un partido que concurrió a las elecciones como centro izquierda y su ruina sirve para cimentar al PP

Rosa María Artal. El Diario.es, 25/10/2016 

Puede que, sin el golpe que derribó a Pedro Sánchez,  no habríamos captado en toda su dimensión lo que escondía el PSOE. Pero se han abierto en canal para mostrar una realidad preocupante en el partido que pasaba por ser el lado progresista del bipartidismo. No es que no diera señales de deterioro desde hace tiempo -de ahí la pérdida de votos-, sin embargo, muchos nos negábamos a considerar la existencia del PPSOE, que PP y PSOE fueran exactamente lo mismo.  

Y no hace ni un mes descerrajaron con dinamita la caja de los truenos y nos sorprendieron dejando al desnudo un grave quebranto. Con una degradación de tal calibre que admite pocas reparaciones, al menos con sus actuales protagonistas. Todo el proceso aboca a la misma conclusión. En el PSOE se ha impuesto el virus de la  mediocridad, el que extrae las "posibilidades más ruines", como escribía Francisco Ayala acerca de la repercusión de las tiranías.

El expresidente Felipe González, metido en negocios de alto capitalismo y baja exigencia social, que coge las riendas y el silbato para desencadenar el derrocamiento del secretario general, Pedro Sánchez. De la mano de su amigo, Cebrián, factótum de emporios mediáticos venidos a menos y afectado de la misma soberbia que el colega. Se trata de llevar al poder a Susana Díaz, la presidenta andaluza y a su corte de fieles, más proclives a sus intereses.

Y el golpe triunfa, pero no en forma de paseo triunfal como esperaban: todo lo contrario. En los restos de la carnicería se lee bastante más que en los posos del café. Son análisis clínicos, casi una autopsia. Todas las miserias que se achacaban a la política esclerótica sobre la camilla, demostrando la razón que pide su relevo. Porque su daño, nos afecta a todos. Se descabalga un partido que concurrió a las elecciones como centro izquierda y su ruina sirve para cimentar al PP.

Ahí andan los barones más responsables pidiendo abstenerse un poco solo en lugar de un mucho para quedar dignamente. Olvidando que el nuevo mando exige el pringue de todos.  Y que al final la abstención es como el embarazo, o sí o no. Rajoy será presidente gracias al PSOE. Ése es el hecho.

Primera ofuscación de una serie en la que vemos a prominentes líderes del PSOE mirar de tal forma por sus intereses, con tal impudicia, que se diría que no son conscientes de cuanto está viendo toda España.  Añaden al "abstenerse no es apoyar", el evidenciar su rechazo frontal a las políticas de Rajoy  votando no en la primera ronda para luego darle el Gobierno con su abstención, o el júbilo por la situación en la que quedan: "Ahora sí van a poder hacer oposición", ahora sí que Rajoy se va a enterar, "lo van a crujir vivo".

El presidente de Aragón, Javier Lambán, –que gobierna con apoyos– no se corta al evidenciar la máxima aspiración para el PSOE en estos momentos. " El PSOE liderará la oposición y que ninguna otra fuerza piense que lo va a poder hacer". Lo mismo que Fernández, el presidente de la Gestora. Difícil entender ese conformismo y que encima presuman de él.

Porque hay quienes sí se creen una parte de su historia. No toda, evidentemente. Están regresando casi con furia a las antiguas tácticas que han destruido la confianza de los ciudadanos en la política. Un cinismo similar al que despliega el PP de continuo. Echando culpas a otros –a Podemos– empecinados en ocultar todas las evidencias, mirando para otro lado, a su ombligo, a su silla.

Los dinosaurios en pleno apogeo mediático para mayor gloria de las audiencias. Corcuera insultando a la diputada por su partido Margarita Robles con el tópico machista de la peluquería. El ministro de la patada en la puerta a una jueza. Como él, Rodríguez Ibarra persiguiendo catalanes y rojos. Desde el PSOE andaluz, uno de sus portavoces da mensaje cuartelario: Yo obedecería las órdenes del partido.  De hecho crece la idea de echar al Grupo Mixto a quienes voten que no. José Blanco, ascendido de nuevo a los altares, les dice que ahí tienen la puerta. Llevaban intención de no abstenerse entre 18 y 22 de los 85 diputados. Más debilidad para el PSOE de Susana Díaz, que va a concentrar las esencias de una inequívoca derecha nacionalista española y  de la política al servicio del aparato.

Soraya Rodríguez, exportavoz del PSOE en el Congreso, aportó, sin quererlo, las claves que les ocupan y preocupan. Ha pedido a quien está en contra de abstenerse que no falten al respeto para explicar sus razones. Está hablando a los suyos, sin pensar en los millones de personas a los que faltan al respeto al posibilitar un Gobierno de Rajoy. En particular, a quienes votaron sus promesas de cambio. Ésas de las que hoy se desdicen sin la más leve preocupación. 

Un partido juzgado por corrupción al que solo apoyaban sus fieles poco escrupulosos con este asunto, emprende nueva legislatura. Con sus recortes, su autoritarismo, la manipulación de los medios públicos, con todo lo que ha convertido a España en uno de los exponentes de la mayor desigualdad y una pocilga ética en estamentos fundamentales. Dar el Gobierno a Rajoy –que no tiene mayoría por si se olvida– es un escándalo. Rajoy no es el mal menor, como tampoco lo es este PSOE. Son males superlativos.

Da la impresión de que el PSOE no es consciente del daño que se ha hecho a sí mismo y a la ciudadanía. Hoy más que nunca, el bipartidismo evidencia la carcoma que le corroe. El PSOE se lleva la peor parte al quedar subsumido al PP por la caótica ascensión del Susanato. ¿De verdad no se han enterado que van a comerse sus promesas y que están al albur del PP por su torpe maniobra?

