La muerte para quien la trabaja
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAÍS, 26 / 2 / 1991
Coincidiendo con el anuncio de que el Gobierno pasaba a la ofensiva informativa para explicar su posición en el conflicto del golfo Pérsico han comenzado a salir de su cáscara algunos intelectuales orgánicos del poder, provenientes algunos de ellos de la izquierda en el pasado más implacable y dotados de un excelente bagaje cultural y analítico. El intelectual orgánico ¿nace o se hace? Creo que se hace, y se puede comprobar siguiendo la trayectoria de algunos apologetas del Gobierno que tan orgánicos fueron en el pasado defendiendo posiciones jruchovianas en los cincuenta, criptoguevaristas en los sesenta, eurocomunistas en los setenta, como social-solchaguistas en los ochenta. No obstante, sorprende la transustanciación del bloque histórico gramsciano en el bloque histórico onusiano a la sombra de la force de frappe del capitalismo internacional. Porque hasta hace muy poco, incluso hasta después del referéndum de la OTAN, algunos de estos intelectuales orgánicos se mantuvieron fieles a un sustrato común de la izquierda, capaz de aprehender que hay una dialéctica entre dos sentidos convencionales de la historia.
Los sentidos de la historia siempre son convencionales, nunca providenciales, y por eso hay que reconsiderarlos y reconstruirlos continuamente, desde un compromiso inevitable: o se apuesta por el orden establecido por el bloque histórico largamente dominante, o se apuesta por transformarlo. Los que se decidieron por transformarlo han aprendido una dura lección histórica que se resume en un principio que yo considero tan científico como ético: no se puede generar un sufrimiento mayor con el pretexto de eliminar un sufrimiento realmente existente. No se puede añadir desorden e injusticia al desorden y la injusticia realmente existentes.
Pero esta conclusión no evita la evidencia de que el orden establecido debe cambiarse, como generador que es de injusticias locales y planetarias. Los intelectuales orgánicos del poder retoman en sus artículos todos los argumentos oficiales sobre la legitimidad de la guerra del Golfo y la participación española deshistorificando la aprehensión del asunto. La provocación de Sadam Husein está ahí, la resolución de las Naciones Unidas también, y por tanto hay que ser consecuente con esta lógica: Estados Unidos es el brazo armado de la legitimidad. He aquí una apropiación estructuralista de la cuestión, que prescinde de los orígenes radicales del conflicto y del sentido histórico real que tiene la intervención aliada. Los desequilibrios en Oriente Próximo parten de una redivisión imperialista iniciada tras la Primera Guerra Mundial y ratificada tras la Segunda. Sadam Husein es un jefe de zona de la mafia americana y europea, agrandado para taponar el avance shií y lo que tenía de impugnación de un orden internacional injusto. Las Naciones Unidas han actuado, por pasiva, como cómplices de todas las injusticias cometidas en esa región, y curiosamente llevan el derecho internacional hasta el abismo de la guerra cuando peligran los intereses del Norte frente a la parte más crítica del Sur. Estados Unidos marcó desde el comienzo un ritmo intervencionista que puso a remolque a sus aliados, dejando a las Naciones Unidas el único papel de poner bajo palio un ejército que desde el comienzo se planteó más como un instrumento de intervención que de disuasión.
Frente a una lógica de la guerra, nació inmediatamente la lógica de una paz disuasoria que tiene entre sus militantes a correligionarios de los intelectuales orgánicos aludidos (nada menos que un ministro de Defensa socialista y francés por más señas), al Papa de Roma y a un personaje tan poco sospechoso de maximalismo antiimperialsta como el doctor Jiménez de Parga, y lo cito como ejemplo de la sensatez ética frente a la insensatez pragmática.
Una apropiación estructuralista del conflicto, como un expediente determinado y determinante por sí mismo, nos deja a oscuras sobre su sentido. Analizando uno por uno y en su interrelación los elementos que en él intervienen (Sadam Husein, Israel, Estados Unidos, el Consejo de Seguridad, la URSS en bancarrota) se llega a la conclusión de que no asistimos a una primera acción de un nuevo orden internacional sino a una penúltima acción del viejo orden internacional, descargada además de la tensión del papel estratégico disuasorio que hubiera cumplido la URSS hace apenas cinco años. Es una guerra de ratificación de una redivisión imperialista, y para entenderlo así no hace falta que se recurra al análisis del imperialismo de Lenin, sino que basta con los clásicos de la socialdemocracia pre y posleninista, incluidos algunos de los analistas de la SPD en estos momentos. Hubiera sido más interesante que los intelectuales del poder hubieran viajado por esos territorios teóricos, que conocen bien, en lugar de dedicar una parte excesiva a criticar las posiciones de Izquierda Unida, sobrestimado el papel que esta formación política cumple en el adoctrinamiento de una conciencia social española asqueada ante la suciedad de esta guerra.
Convertir a Izquierda Unida en el demonio instigador de un pacifismo suicida sólo se entiende por el temor de que Izquierda Unida pueda rentabilizar en votos su posición pacifista y por el vicio de reducir el alcance del análisis a las necesidades orgánicas del análisis. El discurso se vuelve entonces más contraelectoral que clarificador. Y además los árboles de Izquierda Unida no dejan ver el bosque de una conciencia social antibelicista, incapaz de digerir las no verdades, peores que las mentiras, de un Gobierno que colabora en el linchamiento de Irak desde un ejercicio de cinismo histórico sin precedentes. Ya sé que nos prometen una paz dorada en la que la beneficiencia internacional paliará los desastres de la guerra, e incluso se atreven a pronosticar un nuevo orden internacional al que se prestarán Israel y Estados Unidos como en los finales felices de los manuales de historia anteriores al descubrimiento del carbono 14. Pero ahí queda el compromiso concreto con una no verdad concreta que está causando muerte. Que Sadam Husein no tenga escrúpulos a la hora de ofrecer a sus súbditos como carnaza no exime la responsabilidad de los que matan salvajemente respaldados por una tecnología aplastante, y menos aún la de los que armados con instrumentos de análisis crítico los sustituyen por la razón pragmática de avalar una política de Estado y de bloque que apuesta por la carnicería, el exterminio: la muerte.
Desde el comienzo, el Norte preparó el exterminio del aliado infiel y la advertencia al Sur más insumiso. Y en esa lógica no quieren meterse no ya los pacifistas, sino los simplemente sensibles a las desmesuras ilógicas. Si se es un belicista, hay que asumirlo con todas sus consecuencias y sin tratar de negar la legitimidad de los que no lo son y de convocarles para la complicidad en la matanza. La muerte para quien la trabaja, señores míos. Allá ustedes si se sienten representados por esos súperbombarderos que salen de las bases españolas. Para mí representan todo lo que hemos combatido, ustedes y yo, durante casi toda nuestra vida adulta. Por cierto. Cuando ustedes hacían aquellos análisis tan lúcidos sobre el imperialismo ya no eran adolescentes sensibles, sino unos sabios hechos y derechos. La muerte forma parte de su compromiso actual.
A lo hecho, pecho.