domingo, 28 de noviembre de 2010

domingo, 21 de noviembre de 2010

"El Algarrobico de Cuelgamuros". por Isaac Rosa en Público

“La comunidad benedictina tiene la obligación fundacional de celebrar el funeral en memoria de Franco y de Primo de Rivera.” -Anselmo Álvarez, Abad del Valle de los Caídos-


La demolición del Valle de los Caídos es la fantasía política de varias generaciones de españoles desde hace medio siglo. Desde los presos republicanos que lo construyeron hasta quienes hoy vemos la cruz desde la carretera, pasando por aquellos exiliados que de vuelta a España lo visitaban sólo para pisar la tumba del dictador y asegurarse de que estaba bien cerrada, muchos han soñado con hacerlo desaparecer.

Frente a quienes proponen su demolición –como el Foro por la Memoria, que acaba de pedir que desaparezca la enorme cruz- están los que apuestan por no tocar una piedra. Unos lo defienden desde la nostalgia franquista sin complejos; otros, más disimulados, objetan argumentos históricos, religiosos y hasta artísticos, equiparando su conservación a la del acueducto de Segovia o las catedrales, cosa de risa. Están también quienes, desde el gobierno, se sienten incómodos pero no se atreven a meterle mano, así que lo cierran un tiempo por obras. Y luego están quienes rechazan su exaltación franquista y proponen cambiar su uso, para convertirlo en lugar de la memoria.

Yo mismo he propuesto alguna vez ese destino, aprovechar el conjunto para invertir su finalidad, pero cada vez descreo más. Lo veo improbable, vista la resistencia de unos y la poca decisión de otros; pero además no tengo claro que un monumento fascista así vaya a perder su significado por muchas placas informativas que le colguemos, y si no seguiría siendo lugar de peregrinación ultra cada 20-N aunque se llamase museo de la memoria.

Así que cada vez soy más partidario de borrarlo del mapa sin miramientos, por higiene democrática. Y ya que contra el Valle no sirve la ley de la memoria, yo propondría aplicarle la legislación medioambiental: tirarlo no por fascista, sino por su impacto visual, que no es precisamente pequeño, en un espacio natural. A ver si así cuela.

El Valle de los Caídos es como el hotel del Algarrobico, pero en montaña, y como aquel merece ser derribado. Por feo y por cargarse el paisaje. Aunque si van a tardar en tirarlo tanto como el hotel de Almería, ya podemos esperar.

domingo, 14 de noviembre de 2010

"Marruecos fuera del Sáhara! 35 años de ocupación ¡Basta ya!". Foto de Fran Lorente



Una de las imagenes "sin palabras" de la manifestación celebrada ayer en Madrid: "Marruecos fuera del Sáhara! 35 años de ocupación ¡Basta ya!". Foto de Fran Lorente.

Si quereis ver la galeria completa de la manifestación, podéis entrar en la Web de ccoomadrid.es

sábado, 13 de noviembre de 2010

"El extraño otoño de González", por Juan Carlos Monedero, hoy en Público

Se desnudan los ex presidentes sólo bajo fuego amigo. De ahí que suela ser más previsible el lugar que el contenido. Las primeras lluvias del otoño nos traen las reflexiones de Felipe González.

Afirma el que fuera primer presidente socialista que estuvo de su mano volar a la cúpula de ETA. Y que anduvo pensándolo y pensándolo. Y que no lo hizo. Pero que le hubiera bastado chascar los dedos. ¿Tan sencillo era? Igual es por el otoño que avanza, pero el escalofrío es inevitable. Imaginemos que hubiera mandado reventar sin juicio a esos ciudadanos (terroristas, pero ciudadanos), ¿lo habría reconocido como hizo Margaret Thatcher con los miembros del IRA asesinados en Gibraltar en 1988, o se los hubiera endosado a los GAL? La respuesta parece sencilla. Otro acto de incontrolados. Asuntos de esa democracia que, decían, gozaba de tanta calidad como para hacerla exportable. La derecha, tan católica, hubiera dicho: no hay mal que por bien no venga. Y Fraga, con el franquismo aún caliente en los tirantes y en los nudillos, hubiera soltado alguna fresca de esas que helaban el aliento y detenían el tiempo. Los demás apenas contaban.