La decadencia, cuando apura sus fases, acaba en descomposición y colapso. Ojalá estén a la altura quienes priman ocuparse de las personas, convidadas de piedra en esta guerra de intereses personales y mala política. La travesía va a ser dura.

http://www.eldiario.es/zonacritica/PSOE-hizo-mundo-espaldas-sociedad_6_573302679.html

lunes, 24 de octubre de 2016

"Juan Luis Cebrián y las amenazas a la libertad de expresión", por Ignacio Escolar

Estoy en contra del boicot a Cebrián y Felipe, pero me parece extremadamente hipócrita su criminalización y su utilización política.


Ignacio Escolar . El Diario, 20/10/2016

Estoy en contra del boicot de varios estudiantes en la Universidad de Autónoma de Madrid contra la conferencia de Felipe González y Juan Luis Cebrián. No cuestiono los abucheos o las pancartas: el derecho a la protesta es necesario y legítimo. Pero también creo que esa minoría que protestaba no tenía derecho a bloquear las puertas de la sala y boicotear el acto. Tan estudiantes de la Autónoma son quienes protestaban como quienes querían escuchar la conferencia. Que Cebrián y González tengan tribunas más que de sobra para expresar su opinión no justifica tampoco que se les calle en la universidad.

Estoy en contra de este boicot, pero me parece extremadamente hipócrita su criminalización y su utilización política. El diario El País, en el editorial en defensa de su primer ejecutivo, ha relacionado lo ocurrido con el golpe de Estado del 23F, con el asesinato por parte de ETA de Francisco Tomás y Valiente y con el “muera la inteligencia” del fascista Millán Astray contra Miguel de Unamuno, que acabó con el filósofo expulsado como rector de la universidad y después con varios meses de arresto domiciliario hasta su muerte. La exageración es tan obvia que ofende a la inteligencia. Su falta de coherencia ofende aún más.

Lamento el boicot en la universidad no solo por el boicot en sí. También por la oportunidad perdida: la de escuchar las explicaciones de Juan Luis Cebrian y de Felipe González –miembro del consejo editorial de Prisa– ante las preguntas de los estudiantes sobre el papel de El País en la última crisis del PSOE, sobre su apoyo a la investidura de Rajoy, sobre sus negocios con el empresario petrolero iraní Zandi o sobre sus despidos a periodistas incómodos. Prefiero que hablen en público, se retratan mucho más.

La víctima de la libertad de expresión, Juan Luis Cebrián, es el mismo periodista que  amenazó con acciones legales a La Sexta, El Confidencial y eldiario.es por dar a conocer sus negocios particulares con el petróleo de un país en guerra, Sudán del Sur, y sus relaciones con los paraísos fiscales a través de esta petrolera y de la que entonces era su esposa, en régimen de gananciales.

Juan Luis Cebrián, la víctima de la libertad de expresión, es también quien ha presentado una demanda mercantil contra El Confidencial, donde pide a este periódico 8,2 millones de euros por competencia desleal. Es una vía judicial inusual y peligrosa.

Lo habitual, cuando un ciudadano considera que un medio de comunicación ha mentido o le ha calumniado, es recurrir a una demanda por derecho al honor. En los casos más extremos, a una querella penal, que puede acabar incluso en una condena de cárcel.

En vez de estas vías, Cebrián ha optado por una tercera opción hasta ahora desconocida:  una demanda por competencia desleal donde asegura que El Confidencial buscaba en sus informaciones menoscabar la imagen de Prisa y El País para deteriorar la cuenta de resultados de un competidor. Para argumentarlo, quiere hacer responsable a este medio del descenso en el número de suscriptores, anunciantes y lectores de El País que –según la propia demanda– han provocado las noticias sobre Cebrián.

Que Cebrián tenga relación con dudosas petroleras, con paraísos fiscales, con insultantes editoriales, con maniobras de poder, con golpes internos en el PSOE o con cuestionables despidos es responsabilidad de Cebrián, no de los medios que publicamos estas informaciones veraces y nunca desmentidas. El principal responsable de la pérdida de credibilidad, lectores y suscriptores de los medios de Prisa es el propio Juan Luis Cebrián, no los medios que hemos informado sobre él.

También es Cebrián el principal responsable de haber hundido el Grupo Prisa, cuya valor en bolsa e independencia editorial han caído a la misma velocidad a la que han aumentado sus deudas. En el camino, Prisa tuvo que vender Cuatro, vender Sogecable, cerrar Localia, cerrar CNN plus… El título de la conferencia boicoteada –El futuro no es lo que era– es también el nombre de un ensayo que recogía una larga conversación entre Cebrián y Felipe. Se publicó en 2001 en uno de los sellos del grupo, la editorial Aguilar. Hoy Aguilar es de Penguin Random House, a quien Prisa tuvo que vender todos los sellos literarios para rebajar su deuda. El futuro de Prisa no es tampoco lo que era. Y no solo por su deuda, que explica en gran medida la deriva de este grupo de comunicación.

Cuando Cebrián presenta una denuncia de ese calibre contra un medio –8,2 millones de euros, casi tanto como pedir su cierre–, lo que busca no es solo una indemnización con argumentos más que dudosos. Es amedrentar a toda la prensa para que no informe sobre él.

¿Amenazas a la libertad de expresión? ¿Y tú te lo preguntas? La amenaza para la libertad de expresión, Juan Luis Cebrián, eres tú.


http://www.eldiario.es/escolar/Cebrian-amenazas-libertad-expresion_6_571552887.html

sábado, 15 de octubre de 2016

"La Fiscalía española ni investiga ni deja investigar", Comunicado de la Federación Estatal de Foros por la Memoria


La Fiscalía española ni investiga ni deja investigar
Comunicado de la Federación Estatal de Foros por la Memoria. 
10 de Octubre de 2016

Manifestamos nuestro rechazo y profunda preocupación por la instrucción de la Fiscalía General del Estado conocida el día 4 de Octubre de 2016, que ha pedido suspender la declaración de los querellantes e imputados en la llamada Querella Argentina, ante diversos juzgados españoles.

