No estaban muertos, ni estaban de parranda
30 DE MARZO DE 2012
Isaac Rosa *
Pues no, no estaban muertos. Pese a las paletadas de tierra que en los últimos años les han echado encima, asegurando que su tiempo ya pasó, que se agradecen los servicios prestados a la democracia pero que ya no tienen sentido en un sistema de relaciones laborales que a golpe de crisis y reformas avanza hacia el vis a vis entre empresario y trabajador; al final ha resultado que los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, no estaban muertos.
Tampoco estaban de parranda. Los parásitos de la subvención pública, los que viven del cuento, los sindicatos liderados por coleccionistas de relojes de lujo y que comen a diario en restaurantes de cinco tenedores, los del millón de liberados, los que sólo defienden sus privilegios, los que se van de cañas al terminar las manifestaciones, no debían de estar tan de parranda como aseguran sus detractores, pues han sido capaces de movilizar decenas de miles de piquetes, paralizar varios sectores vitales de la economía, y reunir a cientos de miles de ciudadanos en las mayores manifestaciones que se recuerdan desde las históricas del ‘No a la guerra’.
No entraré a discutir si la huelga ha sido un éxito, un fracaso o una medianía, puesto que sería su palabra contra la mía, dada la falta de parámetros en un país donde hasta el consumo eléctrico es opinable. Teniendo en cuenta las condiciones adversas de esta convocatoria, pienso que el resultado está más cerca del éxito que del fracaso, o al menos está mucho más lejos del fracaso que del éxito, que no sé si es lo mismo. Pero ya digo, todo es opinable, y la huelga va por barrios.
Quienes más se jugaban ayer eran los sindicatos. Para el gobierno, descontado el escenario de una huelga arrolladora a lo 14-D, el riesgo no era muy alto, y Rajoy hasta parecía interesado en un paro discreto con que vender la seriedad de sus medidas en Europa (miren cómo se revuelven mis ciudadanos, de lo duro que soy).
Y siendo ellos los que más se jugaban, son también los que más ganaron ayer. Tampoco necesitaban un 14-D para demostrar a sus sepultureros que todavía colean. Les bastaba con evitar un fracaso rotundo como el que les pronosticaban, y con hacer algo más que cumplir la papeleta como en 2010. Y ambas metas fueron alcanzadas ayer.
Con todos los peros que cada uno quiera ponerles, hay que reconocer que CCOO y UGT conservan una capacidad de movilización que, sin ser capaces de paralizar por completo un país (para lo que necesitarían además la colaboración de la CEOE), siguen teniendo fuerza para detener el transporte público, cerrar la industria, apagar televisiones y vaciar polígonos, puertos y mercados mayoristas, además de conseguir incidencias considerables en unos cuantos servicios públicos de peso.
Es cierto que las huelgas se juegan en el terreno de la imagen, y la deseada instantánea de la ciudad con aspecto de domingo es cada vez más difícil por los cambios económicos, productivos y laborales (ni siquiera los domingos tienen ya aspecto de domingo en muchos sitios). El pequeño comercio, el sector servicios o la administración, con mucha menor incidencia de la huelga que entre los tradicionales blue collar, permiten mantener la apariencia de “normalidad” tan querida por el gobierno. A su vez, el acuerdo en servicios mínimos no visibiliza tanto el paro del transporte, incluso siendo este del 100%, pues a ojos del usuario siguen circulando trenes y autobuses, aunque sea con retraso.
Así, la huelga ha sido rotunda en los sectores más invisibles social y mediáticamente, pero discreta en aquellos más a la vista, por lo que no extrañe que para muchos ciudadanos no hubiese huelga. En todo caso, la invisibilidad de lo logrado se vio en parte compensado con las gigantescas manifestaciones, que en términos de imagen visualizaban con más eficacia el rechazo ciudadano a la reforma laboral y los recortes.
Pero que no estén muertos no significa que gocen de una salud de hierro, ni que puedan sacar mucho pecho. La huelga también ha servido para transparentar sus debilidades. En primer lugar, lo ya comentado: esos amplios sectores de la población trabajadora donde los sindicatos han ido perdiendo presencia, por los cambios productivos pero también por méritos propios. Debería preocuparles especialmente el alejamiento progresivo de los funcionarios, donde ceden cada vez más terreno a los sindicatos sectoriales, sin los cuales no pueden ya convocar una huelga de alcance.
El 29-M también evidencia la necesidad que CCOO y UGT tienen de ir de la mano de otros: sindicatos minoritarios, movimientos sociales, vecinales, estudiantes y 15-M. Todos han participado en la huelga y en las manifestaciones, y sin ellos habría sido menor. Eso sí: la dependencia es mutua, y de la misma forma que los sindicatos deben reconocer que los necesitan para extender sus convocatorias, también aquellos que a menudo fantasean con convocar una huelga general sin contar con CCOO y UGT habrán aprendido ayer que una convocatoria así no es moco de pavo, y que sin los sindicatos mayoritarios no llegarían muy lejos. De hecho, el calor de la huelga, el piquete y la manifestación compartidas, permitieron unas escenas de familiaridad que hasta ahora apenas se habían visto.
Por eso los sindicatos cometerían un error si se confiasen y se conformasen con certificar que están vivos. El día después, la gestión de la huelga, no sólo debe mirar al gobierno, sino también a la sociedad, a todos aquellos que, desde posturas críticas con las direcciones sindicales, se han sumado al 29-M y lo han hecho esperando que sea mucho más que un día de huelga, que la protesta tenga continuidad (lo que no ocurrió el 29-S de 2010). Ante los meses duros que nos esperan, no se entendería que tras la huelga aflojasen el pulso o corriesen a sentarse a la primera mesa de negociación que les ofrezca un gobierno que no tardará en querer una de esas fotos con apretón de manos que tanto luce en el álbum.
Una última reflexión: que la huelga no haya sido muy grande sólo significa que puede ser mayor. Como mayores son las amenazas en el horizonte. Mayores incluso que la propia reforma laboral, que ya es decir.
(*) Isaac Rosa es escritor y columnista