Pasado el tiempo, el ex presidente hace balance. No sabe si se equivocó. Lo que quiere decir que rondan por su cabeza profundas razones para pensar que quizá hubiera debido dar la orden. Qué firmeza moral en esa duda: ¿asesino a unos cuantos seres humanos o no los asesino? Mira que le veo ventajas… Hubiera salvado vidas, dice. Cosa poco creíble. Como esos ajustes de cuentas entre mafias, cárteles o grupos fuera de la ley, hubiera alimentado odio y algunos centenares se hubieran sumado a la lucha armada con razones que antes no tenían. La tesis absurda de ETA (esto es una guerra) habría cobrado fuerza. Más dolor, más odio, más rencor, más problemas. El avance hacia su propio otoño podía haber reforzado el humanismo en Felipe González. Pero ocurre todo lo contrario. Nicolás Salmerón, presidente de la I República española, nunca lamentaría haber renunciado por no querer firmar penas de muerte. Y eso que eran legales.

Tiene razón Felipe González. Ya no hay estadistas como los de antes.
“Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado en los próximos cuatro o cinco años”. Salvar vidas…Fue el argumento para explicar las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El argumento, que no la causa real. Se lanzaron para frenar el avance soviético por el Pacífico y hacer un recordatorio a la URSS de que Estados Unidos iba a ser la nueva potencia mundial. ¿Cuál hubiera sido la verdadera razón de González? ¿Salvar vidas de inocentes? No. En democracia, no. Ejecutar sin juicio para defender la inocencia de la ciudadanía es una perversión del orden democrático. Con nuestros impuestos. Da más luz pensar en una débil democracia procedente de una débil Transición que había dejado intactos los servicios de seguridad del franquismo. Una débil democracia que no dudaba en aplicar lo que Franco había hecho con los republicanos: ejecuciones extrajudiciales. El peso del franquismo sociológico era demasiado fuerte. Ya lo había anunciado el estadista González: las democracias se defienden también en las alcantarillas. Era una de las posibles concepciones de la democracia: democracia de alcantarilla. Otoñal, González se despoja de prejuicios propios de demócratas buenistas. Hide vence al doctor Jeckyll. Son los privilegios de los estadistas en el otoño de su sabiduría.

“Es que todavía hoy no se puede contar eso…”. No estaría de más escuchar alguna verdad. Nos dejó a Aznar subido en la prepotencia de vencer a un Gobierno corrupto; a Fraga convertido en la prueba de que se podía ser demócrata sin ser antifranquista; a la Iglesia subida a los altares y al monte; a una monarquía con una querencia excesiva a ir de caza con amigos de lo ajeno (los Albertos, Colón y Prado de Carvajal, Mario Conde, De la Rosa), pero encubierta en un relato de papel couché y glamour. ¿Qué se puede contar, Sr. González? Mirando hacia atrás, le preocupa sólo la corrupción. No nos gustan los ladrones. Somos cristianos viejos y de dinero no hablamos. Sin embargo, lo del GAL, nos dice usted sin decirlo, no quita prestigio. Eso de poder mandar asesinar es de auténticos hombres de Estado. Y se atreve a citar a Azaña. Repase el debate parlamentario sobre los sucesos de Casas Viejas. Notaremos una gran diferencia entre el Azaña dolido y el jactancioso que afirma: los pude volar a todos. Me debéis la vida. Tanto que aún me permito preguntarme si no debí hacerlo. “No te estoy planteando el problema de que yo nunca lo haría por razones morales. No, no es verdad”. Los estadistas como González no tienen problemas morales.

Queda otra pregunta en el aire. ¿Por qué ahora? ¿Para ayudar en el fin de ETA o para complicarlo? ¿Es una simple afirmación personal? ¿Se siente fuerte ahora que ha doblegado al impertinente Zapatero que no había querido escucharle al comienzo? ¿Está cobrando la foto malditizada en donde abraza a Vera y Barrionuevo a la entrada de la cárcel de Guadalajara? ¿Se está postulando a algún cargo internacional?