Valoramos la instrucción del Fiscal como contraria al derecho internacional, a diversas normas y tratados internacionales de obligado cumplimiento, y a las  resoluciones de los distintos órganos que componen el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (“Informe sobre España del Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, Pablo de Greiff” y el “Informe sobre España del Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias”, ambos de 2014) y del Comisionado de Derechos Humanos del Consejo de Europa.

Los procedimientos y subsiguientes exhortos del juzgado de Buenos Aires han sido paralizados en cuanto se ha pretendido hacer declarar a jerarcas de la dictadura, imputándoles la comisión de crímenes contra la humanidad. Las bases jurídicas y políticas del sistema de impunidad se manifiestan como un muro insalvable para los procedimientos judiciales contra el franquismo, tanto los iniciados en el estado español como los promovidos desde fuera de nuestras fronteras en aplicación de la jurisdicción universal y el Derecho Penal Internacional de los Derechos Humanos.

El sistema de impunidad es inflexible, y para el Estado español cualquier pretensión de obtener Verdad, Justicia y Reparación para las víctimas del franquismo supone cruzar todas las líneas rojas. Las autoridades están dispuestas a llegar hasta donde haga falta en defensa del modelo español de impunidad, incluso a la vulneración de los acuerdos bilaterales sobre reciprocidad y colaboración con la Justica de la República Argentina. Esta vulneración del Tratado de Extradición y Asistencia Judicial entre España y Argentina, debería tener consecuencias inmediatas en procedimientos tanto penales, como civiles o mercantiles que interesan a España en Argentina. En consecuencia, la “audacia” de la Fiscalía General del Estado sólo puede entenderse en el marco de las preocupantes declaraciones del presidente Macri y de miembros de su Administración, manifestando una actitud revisionista y negacionista con respecto a los crímenes de la dictadura argentina, las pretensiones de revisar la situación procesal de los represores, y las medidas adoptadas contra las organizaciones de víctimas y de defensa de los Derechos Humanos (1).

La instrucción de la Fiscalía busca además amedrentar a los jueces que pudieran en algún momento, sentir la tentación de colaborar en cualquier procedimiento contra el franquismo y los franquistas. Como ya concluíamos en el Informe “Garzón absuelto. Las víctimas condenadas” de 2012 (2), constatamos que la sentencia absolutoria del exjuez B.Garzón es el tercer pilar de modelo español de impunidad, junto a la Ley de Amnistía de 1977 y a la llamada Ley de Memoria Histórica de 2007. 

La respuesta de los colectivos de memoria histórica y de víctimas del franquismo no puede ser una huida hacia adelante. Quien promueva una acción judicial en defensa de los derechos de las víctimas debería ser plenamente consciente de la vigencia y de la naturaleza del modelo español de impunidad, para no crear falsas expectativas, no dilapidar ilusiones y esfuerzos, y para no conseguir resultados opuestos a los pretendidos, que crean precedentes negativos difíciles de subsanar.

La Federación Estatal de Foros por la Memoria insiste en que, independientemente de que se presenten denuncias para abrir procedimientos judiciales contra el franquismo en el Estado español o en el extranjero, la única posibilidad de que éstas fructifiquen es mediante la previa iniciativa política, que pasa, indefectiblemente, por la anulación –que no derogación- de la Ley de Amnistía de 1977. 
Quienes a día de hoy siguen defendiéndola escudándose en los argumentos más alambicados, vienen siendo sistemáticamente desautorizados por la aplicación de la misma una y otra vez por parte de la Justicia española, en el sentido literal del texto. Ya está bien de argumentar que es posible aplicarla de otra manera: exijamos como demócratas la eliminación del instrumento que se muestra una y otra vez – sin la menor excepción en 39 años- como el pilar central del sistema de impunidad. Hoy por hoy, defender de algún modo la pervivencia de la Ley de Amnistía de 1977, con sofismos y recurriendo a subterfugios jurídicos o históricos, es posicionarse del lado de la impunidad del franquismo.

Constatamos de nuevo el carácter central del sistema de impunidad del franquismo en la configuración del Estado y en el marco político del régimen del 78. La impunidad de los crímenes, la pervivencia de los pactos de silencio y olvido de la transición, y la preservación del poder y el status económico obtenidos durante la dictadura, siguen constituyendo, a día de hoy, la base del actual sistema político y social.

Como conclusión, las fuerzas sociales y políticas democráticas deberían deducir el carácter central que tiene la lucha contra la impunidad del franquismo, para la defensa y conquista de los derechos políticos, civiles, sociales y económicos. 

Federación Estatal de Foros por la Memoria, 10 de Octubre de 2016


(1) “Culpar a las víctimas: crece el negacionismo de la última dictadura argentina”
http://www.eldiario.es/theguardian/Culpar-victimas-negacionismo-dictadura-argentina_0_553995261.html 

“Alarma por la sucesión de ataques a espacios de memoria en distintas ciudades”
http://www.politicargentina.com/notas/201609/16879-alarma-por-la-sucesion-de-ataques-a-espacios-de-memoria-en-distintas-ciudades.html

“Argentina elimina oficina clave para la búsqueda de bebés robados en la dictadura”
http://www.elcomercio.com/actualidad/argentina-elimina-oficina-busqueda-bebes.html

 “Memoria, Verdad y Justicia y control civil de las Fuerzas Armadas”
http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-300862-2016-06-02.html


(2) Federación Estatal de Foros por la Memoria (03/04/2012). “Garzón absuelto. Las víctimas condenadas. Informe sobre la Sentencia del Tribunal Supremo por la que se absuelve a Baltasar Garzón por la investigación de los crímenes del franquismo”.

http://www.foroporlamemoria.info/wp-content/uploads/2012/04/Informe-Sentencia-27_Febrero_20121.pdf

