Han
pasado 30 años, pero recuerdo buena parte de lo que viví aquellas jornadas como
si hubiese sido ayer. Sobre las 22:00 horas del día 13 se celebró una asamblea
en el salón de actos de CCOO-Madrid (que ahora lleva el nombre de Marcelino
Camacho) abarrotado con cientos de delegados y delegadas, cuadros sindicales, recuerdo
a varios diputados y concejales de IU… Mucha emoción en un ambiente de euforia
contenida.
Desde
el escenario, en una mesa larga, los responsables de las diferentes
federaciones de sector impartían instrucciones sobre dónde teníamos que ir cada
uno, y nombraban a los responsables de los diferentes piquetes. Yo aún no
militaba en CCOO, y formé grupo con varios camaradas de la agrupación del PCE
de Usera, mi barrio: Paquita García, Guiomar Sarabia, Antonio López, José
Murillo (hijo)… “a las órdenes” de Molero, que entonces era dirigente del
Metal. Precisamente, cuando acabó la asamblea, subimos a las oficinas de su
Federación a recoger propaganda de la Huelga. La escalera del edificio de Lope
de Vega, con docenas de compañeras y compañeros acelerados bajando con material
camino de las citas programadas, me recordó una escena del Octubre de
Einsenstein (aquella del Palacio Smolny, salvando las distancias).
Llegamos
en coches a nuestra primera cita en La Vaguada sobre las 00:30 del día 14. Formábamos
un megapiquete de más de mil personas gritando consignas, y sobre nuestras cabezas,
un helicóptero de la policía nacional proyectando sus focos hacia nosotros.
Allí nos enteramos del apagón de TVE a las 12:00, y el optimismo aumentó
exponencialmente.
Visitamos
luego varios talleres metalúrgicos que funcionaban habitualmente con turnos de
noche, pero no tuvimos apenas tarea: estaban directamente cerrados o nadie
había acudido a los puestos de trabajo. Después, a la siguiente cita, en las
cocheras de los autobuses de la EMT de Carabanchel Alto. Éramos varios cientos
de compañeros y compañeras de CCOO y UGT, controlando que no saliese ningún
autobús por encima de los servicios mínimos establecidos, pero ni esos se
respetaron: los conductores mayoritariamente se negaban a salir. Recuerdo que
en las puertas y los descampados cercanos se encendieron varias hogueras,
porque aunque no hacía frío un excesivo, en cuanto llevabas un rato parado resultaba
evidente que estábamos en diciembre. También acudieron a calentarse varios
policías nacionales que hacían guardia junto a la puerta de las cocheras, y nos
decían: “La verdad es que tenéis toda la razón. Ya está bien”.
Cuando
salimos de allí camino de la siguiente convocatoria, varios de los coches quedaron
inutilizados, porque alguien había puesto bajo los neumáticos clavos doblados
soldados. Uno de los vehículos que tuvo que quedarse allí fue el de Molero, y a
partir de ese momento nuestro grupo se trasladó, amontonados los seis dentro de
un solo coche, creo recordar que un Renault 5.
Llegamos
al desaparecido Polígono industrial de Méndez Álvaro, donde tampoco tuvimos
ningún trabajo. Sólo alguna de las docenas de talleres y fábricas estaba
abierta, pero sin actividad en el interior.
Molero
propuso entonces volver a la sede de Lope de Vega para tomar un caldo caliente.
Estaba amaneciendo. Entramos en calor escuchando las noticias de la radio, que
informaban del éxito absoluto de la huelga en todo el país, con cifras por
encima del 90% en todos los lugares y sectores. Creo que fue Guiomar la que
dijo en ese momento: “Pues no hay nada que hacer. ¿Nos vamos para casa?” Y yo
contesté: “No jodas, para una vez que vamos ganando”.
Llegó
la noticia de que lo único abierto era El Corte Inglés de Preciados, y allí nos
encaminamos varios cientos de compañeros y compañeras, desde el Paseo del Prado
a la Puerta del Sol. Como se puede ver en las famosas imágenes de la prensa de
aquel día, el despliegue de antidisturbios era brutal. Entre insultos cruzados
con trabajadores y clientes que intentaban entrar en el centro comercial y
varias cargas policiales, perdí a mi grupo y no volvimos a encontrarnos ese
día. Años después en casa de mi camarada López, vi enmarcada una foto de
Cambio16 en la que aparecía éste en la puerta del Corte Inglés, agarrándose
mutuamente por la pechera con uno de los “maderos”.
En la Calle Preciados me encontré con una docena de
históricos militantes del PCE de Usera, todos ellos ya fallecidos: Luis Sáez,
Cirilo Moreno, Salvador Pastor, Pepe Murillo (padre), y algunos más que no
recuerdo. Muchos años de exilio, cárcel, guerrilla antifranquista, lucha en la
clandestinidad… en aquel puñado de camaradas. Decidimos volver a la sede del
sindicato en Lope de Vega, y entonces viví una escena insólita: el Gobierno,
para aparentar normalidad, había convocado días antes un pleno del Congreso, al
cual asistió una mayoría de diputados porque sólo los diversos grupos a la
izquierda el PSOE se habían sumado a la huelga. Coincidió el paso de nuestro
grupo por la Carrera de San Jerónimo con la entrada de los diputados, y nos
pusimos frente a la puerta al otro lado de la calle con nuestras banderas y
pegatinas de CCOO, vigilados por varios antidisturbios, a gritarles esquiroles
durante un buen rato. Nadie nos llamó la atención y algunos diputados bajaron
la cabeza cuando entraban en el Congreso. Frente a ellos, el grupo de los
veteranos comunistas exhibía orgullo y dignidad.
Llegamos
a la sede de Lope de Vega, y en el exterior se había instalado una tarima con
megafonía. Apenas estábamos allí dos centenares de huelguistas (supongo que las
compañeras y compañeros estaban repartidos por todo Madrid o se habían retirado
a descansar), pero había bastantes periodistas y sobre la tarima, miembros de
la dirección de CCOO. Marcelino hablaba por el micrófono, y nadie era capaz de
callarle ni tenía intención de hacerlo. Estaba exultante, prácticamente
levitando. A su lado, Agustín y Antonio entre otros, le miraban con una sonrisa
de oreja a oreja.
Cuando
acabó el acto nos marchamos camino de Usera, Paseo de las Delicias abajo, a
comer y descansar un rato. Había que reponer fuerzas para volver por la tarde
al centro de Madrid a comprobar el éxito total de la Huelga. Porque la
manifestación fue dos días después, el 16. Multitudinaria, inmensa, a pesar de las
trabas puestas por la Delegación del Gobierno en Madrid, constituyó junto a las
decenas de convocatorias con respuestas masivas en otras ciudades, otra
demostración de fuerza sindical y del rotundo éxito de la Huelga General.
Si
queréis un magnífico análisis de lo que fue el 14-D, de porqué se llegó a él y de las
consecuencias que tuvo su éxito, no dejéis de leer el libro de Sergio Gálvez. Por
mi parte, una cosa advierto: no me jubilo hasta que consiga cerrar El Corte
Inglés.
(1)
LA GRAN HUELGA GENERAL. EL SINDICALISMO CONTRA LA “MODERNZACIÓN SOCIALISTA”
Sergio
Gálvez Biesca. Siglo XXI de España, Madrid, 2017, 763 pp.28 €
Reseña
de Antonio Baylos en: