martes, 23 de febrero de 2016

"La mentira considerada como una de las bellas artes", por Francisco Carantoña



FRANCISCO CARANTOÑA ÁLVAREZ. Publicado en Asturias 24,
Martes, 23 de febrero de 2016


No sé si en Madrid existirá una Sociedad de Conocedores de la Mentira que, como la de Conocedores del Asesinato del Londres de De Quincey, esconda bajo un eufemismo, más que a eruditos, a verdaderos amantes de ese arte. No me sorprendería, en cualquier caso, que abundasen los que la consideran no como una maña, sino como una de las bellas artes. Al fin y al cabo, el nuestro es un país en el que políticos, articulistas, ensayistas y hasta académicos definen así a actividades como perforar el lomo de un toro con una pica, confeccionar un botillo o cantar una copla. Seguro que puede encontrarse belleza en una mentira bien contada y artes, aunque sean malas, hacen falta para convertirla en creíble.

El embuste debe ser tan antiguo como la humanidad y el periodismo no ha podido desprenderse de él desde su nacimiento. Espero que nadie entienda esto como un ataque a una profesión que admiro y de la que no puedo prescindir ni como historiador ni como observador de la actualidad. Mi padre disfrutaba con Luna nueva y con Primera plana, dos películas, en muchos sentidos, extraordinarias, entre otras cosas porque constituyen la excepción que confirma la regla: ambas son remakes y, aunque parezca imposible, magníficas. Eso solo suponía que conocía el lado oscuro de su profesión y tenía sentido del humor.

Cuando comenzaba a trabajar en mi tesis doctoral, utilicé, en la hemeroteca que dirigía Patricio Adúriz, la colección del Procurador general de la Nación y del Rey, un periódico absolutista que aprovechaba la libertad establecida por las cortes de Cádiz para combatirla. En 1814, “descubrió” a un general francés, Louis Audinot, que habría venido a España, enviado por Napoleón, para proclamar la república en colaboración con Agustín Argüelles y otros conspicuos liberales. Era todo una patraña, el supuesto general era un antiguo fraile francés, llamado Jean Barteau, que se prestó a colaborar en una campaña de intoxicación contra el nuevo régimen constitucional. Como señala Gil Novales, del famoso caso pasó a nuestro idioma el término “audinotada” que, aunque no haya sido nunca incorporado por la RAE a su diccionario, viene muy al caso en estos días.

Audinotada fue la que un importante diario madrileño organizó con el asunto de las calles de la capital. Todo comenzó el 10 de febrero, cuando unos periodistas encontraron en el blog personal del historiador Antonio Ortiz, que colabora con la cátedra de la Memoria Histórica, pero no forma parte de su dirección, un listado de personajes vinculados con el franquismo o con la derecha más conservadora de la Segunda República y lo publicaron como si fuese la relación que proponía la cátedra y utilizaría el ayuntamiento para modificar el callejero. En su información indicaban también que la cátedra había cobrado casi 18.000 euros por el trabajo. La algarabía comenzó de inmediato, llovieron los artículos que recogían la justa indignación de quienes lo consideraban un acto de sectarismo que, además, no se correspondía con lo dispuesto por la ley de memoria histórica. Intervino el presidente de la Xunta de Galicia para defender a Cunqueiro. Aparecieron acusaciones de ilegalidad en el pago, los más radicales lanzaron todo tipo de denuestos contra el ayuntamiento y la historiadora que dirige la cátedra, que ni siquiera es española y encima es “hijastra de Fidel Castro”. Que la alcaldesa considerase el listado “un disparate” no la puso a cubierto.

La cátedra desmintió que hubiese elaborado ninguna propuesta, se demostró que no se había firmado el contrato, que el ayuntamiento no había pagado nada y que Mirta Núñez no es hijastra de Fidel Castro, sino hija de la primera mujer del expresidente cubano y un político conservador. Todo fue inútil, todavía siguen apareciendo artículos en los periódicos contra el sectarismo de Podemos y la cátedra de la Complutense. Hay incluso algún historiador que parece no haberse enterado de que todo fue una patraña. El periódico no ha rectificado, ni siquiera se ha disculpado por haber publicado la información sin contrastarla con la propia Mirta Núñez y el ayuntamiento.

Casi simultáneamente había estallado el escándalo de los titiriteros. En este caso había un punto de partida real: se había representado un espectáculo de títeres inadecuado para niños ante unas decenas de personas y un grupo de padres había protestado. Todo lo demás fue un dislate, se atribuyó a los artistas, incluso por parte de la fiscalía, haber sacado una pancarta que decía “Gora Eta”, fueron detenidos, encarcelados durante días sin juicio y acusados de apología del terrorismo. La televisión mal llamada pública fue utilizada por el gobierno para dedicarle más minutos que a cualquier otra noticia en sus informativos. Ni era cierto que hubiesen exhibido esa pancarta ni razonable que se los acusase de enaltecer el terrorismo. Si periodistas y fiscales se hubiesen molestado en saber por qué un pequeño cartel, con texto diferente, había aparecido en el teatrillo la cosa no habría pasado de un incidente menor.

Por si todo fuera poco esperpéntico, la policía de nuestro muy sectario ministro del Interior se dedicó a detener y denunciar ante la Audiencia Nacional a peligrosos delincuentes que, en apoyo a los detenidos, llevaban pancartas con lemas tan claramente subversivos como “Gora Malagueta”. Quizá, en esta época de recortes, el gobierno quiera convencernos de que sobran policías, fiscales y jueces, ya que tienen tiempo suficiente para dedicarse a perderlo.

La verdad no importa, solo desacreditar a esos “radicales” que han tenido la osadía de presentarse a unas elecciones e incluso ganarlas. Son dos llamativas audinotadas, pero no las únicas y no todas afectan a Podemos o Ahora Madrid. Carezco de espacio para hacer una relación más exhaustiva, pero sí me atrevo a recomendar al público prudencia con las noticias, especialmente a quienes opinan después honestamente y sobre todo si lo hacen por escrito, mejor esperan, antes de que la precipitación los lleve a hacer el ridículo o a convertirse en cómplices de una injusticia. Como mínimo, ya que estamos en año cervantino, a desgastarse luchando contra molinos de viento.

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