"Cerrando heridas, abriendo brechas", por Joan Tardà i Coma


Cerrando heridas, abriendo brechas

"El caso español es único porque las víctimas no son reconocidas jurídicamente como tales", asegura el diputado de Esquerra al congreso Joan Tardà. "Para el Estado, Companys no sólo no es víctima, sino que es culpable"

Joan Tardà i Coma. El Diario, 14/10/2016


En el año 2007, con la aprobación de la mal llamada Ley de la Memoria se consagraron dos anomalías. La primera, comprobar cómo partidos políticos con los que habíamos compartido cultura y luchas antifranquistas y antifascistas (IU, PSOE, PNV…) aprobaban un texto legislativo insultante para las víctimas. Y en segundo lugar, convertir de facto al Estado español en una excepción entre las democracias maduras en la medida que se blindaba un modelo de impunidad imposible de homologar con aquellas. Ambas han hecho del español un caso único.

Otras sociedades que padecieron el infortunio de regímenes dictatoriales, incluso menos sanguinarios que el Franquismo, tarde o temprano reconciliaron a la ciudadanía mediante la asunción de la verdad de todo lo acaecido y la reparación jurídica de las víctimas. No ha sido así en el caso español, para cuyos sucesivos dirigentes la demanda de hacer justicia con el ánimo y voluntad de invertir en el fortalecimiento de los valores democráticos de las nuevas generaciones ha sido una opción sistemáticamente descartada.

El caso español es único porque las víctimas no son reconocidas jurídicamente como tales, al considerarse legales los tribunales de la Dictadura, hecho que imposibilita la nulidad de sus sentencias. Justo lo contrario de lo que se ha hecho en Alemania o Italia.

El caso español es único porque el Estado es todavía incapaz de reconocer sus responsabilidades en la deportación de miles de republicanos a los campos de exterminio nazis. Y porque todavía se inhibe ante los miles de desaparecidos, asesinados en cunetas y ante tapias de cementerio, hasta el punto de tratar legalmente las fosas encontradas como si fueran necrópolis romanas.

El caso español es único porque el Estado se niega a reparar el trabajo esclavo de los republicanos que permitió a grandes empresas españolas sumar capitalizaciones. Como se niega igualmente a poner al alcance de la ciudadanía los archivos policiales  y la desclasificación de la documentación reservada o a retornar los patrimonios expoliados a miles de personas.

El caso español es único porque mientras obvia las víctimas de los grupos ultraderechistas y de las organizaciones paramilitares organizadas por el mismo Estado o sus funcionarios, despliega todos sus recursos para impedir que la causa abierta en la República argentina pueda avanzar.

La lista de agravios sería interminable, pero ya a estas alturas debería avergonzar a tantos y tantos políticos españoles que se pretenden decentes, sean de derechas o izquierdas. Políticos que durante años han publicitado cínicamente las bondades de la Transición sin ninguna voluntad de ejercer una mínima autocrítica como muestra de respeto a las víctimas y sus descendientes. Aún al contrario, políticos que callaron y aplaudieron una Ley de la Memoria que desviaba la atención de un sistema judicial español que se mantenía bunquerizado ante las demandas de justicia para con sus ciudadanos.

El mismo sistema judicial que sí se atrevía con la persecución de verdugos y mandatarios vulneradores de los Derechos Humanos en América Latina. Sin duda un noble empeño que, sin embargo, hoy ya no sería posible a raíz de la modificación de la legislación, propiciada por el PSOE primero y por el PP después, que limita el alcance de la aplicación de los principios de justicia universal.

El mundo democrático clama contra el vergonzante y distintivo modelo español de impunidad. Y así llegamos, un año más, al aniversario del fusilamiento del President de Catalunya Lluís Companys. Pese a los compromisos adquiridos en 2005 ante su tumba por parte de la entonces vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, el Estado español sigue negando la anulación de la sentencia que condujo a su ejecución. Para el Estado, Companys no sólo no es víctima, sino que es culpable.

No obstante, la imprescriptibilidad de los Crímenes contra la Humanidad (así como los Crímenes contra la Paz y los Crímenes de Guerra) son hoy día un valor de civilización que difícilmente la democracia española podrá burlar. El gesto político que los republicanos catalanes llevamos a cabo en 2007 votando no a una Ley de la Memoria que legitimaba la preconstitucional Ley de amnistía de punto final de 1977 hoy tiene un enorme valor.

Lo tiene reforzado por una nueva realidad, que ofrece un triple escenario. Por un lado, buena parte de las fuerzas políticas que entonces aprobaron la ley (IU, ICV y los nacionalistas catalanes y vascos) hoy reconocen que no es merecedora de nuevos avales. Por otra parte, la constatación que van a abrirse nuevas causas en otros países al igual que se abrió camino la Querella Argentina. Y, por último, la brecha catalana.  

Catalunya aprobará dentro de pocos días la ley que declarará anulados y sin efectos jurídicos todos los consejos de guerra y las correspondientes sentencias instruidas por causas políticas en Catalunya por parte del régimen franquista. El Govern de la Generalitat emitirá a solicitud de los procesados o de sus familiares una certificación de la nulidad del procedimiento y sentencia correspondientes. Por primera vez en el Estado español, la causa de las víctimas superará el estricto ámbito de lo legítimo para alcanzar también el de lo legal. En el marco del proceso iniciado en Catalunya hacia el ejercicio del Derecho a Decidir y el establecimiento de una nueva legalidad, el Parlament legisla para reparar jurídicamente a las víctimas, catalanas o no, que fueron juzgadas en Catalunya.

Al fin y al cabo, es por ello, y para ellos y ellas, que en Catalunya no cesamos en el empeño de constituir una nueva República. Ante la constatación de la imposibilidad de cambiar los cimientos profundos del Estado español, sólo una nueva legalidad inequívocamente democrática y republicana puede garantizar el respeto a las víctimas y reconciliar a la ciudadanía. Y los que opten, queriendo o no, por mantener un statu quo caduco deben ser conscientes que están sosteniendo una anomalía vergonzante a escala mundial.