Me perdonan, pero, al menos desde Maquiavelo, la ingenuidad no es pasto de la política. Aunque algunas viejas ecuaciones parece que se van despejando.


Juan Carlos Monedero es profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid

domingo, 7 de noviembre de 2010

Madrid 7 de Noviembre de 1936. Mensaje de la Alianza de Intelectuales Antifascistas











Mensaje de la Alianza de Intelectuales Antifascistas A los intelectuales antifascistas del mundo entero.

Madrid, 19 de noviembre de 1936

(...) Desde Madrid, presenciando la patológica crueldad de los fascistas, no sólo enemigos nuestros sino vuestros, queremos denunciar ante vosotros, haceros testimonio de los últimos acontecimientos, asesinatos incalificables, que lleva a cabo, consecuentemente con su ideología, el enemigo.

No se trata de lamentarnos en nombre de nuestro pueblo en armas, de nuestros heoricos milicianos, de los horrores de la guerra. Nuestros combatientes, con los dientes apretados, resisten silenciosamente y, con su gesto, son ya una exigencia de responsabilidades históricas a todos aquellos que, estando obligados a mantener una conducta, la eluden ahora cobardemente. No, no nos quejamos de nada cuanto ocurre en los frentes de combate; entre otras razones, porque en los frentes de combate, nuestro indudable triunfo final dirá claramente que no era necesaria la queja.

Pero queremos haceros saber, para que nuestra palabra a su vez se proclame por todos los rincones del mundo, lo que lucha, la calidad humana que lucha a cada uno de los lados que hoy se enfrentan en España. Queremos haceros saber en qué se emplean las bombas incendiarias meticulosamente preparadas en los laboratorios alemanes. Y os decimos: todos los días arden manzanas enteras de casas madrileñas. Todos los días, en las colas que forman las mujeres de las barriadas obreras para coger su pan, su carbón, su leche, etc., los expertos aviadores alemanes e italianos pueden apuntarse nuevas victorias, ya que no alcanzadas en combate con nuestros aviones heroicos, que rehuyen, a costa de las vidas de esas mujeres, de esos niños. De esas mujeres y de esos niños que son hoy los únicos habitantes de esas barriadas obreras, pobres, ya que todos los hombres útiles se hallan en los frentes, y que parecen constituir objetivo especial de la aviación extranjera al servicio de la traición.

Os decimos el espectáculo siniestro de las noches en llamas, cruzadas por lívidas caras de ancianos y mujeres tratando puerilmente de salvar su jergón miserable, sus amarillos retratos familiares, para tener que llevarlos bajo los arcos umbríos de las bóvedas, a la humedad entumecida y harapienta de multitudes cobijadas, hacinadas terriblemente en los sótanos. Os hablamos de las caravanas coléricas de mujeres despeinadas que pueblan, en la madrugada madrileña, las calles y las plazas, trasladando sus pobres objetos queridos sin una queja, sin un llanto, sino con un murmullo de insulto a los traidores, con un rumor de maldición a los canallas.

Os hablamos del Palacio de Liria que fue del Duque de Alba, ayer cuidadosamente custodiado por las milicias del Partido Comunista, con sus cuadros valiosos en los sótanos, y esta noche pasada en llamas. Os hablamos del resentido despechado señorito que ha debido ordenar su incendio con el mismo gesto plebeyo y chabacano del tradicional "mía o de nadie". Os hablamos de la trayectoria significativa, en línea recta, de una serie de bombas que comienza unas casas más arriba del hotel Savoy y termina, dejando un hueco casual y de seguro lamento en el Museo del Prado, en la Iglesia de los Jerónimos. Os hablamos del boquete alemán que una bomba de doscientos kilos ha dejado unos metros antes del Museo del Prado, rompiendo sus cristales.

