martes, 6 de septiembre de 2016

"No es un mal menor, es lo peor que le ha pasado a nuestra democracia", por Benjamín Prado


Benjamín Prado
InfoLibre, 06/09/2016 

“Puedes ponerte una venda, pero no echarle la culpa de lo que no ves".

No quieren hacer política, sólo quieren mandar. No quieren negociar, sino hacer negocios. Legislan pero no gobiernan. Reclaman mayorías absolutas con las que saltarse el Congreso y el Senado a base de decretos. Controlan el país, pero no lo dirigen. No quieren ciudadanos, quieren súbditos. Ochenta años después de que Unamuno se lo explicara en Salamanca, aún no han entendido la diferencia entre vencer y convencer. O quizá sí y es que son de esa clase de personas que cuando les das a elegir entre la inteligencia y la fuerza, prefieren siempre lo segundo, porque les gusta más ser temidos que respetados. Algunos de ellos han cambiado tan poco, que hubiesen desentonado menos como ministros de la dictadura que en nuestra democracia.

Son clasistas y soberbios. Se creen destinados a lo que ambicionan, porque están convencidos que el poder es suyo y el país también, y por eso miran con tanto desprecio a quienes tratan de arrebatárselo, los consideran advenedizos, revolucionarios, chusma, jóvenes irreverentes a los que les faltan los apellidos que ellos creen que se necesitan para reclamar un lugar al sol, una vida decente. Los antisistema, les llaman, como si no fueran ellos mismos quienes lo han dinamitado para llenar sus cajas fuertes.

Y por supuesto, hablan día y noche de su patriotismo para esconder que su país no les importa, y menos aún los ciudadanos que lo constituyen, a quienes consideran simples costaleros, actores secundarios que están ahí para servirles, para ser exprimidos, para cargar las piedras de las pirámides. Por eso sabotean por tierra, mar y aire la Sanidad y la Educación públicas, desvalijan a los pensionistas, le quitan dinero a los desempleados y empobrecen a los trabajadores. Les interesa mucho más adoctrinar que instruir y no creen que la gente se merezca ser curada, educada ni mantenida en sus últimos años, porque no consideran los impuestos un tributo solidario, sino una mordida, no lo ven como un tesoro, sino como un botín. Son neoliberales y por lo tanto su única idea es que cada uno tenga los derechos que se pueda pagar.


Mientras ondean la bandera, practican su deporte favorito, que es la fuga de capitales. El resto del tiempo, lo dedican a robar y a evadir impuestos. Se presentan como salvadores de nuestras finanzas, pero a lo único que han venido es a repartirse el pastel. Un dirigente como Mariano Rajoy no puede capitanear la lucha contra la corrupción porque no es su antídoto, es su síntoma, su cabeza invisible, el jefe de esa banda que acabamos de definir. El hecho de que pretenda que le salga gratis lo que ha hecho y deshecho, es inaudito. Que además quiera seguir en el Palacio de la Moncloa, un acto de desvergüenza que produce vergüenza ajena. No es un mal menor, es lo peor que le ha pasado a España desde 1977.

Para valorar quién es este hombre, a qué ha venido, cómo es que pretende quedarse en su puesto y cuál es el nivel moral de cualquiera que se asocie con él o le permita seguir en los bancos azules del Congreso, no hace falta más que ver con qué arrogancia se dedica a colocar a sus compinches, por mal que lo hayan hecho, por muchas acusaciones, sospechas y cargos que existan contra ellos. Al antiguo ministro de Industria, José Manuel Soria, que se vio obligado a dejar su cartera tras aparecer en los papeles de Panamá y descubrirse su vinculación con otra sociedad offshore de Jersey, lo ha puesto de director ejecutivo del Banco Mundial, con un salario de 226.000 euros al año, libres de impuestos. Él y Luis de Guindos, cuya especialidad es tomarnos por tontos y que se le note, dicen que se trata nada más que de un “asunto administrativo”.

Al que fue vicepresidente y ministro de Economía, Rodrigo Rato, le pusieron en las manos, en 2010, las riendas Caja Madrid, y podemos imaginar lo que ha ganado si sumamos lo que dejó a deber en Hacienda y lo que se llevó a Suiza y otros paraísos fiscales, que son la única patria real de esa clase de abanderados. Al exministro de Defensa, Federico Trillo, se le impuso como embajador en el Reino Unido, sin saber una palabra de inglés, como premio a su actuación en el caso del Yak 42 y a pesar de descubrirse que había cobrado 354.760 euros de una constructora, como miembro de una trama que gestionaba la autorización de parques eólicos en Castilla y León a cambio de dinero negro. Hoy su sueldo base asciende a 65.885 euros al año, pero podría cuadruplicarse con la aplicación de ingresos accesorios como el complemento de destino, el módulo de equiparación de poder y el de calidad de vida. El Estado, además, paga su residencia, un coche oficial y al personal de servicio en su domicilio. Viva Honduras.

El antiguo titular de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, que es el ministro peor valorado de la historia de nuestra democracia, fue designado jefe de la Delegación Permanente de España ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Aparte de su nómina de 60.846 euros al año, complementos aparte, se ha puesto a su disposición un piso de quinientos metros cuadrados en París, que nos cuesta once mil euros mensuales, y a dos empleados que lo atienden. Una antigua compañera suya, la exministra de Sanidad Ana Mato, imputada en relación con la trama Gürtel, ocupará a partir de este septiembre el cargo de directora del nuevo foro Universidad Europea.

Son nada más que unos ejemplos a los que si el papa no logra impedirlo pronto se añadirá el del inenarrable ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, a quien pretenden instalar como jefe de nuestra diplomacia en El Vaticano; pero también son más que suficientes para dejar claro que ser un Gobierno en funciones vale lo mismo para colocar a los amigos que para amenazar a los jubilados y los funcionaros con la ruina, si continúa el “bloqueo institucional”, que es como han llamado a su lamentable incapacidad para llegar a un acuerdo con nadie y en nada.

A la luz de los acontecimientos, no parece descabellado creer que Mariano Rajoy no debería seguir un minuto más ni como cabeza de cartel del PP a la presidencia del Gobierno, ni en la política activa. Y vamos a tener una magnífica prueba de ello durante la próxima campaña electoral de diciembre, si es que de verdad hay unas terceras elecciones, porque en esos mismos días muchos primeros espadas de su partido van a celebrar la Navidad en los tribunales, acusados de delitos que van de la financiación irregular y el blanqueo al tráfico de influencias y la malversación. Me apostaría lo que sea a que la gran mayoría de los simpatizantes de buena fe de los conservadores ya saben lo que les van a pedir en su carta a los Reyes Magos, que deberían ir echando lo antes posible al buzón: otro candidato. No es para menos.

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