Este estado de cosas no es una maldición eterna. Puede y debe cambiar. Sirva la brecha catalana como prueba de que si se quiere, se puede.

http://www.eldiario.es/catalunya/opinions/Cerrando-heridas-abriendo-brechas_6_569453075.html

jueves, 13 de octubre de 2016

12 de Octubre, por Pedro Vera


Portada de "El Jueves", por Pedro Vera

Puro hiperrealismo

martes, 11 de octubre de 2016

"El regreso de la política de clases", por Owen Jones



Después de mucho tiempo actuando como si las clases sociales no existieran, vuelve a haber una lucha para captar el voto de la clase trabajadora. Pero la izquierda podría perderla. 


Owen Jones , 09/10/2016

Hasta no hace mucho, los políticos se comportaban como si la clase trabajadora no existiera. Sin embargo, de un tiempo a esta parte compiten para conseguir su atención. “Ahora todos somos clase media” era el mantra del Nuevo Laborismo en la década de los noventa y en la década del 2000. “La clase es un concepto comunista”, afirmó Margaret Thatcher: “Separa a las personas por grupos como si fueran paquetes y luego enfrenta unos contra otros”. El concepto de clase, hasta ahora desterrado a la periferia política, vuelve a tener una gran relevancia.

El concepto de clase es un elemento esencial para el movimiento que inesperadamente puso a Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista. UKIP quiere posicionarse como el partido de la clase trabajadora de Inglaterra y Gales. UKIP “representa las preocupaciones de los hombres y mujeres trabajadores”, afirmó Mark Reckless tras su breve victoria en las elecciones de Rochester y Strood de 2014. Y ahora ha llegado el turno de los Tories: han dejado atrás el mensaje paternalista de “familias trabajadoras que hacen lo correcto” y han optado por un “completamente al servicio de las personas de clase trabajadora normales y corrientes”. El regreso de la política de clases representa una oportunidad para el Partido Laborista. También, una crisis existencial inminente.

El brazo político de la clase obrera fundó el Partido Laborista.  La democracia social de Occidente tenía sentido en tanto que daba representación política a unos trabajadores que creaban riqueza y reordenaba unas sociedades que eran gestionadas en función de los intereses de los terratenientes y los industriales. El Partido Laborista nace cuando la clase obrera del Reino Unido empieza a trabajar duro como obreros, mineros, y sirvientes. La mano de obra estaba integrada mayoritariamente por hombres blancos. Las comunidades giraban en torno a los lugares de trabajo.

La izquierda lanzó un mensaje directo: los problemas y la falta de seguridad que padeces son el resultado de una sociedad que antepone la obtención de beneficios a tus necesidades y sueños. Los poderosos son los responsables de esta injusticia. La injusticia es un fracaso colectivo que necesita soluciones colectivas.


Sindicatos vs aburguesamiento

Ahora es mucho más complicado. El auge de una nueva derecha en los setenta promovió el individualismo como antídoto de un colectivismo que se consideraba asfixiante. La venta masiva de viviendas sociales tenía por objetivo la promoción del individuo sobre la identidad colectiva. En palabras de Keith Joseph, el “monje loco” de Margaret Thatcher, la promoción del “aburguesamiento”; el proceso de convertirse en un burgués.

Los sindicatos permitieron que un gran número de obreros se organizase y tuviera poder de negociación, pero su fuerza se ha visto mermada por las políticas gubernamentales, el desempleo y la desindustrialización. La clase obrera industrial ha dado lugar a trabajadores del sector servicios que están mucho más fragmentados. La clase trabajadora con estudios universitarios y los profesionales de clase media han crecido: aborrecen el conservadurismo social de los Tories pero tienen unos valores y unas prioridades distintas a las de la clase obrera tradicional del Reino Unido. Este hecho no hace más que aumentar la tensión de la coalición electoral de los Laboristas.

El fin de la guerra fría conllevó la victoria del capitalismo de libre mercado y provocó el colapso de la confianza y la estrategia de la izquierda. La inmigración masiva fragmentó a la clase trabajadora del Reino Unido. De hecho, en las comunidades de clase obrera es donde hay mayor diversidad étnica. También provocó un resentimiento desenfrenado. El Nuevo Laborismo no pudo revertir los efectos de la desubicación social causada por el thatcherismo; entre ellos, la caída constante de los puestos de trabajo en el sector manufacturero. Reformó las viviendas sociales pero no construyó nuevos complejos, lo que condujo a un aumento de la frustración.

La izquierda no pudo dar una explicación comprensible y clara del porqué estaba aumentando la inseguridad social. El resentimiento contra los inmigrantes llenó este vacío.

El peligro de una derecha audaz

Ahora es evidente que el regreso de la política de clases era inevitable. La élite financiera arrastró al país hasta la peor crisis económica desde los años treinta y situó bajo mínimos el nivel de vida de millones de personas que no habían participado en este despropósito. Un gobierno conservador en manos de millonarios educados en escuelas privadas introdujo políticas que no hicieron más que empeorar la situación de los grupos más vulnerables.

Los trabajadores vieron caer sus salarios en picado; la peor caída desde el siglo XIX. La riqueza de las 1.000 personas más ricas del Reino Unido, en cambio, se duplicó. Y fue entonces cuando se hizo en referéndum sobre una salida de la Unión Europea: a la vista de los resultados ¿Quién puede seguir afirmando que “todos somos clase media”? la clase trabajadora del Reino Unido no es homogénea y millones de trabajadores, en especial los que pertenecen a minorías étnicas o son negros, votaron a favor de permanecer en la UE. Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que mientras los profesionales de clase media fueron el único grupo que apoyó masivamente la opción de permanecer en la UE, las personas con los ingresos más bajos decidieron apoyar el Brexit.

