¿Cómo es posible que la mayor coalición militar de la historia de la humanidad, compuesta por unas 40 naciones del mundo, equipada con las armas más destructivas y avanzadas jamás fabricadas, no haya podido controlar Afganistán, el penúltimo país menos desarrollado del planeta, tras ocho años de asedio? Que algunos miles de desarrapados talibanes sin tanques, ni aviones, hayan puesto en ridículo a 100.000 soldados veteranos, y a otro medio millón de militares pakistaníes, es sólo un pretexto para justificar el envío de más tropas, cumpliendo el deseo del señor Obama.
La otra realidad es que la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), fundada por China y Rusia en 2001, está apretando a la OTAN para que abandone su zona de influencia tradicional.
La elección de Afganistán por parte de EEUU y sus aliados para instalarse en Asia Central tras la caída de la URSS, no ha sido casual. Es un país sin Estado, comparte fronteras con China, las repúblicas ex soviéticas, Pakistán e Irán, y es la única llave de acceso a las incalculables reservas de hidrocarburo de toda Asia Central y el mar Caspio, y a la tercera reserva de uranio del mundo, ubicada en Kazajstán. Es aquí donde hoy se está librando la batalla por la hegemonía mundial entre las superpotencias.
Al verse con la resistencia de la OCS, la Administración Obama ha llevado el conflicto a Pakistán para controlar la provincia de Baluchistán, rica en gas natural, que además colinda con Irán y el Mar Arábigo –por cuyas aguas pasa el 30% del petróleo mundial–. Hacerse con este enclave pakistaní permitiría a la OTAN paralizar la construcción del gasoducto que conduciría el gas iraní hacía Pakistán e India, para sustituirlo con el gaseoducto Caspio-Afganistán-Pakistán, anulando las rutas ruso-iraníes que inyectan energía a la economía china. Es así de simple.
Nazanin Amirian
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