domingo, 20 de marzo de 2011

"Libia: el penúltimo argumento de la hipocresía occidental", por Juan Carlos Monedero

Publicado el 20 marzo, 2011 por Juan Carlos Monedero

No sabemos si los levantamientos iniciales en Libia eran espontáneos o inducidos. Lo que estaba ocurriendo en el mundo árabe invitaba a pensar en lo primero. La gente que conoce el país -y no nos ha engañado en otras ocasiones-, apostó por esta interpretación, al tiempo que nos recordó que Gadafi hacía mucho tiempo que había dejado de ser un lider popular. De manera que parecía real que, por contagio con lo que estaba ocurriendo en el norte de África, los libios iban también a seguir la senda revolucionaria de Túnez o Egipto. La dictadura familiar de los Gadafi, cada vez más vulgar, arbitraria, violenta e histriónica, invitaban – e invitan- a desear que los días políticos de estos asesinos durasen lo menos posible.

Pronto empezaron las mentiras por parte de los medios occidentales. Mentiras que recordaban en exceso a la criminalización de Sadam Hussein o de Milosevic previas a la intervención militar de la OTAN/ONU. Gadafi, de la noche a la mañana, dejaba de ser uno de los principales aliados de la “satrapía democrática occidental”, para pasar a ser el nuevo malvado. Cuando las principales agencias del norte empezaron su estrategia de desinformación, parecía claro que el objetivo principal del “caso libio” iba a ser una intervención militar con contenido meramente económico. Demasiado parecido a Irak, diga lo que diga el Presidente Zapatero. La pelea ya no era entre el pueblo y Gadafi, sino entre Gadafi y una “coalición internacional” (los mismos de la OTAN) que, decía, iba a apoyar al pueblo. Como en Afganistán…

La izquierda, incapaz de lograr cualquier influencia, apenas ha podido movilizar un discurso que planteaba distancias de las alternativas propuestas: ni Gadafi ni intervención de la OTAN/ONU. Posición complicada. Gadafi aprovechaba su superioridad militar para arrasar con los opositores. Estados Unidos y Francia, principales sostenes del sátrapa libio, iban a encontrar hipócritas el argumento perfecto para cometer su último acto de fuerza. ¿No era posible salirse de esa trampa? Parece ser que no.

El peor escenario ha aparecido: bombardeos de la coalición (que golpean siempre a los desgraciados); endurecimiento de los ataques de Gadafi a los rebeldes; cierre de la información; conversión de la zona en una nueva arena de conflicto; empeoramiento de la seguridad en el Mediterráneo; justificación hipócrita en otros países para acallar a los opositores.

La izquierda mundial, una vez más, ha sido incapaz de articular algún tipo de presión que hubiera frenado la masacre de Gadafi y hecho imposible la intervención de las potencias del Norte. Las discusiones iniciales fueron absurdas: férreos defensores, pese a todas las evidencias en contrario, de la bondad de Gadafi; defensores de la intervención occidental para acabar con el líder libio (pese a toda la evidencia de que esas intervenciones se convierten en todo lo contrario); un profundo silencio confundido del grueso de la ciudadanía. Y ni una sola propuesta que pudiera presionar a los gobiernos occidentales en una dirección buena para el pueblo libio.

La OTAN tiene su protocolo claro. La izquierda, obviamente, no. Es sensible a los argumentos humanitarios -incluso cuando son mentira- o se cierra en banda, endureciéndose a niveles incompatibles con el humanismo que le corresponde a la izquierda.

Cientos de muertos en Bahreim. ¿Alguien se imagina una intervención de una coalición internacional? ¿Y en Arabia Saudí? ¿Y en Marruecos?
Debiéramos saber que los enemigos de nuestros enemigos no son nuestros amigos. Los gobiernos del nobel de la paz Obama, del Sarkozy financiado por Gadafi, de la Alemania reunificada o del impulsor de la Alianza de las civilizaciones Rodríguez Zapatero, oponiéndose a Gadafi no se convierten en defensores de la democracia. Todo lo contrario. Y lo mismo es válido en dirección contraria: no todo lo que ataca la “coalición internacional” se convierte en defendible sin más. Claro que es más garantista una intervención aprobada en la ONU que otra aprobada en las Azores. Pero no basta. La doble vara de medir vuelve a hacer presencia.

La izquierda ciudadana no tiene soluciones alternativas. Solamente sigue cansándose y cansándose. Mientras se le ocurre algo. Cada vez se parece más a la iglesia.