Y esto es lo que más me preocupa. Hace seis años en el libro Chavs: The Demonization of the Working Class (Chavs, la demonización de la clase trabajadora) escribí sobre “el peligro de que nazca una nueva derecha populista y audaz, que se sienta cómoda hablando de clases y ofrezca soluciones reaccionarias a los problemas de la clase trabajadora. Podría denunciar que se está demonizando a la clase trabajadora y se está destruyendo su identidad, también podría afirmar que el que ha sido tradicionalmente el partido de la clase trabajadora, el Partido Laborista, les ha dado la espalda”.

“En vez de abordar los auténticos problemas de la clase trabajadora, centra su atención en debates populistas en torno a la inmigración o cuestiones culturales. Puede llegar a culpar a los inmigrantes de todos los males económicos y también podría afirmar que el multiculturalismo es el causante de la pérdida de identidad de la clase trabajadora blanca”. Esto no está muy lejos de un primer ministro populista que afirme que los enemigos de la clase trabajadora del Reino Unido son la inmigración y una élite liberal metropolitana que desprecia los valores y el patriotismo del resto del país.

La furia contra el sistema

El liberalismo económico nunca llegó a consolidarse en el Reino Unido. Theresa May lo sabe y quiere explorar esta posibilidad de una forma más activa. Esta estrategia podría ser devastadoramente efectiva. También pone en evidencia que la estrategia que en el pasado utilizó el Nuevo Laborismo, intentar unir el liberalismo social y el económico, ya no funciona.

Los profesionales de clase media educados en la universidad pueden utilizar Twitter como válvula de escape. Sin embargo, lo que May quiere es aprovechar la distancia que los separa de las comunidades de clase trabajadora. El thatcherismo consiguió atraer el voto de la clase trabajadora con incentivos, como por ejemplo el derecho a comprar una vivienda social. May está creando una gran coalición que atrae el resentimiento contra los inmigrantes y contra la élite metropolitana. El gobierno de May quiere una salida abrupta de la Unión Europea y esto puede mermar los estándares de vida y la seguridad de la clase trabajadora. Si el Partido Laborista no presenta una alternativa comprensible y convincente, la frustración que generarán las consecuencias del Brexit no harán más que empeorar el resentimiento contra de los inmigrantes.

Jeremy Corbyn jugó con el concepto de patriotismo progresista en el discurso que pronunció como líder del Partido y debería seguir en esta línea y hacerlo en clave positiva. Como ha indicado el pensador laborista Jon Cruddas, el partido gana cuando presenta una visión positiva en torno a la reconstrucción nacional.

Existe una furia contra el sistema que está detrás del resultado del referéndum sobre el Brexit. Es necesario que el Partido Laborista lo aproveche en beneficio propio. Sin embargo, a diferencia de los Tories, debe entender que el blanco de ataque son los intereses de unas minorías que no permiten que el Reino Unido avance en la dirección correcta.

El laborismo nació en el contexto de la política de clases y que vuelva a hablarse de esta noción representa una oportunidad. Si el Partido Laborista no la aprovecha, pueden estar seguros de que la derecha populista sí lo hará.

Traducción de Emma Reverter

miércoles, 5 de octubre de 2016

"El PSOE. Trayectoria, crisis e implosión", por Juan Andrade



El PSOE. Trayectoria, crisis e implosión

JUAN ANDRADE. Ctxt, 3 DE OCTUBRE DE 2016

La quiebra actual del Partido Socialista cierra un largo ciclo iniciado con la redefinición ideológica de 1979, dos momentos protagonizados por la misma persona, Felipe González, antes en su incipiente esplendor y ahora en su ocaso

Al final sucedió. La crisis que venía arrastrando el PSOE ha implosionado rompiéndolo por dentro y lo ha hecho de tal forma que incluso ha dejado en sus rivales una expresión más de asombro que de satisfacción. Solo en su origen y en sus aspiraciones los hechos parecían ceñirse al guión del clásico golpe palatino. En su ejecución y resultados se ha parecido más a una asonada cuartelera. Sin nocturnidad ni uso siquiera de estilete, a plena luz del día y a garrotazos. La rudeza da fe precisamente de la hondura de la crisis del partido, pues evidencia que tampoco contaba con recursos suficientes como para hacer un reajuste interno de fuerzas con eficacia y decoro. La verdad es que un partido de tan larga y relevante trayectoria merecería, si es que acaso ha llegado, un final más honroso.

Evocando esa trayectoria histórica, estos días se ha comparado la crisis actual del PSOE con aquella que sufrió en mayo de 1979, cuando el entonces secretario general se sintió obligado a dimitir por el rechazo de las bases a su propuesta de redefinición ideológica. Los paralelismos que pueden hacerse, pese a las notables diferencias, son varios. El más interesante a mi entender tiene que ver, sin embargo, con lo que entonces sucedió y ahora sucede de puertas afuera. Si la crisis interna del PSOE en 1979 fue percibida como una amenaza para el tipo de transición que estaba desarrollándose, la crisis interna de la semana pasada es una manifestación evidente de la crisis del orden político que nació de aquella transición. Por tanto, además de tratarse de dos momentos análogos, pueden leerse, respectivamente, como arranque y cierre de un largo ciclo. No en vano ambos han tenido como protagonista a la misma persona, Felipe González, antes en su incipiente esplendor y ahora en su ocaso. En 1979 González logró la proeza de que los militantes que le habían reprobado purgaran la culpa que les sobrevino tras su dimisión declarándole a partir de entonces lealtad incondicional. Ahora trata de disciplinarlos azuzando los mecanismos coactivos del aparato y el vértigo o la ambición, según se mire, de algunos dirigentes regionales. 