La prensa de Burgos aún habla de provocación roja: de los incendios provocados en Madrid por los rojos para utilizarlo a su favor. No importa, nadie lo cree. Nadie que no ignore, en absoluto, intencionadamente, la serena condición de nuestros heroicos milicianos que cuidadosamente ayudan a trasladar mujeres y niños con el mismo respeto cariñoso con que salvan un cuadro o un libro importante que se los encomiende, puede creerlo. La verdad está con nosotros y no puede ser falseada. Está con nosotros y nadie puede dudar de ella porque al margen de toda propaganda, sinceramente, de corazón a corazón, como hablan los hombres en los momentos graves, os la decimos nosotros que somos poetas, escritores, artistas, y tenemos un alto sentido de nuestro oficio que se halla por encima de la propaganda, de la mentira útil, de la mentira jesuítica. Os la decimos nosotros los poetas, escritores y artistas, antes que nada y que por serlo no estamos sino al servicio del hombre, de lo más alto y noble del hombre, por encima de los partidos y de la propaganda interesada.

Creedla. Tenéis que creer en nuestra palabra si no habéis perdido vuestro corazón.

Pero no equivocaros. Tened muy en cuenta que esto, todo esto, no significa lamentación jeremíaca sino enardecido y colérico anuncio de nuestro triunfo decisivo y final. Nuestras palabras no respiran otra atmósfera que la de nuestro pueblo y, cómo éste, no hacemos otra cosa que dirigirnos a la conciencia, a lo más profundo de vuestra conciencia, hombres honrados del mundo, para que vuestra airada protesta palpite entre vuestro corazón con la misma fuerza que el nuestro.

José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Miguel Prieto, Antonio Rodríguez Luna, Alberto Sánchez, Manuel Sánchez Arcas, Eugenio Imaz, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rodolfo Halfter, Bacarisse, Gabriel García Maroto, Vicente Salas Viu, Rafael Dieste, Arturo Souto, Antonio Aparicio, León Felipe, María Teresa León, Rafael Alberti, Felipe Camarero, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja, Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, Pío del Río Hortega, Adolfo Salazar.

Alianza de Intelectuales Antifascistas

El Sol. Madrid, 19 de noviembre de 1936.

martes, 2 de noviembre de 2010

Aquí los bancos no quiebran, por Ignacio Escolar, hoy en "Público"

…porque en España quiebran las personas. En el mundo civilizado, si una familia deja de pagar la hipoteca, el banco se queda con la casa y la familia se queda en la calle; punto y final. Es cruel, pero al menos no es sádico. En España, si una familia no puede pagar, el banco la desahucia y es entonces cuando realmente empiezan los problemas. La casa se va, pero la deuda permanece. El banco malvende el piso a través de una oscura subasta, donde varias mafias se reparten las tajadas, y después reclama al hipotecado lo que falte por pagar tras la venta. A esa resta entre el precio del piso en plena burbuja y el saldo de una subasta hay que sumar los intereses del crédito, los intereses de penalización, los costes judiciales y las minutas de los abogados.

El resultado suele ser atroz. Como la historia de Jaime Abelardo, que publicó hace unos días The New York Times (pincha en el primer resultado de la búsqueda): un ecuatoriano residente en Barcelona que se hipotecó para comprar un piso de 220.000 euros y ahora debe 260.000; por supuesto, también ha perdido el piso. Su pesadilla no es anecdótica. Según un reciente informe de la Unión de Consumidores de Catalunya y la Asociación de Usuarios de Cajas y Seguros de Catalunya, más de doscientas mil familias en España cayeron en esta trituradora entre 2007 y 2009; nadie sabe aún cuántas van este año, aunque otros informes dicen que hay 1,4 millones de ciudadanos al borde de la bancarrota personal.

¿La razón de este dislate? Que en este país en retroceso que presume de dos de los bancos más grandes del planeta, la draconiana ley hipotecaria ordena que incluso esos préstamos estén respaldados como si fuesen créditos personales, por todo el patrimonio presente y futuro, por medio de un procedimiento donde todas las garantías están del lado del que siempre gana, de la banca. En el mundo civilizado, son las casas las que se hipotecan. En España, hipotecamos a las personas.