Sin embargo, el conflicto actual se ha reproducido con mayor virulencia en el seno de la dirección y, en este sentido, se parece más al que se dio en plena Guerra Civil entre los fieles a Negrín y el resto de sectores que habían pugnado y seguirían pugnando entre sí. Tanto entonces como ahora la tensión interna en el PSOE ha venido dada por el ascenso fulgurante de una fuerza joven a su izquierda, entonces el PCE y ahora Unidos Podemos. La diferencia, simplificándolo mucho, es que al final de la Guerra Civil el conflicto en el PSOE se daba entre los partidarios y detractores de una alianza coyuntural con los comunistas, mientras que ahora el conflicto se da entre quienes, por un lado, descartan cualquier relación con Unidos Podemos y quienes, por otro, no saben o no contestan. Hay que reconocer que quienes tienen una política coherente y ajustada a las nuevas circunstancias son Felipe González y Susana Díaz, pues son conscientes de que el orden anterior con el que están comprometidos solo puede garantizarse hoy llegando a un compromiso con el Partido Popular, lo cual no deja de ser otro síntoma de la crisis de un régimen político que para sobrevivir necesita sacrificar lo que constituía su principal fortaleza: la apariencia de pluralismo. En cualquier caso, la de Pedro Sánchez no era más que una política nostálgica, cuyas expectativas se cifraban en que el paso benévolo del tiempo, con sus sucesivas elecciones, pudiera ir devolviéndole poco a poco al escenario anterior. Para ello pensaba que era suficiente con seguir representando el papel de principal antagonista de los populares. Su error consistía en pensar que se podía volver atrás. Su desatino ha sido creer que podía hacerlo actuando como entonces.

El PSOE sufre una crisis de identificación y, por tanto, una crisis de identidad. Cada vez hay menos gente que se reconoce en él y, en consecuencia, cada vez le resulta más difícil reconocerse a sí mismo. La fortaleza de la socialdemocracia en los años dorados del Estado de Bienestar radicó en su capacidad para integrar a la clase obrera en el Estado, en virtud de su reconocimiento como mediador en el conflicto social y gran agente redistribuidor. En España el PSOE llegó al poder en 1982, cuando ese escenario estaba en descomposición en toda Europa por el cambio de paradigma económico y las transformaciones subsiguientes en la composición sociológica. El PSOE puso en marcha entonces un proyecto modernizador de cuño tecnocrático muy distinto al de la socialdemocracia clásica, que encajaba muy bien con el horizonte de expectativas que realmente constituye la identidad de las clases medias, un proyecto que desplegaba toda suerte de estímulos para que ese marco de aspiraciones y temores fuera también interiorizado por buena parte de las clases populares y trabajadoras. Al mismo tiempo el PSOE ofrecía una salida a distintos anhelos territoriales, en virtud de su presencia en todo el país y de las esperanzas cifradas en el desarrollo autonómico. De esta forma el partido funcionó como principal integrador de la diversidad territorial y de una mayoría social muy heterogénea en el nuevo sistema político. Lo hizo en tales términos que al final ese papel pudo ser desempeñado, sin demasiados traumas y con considerables diferencias, por el Partido Popular.

Precisamente la fortaleza del sistema político del 78 --como la de cualquier sistema que se precie-- descansaba en su virtualidad a la hora de armonizar el consenso tácito sobre sus límites con una confrontación bipartidista muy vehemente a propósito de lo que podía hacerse dentro de ellos. En torno a esa confrontación con el PP muchos militantes e incluso dirigentes del PSOE fueron tejiendo durante más de treinta años su propia razón de ser, toda vez que los límites consensuados terminaron por naturalizarse. Por eso ahora resulta tan complicado pedirles que renuncien a esa confrontación para preservar aquellos consensos. El problema para estos militantes y dirigentes es que la confrontación entre PP y  PSOE hace tiempo que dejó de señalar la tensión fundamental de la dinámica política, y ahora también de la parlamentaria. Desde el 15M es mucha la gente que piensa fuera de ese marco categorial y busca una salida a sus problemas y aspiraciones más allá de unos límites que ya no le parecen naturales. Desde el 20D la aritmética parlamentaria es evidentemente otra.

Durante más de treinta años el bipartidismo se alimentó de una polarización muy fuerte entre el PSOE y el PP, que llegó al paroxismo durante la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero. Esta confrontación se expresó sobre todo en términos ideológicos: tuvo que ver más con adhesiones partidarias que con discrepancias programáticas, más con las fobias y los miedos a la exageración que del otro hacía su contrario que con el rechazo a su política, más con la representación simbólica en el debate institucional y mediático de dos bloques sociales idealizados --la derecha y la izquierda--  que con los conflictos materiales que se estaban dando en el seno de la sociedad.  Esta representación del conflicto se volvió inverosímil a ojos de mucha gente con el estallido de la crisis, cuando se pudo visibilizar ya con nitidez la sintonía entre ambos partidos a propósito del modelo de crecimiento y sobre todo de las medidas antisociales para hacerle frente. Y ello desacreditó más al PSOE, porque ocupaba en esos momentos el gobierno, desempeñaba el rol de partido con sensibilidad social y estaba encabezado por un dirigente relativamente joven que se supone representaba una discontinuidad con respecto al felipismo.

Pareciera que con la torpe intención de confirmar la sujeción a ese pasado (de nuevo presente) los socialistas designaron a Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general. Para desmentirlo al poco tiempo eligieron de pronto al joven Pedro Sánchez. Los intentos de Sánchez a la hora de presentarse como garante del cambio no han surtido efecto, porque para una amplia base social progresista el cambio ya no se reduce a quitar al Partido Popular para ponerle a él.  Su discurso resultaba poco creíble cuando trataba de declinarlo con la gramática de las fuerzas políticas emergentes, pues es muy difícil conjugar nuevos significantes con viejos significados.  Tampoco ha logrado situarse como garantía de seguridad ante quienes perciben la emergencia de Podemos como una amenaza, porque eso lo hace mejor el PP. Menos aún ha podido conjugar las aspiraciones de cambio y seguridad como en su día hiciera Felipe González, pues la oscilación retórica entre ambos polos no es lo mismo que una síntesis capaz de atraer a amplios sectores. Ahora es reemplazado por una gestora y mañana lo será por otro líder o lideresa. Tanto cambio en tan poco tiempo revela la inseguridad y desnortamiento de un partido que desborda la lógica del ensayo-error para diseñar otra que va del error al error. Parece que el PSOE no deja de bascular entre un casting de jóvenes talentos y el eterno retorno del felipismo.

Más allá de la falta de dirección política, la situación del PSOE es realmente endiablada. La crisis de 2008 entrañó la crisis del proyecto de modernización que había impulsado y con el que se identificó una amplia mayoría social. No es que ese proyecto no satisfaga ya las expectativas que había creado en el imaginario de las autopercibidas clases medias, sino que ha terminado por provocar su empobrecimiento y con ello su desafección. Ante esa suerte de descomposición social e ideológica, el PSOE se ha quedado sin apenas suelo bajo los pies. Pero además se ha quedado con el paso cambiado, pues de un escenario bipartidista, donde había un reparto muy definido de papeles que le permitía casi monopolizar la representación de la izquierda para disputarle el centro al PP, ha pasado a otro donde la emergencia de una fuerza nueva situada a su izquierda, que no se expresa en esos términos, le proyecta ante mucha gente, por contraste y por méritos propios, como un partido conservador y envejecido. Así se lo hacen saber ya la mayoría de los votantes más jóvenes. Pero es que también se ha quedado cojo a nivel territorial, sin apenas apoyos allí donde no brilla el barniz federalista que pretende dar al viejo sistema de las autonomías. 

Por todo ello, su crisis es la crisis del sistema construido en 1978, pues ya no garantiza ni la integración en él de la diversidad territorial ni de las expectativas de buena parte de los sectores populares y clases medias depauperadas. Tampoco contribuye como antes al cierre hermético del discurso legitimador de un sistema cuyas fronteras eran seguras en la medida en que estaban delimitadas por los silencios de dos partidos que sumaban una amplia mayoría, pero también en la medida en que dentro de esas fronteras las voces que se daban entre ellos volvían inaudibles las de fuera. Hoy, con 85 diputados, el PSOE es en cierta medida un partido afónico.

El PSOE es ahora un partido atravesado por serias contradicciones, con pocos recursos para gestionarlas y con muchas inercias para enredarse en ellas. La desigual distribución territorial de su voto refuerza internamente a los dirigentes del sur, reacios a un discurso plurinacional que, piensan, podría generar desafección en sus bases sociales, pero sin el cual no puede reequilibrarse territorialmente. Ya no se basta para ser alternancia al PP, pero tampoco se ha atrevido a formar parte de una alianza parlamentaria que podría entrañar la alternativa a un sistema que, si bien le ha dado sus mayores días de gloria, ahora le asfixia en su declinar. 

Hay dos razones fundamentales que explican esa falta de atrevimiento. Una tiene que ver precisamente con la cultura política que ha ido tallando al ritmo de su experiencia histórica, así como con la lectura que ha hecho de esta. El PSOE piensa que históricamente le ha ido mal cuando se ha acercado a aliados de envergadura y muy bien cuando ha ido en solitario. Un ejemplo remoto tiene que ver con las mencionadas relaciones con el PCE durante la Guerra Civil y el franquismo, interpretadas en términos de trasvase de militantes, cuadros y dirigentes a esta otra opción más novedosa y atrevida. Otro más reciente fue el tripartito de Cataluña, una experiencia que para muchos socialistas no solo es que fuera fallida, sino que nunca debió acometerse. En medio estaría el asombroso despunte de la Transición y los años gloriosos del Felipe González, gracias a lo que dieron en llamar la “vía nórdica al poder”, es decir, solos, sin acuerdos por la izquierda (como hacían entonces los socialistas franceses), ni acuerdos por la derecha (como hacían los socialistas italianos). A día de hoy, ironías de la historia, esto último ya no está nada claro. Junto a ello hay en el PSOE un anticomunismo muy fuerte y de largo aliento, que arranca de la fractura del 21, se dispara en la Guerra Civil, se alimenta de la Guerra Fría, se enquista en el exilio, lo gestionan muy finamente Felipe González y Alfonso Guerra en la Transición frente un PCE que sale muy fuerte del antifranquismo, se vigoriza de manera tan bruta como eficaz contra la Izquierda Unida en ascenso de Julio Anguita con la teoría de la pinza y ahora se proyecta sobre Unidos Podemos. Sacudirse todo eso no resultaba nada fácil.

Pero además de tradiciones estratégicas, culturas políticas e inercias --y entretejida con todas ellas-- la razón última del temor en el PSOE a llegar a un acuerdo con fuerzas vigorosas a su izquierda tiene que ver con su vinculación orgánica al poder. Hay quien piensa que ese vínculo se expresa en la subordinación de buena parte de los dirigentes socialistas a las presiones oligárquicas intimidatorias que vienen de fuera en tiempos de excepción. Visto con perspectiva parece que el vínculo responde más a un habitus  bourdieano, a una forma propia de pensar, sentir y obrar por parte de aquellos que hace tiempo comparten posición económica, de poder y prestigio con esas élites. ¿Alguien pensaba de verdad que el PSOE iba a formar gobierno con otras formaciones a su izquierda para poner en marcha un programa precisamente socialdemócrata, que, aunque solo fuera en términos fiscales y redistributivos, atentara contra los intereses de estas? Lo peor de la bronca del sábado va a ser oír hablar por enésima vez a los vencidos y a los vencedores de la necesidad de abrir un debate sobre el verdadero papel que le corresponde a la socialdemocracia en España y Europa. Papel mojado.

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Juan Andrade. Doctor en Historia y profesor en la Universidad de Extremadura.